viernes, 24 de noviembre de 2017

FILOSOFÍA PARA MI, CAP. 10: ¡AY DIOS!!!!



1.  Introducción.

Efectivamente, creyentes, no creyentes, etc., podemos coincidir en eso. Varias veces al día podemos decir “ay Dios!”, frente a circunstancias difíciles que nos convierten en creyentes aunque sea sólo por los segundos que dure nuestro enojo o estupor. Pero de ahí a decir que “hay” Dios, “hay” un paso. Un paso no precisamente sencillo.
¿Qué tiene que ver Dios con la filosofía? Debemos manejarnos con mucho cuidado en un tema tan delicado, que puede herir la susceptibilidad de muchos, ya sea por poco, por mucho, por lo que se diga o lo que se deje de decir. Esto es: asumiremos ahora una posición muy humilde, la de una breve y, desde luego, falible, reseña del tema en la filosofía occidental, respetando al máximo la conciencia de los lectores y dejando como siempre que cada uno llegue a su propia conclusión. Yo, obviamente, trataré de dar mi punto de vista, confiando en que el lector agudice su conciencia crítica y su vocación por el debate al mismo tiempo que su búsqueda de la verdad.
De todos modos, si me has seguido en el capítulo anterior con atención, “la pelota había quedado picando”, y, en cierto sentido, se puede ver cuál es la importancia del tema de Dios en los debates del existencialismo del s. XX. De todos modos, abordemos directamente la pregunta principal: ¿es Dios una cuestión filosófica? ¿No debería ser sólo religiosa? ¿O debe ser ambas?

2.   El monoteísmo en la historia de la cultura occidental

Comencemos diciendo que, seamos creyentes, agnósticos o ateos, la vaga noción de Dios que concebimos los occidentales está decididamente influenciada por la historia de la cultural occidental, donde el judeo-cristianismo y el islamismo han jugado un papel “formador” de nuestra conciencia histórica. En Occidente, si un creyente (ya cristiano, judío o musulmán) discuten con un no creyente, “aquello de lo que discuten” es más o menos lo mismo. La cuestión se pondría mucho, mucho más complicada si al debate se agregara un budista, un hinduista o un sintoísta japonés. Pero entre occidentales, y sobre todo, en la historia de la filosofía occidental, la cuestión se unifica un poco más: el creyente cree que “existe” (comienzan los problemas de lenguaje...) un Dios personal, creador del mundo y distinto al mundo. El no creyente lo niega o dice que no se puede pronunciar. Pero “aquello que es negado, afirmado o ni negado ni afirmado” es esa noción de Dios creador del mundo y distinto al mundo. No me estoy refiriendo a “la esencia” de Dios, sino al horizonte de pre-comprensión desde el cual los occidentales hablamos de Dios. En general es así, excepto por una larga tradición de cierto panteísmo occidental, que por humildad de objetivos no trataremos ahora. Pero incluso esa tradición se identifica a sí misma en Occidente en el debate con la otra.
En ese sentido, podríamos decir que en Occidente, Dios es en primer lugar un tema culturalmente religioso. Es muy difícil que alguien sea occidental y “no piense en” lo que las religiones monoteístas occidentales “piensan” cuando “creen” en Dios (problema: ¿se puede “pensar” en Dios?).

3. ¿Y los filósofos?

¿Por qué entonces “los filósofos” se han ocupado de Dios? Porque los filósofos occidentales han sido ante todo “creyentes” que “quisieron decir algo” sobre Dios, y en ese discurso, dándose cuenta o no, algo de “sentido”, algo de “lógica” tenía que haber, o de lo contrario..... ¿Qué otra actitud quedaba más que el silencio? (Algunos místicos lo hicieron, tal vez el último Heidegger también).
¿Por qué entonces el “primer capítulo” de esta miniserie lo colocamos en la filosofía griega? Los griegos tenían una religión politeísta que no coincidía mucho, precisamente, con la incólume y no-proselitista fe monoteísta del pueblo judío. Si, ok, pero resulta que algunos de ellos filósofos griegos, como Jenófanes, o tal vez Parménides, parecen haber hablado de un dios “uno, eterno e inmutable”.... ¿Parecido tal vez?, al dios en el cual.... ¿Pensaban, rezaban?... Los judíos. Esa “idea” (¡Cuidado! ¿Dios es una idea?) queda dando saltos en la historia de la filosofía griega hasta que Platón la entroniza como la idea del “Bien”, y que luego su discípulo Aristóteles, supuestamente más empírico, exalta como “Acto puro” (¿Perfección absoluta?) y acuña una expresión que hasta hoy hace correr ríos de aclaraciones, tanto metafísicas como automovilísticas: “primer motor inmóvil”. El último gran filósofo griego, Plotino, s. II d.C., retoma la idea platónica de bien y enfatiza el uno, su unidad, de donde emerge y dimana todo mundo, que participa de Dios...

