EL PERDON Y EL
SENTIDO DE LA VIDA EN "ANA Y SUS HERMANAS".
De "Filosofía para los amantes del cine", 1991.
Volvemos a Woody.
Esta vez, con una de sus más típicas creaciones: "Ana y sus
hermanas". La película gira en torno a diversos episodios de la vida de
Ana, Lee y Holly, (las tres hermanas) a las cuales podríamos agregar un cuarto
personaje, el mismo Woody, siempre profundo y desopilante, quien toma en la
película el nombre de Michey Sachs.
Será difícil
realizar una síntesis de la película, pues ésta va narrando diversas historias,
que afectan a cada uno de los personajes, en forma paralela. De todos modos,
debemos intentar destacar algunos de los elementos centrales de dichas
historias, dado que, como habitualmente hacemos, después será el material de
nuestra reflexión filosófica.
Se podría decir
que hay dos ejes narrativos en torno a los que los demás personajes van
apareciendo. Uno es la historia de Eliot y Lee, otro, la historia de Michey
Sachs, a quien diremos Woody de aquí en adelante. Cuando nos refiramos a Woody
en cuando guionista y director, diremos su apellido.
Ambiente: una
familia neoyorquina de ingresos normales, judía. Contemporánea. Ana (Hannah)
estuvo casada con Woody, pero después se separaron y ahora vive con Eliot. A
este lo veremos en la primera escena, en una reunión familiar del día de Acción
de Gracias, mirando nostálgicamente a Lee. Lee vive con Frederick, un
intelectual, mayor que ella, introvertido y no muy sociable, cuyo única
relación afectiva es Lee. Pero Eliot está, parece, profundamente enamorado de
Lee. Trata de sacar de su mente ese amor por la hermana de quien ahora es su
esposa, pero no puede. Trata de sublimarlo hablando de literatura y poesía,
pero el intento es vano, porque encontrará en la poesía su medio para expresar
ese amor. En escenas llenas de un humor dulce y comprensivo de los desvelos
humanos, Woody Allen va describiendo risueñamente las peripecias de esta
relación. Eliot finge la casualidad en un encuentro callejero con Lee, a quien
logra invitar a una vieja librería neoyorquina para compartir su gusto común
por la literatura inglesa y norteamericana. Alli, Eliot le regala un libro de
poemas de E. Cummings, señalándole especialmente una poesía. Esta decía así:
"Tu delicada
mirada
me descubre
fácilmente
aunque me he
cerrado, como dedos,
tú me abres
siempre,
pétalo por
pétalo,
tal como la
primavera abre
(tocándola hábil
y...
misteriosamente)
su primera rosa
(no sé qué hay en
tí que
abre y cierra
sólo algo en mi
comprende que
la voz de tus
ojos es más profunda que todas las rosas)
nadie, ni
siquiera la lluvia
tiene manos tan
suaves"
Bueno! Lee, que
ya estaba dubitativa, queda definitivamente "tocada" por esta
vehemente expresión de afecto de Eliot, a través del viejo arte literario. Pero
no sabe qué hacer. Es el marido de su hermana!
Pero el proceso
se había iniciado, y era ya difícil frenarlo. Vuelven a encontrarse nuevamente
en una frustrada venta de cuadros de Frederick. Mientras éste se pelea con su
eventual comprador, Eliot pregunta a Lee sobre el poema, pero Lee sigue dando
respuestas evasivas. Eliot se ordena a sí mismo proceder con calma. Pero, como
tantas veces sucede en la vida humana, hace absolutamente lo contrario de lo
que su razón le dicta. Intempestivamente, besa a Lee, segundos antes de que
aparezca Friederick tras concluir la discusión con su frustrado comprador. Lee
no tiene tiempo de hacer o decir algo. Eliot está a punto de infartarse,
figuradamente dicho. La escena está magníficamente actuada. Eliot sale a
caminar, diciendo que necesita aire... Y en verdad lo necesitaba! Trata de
encontrar una cabina telefónica, pero Lee se le adelanta. Conversan sobre la
cuestión, apurada y nerviosamente. Lee insiste sobre la gravedad del problema.
Pero Eliot insiste con una pregunta: si su deseada cuñada siente algo parecido.
Ella no dice que no. Eliot está feliz. "Tengo mi respuesta!",
exclama.
Ahora vamos a
dejar por un momento a nuestra singular pareja para dirigirnos a otro eje
narrativo más singular todavía: Woody.
