El pasado no se puede cambiar y,
ante situaciones críticas en nuestra vida, dirigimos con nostalgia nuestra
mirada a decisiones ya tomadas, que implicaron un camino determinado, que ahora
quisiéramos cambiar. Nos detenemos entonces en esa decisión, no la duelamos, no
la aceptamos, sino que nos quedamos allí, rumiando nuestra tristeza, y nuestra
vida presente se detiene.
Ese es el pasado culpógeno y
enfermante. Detiene nuestra vida, y aunque esta, biológicamente, avance, se
queda atrás, en un proyecto que se detuvo, que no pudo seguir, casi como si
hubiésemos muerto en esa decisión que ahora rechazamos.
Hay otro modo de enfocar las
cosas, que llamo el pasado redentor.
Ello consiste, primero, en
comprenderse a sí mismo y perdonarse a sí mismo. Comprender cómo era nuestra
psiquis en ese momento, qué conflictos o etapas la condicionaban, cómo eran las
circunstancias que nos rodeaban, familiares sobre todo, y entender entonces que,
dado todo ese conjunto, hubiera sido muy difícil otro escenario.
Segundo, y a partir de lo
anterior, perdonarse. O sea, no colgarse de los pulgares, como si en ese pasado
nos hubiéramos levantado un día con un plan deliberado para dañarnos a nosotros
mismos y a los demás. No, en general no es eso lo que sucede a los neuróticos
normales. Tratamos de hacer lo que mejor nos parece, pero sin mucha conciencia
de nuestros conflictos psicológicos de los cuales sí, en una terapia, podemos
tomar conciencia.
Tercero, aceptar esos límites.
Aceptarse a sí mismo como un ser falible, que a cada rato puede estar tomando
decisiones erróneas, con la voluntad de enmendar cuando se pueda, sí, pero
tomando conciencia cada ver más de quiénes somos y cuáles fueron y son los
límites de nuestra supuesta sabiduría.
Cuarto, tomar todo ello como
enseñanza para el presente. ¿Qué hice en ese momento? Tal cosa. ¿Lo haríamos de
vuelta ante similares circunstancias? No. Bien, hemos aprendido, a los golpes,
si, pero hemos aprendido. Por eso la vida misma es el profesor más duro: no
tratemos nosotros de endurecerla más, sino contener, sostener, a los reprobados
en los múltiples exámenes de la existencia.
Quinto, comenzar a hacer actos
reparadores. ¿No abracé con toda mi alma a mi hermano hace 30 años? Bien,
hacerlo ahora, aunque se sorprenda. ¿Defraudé la confianza de mi amigo hace 20
años? Pedir perdón, aunque él no lo acepte. Y así. Pero no de manera
conductista, sino porque los pasos anteriores condujeron verdaderamente a un
cambio interno profundo.
Sexto, recomenzar. La vida llega
hasta hoy. Hoy, ¿vamos a seguir aferrados a un pasado culpógeno? No, hay que
recuperar, recomenzar, o comenzar, el pro-yecto vital, el que va para adelante,
y el pasado no se olvida sino que, conforme a lo anterior, se toma como
enseñanza. Y si, aceptar que la vida no es igual a como hubiera sido en otro
mundo paralelo; aceptarlo, sí, porque de lo contrario nos quedamos muertos en
el pasado culpógeno. El pasado redentor, en cambio, nos re-ubica en el
presente, al tomarlo como enseñanza, como conciencia de nuestros límites, al
perdonarnos y pedir perdón, para seguir para adelante. Porque el yo, la esencia
más profunda del yo, nunca muere. Puede permanecer oculta bajo un pasado no
duelado, pero aceptándolo, pedemos re-descubrir, o descubrir por primera vez,
quiénes somos. Y aunque fueran los segundos finales de nuestra existencia, esos
segundos son los más plenos y auténticos. Señor, acuérdate de mi…………… HOY mismo
estarás conmigo en el paraíso.
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