Fue todo muy rápido. De
repente, hubo que hacerle una colonoscopía. Y como si el tiempo no hubiera
pasado, como si una ráfaga de acontecimientos y eventos dominó me hubieran
arrastrado, estaba de golpe mirándola en una unidad coronaria, intubada, casi
inerte, aferrándose con fuerza a una vida que biológicamente ya estaba
destinada a morir.
Antes de eso había
alcanzado ya un estado de anciana venerable. Se había convertido ella misma en
una ermita viviente, en un símbolo de calidez y de pureza entrañable, que suponíamos,
emotivamente, que iba a estar siempre con nosotros. Verla era irse del mundo,
era tocar ya una parte del cielo, era inundarse de la total transparencia, de
la total bondad, del juicio certero, de sus amores y fidelidades inmutables, de
esa particular inocencia que siempre tuvo y nunca perdió. No es que no tuviera
pecado original, pero en su caso, su originalidad era que era menos original
que en otros.
Yo me preguntaba,
mientras la veía, dónde estaban, en esos momentos, todas esas fidelidades y pasiones
absolutas que la hacían ser la que era. Su amor por papá. Su genialidad ante el
piano. Su oído absoluto. Su música clásica. La cantante lírica. Su entrega
total y absoluta a Pablo y a mí. Su estancia en Roma, con sus tres hermanas, con papá y Pablo. Sus casi 13 años heroicos en Ituzaingó. La
entrega hacia sus padres. Su dolor por el esposo perdido. Su concentración
total en el detalle de sus hijos, nueras y nietas. Sí, su obnubilación ante sus
nietas. Su habitar y dar vida a la casa de Tacuarí. Su estar ahí, y nuestra
ilusión de que siempre iba a estar ahí, humana ilusión, comprensible fantasía,
fruto de una presencia que penetraba tan absolutamente, que Dios tuvo que
despertarnos del sueño un poco de golpe.
¿Dónde estaba todo eso?
¿Había desaparecido? ¿Se había ido detrás de los tubos, de los cables, de ese extraño
silencio y olor a máquina que inunda esas salas de terapia? No, por supuesto.
Estaba allí, en ella, durmiendo en lo más profundo de su ser, durmiendo por un
pequeño momento.
Sólo quedaba volverla a
este mundo como a Lázaro, o llevársela al Infinito. Y allí fue. Ahora está con
papá, mirándonos conmovida y dándonos fuerzas como a sus niños que siempre
fuimos. Pero a todos, creyentes y no creyentes, les digo: mamá vive en el
corazón de cada uno de nosotros, de cada uno de los que la conocieron, como un ejemplo
de una vida que, les aseguro, no es frecuente. Todos elogiamos a quienes mueren
pero esta vez, insisto, pasó por este mundo una participación viva de la
fortaleza, convicción y bondad de Dios.
Yo, en los últimos meses,
donde nada hacía sospechar todo esto, la abrazaba cada vez más. Cada vez más.
Cuando estaba sentadita, la abrazaba rodeándola con mis brazos, le acariciaba
el pelo, le besaba la cabeza. Cada vez más seguido. El inconsciente es poderoso
y predictivo. Me resulta ahora inconcebible no poder volver a hacerlo, me parte
el corazón no poder llamarla y hacerle miles de chistes. Así es la condición
humana, somos corpóreos. Sé que vas a resucitar mami pero, hasta entonces, tendré
que aceptar tu ausencia.
Los creyentes no se
preocupen de rezar POR ella. Le pueden rezar A ella. Y los no creyentes,
quédense con su ejemplo. Porque el ejemplo es algo en lo que creer. Y es un
símbolo de que algunas vidas tienen, de algún modo, una curiosa persistencia de
eternidad.
Que lindas y sentidas palabras, abrazo a todos los Zanotti. Los queremos mucho, Moira y familia.
ResponderEliminarMe llegó a través de María Elena tu maravilloso homenaje filial , el que cualquier mamá desearía recibir en el momento de su partida.
ResponderEliminarPorque no es sólo una expresión de tu dolor y de tu ternura , sino una evocación de la esencia espiritual de tu mamá.
Claro que le vamos a pedir muchas cosas! ...y la primera será que nuestros hijos conserven , como vos, la Fe que les quisimos transmitir , que a medida que envejezcamos nos transformemos, como ella, en seres leves, transparentes, que sólo pesemos por nuestra capacidad de remitir a valores trascendentes y sobre todo que podamos seguir hasta el fin dando y recibiendo Amor, como ella, como vos
Te abrazo
María Cristina Vigliani de Correa
Un fuerte abrazo hermano mío. Solo un huérfano entiende el dolor del otro.
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