El presente conjunto de
artículos no es sólo un libro contra el totalitarismo del lobby LGBT. Es
también una advertencia a los católicos para que revisen su modo de luchar
contra él.
Nadie puede dudar o negar que yo
coincida con la ley natural tal como está afirmada por la tradición judeocristiana.
Quien lo dude puede leer mi último libro al respecto[1].
Pero soy menos optimista que
otros al suponer que la ley natural sea algo evidente, después del pecado
original, o que haya una ley natural racionalista desligada del contexto
teológico donde fue afirmada por Santo Tomás de Aquino.
Mi afirmación del sexo varón o
mujer como algo que pertenece esencialmente a cada ser humano está claramente proclamada
en “Me voy a cambiar los faros del auto y luego de sexo”[2].
Pero una visión más judeocristiana de la ley natural está afirmada en “Sexualidad: Hacia una ley
natural más católica y una mayor vivencia de la libertad religiosa”[3].
Esto es, después del pecado original, lo sexual –como todo– está sujeto a
infinitos problemas éticos, pero los cristianos sabemos que “al principio no
fue así”. Que al principio, en el Génesis, hombre y mujer hayan estado en
armonía entre ellos y con Dios es natural, claro; pero era una naturaleza
elevada por los dones preternaturales de la Gracia. Luego del pecado original,
lo natural sigue siendo natural, claro, pero es una naturaleza curada y
redimida por la Gracia de Cristo. Sin esa cura y esa Redención, muy
difícilmente, muy tardíamente y con mezcla de error, los seres humanos serían
capaces de ver y practicar la ley natural.
No creo que esta visión más
agustinista de la ley natural sea compartida por todos los católicos –aunque
Ratzinger la comparte–, y menos aún creo que esto deba ser lo primero que
tengamos que decir ante un mundo secularizado “mal”, o sea, desde el laicismo,
no desde la sana laicidad. Podemos hacerlo, pero creo que seríamos más
ininteligibles de lo que ya somos. Porque, después del pecado original, toda la
Revelación judeocristiana es ininteligible sin la Gracia.
Ahora bien, de lo que muchos
católicos no se han dado cuenta es de que el judeocristianismo implicó otra
tradición un poco menos ininteligible, más apta para el debate público. Esa
tradición es la de las libertades individuales: las libertades de expresión, de
enseñanza y de religión, expresadas en el contexto de un Estado de derecho tal como
se dio en la constitución norteamericana, especialmente, en su primera
enmienda.
Toda esa tradición es la
explicada en los demás artículos: los católicos, como cualquier otra persona
en un Estado de derecho, tienen libertad de expresión, de religión, de
asociación, y de propiedad y contratación; por ende, las pretensiones del lobby
LGBT de imponer por la vía legal un pensamiento único bajo pena de
encarcelamiento no son simplemente contrarias al catolicismo, sino contrarias
al Estado de derecho, al liberalismo clásico, a la defensa de las libertades
individuales, que toda persona, sea hetero, homo o marciana, debería
defender como imperativo moral básico y como pacto político fundante de una
sociedad libre.
Pero esa tradición ha sido muy
poco incorporada por los católicos en su forma habitual de pensar. Por
consiguiente, están inermes e indefensos ante un lobby que pretende imponer
legalmente lo que considera bueno. Es inútil responderles que NO es bueno según
la ley natural. Se matan de la risa y se seguirán matando de la risa, de
nosotros, forever. La cuestión es decirles: esa imposición es contraria
a los derechos humanos, a las libertades individuales. Las cosas cambian. Es
importante que al fin tengan que sacarse la careta y confesar que esas
libertades les importan absolutamente nada.
Pero si a nosotros los católicos
tampoco nos importaron ni nos importan, ¿qué autoridad moral tenemos en la
sociedad actual? Cuando Martin Luther King pronunció su famoso discurso “I
have a dream”, no afirmó los derechos de un “colectivo” afroamericano
contra otro “colectivo” blanco. Afirmó los derechos de todo individuo, citando
la Declaración de Independencia, sea blanco, afroamericano o lo que fuere. ESE
es el punto. Y los católicos en general también nos encontramos muy
desprovistos de base conceptual cuando hemos incorporado en nuestro discurso formas
de pensar colectivistas que olvidan radicalmente que la base de una
tradición política respetuosa de la dignidad humana es el respeto a los
derechos de cada ser humano, sea varón, mujer, afroamericano, homo, hetero,
marciano o venusino, y que, por tanto, ningún ser humano tiene derecho a
imponer su visión del mundo por la fuerza a otro ser humano. Primera
enmienda de la Constitución de los Estados Unidos. Back to 1789. Just like
that.
La situación actual es muy
grave. Dentro de poco, ser católico será sencillamente el delito, como
ya lo es en muchas naciones totalitarias del mundo. Hasta entonces, esto es,
hasta cuando tengamos que volver a las catacumbas, el punto del debate es que NO
es delito POR los derechos que tenemos como TODO ser humano, NO como
católicos reclamando privilegios. Si no es esa nuestra bandera, el regreso a
las catacumbas será mucho más rápido de lo que pensamos.
Gabriel J. Zanotti
Octubre de 2018.
[1]
https://www.amazon.es/Judeocristianismo-Civilizaci%C3%B3n-Occidental-Libertad-judeocristiano-ebook/dp/B079P7V1JC/ref=redir_mobile_desktop?_encoding=UTF8&__mk_es_ES=%C3%85M%C3%85Z%C3%95%C3%91&dpID=51GJcML485L&dpPl=1&keywords=judeocristianismo%20zanotti&pi=AC_SX236_SY340_QL65&qid=1518158250&ref=plSrch&ref_=mp_s_a_1_1&sr=8-1
[2]
Pág. 1; en línea, en http://gzanotti.blogspot.com/2013/10/me-voy-cambiar-los-faros-del-auto-y.html.
[3]
Pág. 28; en línea, enhttp://gzanotti.blogspot.com/2018/06/sexualidad-hacia-una-ley-natural-mas.html.
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