Posiblemente en poco tiempo
tengamos este panorama mundial: Trump por un lado, y del otro, Putín y los
chinos, que finalmente tendrán que aliarse para enfrentar definitivamente a ISIS y Corea del Norte. O sea, un mundo
hobbesiano. Gane Trump o no próximas elecciones de EEUU, su actual popularidad
indica lo tantas veces explicado por Freud, Ortega y E. Fromm: masas asustadas
y alienadas eligiendo a un dictador.
¿Pero, es un mundo hobbesiano
ahora o siempre lo fue?
Esa es la cuestión, porque de
cómo respondamos depende de cómo enfoquemos al liberalismo clásico.
Algunos liberales se preguntan a veces
por qué el mundo no es liberal, como si el autoritarismo estuviera producido
por una ignorancia que la prédica racional y secular del liberal pudiera curar
o redimir. Un noble planteo iluminista.
Noble pero errado.
La historia de la humanidad ha sido
siempre la historia de Caín. Esa es la regla, no la excepción. Después del
pecado original, la historia es la historia de las guerras, las conquistas, los
imperios, las dominaciones, las crueldades más espantosas, y los reyes de este
mundo eran educados en producir temor, en ser crueles y vengativos como modo de
mantener un poder que sólo se basaba en la más bruta de las fuerzas. Un
absoluto horror.
Pero cuando Dios se introduce en
la historia del hombre, lo hace claramente en la historia de la salvación, no
en la historia humana, porque su propósito, desde su libérrima misericordia, es
redimir, salvar, del pecado original. El ser humano era tan bestial que, al
principio, Dios tiene que educar duramente al pueblo elegido, legislándolo
incluso temporalmente, siendo condescendiente con esa naturaleza tan herida por
el pecado. Tan es así que no es raro que surgieran los zelotes, que sólo
esperaban un salvador secular, en contra del salvador sobrenatural que había
sido anunciado por los profetas y guardado en su Esperanza por los pobres de
Jahavé.
Esa primera etapa de la historia
de la salvación ya tiene efectos temporales indirectos. La revelación distingue
entre Dios y los reyes de este mundo –de los cuales los profetas hacen una
severa advertencia-, y los 10 mandamientos tienen consecuencias temporales que,
aunque no inmediatas, indirectamente iban a tener su obvia influencia en la
historia de Occidente.
El Nuevo Testamente ya aclara
todo. Jesucristo es Dios mismo, cuyo reino no es de este mundo, precisamente
para cumplir con la promesa de salvación hecha ya en el Génesis. Tan NO es de
este mundo que manda cosas directamente contrarias a nuestro modo humano de
pensar, luego del pecado: amarás a tus enemigos, rezarás por ellos, no
juzgaréis, perdonarás 70 veces 7. No, claro, no sirve mucho para los reyes de
este mundo, a los cuales Dios reconoce el ámbito propio de su autoridad
temporal, su propia justicia y su legítima defensa: al César lo que es del
César……… (Excepto el culto divino, claro, je je :-)),
ningún poder tendrías que no hubiera venido de lo alto y si mi reino fuera de
este mundo un ejército de ángeles hubiera venido en mi defensa…
Pero, para sorpresa de los
zelotes de entonces y los actuales (los católicos que verdaderamente sueñan con
que Francisco sea rey de este mundo), Dios es crucificado, muerto, sepultado…
Resucitó a los 3 días, sí, pero para anunciar, precisamente, ese reino NO de
este mundo, invisible a los ojos de este mundo.
Pero las implicaciones temporales
de la liberación del pecado, por más indirectas que fueren, eran inexorables.
Comienza a ser más intensa la historia de Abel. Y, aunque tuvieran que pasar 18
siglos de lenta evolución (ver al respecto al discurso de Benedicto XVI al
Parlamento Alemán en el 2011), la declaración de Independencia de los EEUU es
Abel, no es Caín. Que alguien haya
escrito, y que sobre eso pudiera elevarse un reino de este mundo, que Dios ha creado a todos los seres humanos
iguales, y que les ha dado el derecho a la vida, libertad, y la búsqueda de la
felicidad, y eso directamente afirmado contra uno de los tantos tiranuelos de
Caín, es un obvio eco temporal de la revelación judeo cristiana. No estamos
siendo con esto clericales. Las Sagradas Escrituras no contienen la relevación
directa de ningún sistema político. Pero sí la noción de persona creada a
imagen y semejanza de Dios que, inexorablemente, se iba a convertir en un ideal
regulativo, no sólo de nuestra propia conducta temporal sino también como ideal
regulativo – la expresión es de Kant- de las diversas evoluciones de la
historia humana. Porque la historia humana no es sólo la historia de la
bestialidad de Caín, sino que cuando logra salir un poquito de ese fango, es
también sumamente imperfecta. El Bill of Rights de EEUU fue hecho en medio del
esclavismo, los derechos de la revolución francesa en medio del constructivismo
racionalista y la declaración de la ONU del 48 en medio del constructivismo del
estado providencia. Y hoy, ni qué hablar, los derechos individuales se han
esfumado, y ni siquiera se habla de ellos ya, excepto, por supuesto, los
liberales clásicos.
Lo que quiero decir es que la
historia de la humanidad ha sido, es y seguirá siendo la historia de Caín, la
historia de los dictadores y de las masas alienadas a su servicio.
¿Dónde queda entonces el
liberalismo clásico? ¿Por qué no jubilamos a Jefferson y nos ponemos a leer a
Hobbes y a todos los autores de la real politik?
Porque los derechos individuales
son un eco temporal de la revelación judeo-cristiana. No, no directamente, lo
directamente revelado son los 10 mandamientos. Pero que toda persona no debe
ser invadida, que debe ser respetada por el otro, es un cuasi milagro de Abel,
no ha surgido precisamente de Caín. Las concreciones, las formas de escribir y
de fundamentar esos derechos, serán siempre humanas e imperfectas, pero por eso
el liberalismo clásico, más que un régimen político en particular –aunque asociado
históricamente a una democracia constitucional como la de EEUU- será siempre un
ideal regulativo, será siempre señalar el norte, como contrapeso de la historia
de Caín. La historia de la humanidad es la historia de la guerra, la crueldad y
el odio, que forman los tres un muro terrible que se inclina sobre todos y nos
aplasta incluso con nuestra aceptación. Si el muro no aplasta totalmente, si se
mantienen unos 10 grados de libertad, o sea, si en medio de todo sigue habiendo
resquicios, fisuras, agujeritos por donde se sigue infiltrando la real
libertad, es por nuestros esfuerzos por ese ideal regulativo de los derechos
individuales, esfuerzos que no hubieran sido
concebibles sin la revelación judeo-cristiana.
Así que si, puede venir Trump,
puede seguir Putin, pero nosotros allí seguiremos también, predicando siempre
el respeto al otro, y esa prédica implicará no que sus muros no sean
levantados, sino que sus muros no nos aplasten totalmente. El liberalismo
clásico es la denuncia profética, es la voz de la conciencia, es la
resistencia, es Caín go home. La
utopía es pensar que alguna vez se ira Caín, pero el derrotismo implica pensar
que nuestra prédica es nada frente a él.