Prólogo de Mario Silar a mi Comentario a la Suma Contra Gentiles. Lo publico porque creo que permite entender mejor a "yo y mis circunstancias". Gracias Mario!
Prólogo a Gabriel J.
Zanotti, Comentario a la Suma Contra
Gentiles. Un puente entre el s. XIII y el s. XXI.
“Quid
est quod non videant
Tan cierto es afirmar que “nadie es
profeta en su tierra”[2] como
que allí donde uno se ha ido lleva consigo algo de lo que vivió en su tierra.
Tuve la fortuna de conocer a Gabriel Zanotti cuando él era profesor
universitario en la Universidad del Norte “Santo Tomás de Aquino” (UNSTA), la
universidad de la Orden de Predicadores –los dominicos–, en la Argentina (con
sedes en la Ciudad de Buenos Aires y en la provincia de Tucumán). Desde el
principio noté que Gabriel era una rara
avis dentro del mundo de la filosofía y la teología tomistas en el que yo –hace
ya más de veinte años– recién me iniciaba. Actualmente llevo más de diez años
viviendo lejos del país en el que nací, la Argentina. Durante todo este tiempo,
los escritos, la amistad y el testimonio de Gabriel han sido mi compañía y uno
de los medios por los que pude seguir en contacto con mi querido país, su gente,
sus dramas y sus anhelos. Nadie es profeta en su tierra pero hay seres humanos
que acaban siendo profetas en la tierra en la que terminan habitando sus
discípulos.
A veces la distancia geográfica y
temporal permite tener mejores elementos para valorar adecuadamente lo propio,
aquello que forma parte de la identidad personal. Para valorar esto, la
excesiva cercanía en algunas ocasiones nos juega una mala pasada. El monje
benedictino San Beda el Venerable (672-735) en uno de los textos seleccionados
por Santo Tomás de Aquino para comentar el famoso pasaje de Marcos 6, 1-6,
citado más arriba, afirma que “es casi
natural la envidia entre los compatriotas, no considerando los hechos de un
hombre, y recordando la fragilidad de su infancia”[3].
He tenido la fortuna de conocer a grandes investigadores vinculados a la
filosofía y la teología en los Estados Unidos, en el Reino Unido, en España y
en varios otros países de Europa. Son contados los casos en que he conocido
personas que reúnan la actitud humilde, el espíritu de asombro, el rigor científico,
la apertura a la crítica y la disposición a dejarse enseñar por el interlocutor
como supe descubrir en Gabriel, largo tiempo atrás. Durante estos años he
podido conocer a muchos scholars,
prestigiosos académicos y agudos investigadores pero pocos maestros como los que pude disfrutar durante mis años de formación
en la Argentina. Entre aquellos maestros, Gabriel destaca de un modo especial,
no sólo porque es un maestro del diálogo en las aulas y en las distancias
cortas sino porque, a diferencia de otros grandes maestros –lo cual es de
lamentar–, él no huye a la palabra escrita, a la tecnología y a la difusión
libre de su obra. Recuerdo una tarde, en los tempranos años noventa cuando
recibí un “floppy disk” o disquete con escritos y libros electrónicos del
profesor Zanotti. Aquella noche fue muy corta. Con la distancia geográfica y
temporal, el cuidado que supo cultivar Gabriel en comunicar su obra, haciendo
un intenso uso de las tecnologías de la información ha resultado ser de una
ayuda inestimable para continuar aprendiendo de él. Al mismo tiempo, ello sirvió
para que la antigua relación alumno-maestro madurara posteriormente en una
amistad y en una relación de colegas.
Entre otras asignaturas, tuve a Gabriel
Zanotti de profesor en el curso “Temas de Metafísica”, que se dictaba en el quinto
año de la licenciatura en filosofía. A esa altura los alumnos teníamos un
conocimiento medianamente riguroso de Tomás de Aquino, centrado principalmente
en la Suma Teológica, los comentarios
a las obras aristotélicas y el análisis de algunas cuestiones disputadas. Gabriel
organizaba la asignatura en torno a la Suma
Contra Gentiles. Se trataba de una selección previa de capítulos que
cubrían los cuatro libros de la Suma.
