(De un next book que estoy
escribiendo).
Descartes es aún otra figura más
controvertida que Galileo. Ha sido y es aún atacado desde todos los frentes.
Importantes tomistas lo consideran como el inicio de un idealismo que culmina
en Hegel. La mayor parte de libros de historia de la filosofía lo presentan
como idealista. Hayek lo considera el inicio del constructivismo, con lo cual
lo deja como un iluminista más. Desde la Escuela de Frankfurt se lo considera
parte esencial de la dialéctica del Iluminismo. Para los heideggerianos es el
pecado mortal absoluto. Para los postmodernos es el inicio de la modernidad
mala y racionalista. Para los anti-fundacionistas (Popper y los
neopragmaticistas) es el iniciador de una filosofía que busca fundamentos, un
inicio, que no existiría. Para los neo-aristotélicos como Ryle es el dualista
malo por excelencia. Dualista, racionalista, idealista, proto-hegeliano: las
tiene todas. Pero nosotros lo vamos a presentar como otro representante del
humanismo y renacimiento católico.
El proyecto de la filosofía de
Descartes fue precisamente rescatar a la metafísica de los jirones que habían
quedado de ella luego de los debates sobre la escolástica decadente, los
neoartistotelismos no católicos y la caída de toda certeza luego de la
revolución copernicana. Coincidía con San Agustín, aunque no lo había leído, en que las cuestiones de Dios
y del alma eran las que fundamentalmente importaban. Su famoso cogito ergo sum no es idealismo. Fue
encontrar el ser en la interioridad, lo cual se ubica en la línea agustinista.
Para pensar, es preciso ser, y no al revés. Descartes no intenta encontrar lo
real a partir de un sostén dibujado en la pared, como un importante tomista lo
ridiculizó. La inteligencia, de la cual no se puede dudar, es la inteligencia
real, en la cual se encuentra el ser. Ese ser es limitado como en toda la
tradición escolástica. A los tomistas en general les cayó muy mal que mezclara
la contingencia con el argumento ontológico para demostrar la existencia de
Dios, pero casi como un motivo de excomunión, cuando nadie puede decir que el
argumento de San Anselmo está en contra de los Dogmas de la Fe: a lo sumo, será
criticable filosóficamente, pero de ningún modo es algo contrario a la
tradición católica. Que finalmente Descartes concluya, por el argumento ontológico, que Dios ha
dejado su firma en nosotros, no es algo lejano a la tradición agustinista donde
las verdades no contingentes en nosotros remiten a la verdad absoluta que es
Dios. Cualquier católico puede no ser agustinista pero ningún católico puede
decir que esa tradición agustinista está en contra de la Fe. En todo caso,
cambia el contexto, la situación histórica: en Santo Tomás sus vías son un
debate con San Anselmo –precisamente- mientras que Descartes parte de San
Anselmo y la noción creacionista de finitud para demostrar apologéticamente a
Dios en un s. XVII que se disponía a tirar a la metafísica cristiana a la
basura.
El método en Descartes no es
introducir el método matemático en la filosofía: es descubrir que la precisión
deductiva puede ser el camino para el sano lenguaje filosófico, cosa que se
encuentra también en Aristóteles y Santo Tomás de Aquino. Ellos no hablaban de
lenguaje geométrico, claro, pero sí de lenguaje preciso, de lógica, de
argumentación correcta: ese es el espíritu del método en Descartes. Entiendo
que ello le pueda parecer un horror a algún post-moderno heideggeriano, como un
olvido del ser, pero no sé qué tiene ello de contrario a toda la patrística y
escolástica católica no decadente.
La demostración de que el mundo externo
existe es a través de Dios. Sí, ello puede ser criticable desde una posición
realista como la de Gilsón en la cual el mundo externo es evidente. Pero ello
olvida que la evidencia del mundo externo sería imposible sin la evidencia del
otro en tanto otro, paso fenomenológico que hereda el paso del sujeto que hace
Descartes y que no pudo ser asumido ni por Gilsón, ni por Fabro ni por
Maritain.