4.  Surge el Cristianismo

Cuando el Cristianismo se encuentra con la filosofía griega, podría haber hecho lo mismo que el Judaísmo. ¿Por qué no? Al final de cuentas, el Cristianismo era, para los judíos, una herejía de su propio sistema monoteísta, y los cristianos se consideraban la culminación del mensaje del Antiguo Testamento. O sea que pensaban en el mismo Dios. ¿Y qué era eso que hacía el Judaísmo, que los cristianos podrían haber hecho también? Precisamente nada: los judíos no sentían la obligación de difundir su fe monoteísta. Ellos eran el pueblo elegido y estaban esperando al Mesías. Pero Jesús dijo que él era el Mesías, y que después de El, todos, judíos o no, debían recibir la buena noticia de su llegada, y por eso dijo: “id y bautizad a todos los pueblos.........”. O sea que la fe monoteísta del judaísmo pasó a ser una religión expansiva, exotérica, que se sentía llamada a comunicarle al mundo el anuncio de la buena nueva, para convertirlo. Igual los islámicos, que consideran a Cristo otro profeta anterior a Mahoma.
Pero para que una religión sea expansiva, tiene que hablar. Y hablar al otro. Y para hablar –y hablar “al otro”- hay que emitir un discurso con algo de sentido. ¡Oh problema! No sólo bastaba rezar a Dios, sino que había que hablar de Dios al no creyente. Y en las primeras etapas del cristianismo, el no creyente por antonomasia fue el Imperio Romano. Toda la “filosofía” de los primeros padres de la Iglesia, hasta llegar a San Agustín, fue un intento de defenderse racionalmente contra varias acusaciones. La primera era la de ser subversivo ante el Imperio. La segunda, la de ser un absurdo. Eso es muy importante. Para explicar que algo no es absurdo, hay que explicar su sentido, y al explicar su sentido, se dan “sus razones”, y al “dar sus razones” se da un discurso en ese sentido racional. ¿Eso es filosofía? Tal vez… ¿No?
Habiendo colapsado el Imperio Romano de Occidente, que además había asumido al cristianismo como religión imperial, el problema de ser un subversivo había concluido (con el triunfo de los subversivos, precisamente J), pero toda la sabiduría acumulada en la “defensa de la fe”, toda la “apologética de la fe”, todo su “dar su sentido”, todas las “razones para la fe” (esto es muy importante) son celosamente custodiadas por toda la tradición monacal hasta que, en el s. IX, con el renacimiento carolingio, y la emergencia histórica del imperio cristiano de Carlomagno, van surgiendo las primeras “uniones de maestros” que luego derivan en las primeras universidades. Allí la reflexión sobre las razones para la fe, esto es, la Teología, se convierte en una ciencia tan importante como hoy la física y la astronomía (que también son hoy las ciencias del imperio). ¿Y la filosofía? Ya dije, era nada más ni nada menos que el acompañamiento racional de la Fe.

5. San Anselmo

Esta segunda etapa del diálogo razón y fe tiene un punto de inflexión fundamental en esta cuestión. Uno de los teólogos más importantes de esa etapa, San Anselmo, deja uno de los “argumentos para probar la existencia de Dios” que más ha implicado reflexión y meditación en la historia de la filosofía occidental. En realidad es un argumento apologético, para defender la fe ante el que la niegue. Se lo ha interpretado de muchos modos y realmente no sé si lo que voy a decir ahora es correcto. Pero más o menos es así: los seres de este mundo son cosas cuya esencia no implica que existan. O sea, te puedes imaginar un tigre y no por ello el tigre existe. Pero si algo fuera absolutamente perfecto, nada le faltaría, y por ende tampoco la existencia. Un ser perfecto existe necesariamente. Por ende, si tenemos la idea de un ser perfecto, ello implica que necesariamente existe. Luego el que dice “no hay Dios”, ya piensa en Dios, y no puede por ende negar su existencia. Alguien le contestó que no por pensar en una perfecta isla esa isla tenía que existir, pero San Anselmo insistió: yo estoy hablando de Dios. ¿Cómo confunden una cosa con otra? Su insistencia in-sistió durante toda la historia de la filosofía occidental...