Recuerdo que llevaba a clase la versión española del texto de Santo Tomás
publicado por la editorial “El Club de Lectores” (Buenos Aires), en la
traducción de María Mercedes Bergadá (1921-2001). Mis prejuicios e ínfulas de
grandeza me llevaron a mirar la situación con cierto desdén. Aquello no parecía
académicamente “serio”. Sin embargo, desde el inicio se podía apreciar la gran
familiaridad de Gabriel con el texto de Tomás; lo cual se hacía evidente en las
referencias casi espontáneas a términos latinos centrales en la obra del
Aquinate, y en las aclaraciones filológicas necesarias en los casos pertinentes.
No era la primera vez que dictaba la asignatura, y la solidez y plasticidad con
la que explicaba los argumentos con los que el fraile dominico iluminaba los
distintos problemas abordados resultaba atrapante. Sin embargo, a lo largo del
curso Gabriel hacía algo más, no sólo explicaba el texto de Tomás sino que
mostraba los vasos comunicantes con los problemas filosóficos, científicos y socio-culturales
contemporáneos. Nuevo golpe a mis anhelos de “rigor académico”. Hablar de Santo
Tomás y al mismo tiempo comentar problemas filosóficos contemporáneos sin
ningún matiz iba contra todos los cánones académicos, y parecía una deriva que
conducía a anacronismos y saltos mortales. Sin embargo, también debía admitir
que aquella arriesgada empresa se me revelaba como una lectura viva y
comprometida de Tomás de Aquino. Al mismo tiempo, también podía apreciar cómo
se ponía en juego todo el delicado análisis hermenéutico –tan propio de Zanotti–
con el que se evitaban los anacronismos, los simplismos y las conclusiones
atropelladas.
En concreto, me gustaría recordar una
clase en la que Gabriel utilizó una imagen de un barco para explicar la
articulación entre el carácter perenne del pensamiento de Tomás y la justa
apreciación de los progresos en la reflexión filosófica llevados a cabo en la
modernidad y en la época contemporánea. La obra del Aquinate constituía el
esqueleto de la quilla del navío, y algunos aportes de pensadores modernos y
contemporáneos podían encajar en el diseño y renovar la estructura de aquella
embarcación. Un barco así construido era, según Gabriel, tal vez el único modo
en que los filósofos cristianos podrían salvar los tempestuosos mares de la
cultura contemporánea. Aquella noche salí de clase habiendo descubierto cómo
quería vivir mi vocación intelectual en el mundo; ello supuso un antes y un
después en el modo de integrar el pensamiento de Santo Tomás de Aquino con mis
inquietudes e intereses. Nunca agradecí al profesor Zanotti por aquella tan sencilla
como crucial clase. Como cumpliendo nunca
es tarde aprovecho esta ocasión para decir: gracias Gabriel.
La relación entre Gabriel y el Tomás
de la Suma Contra Gentiles es mucho
más íntima de lo que uno pueda imaginar. Tuve el privilegio de ser testigo
durante un tiempo de esta relación tan singular entre lector-obra-autor; se
trata de un diálogo continuo, iniciado años antes de mi presencia en la UNSTA y
que ha seguido hasta el día de hoy. Me animo a afirmar que se trata de ese tipo
de diálogos que no terminan con la muerte. El texto que el lector tiene en sus
manos es la expresión madura de esa larga relación personal, que se extiende en
el tiempo, entre Gabriel Zanotti, Tomás de Aquino y la contemplación humilde
del misterio de la creación. Celebro hoy la publicación de esta obra que me
permite reencontrarme con muchas de aquellas explicaciones que causaron mi
asombro filosófico, en aquellos primeros años. Me alegra también tener la
oportunidad de seguir aprendiendo de ese diálogo, que se ha nutrido y madurado
con el paso del tiempo. Puedo observar que nuevas voces se han ido integrando
en esta propuesta coral, que no sólo ha enriquecido el pensamiento de Gabriel sino
también nuestro conocimiento de lo real.