Por lo demás, es verdad que en
Descartes hay que demostrar que la idea
del mundo externo corresponde al mundo real.
Los tomistas aristotélicos se consideran exentos de ese problema, y puede ser,
siempre que se logre aclarar perfectamente
que la noción de signum quo de Santo
Tomás corresponde inmediatamente a la de signum
quod. Pero NO es ello tan fácil de aclarar. Santo Tomás, aunque un tomista
aristotélico no lo quiera ver, no dejó nunca de ser realmente agustinista. Agrega
la teoría de la abstracción de la esencia de Aristóteles, interpretada a su
modo, para explicar mejor el concurso entre el conocimiento sensible e
intelectual, pero ello NO lo desprende de la teoría de la iluminación
agustinista donde la inteligencia humana es participación en el Intelecto
Divino. Por lo tanto, en el Santo Tomás auténtico, y no en el convertido en un
mero comentarista de Aristóteles, la certeza del conocimiento de la cosa real
se basa también en la certeza de las
ideas en Dios. Descartes no hace más que reiterarlo a su modo. Tal vez lo más
que le faltó a Descartes no fue precisamente Aristóteles, sino la
intersubjetividad husserliana, pero eso es como decir que a Copérnico le
faltaba Newton.
El dualismo cartesiano, por lo
demás, no fue una cuenta mal hecha por un pensador distraído. Fue la coherente
conclusión del rechazo a la forma sustancial de Aristóteles. Pero ese rechazo
tampoco fue un capricho emergente de la famosa estufa. En pleno s. XVII, el
neoplatonismo y neopitagorismo cristiano habían re-incorporado al atomismo
griego –que permite crear y distinguir a la química de la alquimia- que tan
injustamente maltratado había sido por Aristóteles en el cap. 1 de su Filosofía
Primera. Ningún tomista posterior al s. XIII supo encarar la unidad de la forma
sustancial con la naciente química que luego derivaría en la famosa tabla
periódica de elementos. Santo Tomás había dejado una semilla con su teoría de
los elementos en potencia próxima al acto, pero nadie pudo, quiso y supo
combinarla con la química hasta avanzado el s. XX, con tomistas como Hounen, Jolivet,
Selvaggi y por supuesto Mariano Artigas. Por ende lo que hizo Descartes en su
época, al rescatar la espiritualidad de la res
cogitans, fue impedir que la espiritualidad del hombre fuera absorbida por
las ciencias de la res extensa, o sea
las ciencias naturales, como pasa hoy con las neurociencias, frente a las
cuales hoy las posiciones
fenomenológicas herederas de Descartes son el único frente de combate serio
contra el positivismo antropológico. El tomismo también, si tiene el cuidado de no creer que combinar la unidad de la forma
con la ciencia actual es una tontería, si
tiene el cuidado, como Mariano Artigas, de dedicarle varios libros al tema, y si tiene el cuidado de no hacer
demasiadas alianzas con el aristotelismo extremo de Ryale y Kenny, donde la
noción de yo individual se encuentra casi en peligro, y donde no de casualidad Kenny no logra entender
la demostración de Santo Tomás de la subsistencia de la forma sustancial
racional luego de la desaparición de la materia prima.
Por lo tanto tenemos en Descartes
uno de los principales filósofos católicos de todos los tiempos. Defendió al
espíritu humano del naciente positivismo pre-iluminista, defendió a Dios como
causa primera con lo mejor de la tradición anselmiana y agustinista, distinguió
claramente entre el espíritu y la materia, siendo intocable el primero por las
ciencias naturales, y terminó de brindar los elementos claves de una física
matemática con su geometría analítica. Aquí tenemos un ejemplo clave de una
modernidad católica no-iluminista. Por supuesto que no podemos seguir hoy
literalmente su pensamiento: hay que seguirlo vía la fenomenología de Husserl,
en combinación con un Santo Tomás teólogo, católico, cosa que ya comenzó a
hacer Edith Stein en su momento y que sigue haciendo hoy Francisco Leocata.
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