Woody es
guionista de programas cómicos para televisión. Lo veremos casi correr por los
pasillos de un canal noeyorquino mientras discute sobre un diálogo que en unos
minutos debía salir al aire. Así, en medio de semejante y contínua paz oriental
(...) transcurre su vida. Vida que, en lo personal, había tenido serias
dificultades. Había estado casado con Ana, pero esa relación hizo crisis debido
a la esterilidad de Woody. En una increíble escena, ambos piden esperma
prestado a un matrimonio amigo. La solución adoptada no soluciona la crisis de
la pareja. Woody había intentado salir después con otra de las hermanas de Ana,
Holly, de quien hablaremos con más detalle después. Por ahora, digamos que esa
relación tampoco funcionó. Uno amaba el jazz, la otra el rock; uno odiaba el
rock, la otra el jazz. No encontraron un punto en común.
Ahora, Woody tiene
otro problema: se enfrenta una vez más con su hipocondría galopante. Cree tener
un tumor en el cerebro. Se somete a todo tipo de análisis, que Woody Allen
caricaturiza con su estilo inconfundible. Los primeros análisis no son
alentadores. Woody desespera. Trata de tranquilizarse. "Nada te va a
pasar", se dice a sí mismo. "Estás en medio de New York, tu
ciudad". Pero, obviamente, eso no tranquiliza a su torturado espíritu. La
idea de la muerte lo aterra. (Nada raro, no?). La idea de su muerte lo aterra
(como Unamuno aclararía).
Finalmente, los
análisis dan bien. Nada tiene. Woody sale saltando y bailando de la clínica.
Corre por las calles de su ciudad, festejando que no va a morir. Pero
repentinamente se detiene. No va a morir, en efecto, pero... Por ahora no va a
morir. Y, entonces, la muerte, como problema a enfrentar, se instala en su
mente. Había mandado esa cuestión "al fondo de su mente", pero,
ahora, necesita respuestas. La muerte, inexorable presencia, temido límite de
nuestra existencia, inexorable y dramática mostración de nuestra finitud,
golpea al espíritu de Woody, que necesita una respuesta, que quiere saber si
todo acaba con la muerte o no. Clásico y constante problema de la vida de toda
persona, es también clásico problema de la filosofía, cuyos temas son
concomitantes con los más esenciales de la vida humana.
A partir de aquí,
Woody comienza su frenética búsqueda. Vanamente intenta un primer diálogo con
una compañera de trabajo, que concluye en una inútil y heterodoxa recomendación
de escapismo. Pero Woody no quiere posponer el problema, porque sabe que eso no
lo soluciona. Así, lo veremos salir de una biblioteca, decepcionado por las
respuestas filosóficas de algunos de mis colegas. Trata entonces de saciar su
sed en las fuentes de la religión. Habla primero con un representante de los
Hare Krishna; después, con un sacerdote católico. Ambos le dan libros y no
fuerzan su decisión. Lo más curioso es la discusión con sus padres. Recordemos
que Woody es judío de raza. Woody parece anunciarles algún tipo de curiosidad
y/o entusiasmo por el catolicismo romano. Escucharemos llorar y agarrarse la
cabeza a la madre, mientras que su padre exclama: por que no tu propia
religión? O, en todo caso... el budismo!
Pero Woody no se
conforma. Inquiere a su padre por el sentido del mal. Por qué el mal en el
mundo? Inquiere también por la inmortalidad. Qué sucede con la muerte? Todo
acaba? Su padre no le da respuestas. Woody no encuentra eco de sus
preocupaciones en su familia. La vigorosa fe del judaísmo parecía haberse
debilitado en ellos.
Mientras tanto,
qué había pasado con Eliot, Lee y su amor casi imposible? Pues que intentan
hacerlo posible por un tiempo. Inician una secreta y hotelera relación.
Friederick se da cuenta, y después de una amarga discusión, donde éste se
reencuentra con su soledad, Lee decide cortar con él. Eliot piensa confesarse
con Ana, pero no lo logra. Su relación con su esposa es difícil y distante;
ella advierte que algo pasa, pero no sospecha que haya otra mujer. Mientras
tanto, Eliot se confiesa con un psicoanalista, al cual expresa su sentimiento
de culpa. Al cabo de un año, la relación entre Lee y Eliot se hace también cada
vez más difícil. Lee conoce a un profesor de Literatura y decide cortar con
Elliot. Este tiene esa noche otra discusión con Ana, a la cual reprocha una
especie de sobreprotección. Veremos este detalle después. Pero esa misma noche,
Elliot se reencuentra con Ana, quien, al acostarse junto a su esposo, llora y
exclama que todo está muy oscuro. Elliot le dice que la ama, y no le miente. Y
se abrazan.
