domingo, 3 de mayo de 2015

EL PASADO REDENTOR


 El pasado no se puede cambiar. Si, ya sé que está el tema de los viajes en el tiempo, pero a fines de lo que quiero decir, ese tema es ahora irrelevante.

El pasado no se puede cambiar y, ante situaciones críticas en nuestra vida, dirigimos con nostalgia nuestra mirada a decisiones ya tomadas, que implicaron un camino determinado, que ahora quisiéramos cambiar. Nos detenemos entonces en esa decisión, no la duelamos, no la aceptamos, sino que nos quedamos allí, rumiando nuestra tristeza, y nuestra vida presente se detiene.

Ese es el pasado culpógeno y enfermante. Detiene nuestra vida, y aunque esta, biológicamente, avance, se queda atrás, en un proyecto que se detuvo, que no pudo seguir, casi como si hubiésemos muerto en esa decisión que ahora rechazamos.

Hay otro modo de enfocar las cosas, que llamo el pasado redentor.

Ello consiste, primero, en comprenderse a sí mismo y perdonarse a sí mismo. Comprender cómo era nuestra psiquis en ese momento, qué conflictos o etapas la condicionaban, cómo eran las circunstancias que nos rodeaban, familiares sobre todo, y entender entonces que, dado todo ese conjunto, hubiera sido muy difícil otro escenario.

Segundo, y a partir de lo anterior, perdonarse. O sea, no colgarse de los pulgares, como si en ese pasado nos hubiéramos levantado un día con un plan deliberado para dañarnos a nosotros mismos y a los demás. No, en general no es eso lo que sucede a los neuróticos normales. Tratamos de hacer lo que mejor nos parece, pero sin mucha conciencia de nuestros conflictos psicológicos de los cuales sí, en una terapia, podemos tomar conciencia.

Tercero, aceptar esos límites. Aceptarse a sí mismo como un ser falible, que a cada rato puede estar tomando decisiones erróneas, con la voluntad de enmendar cuando se pueda, sí, pero tomando conciencia cada ver más de quiénes somos y cuáles fueron y son los límites de nuestra supuesta sabiduría.

Cuarto, tomar todo ello como enseñanza para el presente. ¿Qué hice en ese momento? Tal cosa. ¿Lo haríamos de vuelta ante similares circunstancias? No. Bien, hemos aprendido, a los golpes, si, pero hemos aprendido. Por eso la vida misma es el profesor más duro: no tratemos nosotros de endurecerla más, sino contener, sostener, a los reprobados en los múltiples exámenes de la existencia.

Quinto, comenzar a hacer actos reparadores. ¿No abracé con toda mi alma a mi hermano hace 30 años? Bien, hacerlo ahora, aunque se sorprenda. ¿Defraudé la confianza de mi amigo hace 20 años? Pedir perdón, aunque él no lo acepte. Y así. Pero no de manera conductista, sino porque los pasos anteriores condujeron verdaderamente a un cambio interno profundo.


Sexto, recomenzar. La vida llega hasta hoy. Hoy, ¿vamos a seguir aferrados a un pasado culpógeno? No, hay que recuperar, recomenzar, o comenzar, el pro-yecto vital, el que va para adelante, y el pasado no se olvida sino que, conforme a lo anterior, se toma como enseñanza. Y si, aceptar que la vida no es igual a como hubiera sido en otro mundo paralelo; aceptarlo, sí, porque de lo contrario nos quedamos muertos en el pasado culpógeno. El pasado redentor, en cambio, nos re-ubica en el presente, al tomarlo como enseñanza, como conciencia de nuestros límites, al perdonarnos y pedir perdón, para seguir para adelante. Porque el yo, la esencia más profunda del yo, nunca muere. Puede permanecer oculta bajo un pasado no duelado, pero aceptándolo, pedemos re-descubrir, o descubrir por primera vez, quiénes somos. Y aunque fueran los segundos finales de nuestra existencia, esos segundos son los más plenos y auténticos. Señor, acuérdate de mi…………… HOY mismo estarás conmigo en el paraíso.

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