6. Santo Tomás de Aquino

Aunque a veces pueda resultar curioso, quien se opuso decididamente a este argumento fue Santo Tomás de Aquino. Para él, Dios no era evidente, como San Anselmo parecía decir, sino que había que demostrarlo. O sea, hay que partir de lo que no es Dios, con su radical finitud, y llegar racionalmente a que Dios es la causa no-finita de las cosas limitadas, finitas.
Hoy se utiliza muchas veces a Santo Tomás como “algo con lo cual” se puede demostrar al agnóstico que Dios existe. Pero Santo Tomás no estaba debatiendo con agnósticos: estaba debatiendo con San Anselmo. Ambos creían en Dios. El debate era por ende por otra cuestión: si Dios es evidente para el intelecto humano o hay que demostrarlo. Santo Tomás opina que se puede demostrar, pero “contra” San Anselmo, esto es, no como una condición necesaria para tener fe. La fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo estaba fuera de duda en el debate, pero esa fe “dialoga” con una razón que demuestra que Dios es causa no finita de lo finito, algo que coincide con la noción “de fe” de Dios creador. Y, por último, Santo Tomás no hablaba de la existencia de Dios. Tampoco hablaba de esencia “y existencia” en esos términos. Para Santo Tomás el término “existir” tiene que ver con el latín existimo, que es surgir, lo cual no puede aplicarse a Dios. Dios, simplemente, es (la traducción literal de la Suma Teológica diría “si Dios es”). ¿Dios es qué, diría un neopositivista? “Es” causa no finita de lo finito, diría Santo Tomás, quien explícitamente no parte de la idea de Dios sino de las cosas que no son Dios. ¿Y qué idea tenemos de Dios? Ni idea, diría Santo Tomás. Cuando llegamos a que Dios es suma perfección, etc., Santo Tomás agrega: “...y a eso lo llamamos Dios”. Eso, o sea, algo que no sabemos qué es, sino a lo cual llegamos por “remoción de su imperfección”.

7. De Descartes a Kant

Bueno. ¿Entonces era un debate entre teólogos? Si. ¿Y qué tiene que ver entonces con la filosofía? Dos cosas. Primero, tiene que ver con la filosofía si a ésta la consideras un acompañamiento racional de la fe. Segundo, resulta que Renato Descartes se entusiasmó mucho con la demostración de San Anselmo. La idea de un ser perfecto sólo puede haber sido puesta en mí, ser imperfecto, por el ser perfecto, luego Dios existe. Una peculiar re-elaboración, y en otro contexto: Descartes sí quiere convencer a quienes dudan de que Dios existe. Además, toda la certeza del conocimiento, física inclusive, queda en Descartes garantizada por Dios así demostrado. Descartes influye así en las metafísicas más importantes, como la de un Leibniz, dejando de lado el caso tan peculiar de Spinoza.
Pero el buen amigo Hume es muy escéptico frente a todo eso. En él asoma ya ese escepticismo metafísico que es tan característico del s. XVII en adelante. Y Hume influye en Inmanuel Kant, s. XVIII.
Kant es un personaje central en esta miniserie. Kant sostendrá que todo intento de demostración de existencia de Dios está irremisiblemente unido al argumento de San Anselmo. Pero es así que el argumento de San Anselmo es falso, sigue Kant. Luego, toda demostración asume una premisa falsa. Por eso Kant parece haber convencido a la posteridad en­te­ra que toda demostración de la existencia de Dios es filosóficamente fallida.
Hay aquí cosas muy interesantes. ¿Por qué el argumento de San Anselmo es falso para Kant? Porque Hume lo convenció de que todo juicio de “existencia” (por ejemplo, tal tigre existe, y si lo dudas, ponte enfrente J) implica un juicio “a posteriori” (posterior, después de) la experiencia empírica concreta de la cosa existente. Pero eso es imposible en el caso de Dios. Luego....
¿Pero no coincide esto con Santo Tomás? No sé, habrá que ver qué dicen tomistas y kantianos. Por lo pronto Kant afirma que la demostración de la existencia de Dios vía la “contingencia” de las cosas que nos rodean supone sin darse cuenta al argumento ontológico (el de San Anselmo) porque afirma que “tiene que” haber un ser necesario que sea causa de lo contingente, y ese “tiene que” supone la noción de Dios como premisa, no como conclusión. Como vemos, la cosa (¿qué cosa?) se pone espesa. Luego el argumento de la contingencia de Santo Tomás también sería afectado. Pero, ¿era ese el argumento de la contingencia de Santo Tomás? Es dudoso. Comencemos por preguntar si la “existencia” es lo mismo en Santo Tomás o en Kant. Tengo una mala noticia que darte: la respuesta a esa pregunta nos llevaría un largo tiempo que no tenemos. Pero es una cuestión clave. Otra pregunta para la que no tenemos tiempo: ¿en qué tipo de contingencia estaba pensando Santo Tomás? El ha­blaba mucho de las cosas que nacen y mueren como contingentes. Pero para él los ángeles son “finitos”, no in-finitos como Dios. ¿Es igual la con­tingencia a la finitud?

