Capítulo Cuatro:
Libre
Albedrío y Determinismo
1.
Introducción
Si un vuelo rasante sobre las ciencias y las ciencias sociales nos ha
mostrado que tanto las ciencias sociales como naturales son esencialmente humanas,
nada mejor que comencemos haciendo referencia a los problemas filosóficamente
clásicos que se refieren al ser humano.
¿Qué “es” el ser humano? ¿La última etapa de la evolución de la materia?
¿Una asombrosa casualidad? ¿Un espíritu “encerrado” en un cuerpo? ¿Un cuerpo y
un alma? ¿Un designio de Dios? ¿Un ser esencialmente personal, con
inteligencia y voluntad libre? Pero en este último caso, ¿qué es la
inteligencia humana? ¿Lo que mide un test? ¿Y qué es su llamada libertad
interior o libre albedrío?
Estas preguntas y sus respuestas, anhelantes y vacilantes, conforman gran
parte de la filosofía occidental desde Platón, Aristóteles hasta nuestros días.
Están necesariamente relacionadas con cosmovisiones religiosas y científicas.
Ante semejante panorama, tan vasto, no intentaremos de ningún modo resumir “en
pildoritas” esas respuestas, haciendo una mala copia de los libros resumidos de
historia de la filosofía. Nuestra metodología, en este tema como en los demás,
será ir planteando los problemas, el sentido de esos problemas, comentar
algunas posturas filosóficas que nos parezcan relevantes y ofrecer algún
“modelo” de respuesta, siempre con el objetivo de que el lector pueda
profundizar por sí mismo los autores clásicos, la historia de la filosofía y
llegar a sus propias conclusiones. Mi propio planteo condicionará al lector, es
verdad, pero siempre que mantenga conmigo un diálogo crítico, ello será
una ventaja y no una desventaja para la propia libertad intelectual.
De los temas que tienen que ver con la condición humana, la “inteligencia y
voluntad” han preocupado siempre a la filosofía occidental. Es imposible
determinar necesariamente por cuál comenzar. Con una opción didáctica y
falible, comencemos con la famosa cuestión del libre albedrío.
2. El libre albedrío. Opciones filosóficas clásicas
La cuestión del libre albedrío se encuentra condicionada por el siguiente
debate. Un trozo de piedra, ¿es libre? Presuponemos que no. Desde la
antigüedad, entonces, se presupuso también que “lo espiritual”, sin estar
sometido a lo material, sería “libre”: esto es, gozaría de una libertad
interior respecto a sus opciones, que lo ubicarían a su vez en un orden
“moral”.
Globalmente, se podría decir que autores como Platón, San Agustín,
Descartes, Leibniz y hasta en cierta medida Kant hacen esta opción por un reino
de “lo espiritual” que, libre de las ataduras de la materia, daría a lo humano
la dignidad de una libertad interior que fundamentaría a su vez su ubicación en
el un orden moral objetivo.
A su vez, siempre hubo en la filosofía occidental tendencias “materialistas”,
que han puesto su acento en la sola existencia de la materia y, por ende, en
una negación de aquella dimensión espiritual que era coherente con el libre
albedrío. Con el surgimiento de las ciencias modernas, esta tendencia se
incrementó, aunque en sí mismo podría considerarse como un “non-sequitur” (no se sigue). Sin
embargo, la teoría de la evolución jugó aquí una “conscuencia no intentada”: si
la evolución era ya una teoría unificada para la física y para la biología, según
la cual el universo entero material habría evolucionado a partir del primer
estallido originario (big-bang), con el ser humano incluído, como última etapa
del “polvo de las estrellas”, entonces……….Entonces la carga de la prueba la tenían
las posiciones “espiritualistas” anteriores, que, a lo sumo, podían considerarse
como posturas sólo religiosas…
Sin embargo, en medio de estos dos extremos había posturas más sutiles.
