domingo, 26 de octubre de 2014

KARINA ME DA PENA






Aquí en la Argentina hay una llamada modelo llamada Karina Jelinek, que no se ha caracterizado por sus inteligentes afirmaciones. Ha recibido por ello todo tipo de burlas y se advierte el desprecio que en el fondo sienten por ella tanto varones como mujeres.

Pero ello no es más que un síntoma de lo que en realidad ocurre con las mujeres cuando se prestan a ser meros objetos de consumo.

¿Por qué decimos esto? No, obviamente, porque este tipo de exhibición de la mujer sea el principal tema moral. Ya ha habido suficientes aclaraciones, incluso de teólogos, advirtiendo que hay temas morales más graves, que comprometen lo más íntimo de la vida espiritual del ser humano, como, por ejemplo, la soberbia, que es nada más ni nada menos la clave del pecado original.

Pero ello no implica que esos temas no sean en sí mismos delicados. El ejemplo de Karina Jelinek pone de modo muy visible el drama de ese tipo de exhibicionismo: cómo una mujer puede ser “demandada”, no amada, como un mero objeto de consumo y al mismo tiempo burlada y despreciada como un trapo de piso que pretendiera ser más de lo que es. Desde el punto de vista de “la oferta y la demanda”, algo trágico, lamentable, que le ocurre a todas esas “modelos”.

Porque, en el fondo, hay que llamar a las cosas por su nombre. Eso no es modelaje, es una forma light de prostitución, donde una mujer vende su cuerpo para pornografía light y para la masturbación. No me salgan que si ello es un pacto libre y voluntario entonces no hay problema, porque no es aquí de la intervención del estado de lo que se trata. Se trata de la propia dignidad, y qué fácil que es perderla.

Desde luego que no hay que hacer escándalo sobre estas cosas y que no son las más importantes, y además, quien no esté libre de pecado, que arroje la primera piedra. Por ende no estoy arrojando piedras, pero sí reflexionando sobre un tema del cual no se habla con las cosas por su nombre y por ende casi se oculta a los más jovencitos. Ese modelaje no es tal, sino prostitución light, donde lo que se vende y compra no es el acto sexual sino porno light. Ello no es psicológicamente gratis. Cualquiera puede tener un mal día J, pero todo esto forma parte de un sutil acostumbramiento a un uso de la sexualidad que puede destruir relaciones profundas o directamente imposibilitarlas, con todo el sufrimiento que todo ello conlleva. Parece no tenerse conciencia de ello, cuando sobre todo medios de comunicación supuestamente serios venden notas y fotos de las señoritas en cuestión como si se tratara de una sección más de su tarea periodística, promoviendo con ello, junto con la demanda, una sociedad hipócrita, escandalizada por el abuso sexual pero al mismo tiempo regocijada en el uso sexual, cuando en realidad lo sexual no debe ser usado, sino entregado en la relación de amor con el otro, que implica un compromiso afecto profundo para el cual hemos perdido tanto educación como ilusión.


Las pre-adolescentes ya se están sacando selfies muy erotizadas que luego envían a sus “amigos”. Ello está comenzando entre los 10 y los 12. Y, aparentemente, no pasa nada. Pero pasa. Y el primero en advertirlo fue Freud: la cultura tendrá su malestar, pero sin ella no somos humanos. 

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