Solamente un recuerdo. No un homenaje, no unas palabras sobre su vida, que ya ha habido muchos y obviamente mejores que las que yo pudiera hacer.
Solía confesarme con él en Sto. Domingo. Confersarse con el P. Basso, uno de los mejores teólogos morales de hispanoamerérica, era un regalo de Dios. El escuchaba y contestaba desde un arriba donde no se había puesto él, sino la Gracia de Dios a la cual le fue siempre fiel. Habitualmente citaba algún Padre de la Iglesia, y la frase se derramaba en el alma como una bendición. Luego de la absolución, le preguntaba por su salud. El sonreía y minimizaba todo.
La última vez fue en Diciembre. Al terminar, quedó solo, allí, en el confesionario, con apenas fuerzas para respirar, pues hacía pocos días había vuelto del hospital. Entonces le dije, "¿lo acompaño?". Obvio que si. La lenta caminata con él hasta cerca del altar de la Virgen fue una experiencia espiritual única. Se aferró a mi brazo y comenzamos. Yo no podía creer quién se aferraba a mí, como si no fuera realmente al revés. Respiraba con dificultad. En determinado momento paró. Ni una queja, nada. Sólo la respiración agitada y los ojos cerrados, y la paz total de quien ya se sabía totalmente del otro lado de la vida. Tomó fuerzas por un momento, regularizó un poco su respiración, y seguimos. Finalmente un fraile joven me sustituyó en mi improvisado papel de cirineo. Cuando nos separamos, me quedé mirando con nostalgia. Yo no había ayudado a nadie. Al contrario, yo había sido llevado por una caminata extraordinaria.
Por supuesto, al poco tiempo lo llevaron al hospital de vuelta y obviamente quiso volver a su convento, a morir rodeado de los frailes y de la Gracia que emana de esas paredes sacramentales. Dios le concedió la gracia de vivir y morir como el título de su gran libro: nacer y morir con dignidad. Yo, mientras tanto, me quedé en mi propia caminata, esperando que desde el Cielo él no me suelte nunca más.
Qué conmovedora manera de recordarlo Gabriel!
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