Hubo espiritualismos creyentes negadores del libre albedrío. Algo así se dio en
el estoicismo, pero fue sobre todo la tentación de cierto cristianismo que vio
en la Providencia
divina una amenazante negación de la libertad. El punto culminante de esto es
Lutero, frente al cual el cristianismo católico romano tiene que re-afirmar el
libre albedrío como parte de su dogma, presentado entonces como un misterio de
la fe la conciliación entre el libre albedrío, la Gracia de Dios y la Providencia. Los
teólogos católicos también discuten mucho entre sí esta cuestión, y en medio de
ellos Santo Tomás de Aquino brilla como el conciliador entre tendencias
opuestas: no asume la dualidad alma-cuerpo de Platón, sino una teoría más biológica
del ser humano, que toma de Aristóteles, y sostiene al mismo tiempo la
conciliación del libre albedrío y la infalibilidad de la Providencia Divina.
Leibniz, otro gran conciliador, también trató de hacer lo mismo. Los
historiadores de la filosofía difieren sobre cuál de los dos merece la nota de
aprobación.
Pero, a su vez, hay una tendencia, que podríamos llamar también
espiritualista, pero donde el espíritu es sobre todo uno, esto es, lo que
llamamos ser humano sería de algún modo una prolongación de un único espíritu
universal. Es un espiritualismo monista, a veces estático, a veces evolutivo,
que ha generado las metafísicas panteístas más interesantes de Occidente:
Plotino, Spinoza, Hegel. Por supuesto, no hay lugar para el libre albedrío en estas
doctrinas.
Hacia fines del s. XIX y comienzos del XX, con Hegel por un lado y un
cientificismo por el otro, hay ciertas reacciones a favor del libre albedrío.
Ciertos existencialistas rescatan la vida humana individual y libre ante su
destino (trágico a veces) y la neoescolástica tomista sistematiza los
argumentos de Santo Tomás a favor del libre albedrío. Pero el avance de la
ciencia y de las neurociencias sigue siendo un duro desafío a estas tendencias
(excepto por ciertos tomistas que, herederos de cierto aristotelismo, gustaban
de dialogar con las ciencias naturales). Lo curioso es que dentro del
evolucionismo hay un autor, ya citado, Karl Popper, que sostiene que la actitud
racional, identificada con la crítica, presupone el libre albedrío. Pero es una
excepción: para los neurofisiólogos (excepto para J. Eccles) lo que llamamos
conciencia es un epifenómeno de los procesos sinápticos. Si en medio de ello
hay libre albedrío, sería un tema solo reservado a la fe.
Finalmente, a esto se suman las posiciones que podríamos llamar “si, pero”.
Si, el ser humano parece ser libre, pero………… Están los condicionamientos:
psicológicos (las pulsiones del inconciente); histórico-culturales (¿hubiéramos
sido quienes somos si hubiésemos nacido en….); económica-políticos (mi vida y
mis opciones hubieran sido otras si mis oportunidades hubieran sido…). Este último
tema merece plenamente la categoría de “último pero no por ello menos
importante”. La cuestión de los condicionamientos es uno de los factores que más
influyen en la negación y-o duda del libre albedrío, sin necesidad de llegar a
las alturas especulativas de las teorías anteriores.
Como pueden ver el panorama no es nada sencillo. Antes de desanimarnos,
sistematicemos las posiciones reseñadas:
a)
espiritualismo partidario
del libre albedrío. Hay espíritu, el ser humano no es materia, luego hay
libre albedrío.
b)
Materialismo: hay sólo
materia, luego, no hay espíritu, luego, no hay libre albedrío.
c) Materialismo evolucionista: el hombre es fruto de la evolución un cosmos material.