Supondrás que
ahora volveremos a Woody. No, no por ahora. Antes, debemos prestar atención a
un torturado personaje: Holly, de quien algo ya habíamos dicho en ocasión de
Woody. Holly se presenta ante nuestros ojos como la imagen del fracaso. Sus
trabajos son inestables; sus parejas, también; intenta cantar, escribir, pero
no lo logra; y, además, de vez en cuando, calma sus angustias con algo de
cocaína (como otros con la nicotina). La veremos montar, junto con su amiga
April, una empresa de servicios de comida; allí conocen juntas a un arquitecto,
David, quien las invita a recorrer la ciudad (escena en la cual Woody Allen
despliega, fílmicamente, las maravillas edilicias de New York). Las veremos a
ambas competir por el afecto de ese hombre, y
veremos a la pobre Holly totalmente vencida en esa competencia. Veremos
también a Holly intentar probar suerte con el canto; tiene una audición; April
también canta en la misma audición. April es la que triunfa. No comments!
Pero la búsqueda
de la felicidad es, en el ser humano, afortunadamente insaciable. Holly intenta
una vez más. Pide a Ana un préstamo para poder dedicarse a escribir una novela.
Tiempo después,
Holly y Woody se encuentran mirando libros en una librería. Se saludan con
afecto. Recuerdan sus viejas salidas y peleas, pero risueñamente y sin
rencores. Holly cuenta a Woody lo que está haciendo, y lo invita a leer sus
originales. Woody acepta. Y queda encantado. Elogia intensamente el libro de
Holly. Esta no lo puede creer. Está feliz. Y la relación entre ambos renace.
Entonces Woody le
cuenta a su reencontrada amiga la historia de su búsqueda por la verdad más
profunda del ser humano. (Como vemos, volvemos ahora a Woody). Esta parte es
una de las más significativas filosóficamente.
Woody se
encontraba ya casi desesperado por el fracaso de su búsqueda existencial. En
términos más elaborados, la angustia existencial de Woody había llegado al
límite. Esa angustia existencial, la angustia por el sentido último de la
propia existencia, se produce cuando el ser humano asume total y absolutamente,
sin ambigüedades, la conciencia de su propia finitud al mismo tiempo que no ve
salida alguna al acabamiento total que esa finitud sola, sin Dios que la
sostenga, implica. Habíamos dicho en los comentarios anteriores que la vida
humana, finita y contingente, se encuentra sostenida por una especie de soga,
que es el contínuo acto de Dios causando nuestro ser, sin el cual caeríamos en
la nada. La angustia existencial es la sensación de estar cayendo en esa nada,
cuando por algún motivo no vemos al Dios absoluto que nos sostiene.
Qué hace Woody en
esa circunstancia? Intenta suicidarse. Pero, por supuesto, con el humor que
sólo Woody Allen sabe poner en esos momentos. Woody, murmurando frases de
auténtica desesperanza, coloca un fusil en su cabeza. Todavía, empero, no se ha
decidido a disparar. Repentinamente, el fusil se dispara, con el tiro desviado.
Un espejo recibe el balazo y se rompe en mil pedazos. Los vecinos comienzan a
tocar el timbre. Woody trata de responder, aturullada y desordenamente, que no
es nada. Entonces sale de su departamento, a caminar, o a correr, o a lo que
fuere; en realidad, sale, no sabe a qué, sumido en la más absoluta confusión.
Como una salida, esta vez más inofensiva para sí mismo, entra a un cine, sin
siquiera averiguar de qué película se trataba. Lentamente Woody va descubriendo
de qué se trata. Era una película cómica, norteamericana, de la década del 30.
Absolutamente cómica, ingenua, inocente, e intrascendente en el sentido
filosófico del término, esto es, un humor que no se plantea los problemas que
preocupan a Woody. Más o menos, como distraerse viendo a los Tres Chiflados.
