Los preconceptos con
los cuales la opinión pública mundial, y argentina en particular, enfrentan
estos procesos, son tan absolutamente ignorantes del tema de la escasez que
sencillamente lo falsean.
Nuestros actuales
horizontes culturales tienden a pensar que todo depende de la buena voluntad de
los gobiernos. Por ende, los gobernantes se dividen en buenos y malos. Los
gobernantes buenos bajan los precios, suben los salarios, crean empleo, ayudan
a los pobres. Luego están los malos, que dejan a las pobres gentes libradas a
su suerte, al dominio de empresarios inescrupulosos, a las espantosas
multinacionales, el FMI, etc., y hacen eso porque la gente no les importa,
porque defienden sólo a los ricos y porque no tienen sensibilidad social.
Los gobiernos buenos, por
ende, gastan. Como hay que redistribuir la riqueza, lo hacen: crean empleo
público, subsidian a los que tienen menos, bajan las tarifas de los servicios
públicos, suben los salarios, etc. Cuando la gente mala se enoja por todo ello,
entonces tratan de que los buenos dejen el poder. Y si lo logran, cuando suben,
entonces “ajustan”, porque son malos. Echan gente, suben las tarifas, cortan
los subsidios, y gozan de todo eso cual perversos sádicos que absorben
despiadados la sangre del pueblo.
Me van a decir: nadie
lo dice así. Claro, así dicho, nadie, lo mio es una hipérbole, una caricatura,
de creencias muy arraigadas que se observan en periodistas, políticos,
sindicalistas, etc., que hablan todo el tiempo de la redistribución del ingreso
y de la acción del estado, y que cuando
hablan de quienes no piensan como ellos los tiñen verdaderamente de inmorales,
malvados e insensibles.
Todo esto implica
ignorar de manera radical el problema de la escasez. Hasta hoy mismo he leído
por millonésima vez –en una persona culta y renombrada- que Argentina es un
país muy rico. No, la riqueza no consiste en recursos naturales, sino en
ahorro, capital e inversión. Y ello no se crea de la nada. Los bienes y
servicios que salen del ahorro y etc. radicamente NO existen antes del proceso
de ahorro e inversión.
Los gobernantes que
creen que ellos son los buenos que van a crear riqueza se enfrentan
inevitablemente con este dilema. Pueden aumentar los salarios por decreto, pueden
aumentar el empleo público, pueden subsidiar tarifas y pueden dar todo tipo de
ayudas materiales a los sectores más pobres pero, para hacerlo, viene el tema
del financiamiento. Una de las primeras fuentes es aumentar los impuestos a la
renta, para sacar a los ricos y dar a los pobres, hasta que, claro, los pobres
mismos pagan impuesto a la renta y la presión impositiva es tal que corta de
raíz el ahorro que es la clave para aumentar los bienes y servicios.
La segunda,
ultrarecontraclásica, y para colmo sacralizada por los economistas que no
entendieron a Mises, es aumentar la emisión monetaria. Con ello producen
inflación, con lo cual suben los precios, bajan los salarios reales, baja el
ahorro, se reducen las inversiones, aumenta la pobreza, etc. Pero no, lo niegan
totalmente: son los formadores de precios, son los empresarios malos, es el
capitalimo, es la Trilateral Comision, los judíos, etc. Pero la verdad que no
quieren reconocer es que la inflación es el impuesto más cruel de todos y la
política antisocial más terrible que la ignorancia de la escasez produce.
La tercera es la deuda
pública. Puede durar décadas, pero, desde luego, siempre se paga al final, con
cesación de pagos, fuga de capitales y, nuevamente, la pobreza y miseria que
ello produce. Mientras tanto, es como si viviéraos del aire. Yo también puedo
comprarme un yate y hacer allí mi próxima reunión de cumpleaños con 2000
personas y, para ello, me endeudo hasta la coronilla. Pero luego tengo que
pagar la deuda. Miren si hiciera pagar la deuda a los 2000 amigos que
asistieron, quitándoles todos los meses de sus salarios. Pues bien, eso es lo
que hacen los estados.
Cuando todo esto
explota, o está por explotar, entonces hay que enfrentar la realidad. Si no se
frena la inflación se llega a la hiper y el colapso total del sistema
financiero y monetario. Los precios, de bienes, tarifas y servicios, son los
que son, o sea, altos después de todo ese proceso. Las divisas extranjeras son
caras en relación a la moneda local. No se trata de que gobernantes malos suban
las tarifas: son altas. No se trata de que gobernantes malos creen desempleo:
ya lo había pero vivían de salarios financiados por inflación e impuestos que
ya no pueden seguir. No se trata de que el malo va a devaluar: la divisa
extranjera YA está davaluada.
