Como
he dicho varias veces, las notas son a la educación lo que la ausencia de
precios al cálculo económico. O sea, así como el cálculo económico es imposible
bajo el socialismo, por la ausencia de precios, la evaluación de la educación
es imposible en el sistema formal, por la presencia de notas.
Llevo
muchos años de no llevarle el apunte a las notas, dentro de un sistema que me
las exige (bueno, en mis cursos de filosofía en casa no hay notas). No
solamente yo mismo me vuelvo loco todo el tiempo, sino que colegas,
autoridades, alumnos y padres creen firmemente que estoy loco y, como ven,
tienen razón.
Pero
yo coloco MIS notas. Nadie se da cuenta, pero yo evalúo. Yo sé por dónde va cada
uno, a qué velocidad corre, en qué etapa de su vida está, qué debo perdonar y
qué no. Sé quién ha hecho el esfuerzo de comprender, sé quién comprende,
quiénes no entienden pero repiten, etc. Pero claro, todo ello es invisible ante
el sistema, ciego que lo único que puede ver es “10”, “2”, “7”, etc.
Este
año, creo que era Agosto, una alumna se encontró, cuando salía del aula, con
una de las chicas que hacen la limpieza. No sólo la saludó, sino que la abrazó
como si fuera la hermana.
Y ya está. Fueron menos de 10 segundos de santidad.
Menos de 10 segundos por los cuales se filtraron las luces de Dios. Ella no
se dio cuenta, pero yo la vi. Son las notas que no se notan. Son las notas que
no se buscan. Son las notas que no se ven. Pero yo, que estoy loco, sí lo vi:
era el aula de Dios. En la mesa estaba El, sonriendo, delante de un pizarrón
lleno de lo que los ojos no ven, los oídos no escuchan y la mente no concibe.
Se
sacó 10.
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