Entonces Woody
encuentra una salida. No una respuesta, pero sí una especie de escape a la
pregunta, una especie de escape permanente, una especie de narcótico para su
angustia. Ve a todos en la película, divirtiéndose, y entonces llega a esta
fórmula: "divertirse mientras tanto". No puede solucionar el sentido
último de la vida; no pudo averiguar si hay algo después; pero, mientras tanto,
no le sirve angustiarse; mejor olvidar el tema y divertirse, sin hacer mal a
nadie, lo que se pueda, hasta que el inevitable final llegue. Como vemos, no es
un escape autodestructivo, pues el asunto es estar vivo para poder reir. Woody
optó por la salida "cómico-existencial". Esto es importantísimo, y
volveremos a esto más adelante.
Antes de pasar a
comentarios generales, nos ha quedado en el tintero alguien de quien podríamos
decir lo habitual: que no por última es la menos importante. Se trata de Ana.
Ana, en medio de los desvelos de Holly y de Woody, en medio del comportamiento
extraño de su marido y su hermana Lee, y en medio de las peleas y problemas de
sus padres, angustiados por la juventud perdida y viejos en su vejez, trata de
adoptar una actitud componedora, conciliatoria y protectora. Pero logra poco.
No lo logra con Holly, a quien trata de anunciar el irrealismo de muchos de sus
propósitos. En una memorable escena, donde las tres hermanas se encuentran a
almorzar, como es su costumbre, Ana y Holly comienzan a discutir, y Lee, que en
ese momento está en medio del problema con Elliot, comienza a llorar, y trata
de descargar su angustia y su sentimiento de culpa defendiendo a Ana. Pero Ana
entiende poco qué es lo que está ocurriendo. Riñe, como dijimos, con Elliot,
sin entender, tampoco, qué está ocurriendo. En la fiesta de Acción de Gracias
donde Elliot corta con Lee (o, mejor dicho, al revés), Ana se entera de que la
línea argumental de la novela de Holly tiene mucho de su relación con Elliot.
Sin sospechar que la fuente de transmisión de información es Elliot-Lee-Holly,
Ana inquiere a Elliot con quién estuvo comentando sus cuestiones personales.
Elliot no contesta, pero recrimina a Ana su sobreprotección y su supuesta falta
de conciencia de los problemas, no sólo de los demás, sino también de sí misma.
Ana queda muy confundida. Es allí cuando, al acostarse junto a Elliot al final
de esa noche, expresa su angustia. Y es allí cuando se reconcilian.
El relato de
Woody Allen termina con una tercera fiesta de Acción de Gracias. Allí veremos a
Lee casada con su profesor de literatura. Veremos a Elliot, mirando a Lee, pero
esta vez con otra expresión, más calma y tal vez más sabia, diciéndose a sí
mismo cuánto amaba y ama a Ana, mucho más de lo que él mismo imaginaba. Y
veremos a Woody y Holly, casados. El último diálogo que escucharemos es un
digno final de Woody Allen. Woody abraza a Holly y le expresa lo maravillado
que está por ese amor que los une. Holly sonríe, embelesada. Y, mirándolo a los
ojos, le dice algo importante.
"Querido,
estoy embarazada"
THE END!
De la película,
claro, no de nuestro comentario, que en alguna medida ya se insinuó.
Antes que nada,
una aclaración. No intentaremos profundizar en los detalles psicológicos de
cada uno de los personajes; dejamos ese interesantísimo trabajo, no porque no
nos interese, sino porque no queremos invadir otros terrenos profesionales para
los cuales no estamos preparados. Pero, obviamente, la psicología y la filosofía
están relacionadas, y por lo tanto tocaremos cuestiones psicológicas en la
medida que sean pertinentes a esa relación.
Hay dos aspectos
que queremos destacar. Uno, filosófico-moral; otro, de antropología filosófica,
más filosófico-existencial.
A lo largo de
todo el relato hemos visto una serie de desvelos humanos, de anhelos, de
sentimientos encontrados, de frustraciones, de angustias. La hemos visto a Lee
dudando frente al amor de tres hombres; lo hemos visto a Elliot luchando contra
un sentimiento que no puede refrenar, compitiendo con otro sentimiento hacia
Ana, también profundo, aunque distinto; la hemos visto a Holly, luchando casi
desesperadamente por algo de paz; lo hemos visto a Woody, corriendo atrás del
remolino de su existencia, torturado frente al miedo por su muerte, angustiado,
buscando la respuesta a la pregunta más profunda, y escapando por medio de la
risa. Y la hemos visto a Ana, tratando de mantenerse equilibrada y pacífica,
pero encontrándose también con sus propios desvelos, calmados sólo por el amor
de Elliot, quien encontró en Ana algo más esencial que la belleza de su hermana
Lee.
