El fanatismo a favor y en contra que ha despertado el Magisterio de Francisco es realmente singular. Evidentemente sus gestos, su lenguaje coloquial, sus discursos y encíclicas han tomado a todos por sorpresa generando todo tipo de reacciones.
Con respecto al capitalismo, yo no veo ninguna sorpresa, pero parece que todo sucediera por primera vez. Las críticas de Pío XI en la Quadragesimo anno, 1931, de Pablo VI en la Populorum progressio, 1967, de Juan Pablo II en Laborem exercens (1981) y en Sollicitudo rei sociallis (1987) fueron igualmente duras y mis aclaraciones han sido y serán las mismas en este caso.
Pero, evidentemente, es como si un profundo odio, cuasi-infinito, atávico, perenne, hubiera estado esperando, como un volcán comprimido y silencioso, y haya encontrado en la Laudato si su oportunidad para hacer eclosión. Y no me refiero precisamente a Francisco, que no odia a nada ni a nadie. Me refiero a ciertas voces rugientes que ahora toman esa encíclica cual sable samurái antimercado para descargar, con toda su fuerza, su burla, su violencia, saña, sadismo y condenación, contra todo aquel que se atreva a pensar diferente en temas opinables, como si decir que el mercado puede hacer algo a favor de la ecología fuera la peor herejía en la historia del Cristianismo.
Entre estos personajes están los pontífices de siempre, esto es, los que siempre han repetido de memoria cada palabra de todas las encíclicas, sin distinguir niveles de Magisterio ni los ámbitos de hermenéutica diversos, sin admitir una coma de matiz o de lo contrario te mandan al infierno. Siempre han existido, y si lo hacen de vuelta con Laudato si, hay que reconocerles cierta coherencia, aunque obviamente inútil es pedirles que reconozcan que en el magisterio social hay cuestiones contingentes al lado de los principios permanentes.
Pero los más aguerridos son los aquellos que no se entusiasmaron ni un milímetro, casi nunca, ante el Magisterio pontificio, y menos aún en ese que trata cuestiones fundamentales, no contingentes, y ahora aparecen como los más católicos de todos los tiempos, blandiendo, como dije, la Laudato si cual arma mortal para matar a los infieles –esto es, los que osamos opinar algo a favor del mercado-, acusándolos seriamente de anticristianos. Claro, es típico. El Cristianismo es, ahora, realmente, el antimercado, ese es el único y gran dogma, y el único hereje es el que piensa diferente a eso. Si piensas que la cristología clásica debe ser cambiada por las categorías mentales de los pueblos originarios, eres un teólogo de avanzada; si piensas que el mercado es compatible con la Iglesia, anatema sit, vete al infierno, púdrete en el averno, vade retro satanás, muere, vete al ostracismo, excomulgado sea, maldito hereje, cerdo capitalista asqueroso.
A estos nuevos sumos pontífices, ante los cuales Inocencio III es un moderado, habría que preguntarles: ¿tienen el mismo entusiasmo por la Humanae vitae de Pablo VI y la practican en sus vidas? ¿O han vociferado tanto ante la Veritatis splendor de Juan Pablo II o ante su Evangelium vitae? ¿Si? ¿Seguro? ¿O no es que realmente suben ahora el volumen de su supuesta catolicidad pero lo bajan cuidadosamente cuando otros documentos no les convienen?
Estos nuevos fariseos, estos nuevos doctores de la ley, que conocen cada renglón de la Laudato y serían capaces de acercarse al mismo Cristo a preguntarle si se puede comer un venado un sábado, tienen el tupé de enrostrar la acusación de ideología a los que nos atrevemos a hablar a favor del mercado. Les aseguro que es precisamente al revés. Ideología es el marxismo anticristiano que envenenó los documentos de las conferencias episcopales latinoamericanas. Ideología es el odio visceral que tuvieron muchos a todo lo que Benedicto XVI osaba decir o hacer. Ideología es la acusación a Roma de “iglesia institución” contraponiéndola con la iglesia popular que habita en los santos e inmaculados pueblos originarios y explotados, que carecen, por supuesto, de pecado original. Ideología es creer que la Iglesia es un sistema sociopolítico más: ¡qué lástima que Francisco no es rey de este mundo!, ¿no? Estos nuevos barrabases, estos nuevos zelotes, no entenderán nunca a quienes sencillamente recitamos el Credo mientras que sin estridencia ni ruido opinamos lo que nos parece en cuestiones temporales, precisamente porque “no tentarás al Señor tu Dios” contestó Cristo al verdadero demonio, cuando este lo tentó con convertir las piedras en pan. Oh, pero qué he dicho, he reiterado lo explicado por Benedicto XVI en su libro sobre Jesucristo: no tengo remedio, soy un europeo explotador que piensa con categorías griegas mientras olvida al hambre de su pueblo.
Como ya dije una vez, Dios es un duro maestro que deja que nos hundamos en las banalidades de nuestra soberbia, ignorancia y crueldad. Mientras tanto, resistir. Existir, no; ya habitamos, verdaderamente, el ostracismo donde nos han echado. Insistir, no mucho, sólo de vez en cuando, aunque humanamente sólo sirva para que nos hundan más en el nuevo averno de los nuevos herejes. Resistir es lo único que queda, que surge de la Fe: la Iglesia es indefectible.
El mundo está patas para arriba, el mercantilismo reina. Francisco no es un pensador, se extrañan las reflexiones de Benedicto a quienes muchos de los que viven en el "facilismo", en la superficie, ni siquiera han leído.
ResponderEliminarDe cualquier manera, trato de no juzgar, pero este Papa es más fácil para las masas que tratan de no pensar.