Luego….
d)
Evolucionismo dualista: la
evolución del cosmos implica un “universo abierto” donde emerge la crítica y,
luego, el libre albedrío (Popper).
e)
Espiritualismo negador del
libre albedrío. Existe Dios, está el plan de su providencia, luego, no hay
libre albedrío.
f)
Espiritualismo monista:
todo es espíritu, y es sólo un espíritu, y la materia y el hombre no son sino
la manifestación necesaria de la vida de ese espíritu. Luego, no hay
libre albedrío.
g)
Reacción existencialista:
existe cada individuo, y está él, solito consigo mismo, decidiendo su destino.
h)
Neoescolástica tomista:
existe el libre albedrío, compatible tanto con un ser humano esecialmente corpóreo
como con la providencia divina.
i)
“Si, pero”: el ser humano
está condicionado por su psicología, su cultura, su historia, sus condiciones
de vida económicas y políticas. Luego, el libre albedrío es
dudoso.
¿Y entonces? ¿Aquí nos detenemos y volvemos a esa imagen de la filosofía,
que parece una tienda arbitraria donde uno entra y dice, según el buen o mal día
que hayamos tenido, “deme un poco de f combinado con i, con una
pizca de a”?
No, se podrán imaginar que no es ese el ejercicio que les voy a proponer. Lo que vamos
a hacer son dos cosas:
a)
analizaremos un poco la “lógica”
de estas argumentaciones;
b)
analizaremos algunas de
estas argumentaciones, aquellas que, para mi falible juicio, conducen a un
menor escepticismo, para que luego cada uno de ustedes pueda libremente decidir
(como diría pícaramente Karl Popper, presuponiendo la libertad en el debate sobre
el libre albedrío….).
3. Decidamos libremente si
somos libres J
Ante todo observen que he subrayado ciertos “luego” que nos pueden ayudar
a) comprender la forma de razonar de algunas filosofías; b) ayudar a destrabar
algo de la maleza filosófica que nos envuelve.
Vayamos al primer caso. Hay espíritu, no hay materia, ¿luego hay libre
albedrío? No necesariamente: hay espiritualismos deterministas como los vistos
en e) y f).
Segundo. Hay sólo materia, ¿luego no hay libre albedrío? Aquí se podría
decir que la inferencia es casi correcta, excepto tomemos el sutil camino de la
posición d).
Tercero, existe Dios, ¿luego no hay libre albedrío? No necesariamente, si
la posición h) es correcta.
Cuarto, hay condicionamientos. Luego, ¿el libre albedrío es dudoso? No
necesariamente, todo depende de qué se entiende por “condicionamientos”. Las
condiciones humanas de la existencia, ¿hacen al libre albedrío
inexistente o sencillamente humano?
El libre albedrío tiene una forma muy sutil de encararse, como dijimos, en
Karl Popper. Su argumentación en sencilla. Si argumentamos a favor o en contra
del libre albedrío, ¿no indica eso que somos internamente libres? ¿No presupone
ello que estamos dialogando con un ser humano que medita, que considera las
razones, a favor o en contra, y luego “decide”? Si estuviéramos absolutamente
determinados por las fuerzas físico-químicas de la sinapsis cerebral, ¿qué
sentido tendría todo ello? Si quien escribe estas líneas estuviera necesariamente determinado a escribirlas,
y quien las lee estuviera necesariamente
determinado a leerlas y a pensar tal cosa o tal otra, ¿Qué sentido tendría
el diálogo, la consideración crítica de argumentos? Pero es así que sabemos en
nuestro interior que estamos argumentando, que podemos detenernos a pensar. Luego……
¿El viejo camino cartesiano? ¿Pienso luego soy libre? Tal vez. No en vano
Popper cita a Descartes y a San Agustín. Pero lo curioso es que también tiene
esto algo de parecido con la argumentación de Santo Tomás, quien hablaba del
libre albedrío como el “libre juicio de la razón”. Su argumentación giraba más
o menos en estos términos. Supongamos (el ejemplo es mío) que quiero aprobar a
alguien en un examen cuyos resultados, de acuerdo a mis propios criterios, son
por debajo de la nota de aprobación. Tengo razones para desaprobarlo, desde
luego, pero también razones para “eximirlo”. Una serie de argumentaciones hay a
favor de una y otra acción, ninguna de las cuales es determinante. Ello
se debe, a su vez, a que en la realidad ambas opciones son buenas. Esto es,
tengo delante dos “bienes” (aprobar, des-aprobar) ninguno de los cuales
determina necesariamente mi voluntad. Pero Santo Tomás generaliza: ningún bien “de este mundo” determina
necesariamente la voluntad. La voluntad es querer el bien, “el” bien no puede
ser ninguno de este mundo, sino sólo Dios. Curioso. El Dios que en otras
filosofías es una razón para negar el libre albedrío, aquí aparece para
afirmarlo. En el siglo XX, un agnóstico podría decir: ningún bien determina
totalmente mi voluntad, excepto, ex hipótesis, el bien total, “que no sé si
existe”.