Todo esto, como
dijimos, sería fascinante para ciertos análisis psicológicos específicos que no
son nuestro oficio. Lo que a nosotros nos corresponde destacar es, en este
caso, una cuestión filosófico-moral. En efecto, seguramente te habrás visto
tentado a juzgar, de algún modo, la conducta de algunos de los personajes que
entran en escena. Está bien o está mal lo que hizo Elliot, junto con Lee? ¿Hace
bien Holly en calmar sus angustias con cocaína? ¿Hizo bien Woody en intentar
pegarse un tiro? Y, así, podríamos seguir preguntándonos muchas cosas, cuya
respuesta implicaría un juicio sobre la persona de cada uno de los personajes
que aparecen en el relato.
Es la oportunidad
para que reflexionemos sobre una distinción muy importante. Una cosa es el
juicio moral sobre una norma, objetivamente considerada y en abstracto, y otra
cosa es el juicio sobre la conciencia subjetiva de una persona, considerada en
concreto. Son dos cuestiones distintas, aunque relacionadas. Veamos un ejemplo.
Para que tú y yo
no discutamos mucho, buscaré un ejemplo sobre el cual, al parecer, quizás
estemos de acuerdo, en la medida que no entremos en detalles. Digamos que matar
a otro persona, excepto defensa propia proporcionada, está moralmente mal.
Sobre eso, al menos, estoy seguro. Ahora vamos a suponer que alguien, digamos
Juan, mata, no entrando en juego la excepción aludida. Entonces podremos decir
que lo que Juan hizo está moralmente mal. Pero de allí a decir "Juan es
malo", o algo parecido, hay un gran paso. ¿Por qué? Porque para decir eso,
deberíamos conocer integralmente el conjunto total de circunstancias que rodean
toda la historia personal de Juan; deberíamos conocer con certeza qué hay en lo
más íntimo de su conciencia, para saber si lo hizo con total frialdad y
malicia, o no; deberíamos conocer con certeza total el grado de su salud
psíquica; deberíamos conocer con certeza los detalles de su formación moral,
para saber en qué medida hay en su conduca negligencia o error insalvable.
Ahora bien, piensa tranquilo, ponte la mano en el corazón. ¿De quién sabes, con
plena certeza, todo eso? Te diré: sólo Juan puede tener una idea aproximada de
todo eso; nosotros, conjeturas; y, plena certeza, absoluta y total plena
certeza, sólo Dios.
Este es el
fundamento de que no debamos juzgar a los demás, en la medida que
"juzgar" implique realizar un juicio sobre la conciencia subjetiva de
la otra persona. En cambio, sí podemos juzgar su conducta; podemos decir que su
conducta no esta bien, en la medida que su conducta sea un caso particular de
una conducta que, en abstracto, sabemos que es incorrecta moralmente. Pero no
podemos juzgar con certeza su conciencia, porque ese juicio sólo lo puede hacer
Dios.
En este sentido,
hay algunas aclaraciones que hacer. Tal vez estés pensando que lo moralmente
bueno o malo es subjetivo y/o relativo, y que yo estoy partiendo de presuponer
lo contrario. Es cierto que estoy partiendo de lo contrario; es cierto que
considero que la razón humana puede, aunque con dificultad, determinar lo que
moralmente está bien o mal; pero, como ya hemos comentado en ocasión de las
películas anteriores, no parto de ello como de un postulado sin demostrar, sino
como una conclusión demostrada a partir de la existencia de Dios. Porque el
bien moral no es más que el camino, conforme a tu naturaleza humana, que te
dice por dónde llegar a tu fin último, que es Dios, fin último que, como hemos
visto también, no puedes no querer, aunque muchas veces no lo identifiques con
Dios: en tu deseo más profundo de felicidad total y absoluta está la búsqueda
del absoluto que es Dios.
Si Dios no
existiera, es cierto que tú mismo fijarías el fin de tu existencia, pero, dado
que existe, El es el fin último objetivo a tu naturaleza, y de allí se
desprende que hay ciertas conductas objetivamente incompatibles con el
perfeccionamiento de tu naturaleza. Por lo tanto, hay normas morales objetivas.
