(De mi art. “Reflexiones sobre una teología de la liberación
“conflictiva”, 2007, Instituto Acton Argentina).
"...En primer lugar, la palabra "preferencial" excluye una opción "exclusiva".
Implica, en cambio, una "tendencia hacia" o "prioridad".
Esa prioridad tiene como principal fundamento la expresión evangélica que dice
"no necesitan médico los sanos, sino los enfermos", lo cual abarca
tres niveles. En primer lugar, todo ser humano necesita de la redención para
liberarse del pecado original y alcanzar así la vida de la Gracia. Este nivel
es el más típicamente católico, por su universalidad. O sea que
la voluntad salvífica de Dios es universal, como se observa en 2, Corintios, 5,
15, y sobre todo en 1, Timoteo, 2, 4: "Él [Dios] quiere que todos los
hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad"[1].
En este sentido, hay una "opción preferencia! por el ser humano", en
cuanto que todos los seres humanos son pobres, en cuanto que todos —excepto
María— nacen con pecado original y por lo tanto calecen de la unión con
Dios, y por lo tanto necesitan la redención. Por eso la Iglesia y su
mensaje son para todos los seres humanos[2].
El segundo nivel es lo que podríamos llamar "la opción preferencial
por los pecadores", porque, siguiendo con el espíritu de la frase "no necesitan médico los sanos, sino
los enfermos"[3],
es por lo tanto necesaria una acción de prédica y caridad especial hacia
aquellos que carecen de la Gracia de Dios, y son pobres en ese sentido.
Por supuesto, quienes están en Gracia también necesitan atención, para que no
la pierdan y la acrecienten, pero quienes no la tienen necesitan más atención
(una atención "preferencial") dado que su situación es más grave. En
este sentido hay "pobres" por todos lados, y la inclinación y
atención especial al pecador (dada su necesidad de salvación) es una de las
características más sobresalientes del catolicismo, y debería serlo, también,
en la vida de todo católico.
El tercer nivel consiste en los carenciados de bienes naturales de
todo tipo: salud, educación, bienes materiales, libertades. De allí la atención
especial a quienes están enfermos, o sufren persecuciones, o carecen de
conocimientos. Muchas situaciones pueden darse aquí: desde lo que habitualmente
llamamos la miseria material, hasta quienes sufren la pérdida de sus
libertades. Véase, por ejemplo, lo dicho por Juan Pablo II, cuando, justamente, explica, el auténtico sentido
de la opción preferencial: "La Sede Apostólica, al mismo tiempo que por la
misión especial a ella confiada participa de cerca en las experiencias de la
Iglesia en las distintas partes del mundo, sabe que son muchas las formas de
pobreza que padece el hombre contemporáneo y se siente moralmente obligada
también con estas otras formas de pobreza. Junto a la pobreza contra la que se
han pronunciado las Conferencias Episcopales de Medellín y Puebla y, en cierto
sentido, frente a esta pobreza, existe la pobreza derivada de la privación de
los bienes espirituales a que el hombre tiene derecho por naturaleza. ¿No es
pobre el hombre sometido a regímenes totalitarios que lo privan de las
libertades fundamentales en que se expresa su dignidad de persona inteligente y
responsable? ¿No es pobre el hombre vulnerado por otros semejantes suyos en relación
interior con la verdad, en su conciencia, en sus convicciones más personales,
en su fe religiosa? Esto lo he recordado en mis precedentes intervenciones,
especialmente en la encíclica Redemptor Hominis (N. 17) y en el discurso
pronunciado en el año 1979 ante la Asamblea General de las Naciones Unidas
(NN. 14-20), al hablar de las violaciones perpetradas hoy en la esfera de los
bienes espirituales del hombre. No existe sólo la pobreza que incide en el
cuerpo; hay otra y más insidiosa que incide en la conciencia, violando el
santuario más íntimo de la dignidad personal"[4].
Entonces se entiende mejor la expresión “pecado social”, tal como lo
aclara Juan Pablo II en la Exhortación Apostólica post-sinodial Reconciliatio
et Paenitentia, de Juan Pablo II,
sobre
el tema del pecado y la reconciliación[5].
Dice allí Juan Pablo II: "El
pecado, en sentido verdadero y propio, es siempre un acto de la persona,
porque es un acto libre de la persona individual, y no precisamente de un
grupo o una comunidad. Este hombre puede estar condicionado, apremiado,
empujado por no pocos ni leves factores externos; así como puede estar sujeto
también a tendencias, taras y costumbres unidas a su condición personal. En no
pocos casos dichos factores externos e internos pueden atenuar, en mayor o
menor grado, su libertad y, por lo tanto, su responsabilidad y culpabilidad. Pero
es una verdad de Fe, confirmada también por nuestra experiencia y razón, que la
persona humana es libre. No se puede ignorar esta verdad con- el fin de descargar
en realidades externas —las estructuras, los sistemas, los demás— el
pecado de los individuos. Después de todo, esto supondría eliminar la
dignidad y la libertad de la persona, que se revelan —aunque sea de modo
tan negativo y desastroso— también en esta responsabilidad por el pecado
cometido. Y así, en cada hombre no existe nada tan personal e intransferible
como el mérito de la virtud o la responsabilidad de la culpa''[6].
Después de estas palabras, el Papa aclara en qué sentido se puede
hablar de "pecado social". Distingue tres sentidos. El primero, es
que todo pecado personal repercute en lo social, dada la naturaleza
social del hombre. El segundo, es que hay pecados personales que especialmente
perjudican al marco social. El Papa cita las violaciones a los derechos de
la persona y al bien común. Y el tercer sentido está dado por las luchas entre
diversas comunidades humanas. Aclara finalmente: "[...] si se habla de pecado
social, aquí la expresión tiene un significado evidentemente
analógico".
En este sentido, la economía de mercado no es una estructura de pecado. Tampoco es un “sistema”. El mercado es un orden espontáneo connatural
al ser humano en permanente proceso de desarrollo. Como tal tiene defectos
(no las “fallas de mercado") y es esencialmente perfectible. Lo que sí es una
estructura de pecado es el totalitarismo, y los diversos autoritarismos, que,
sumados a estructuras que intrínsecamente desalientan el ahorro y la formación
de capital, producen la injusticia terrible de incontables seres humanos
“viviendo” en la miseria, la desnutrición, el hacinamiento, el desempleo, etc.
Sugiero este cambio de enfoque a todos los preocupados por una verdadera
teología de la liberación.
[1] Véase Ott, L., op. cit., pp. 298
y 366.
[2] María
también fue redimida por la Gracia de Cristo, en cuanto que fue
preservada del pecado original (que hubiera tenido que contraer) por una especial intervención
divina. La causa meritoria de esta inmaculada concepción son los merecimientos
salvadores de Cristo (véase Ott, p. 315).
[3] Evangelio
de San Marcos, cap. 2, 4.
[6] Op. cit.,
punto 16; la cursiva es nuestra.
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