¿Y los condicionamientos? Veamos. Soy
humano. Eso lo dice todo. Por ende puedo sentir una enorme pasión que me
mueva a aprobar el examen, pero ello no niega los argumentos que tengo para no
hacerlo. ¿Y si me puse voluntariamente en situación de que mis sentimientos y pasiones
nublen mi razón? Bien, el caso es que me puse voluntariamente. ¿Y si hubiera
desayunado con tres litros de wisky, sería libre? Por supuesto que no, pero,
¿estaba necesariamente determinado a desayunarme con tres litros de wisky?
Bueno, es que tal vez, alguien pueda decir, toda mi historia social y personal
así lo determinaban. Pero ello presupone ya que no hubo nunca opciones tomadas
con un mínimo de deliberación en toda esa historia personal.
¿Y si fuera una opción entre algo bueno y algo decididamente malo? ¿Si la
opción fuera asesinar o no asesinar al alumno? (Bueno, algún profesor
puede tener un muy mal día…. J). Allí no se puede decir que tengo razones para una cosa o razones para
otra. No, evidentemente no. Pero igualmente la opción de asesinar,
decididamente mala, no determina totalmente mi voluntad. Sin embargo, si
tuviera ese terrible día y terminara preso, al abogado defensor y el fiscal me
preguntarían “por qué lo hice”. Y en ese caso alegaría yo algunas razones para
haberlo hecho. En esas razones descubriríamos algo dicho por Santo Tomás varios
siglos atrás: toda acción mala se comete “bajo algún aspecto de bien”; bien
que, sin embargo –y aquí la argumentación vuelve- no determinaba totalmente mi
voluntad. Y por ello fui responsable…..
Creo que la filosofía tiene buenos argumentos para el libre albedrío,
aunque hemos nombrado una palabra densa:
responsabilidad. La filosofía no puede determinar a prori el grado de
responsabilidad de una persona en un momento concreto, hasta qué punto su
conducta estuvo tan condicionada por factores inculpables desde el punto de
vista de su historia personal. Allí es donde la filosofía deja el camino
abierto a la religión, al perdón, a la misericordia. Pero se puede hacer eso sólo
cuando de algún modo nos hemos convencido de que en nuestras acciones hay un
“plus”, algo más que una máquina biológica o un tigre corriendo instintivamente
a una gacela.
Y ello tiene que ver necesariamente con el tema del
capítulo siguiente.
Bibliografía
recomendada
w Popper, K.: El universo abierto, un argumento en favor del indeterminismo;
Tecnos, 1984.
w Marías, J.: Historia de la filosofía; Ed. Revista de Occidente, 1943
(hay nuevas ediciones).
w Kenny, A.: Aquinas On Mind, Routhledge, 1993.
w Kenny, A.: Breve historia de la filosofía occidental, Paidós, 2005.
w Kenny, A.: La metafísica de la mente, Paidós, 2000.
w Sto. Tomás de Aquino, Suma Teológica, ediciones diversas, I, Q. 83;
I-II, Q. 10, a .
2c.
w Guardini, R.: Libertad, gracia, destino; Lumen, Buenos Aires, 1987.
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