Pero no. La opinión
pública en general cree que un malo es el que va a despedir, aumentar,
davaluar, etc., y que si hubiera sido bueno no lo hubiera hecho.
Pero no, no hay buenos
y malos. Hubo gente equivocada que pensó que podía crear riqueza de la nada y
financió su sueño con inflación, impuestos y deuda. Y hay gente igual de
preocupada por el bien común que se da cuenta de que así no se puede seguir.
Listo. En ambos casos, la escasez manda.
Esto NO es una defensa
de ESTE gobierno. Las cosas podrían estar hechas mejor. Pero sí es una
advertencia de la ingenuidad política y económica de gran parte de los
argentinos.
Para colmo, tímidas
admisiones de la realidad son colocadas como “la economía de mercado”, y el
mercado queda identificado con la maldad que, se supone, es la causa de que las
cosas sean escasas. El mercado libre es precisamente lo que procuce incentivos
para el ahorro, la inversión y, de ese modo, el aumento de salarios reales, de
empleo y la baja progresiva de los precios de todos los bienes y servicios. Que
Argentina haya creado un estado gigante e insostenible cuyo precio es el
llamado ajuste, no es precisamente responsabilidad del mercado libre que nunca
existió.
Es más: el costo social
del estatismo es aquello de lo que nunca se habla. No es que el estado “bueno”
produce riqueza y que el mercado “ajusta” y produce pobreza. Es el estatismo el
que baja la riqueza conjunta y conduce a las situaciones indiganantes de
pobreza, miseria, marginalidad, villas miserias y demás problemas sociales en los
cuales está sumergida casi toda América Latina. Salir de ello no es un costo
social, es un progreso social: el costo estuvo antes, no después.
Esto es tan ignorado
que buenas personas que han tratado de corregir el rumbo han quedado en
Argentina poco menos que innombrables. Una persona proba y honesta como Alvaro
Alsogaray ha quedado ridiculizado y denostado para siempre por peronistas,
sindicalistas, radicales, periodistas, socialdemócratas, etc., que además han
creído verdaderamente que era “malo”. Se rieron de su famoso pasar el invierno,
y ese rechazo nos ha costado 30, 40, 50 inviernos más. Lo mismo pasó con
Celestino Rodrigo, quien tuvo que soportar el oprobio de su nombre, al hablar
todos del “rodrigazo” cuando lo único que hizo fue decir: miren, estos son los
precios que realmente hay.
El progreso no consiste
en echar gente del estado y mantener igual casi todo lo demás. Tampoco consiste
en dejar de pagar los sueldos de gente inocente cuyos puestos eran
artificiales. El progreso es crear las condiciones de mercado libre. Es eliminar
todos los ministerios, secretarías y legislaciones estatales que están en
contra del funcionamiento del libre mercado, de lo cual este gobierno parece
estar lejos. La cuestión no es nombrar a un secretario de comercio honesto
donde antes estaba una bestia: la cuestión es eliminar la secretaría de
comercio. Porque la causa de que los ministerios y secretarías funcionen mal NO
es la corrupción. La causa es su misma
existencia.
Yo no soy de esos
filósofos que comienzan a decirles a los gobernantes cómo deben comportarse en
períodos de crisis y cambios como el que enfrentamos. No quisiera estar en sus
zapatos y lo más probable es que sea otro incapaz como muchos. Pero sí consiste
mi función en advertir a una mayoría de argentinos sobre la ingenuidad de sus
planteos. En seguir diciendo que nunca hubiéramos llegado a esta situación si
no hubieran apoyado masivamente a dictadorzuelos espantosamene ridículos que
muchos consideraron “buenos” contra el mercado “malo”. “Malo, malo el mercado”.
Como niños. Dramáticamente niños.
Muy bueno tu análisis, que comparto en su totalidad. Lamentablemente los blog no tiene el alcance masivo que tiene la televisión, y este tipo de reflexiones tampoco tiene espacios en programas periodísticos, porque todo es vertiginoso, solo se busca el golpe de efecto y las frases vacías, los estadistas ya no existen, nadie habla con un respaldo documental de lo que afirma y cualquiera puede decir la mayor de las barbaridades y aun así ser aplaudido.
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