lunes, 23 de julio de 2018

ELOGIO DEL PADRE MARTIN RHONHEIMER A LOS ECONOMISTAS AUSTRÍACOS




(Hoy presentamos su libro LIBERTAD ECONÓMICA, CAPITALISMO Y ÉTICA CRISTIANA


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Mis maestros, en cambio, inicialmente eran los grandes economistas del Ordoliberalismo (o «Neoliberalismo» en el sentido clásico y no difamador de la palabra) como Walter Eucken, Wilhelm Röpke o Ludwig Erhard. Pero más tarde iba descubriendo cada vez más tanto sus límites como la mayor sabiduría humana, social y económica de la llamada «Escuela Austriaca de Economía» (o «Escuela de Viena»), con sus más conocidos representantes Ludwig von Mises y Friedrich A. von Hayek (premio Nobel de Economía en 1974), sin olvidar sus discípulos y representantes posteriores y actuales como Murray N. Rothbard, Israel Kirzner, Jesús Huerta de Soto, y tantos otros. Desde su fundador Carl Menger y su primer gran discípulo Eugen von BöhmBawerk, esta escuela se caracterizó por su profunda unión –verdadero humanismo– de economía, antropología, ética y filosofía social. Con su enfoque en el hombre que actúa y sus variadas y múltiples preferencias subjetivas (lo que no quiere decir «subjetivismo») y en el papel innovador y creativo del empresario en un mundo imperfecto, inevitablemente caracterizado por desequilibrios, asimetrías e imperfecciones de información y conocimiento, ellos y sus discípulos son los que –esta es mi convicción– han mejor captado la esencia de la economía de mercado como sistema de coordinación social, mutuamente beneficioso –en la medida que no está distorsionado por intervenciones del Estado–, y como «proceso de descubrimiento» y de innovación que remunera el empresario y el capitalista exactamente en la medida en que crea riqueza y aumento de bienestar para todos. Los «Austriacos» han comprendido también mejor que otros –así me parece– la causa del posible malfuncionamiento del mercado, sobre todo de los temidos ciclos coyunturales de booms y recesiones: la causa es el sistema monetario monopolista e inflacionista, otro ejemplo de intervencionismo distorsionador del Estado en los procesos de mercado con su continua tendencia a la expansión crediticia desordenada, orientada solamente hacia la ganancia rápida de los bancos, una invitación al «capitalismo del casino» que causa booms basados en inversiones malas, que después tendrán que ser corregidas con las consiguientes dolorosas recesiones. Finalmente, son ellos, los economistas «austriacos», que saben explicar –con lógica impecable me parece– la imposibilidad, y lo pernicioso, del intento de planificar, dirigir o construir la economía a través de los instituciones estatales, un intento que necesariamente fracasa por implicar el «conceit of knowledge», la «arrogancia del saber». En realidad, solamente el mercado «sabe», es decir, contiene la información necesaria, pero dispersa entre una casi infinita multitud de actores económicos e incapaz de ser centralizada, para que la acción económica, en definitiva: la acción empresarial, pueda ser innovadora y beneficiosa para todos y así cooperar al bien común. No es una casualidad que, mientras la crisis financiera del 2008 cogió por sorpresa prácticamente a todos los economistas del «mainstream», fueron casi únicamente los representantes de la «Escuela Austriaca» quienes la predijeron ya años antes como un acontecimiento que iba necesariamente a venir como consecuencia de las políticas monetarias y fiscales intervencionistas de aquellos años. (Es más, siendo un economista muy joven, F. A. Hayek, después de un viaje por los Estados Unidos, y en base a lo que aprendió de su maestro Ludwig von Mises y desafiando las teorías monetarias del entonces prominente economista Irving Fisher, pronosticó con pocos meses de antelación el crash bursátil de octubre de 1929 y esto en contra de todo lo que decían los expertos de aquel tiempo; Irving Fisher perdió en 1929 toda su fortuna después de haber declarado poco antes del crash que el índice Down Jones nunca más en la historia caería por debajo del nivel de entonces. Para mí, filósofo que intenta hacer juicios morales «económicamente ilustrados», todo eso es señal significativa de que quizás son ellos, los economistas «austriacos», quienes han entendido mejor que otros cómo el mundo de la economía funciona para el beneficio de todos, incluso de los más pobres: dejando riendas libres a la dinámica creadora y enriquecedora del capitalismo y de las fuerzas del libre mercado –de la creatividad empresarial–, sin continuas manipulaciones monetarias inflacionistas y limitando a un mínimo estrictamente necesario el poder indispensable pero siempre peligroso del Estado (y de los políticos y de las burocracias creadas por ellos). Como filósofo católico y como sacerdote, siempre tuve la convicción de la necesidad de una seria formación económica tanto del filósofo moral como de los que se ocupan de Teología moral y, en concreto, de la Doctrina social. Sin esta formación, el discurso ético, teológico y de doctrina social –incluyendo principios como el de la propiedad privada, de la subsidiariedad, de la solidaridad como virtud moral del ciudadano– se queda fácilmente en un nivel de puros sueños, con la ilusión engañadora de poder formar –«construir»– el mundo social según unos bellos principios morales sin respetar la lógica y las leyes propias presentes en los hechos fundamentales de la economía. Esta lógica y estas leyes económicas no son de índole «material» o incluso «materialista»; son profundamente humanas, son leyes del espíritu humano. Es la lógica y son las leyes del hombre, ser finito y falible, pero racional y que actúa en un mundo imperfecto cuyos recursos son escasos, pero que pueden ser usados para enriquecer a todos de manera progresiva a condición de que se utilicen según aquella sabiduría práctica que se llama «economía». Su estudio es una ciencia profundamente humana, práctica y social que en una sana ética social no puede faltar y cuyo desconocimiento puede causar daños graves al bien común a la hora de la actuación política, social e incluso pastoral. Pero esta ciencia hace ya casi un siglo que no se enseña más en nuestras Universidades. Por esto me parece tan importante recordarla aunque en un primer momento puede ser que los que lo hacen parezcan personas que no son de este mundo y que viven en otro siglo. Sin embargo, podría también ser el caso que ellas sean las personas del futuro.

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