Gracias a un milagroso rescate de mi colega revolucionaria Inés Rosán, puedo publicar hoy de vuelta un artículo que fuera publicado en una revista estudiantil de la Universidad Austral creo que en 1996.
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PIENSO, LUEGO EXISTO
"El título no es original, pero tiene un sentido. Ya veremos cuál. ¿Qué sucede en la "vida universitaria" cuando alumno y profesor piensan distinto? Es una pregunta cuya respuesta excede totalmente el poco espacio que tenemos. Pero trataremos de decir algo.
Una relación de profesor a alumno es una relación de igualdad. Aunque suene escandaloso, lo anterior se funda en que ambos son personas con igual dignidad. Si el profesor es superior en algo al alumno, lo será por méritos morales e intelectuales. En ese orden. Esos méritos fundan la verdadera autoridad.
Mi padre me enseñaba que si se niega la libertad de negar, no se otorga la capacidad de aprender. Ello suena extraño, excepto que se comprenda que cualquier tradición sólo puede ser aceptada con madurez, y por ende perfeccionada, si se la ha aceptado libremente. Con la sola fuerza de la verdad y no con la mentira de la sola fuerza.
Profesores y alumnos deben comprenderse mutuamente: ponerse mutuamente en el lugar del otro. Los profesores debemos entender que el alumno es una persona cuya inteligencia lo lleva a cuestionar sanamente. Que las preguntas abren el camino al diálogo, en clase o en horario de consulta, y que sólo el diálogo es el modo humano de llegar a la verdad. El diálogo no funda la verdad, pero es su camino. Y todo profesor en serio debe saber distinguir la sana inquietud de una injustificada rebeldía.
El alumno, a su vez, debe entender que el profesor está permanentemente en el equilibrio entre la didáctica y la exactitud, que sólo unos segundos de clase pueden haberle llevado toda una vida de reflexión y pensamiento, y que hay ciertas cuestiones muy delicadas que no pueden ser respondidas en un minuto por más malabarismos didácticos que se hagan.
El profesor tiene derecho a exigir al alumno el conocimiento de la tradición enseñada. Pero no está de más que el alumno exprese, además, su opinión, para que de ese modo su derecho a la ausencia de coacción quede respetado. Y para que los profesores nos llevemos varias y buenas sorpresas.
En una universidad es malo, muy malo, que los alumnos piensen: "si pienso, no existo". El pensamiento fructifica en el diálogo. Sin pensamiento, puede haber ser, pero no puede haber universidad."
Con la mayor modestia querría agregar un detalle que, como todo "detalle" suele generar enormes diferencias. Siempre compartí esta idea de la "autoridad moral" que debe acompañar al docente, quien debe despojarse de cualquier dejo de autoridad formal si quiere ser efectivamente atendido, entendido y comprendido por los alumnos, si quiere que estos estén despiertos ante su palabra, y que ellos lo escuchen con libertad. Porque en ella anida la posibilidad de criticar y de crear. Pero a veces esta "autoridad moral" también genera un "halo" y el profesor es visto como un ser tan superior (científica y moralmente superior) que los alumnos "aceptan" su postura, no porque se les imponga la aceptación formal desde una posición jeráquica, sino simplemente porque psicológicamente nos inhibimos en estas circunstancias. Y es que habitualmente necesitamos que se nos brinde "aire" para poder sentir que somos capaces de ser libres para pensar. Esto genera un nuevo llamado de atención al docente: darle espacio a los alumnos. Para eso hay que tomar algunos riesgos: hacer preguntas que uno no sabe responder, animarse a acortar las distancias (de todo tipo) entre los unos y los otros, admitir que no se conocen muchas cosas, sonreir y responder "no lo sé, pensémoslo juntos". Y hacer silencio para que los otros sientan que el docente les deja el espacio. Y lo ocupen. Con sus sonidos o con sus silencios.
ResponderEliminarJolm.
Tal cual Jaime!!!! Gracias!!!!
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