***
Pero se puede preguntar: ¿cuál es el
sentido de comentar en el siglo XXI un texto de un teólogo dominico del siglo
XIII? Se puede afirmar que se tata de abordar sin complejos lo que tal vez constituya
“el” tema de la filosofía en Occidente: la posibilidad de hacer filosofía aceptando
al mismo tiempo que la Verdad es Persona. Se trata de algo tan básico como
contracultural en la actualidad; algo vitalmente tan apremiante como irrelevante
para la filosofía concebida como actividad profesional. En efecto, salvo
algunos cuantos héroes y una pléyade aburguesada con más mentalidad tecnocrático-funcionarial
que sapiencial-científica –que desafortunadamente puebla claustros docentes de
centros educativos de orientación cristiana, facultades eclesiásticas y
seminarios religiosos–, pocas personas dedican algo de atención al drama
existencial que implica vivir una vida orientada bajo la convicción de una
armonía entre la Fe y la razón. Más aún, la afirmación de la defensa de esta armonía,
fuera de la vida Iglesia, no impregna casi ningún ámbito de la vida cultural
contemporánea, al menos en los países desarrollados. Siendo sinceros y acercándonos
al vigésimo aniversario de la Carta Encíclica Fides et Ratio (1998), se puede decir que la empresa no goza de muy
buena salud, por no decir que se encuentra virtualmente en estado de coma. Las
personas que en los países avanzados de Occidente defienden comprometidamente
la existencia de una armonía real entre la Fe y la razón, deben aceptar ser
víctimas de la incomprensión, de la burla o del desprecio. En efecto, los “doctos”
de este mundo –buena parte de la prensa y medios de comunicación– no cejan en
su empeño por hacernos creer que un diálogo riguroso entre la racionalidad y la
Fe resulta algo absurdo, propio de gente timorata con una mentalidad no
científica. Tal vez todo esto sirva para que los intelectuales creyentes puedan
participar solidariamente de cierto tipo de martirio –que no por ser incruento exime
de asumir difíciles consecuencias de tipo existencial–, que los una fraternalmente
a los miles de cristianos –auténticos mártires– que actualmente pierden su vida
en muchos países. Me refiero a países y regiones del globo donde tienen carta
de ciudadanía las patologías de la razón y de la religión, que supo señalar
proféticamente Benedicto XVI en el célebre discurso de Ratisbona “Fe, razón y
la universidad: memorias y reflexiones” (2006).
Pero esta paradójica situación vital en
la que se encuentra el creyente comprometido con la búsqueda sapiencial,
defendiendo la armonía entre la Fe y la razón, en un mundo que pretende
constantemente “excluir la cuestión de Dios” de la razón y de la sociedad,
pueda servir para generar algo nuevo. En efecto, tal vez todo esto sirva de punto
de partida para que los intelectuales cristianos, muchos de ellos hoy adormecidos
por los encantos del estado de bienestar, vuelvan a ser la levadura de la
cultura que durante muchos momentos cruciales de la historia supieron ser. En
este sentido, otro gran maestro, Josef Pieper supo ver esta delicada situación en
la que se encuentra el intelectual creyente: “Una palabra sobre la situación
interna del ‘sabedor’, del instruido, del intelectual, que desea al mismo
tiempo seguir siendo creyente. Quien ha alcanzado un determinado grado de
conciencia crítica no puede dispensarse de reflexionar sobre los contraargumentos. El ha de enfrentarse
con ellos. Por eso, en la gran teología se ha comparado –a él que, a un tiempo,
piensa y cree– a un mártir que, firmemente, resiste y no desprecia la verdad de
la fe a pesar de los ‘contraargumentos’ que quieren forzarla. Caracteriza la
situación interna del creyente el que la verdad de fe no puede probarse
positivamente por ningún argumento de razón: sólo puede defenderse. Contra ciertas argumentaciones de la razón no hay en última instancia otra posibilidad
de resistir, a no ser la de defensa, no, por tanto, la del ataque, sino la
de mantenerse en su puesto. Y puede incluso muy bien pensarse sino puede tal
vez ocurrir que en alguna ocasión resulte inevitable que esa resistencia, como
en el caso del mártir, presente la forma de indefensión
silenciosa; por supuesto, no en razón de una terquedad ‘llena de carácter’,
ni de un ‘heroísmo’, sino para que no perdamos ni omitamos lo que en la
revelación se nos da y se obtiene sólo en forma de fe: la participación no sólo
en el saber de Dios, sino en su misma vida”[4].