8. ¿Y entonces?

¿Cómo sigue la película? No estoy seguro, algunas escenas importantes siempre se me han escapado. Los positivistas del s. XX, a quienes vimos en el capítulo dos, dicen que todos estos debates son un sin sentido. Pero ya vimos este problema en nuestras reflexiones sobre el lenguaje......... ¿Hasta qué punto es lo mismo un sin-sentido que una limitación del lenguaje?
Un punto central de suspenso en esta película es Heidegger. No, no es que sea un sinsentido “Dios”. Pero “pensar al ser como Dios nos oculta al ser”, habría dicho  Heidegger, al parecer (yo no sé muy bien qué quiso decir). ¿Y si pensar a Dios como “el ser” nos oculta a Dios?
Ay Dios. Ok. Si, basta, ya estás cansado. ¿No mostraría todo esto que este tema es imposible de tratamiento para la razón humana?
No. Yo sigo estando de acuerdo con Santo Tomás en el tratamiento de este tema, pero… Antes de eso hay otra pregunta: ¿importa?
La “cuestión”, “tema”, “problema”, de Dios, ¿importa?
Es una pregunta que tienes que contestar muy en tu interior.
Si el planteo del capítulo nueve es correcto, ¿importa?
Si el problema de Dios afecta a lo central de nuestras vidas, importa.
Y cuando algo importa, la razón humana hace algo. No “importa” que nos digan que no podemos hablar de aquello que queremos hablar, como tampoco importa que nos digan que debemos hablar de lo que no queremos hablar, porque carece de importancia para nosotros.
Y el sentido de la existencia humana, ¿es algo que tiene importancia para todo ser humano o sólo para algunos?
Cuando buscamos algo, cuando queremos algo, hablamos de ello. Y cuando hablamos de algo, la inteligencia busca un sentido. Y el sentido es “dar razón de” lo que se habla.
Y eso es filosofía.
Comparada con Dios, es nada. Pero en el transcurso de nuestra humana y limitada existencia.... Es mucho.

Bibliografía recomendada

w  Kenny, A.: Breve historia de la filosofía occidental; Paidós, 2005.
w  Gilson, E.: La filosofía en la Edad Media, Gredos, Madrid, 1976.
w  Gilson, E.: Elementos de filosofía cristiana, Rialp, Madrid, 1981.
w  Welte, B.: Ateísmo y religión, Instituto de Cultura Religiosa Superior, Buenos Aires, 1968.
w  Welte, B.: Filosofía de la religión; Herder, Barcelona, 1982.
w  Marías, J.: Historia de la filosofía; Rev. De Occidente, 1943.
w  López Qintás, A.: Cuatro filósofos en busca de Dios, Rialp, Madrid, 1990.
w  Weisheipl, J.A.: Tomás de Aquino, vida, obras y doctrina, Eunsa, Pamplona, 1994.
w  Fabro, C.: Drama del hombre y existencia de Dios; Rialp, Madrid, 1977.

w  Sciacca, M.F.: Historia de la filosofía; Luis Miracle Ed., Barcelona, 1954.

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