Hay momentos hermosos en la vida en cuanto a la amistad.
Hubo grupos de amigos con quienes compartíamos un colegio, una universidad, otros grupos con los cuales compartíamos los primeros comienzos de un proyecto, hubo grupos de estudio, hubo grupos de salidas.
Hubo grupos de alumnos, hubo camadas extraordinarias de estudiantes, hubo reuniones hasta la madrugada donde arreglábamos el mundo y nos despertábamos al dá siguiente en el mundo de siempre.
Atesoramos esos momentos en nuestra más afectiva memoria (¿hay otra?) porque verdaderamente fueron muy intensos.
Pero a veces intentamos volver, y ya no es lo mismo. Intentamos recrear la situación, vernos de vuelta, pero ya todo cambió. Ya cada uno tomó otro camino, se formaron familias, se formaron nuevos grupos, ya está, ya pasó.
Y está bien.
Y muchas veces recordamos todo eso como si en el momento presente no estuviéramos atravesando por amistades similares, y sí, la verdad es que sí lo estamos, pero no nos damos cuenta. Vivimos como los personajes de Medianoche en París, yéndonos al pasado, y descuidamos el presente.
Pero en el presente los amigos, los compañeros, los alumnos, también están. Sepámoslos valorarlos un poco más, sepamos verlos como un precioso regalo de la Providencia, pero perecedero, y está bien, porque las vocaciones siguen su camino.
El asunto es que los reencuentros no tengan reproches. Hemos amado mucho, hemos compartido mucho, pero luego sencillamente apenas si hemos podido con el afán de cada día. Cuando pasen los años, y se produzcan los reencuentros, que la ternura de un abrazo nos muestre que los afectos siguen allí, inmutables, frente a la mudable rapidez de la existencia.
Que texto lindo, li vagarosamente por causa do meu espanhol sofrível :-)
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