No se debe olvidar que el profesor
Zanotti ha ejercido y ejerce la docencia en Sudamérica... para los cánones
académicos también se cumple aquello de venir del fin del mundo y morar en las
periferias de la existencia. Quien haya leído a Gabriel Zanotti notará la
tremenda similitud entre su experiencia y la reflexión que ofrece Pieper,
arriba citada. En efecto, Gabriel gusta jugar con la tríada
“existir-insistir-resistir” para describir su situación ante los sinsabores que
debió enfrentar en su itinerario profesional[5]. Visto
desde la distancia, la capacidad que ha sabido tener el profesor Zanotti para
llevar adelante una productiva labor docente, de investigación y de publicación
científica y divulgativa, y todo ello en medio de las condiciones tan
inestables que le ha tocado vivir, no deja de ser algo tan digno de asombro
como heroico. Por lo tanto, el lector que lea este libro no debe perder de
vista que no se trata de una obra de gabinete, redactada en una bucólica oficina
con vistas a un lago, montañas y un entorno paradisíaco. Tampoco fue un trabajo
escrito frente al mar o en los lujosos aposentos de una casa con un extenso
jardín y piscina, en las afueras de la ciudad. Este libro no se ha hecho al
albur de la comodidad de un proyecto de investigación financiado por el CONICET
u algún otro ente gubernamental. Por el contrario, estoy casi seguro que el
autor ha arrancado jirones de su existencia por llevar esta empresa a término y
habrá contado con amigos que habrán sabido apreciar el valor de la obra. No se
trata de un dato anecdótico, que pretenda mover a la misericordia sino de una
apreciación que resulta necesaria para poder hacer una correcta hermenéutica
del texto.
Pero no todo es un valle de lágrimas. Durante
estos años he podido conocer a muchas personas, a jóvenes estudiantes, a
adultos y a veteranos, ya en el atardecer de la vida, a quienes se les
iluminaba la cara cada vez que mencionaba que conocía personalmente a Gabriel
Zanotti. He podido constatar la alegría con la que agradecían haber podido leer
algunos de los textos de Gabriel. El encuentro con aquellos escritos les había
permitido resolver importantes inquietudes existenciales. De nuevo, me siento
un testigo privilegiado ya que he podido comprobar, a través de estos diálogos,
los frutos que se producen cuando se escribe contemplando a “Aquel que todo lo
ve”. ¿Qué mejor mostración de que la
apuesta vital de Gabriel Zanotti por vivir y enseñar la armonía entre Fe y razón
produce buenos frutos que la experiencia que tuve en Madrid, hablando con un
español, hasta aquel día un desconocido para mí? Cuando la persona se dio
cuenta que conocía a Gabriel y que había leído varios de sus textos, la
conversación adquirió un tono intimista; en aquel momento aquella persona abrió
su corazón y me confesó: “gracias a que he leído a Gabriel Zanotti es que hoy conservo
mi Fe”. Con una sonrisa, ocultando la emoción, no pude más que asentir.
Mario Šilar, Pamplona, 8
de diciembre de 2015
[1] “¡Qué es lo que no
verán los que ven a Aquel que todo lo ve!” San Gregorio Magno citado por Tomás
de Aquino en QQ. DD. De Veritate, 2,
2.
[2] Me refiero a la expresión conocida
vinculada a las palabras de Jesús en el Evangelio de San Marcos, c. 6, vers.
1-6.
[3] Beda el Venerable, In Marcum, 2, 23, citado por Tomás de
Aquino, Catena Aurea, Exposición del Evangelio de San Marcos, In Marcum, 6, 1-6.
[4] Pieper, Josef, La fe ante el reto de
la cultura contemporánea, Madrid, Rialp, 2a ed., 2000, p. 23
(edición original alemana Über die
Schwierigkeit heute zu glauben, 1974). Las
itálicas son mías.
[5] “Yo no existo ni insisto. Ya no
preparo nada, no discuto, nada. Enseño, dialogo, pienso, investigo, amo. Nada
más (...) Yo ya no existo, yo ya no insisto. Ahora, sólo resisto.” Gabriel
Zanotti, entrada “Existir, insistir, resistir”, blog personal: Filosofía para mí. Un blog altruista a pesar
de todo, 12 de abril de 2008: http://gzanotti.blogspot.com.es/2008/04/existir-insisir-resistir.html.
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