Pero, por el
mismo motivo, Dios es el único que puede juzgar la conciencia del prójimo. Es
aparentemente paradójico que, aunque muchas personas duden de que Dios exista,
sin embargo juzgan y condenan permanentemente a su prójimo. Es realmente
paradójico que quienes saben o creen que Dios existe juzguen la conciencia de
su prójimo, ocupando un lugar que sólo Dios puede ocupar, porque sólo El tiene
el infinito conocer y la infinita justicia. Y, podríamos suponer, dado que es
el Bien infinito, su misericordia, posiblemente, también sea infinita.
La película de
Woody Allen que estamos comentando sugiere una cuestión que tiene mucho que ver
con todo lo que acabamos de mencionar, que tal vez te suene algo abstracta,
pero que no te imaginas lo presente que está, de manera constante, en nuestra
vida cotidiana. Se trata de la comprensión, la comprensión profunda hacia
nuestro prójimo, y también, por qué no, la actitud de perdón. Este último -el
perdón- está ahora apenas insinuado, pero será enfáticamente tratado en otra
obra de Woody Allen que comentaremos hacia el final.
En ningún momento
Woody Allen se ríe despectivamente de sus personajes; en ningún momento los
desprecia y/o los condena. Sólo en una oportunidad lo hemos visto casi destruir
a un personaje -hablaremos de ello más adelante-, pero no en esta película,
mucho menos en esta película. Lo que hace es, sencillamente, mostrarnos tal
cual somos, con pleno respeto y consideración. Muestra nuestras angustias,
nuestros desvelos, nuestra permanente búsqueda de felicidad, tantas veces
frustrada. Muestra, también, nuestros errores, nuestras faltas, graves muchas
de ellas. Pero no condena.
¿Qué hay detrás de ello? Algunos verán un
cierto relativismo moral, esto es, que nada es objetivamente bueno o malo, lo
cual, por cierto, no es nuestra posición. Es una interpretación no imposible,
pero poco probable, sobre todo teniendo en cuenta la evolución de las películas
posteriores de Woody Allen. Lo que yo veo es una actitud de comprensión y consiguiente perdón, lo cual es
incompatible con el relativismo moral. Trataré de explicarte mi opinión.
La actitud de
comprensión y perdón es una norma moral que te estoy proponiendo, basada en las
consideraciones anteriores. Comprender a una persona significa tratar de tener
en cuenta todo el conjunto de circunstancias que puede influir en su conducta.
"Tener en cuenta" implica saber que existen, aunque, precisamente, no
podemos conocerlas todas. Justamente por ello, la conducta humana tiene
motivaciones subjetivas sumamente complejas, tales que nos impiden abrir juicio
certero sobre la culpabilidad y/o malicia de alguien. Eso sólo Dios puede
hacerlo. Entonces, debemos siempre tratar de comprender. Claro, esto sería tal
vez fácil en caso de que consideremos que no hay bien y mal, o Dios al que
rendir cuentas, pero lo valioso moralmente es hacerlo cuando estamos seguros de
que tal o cual conducta no es correcta. Porque, en ese caso, y como ya te dije,
podemos juzgar la conducta como tal, pero no la conciencia interna de quien se
conduce de ese modo. Y, al mismo tiempo, eso nos abre a la actitud de perdón.
Esto es, tener nuestros brazos abiertos para olvidar, para recibir en nuestro
corazón otra vez a quien nos hizo daño e hizo algo incorrecto, precisamente
para ayudarlo a perseverar en el bien. Esto no implica que el otro deba hacer
un anuncio explícito de su cambio de conducta. Implica, más que un acto formal
de perdón, una actitud permanente de perdón, lo cual es distinto. Esto es,
estar permanentemente abiertos y alertas a la más mínima señal de que la otra
persona está demandando nuestro afecto; es estar permanentemente alertas al más
mínimo bien que le podamos hacer. Pero no hablo de la persona que queremos
entrañablemente, sino también y, en este caso, sobre todo, de la persona cuya
conducta es mala y perjudicial. Porque esa actitud de nuestra parte es lo único
que puede ayudarla a cambiar. Podemos declararle la guerra, pero en la guerra
alguien muere. Y la moral que te propongo no es para matar a nadie, sino para
revivir y reencontrar lo perdido.
Y el perdón que
te propongo es útil para la otra persona aún en caso de que supieras que esa
persona, y no sólo su conducta, es mala. Porque se trata, justamente, de
ayudarla a cambiar.
Nada de lo que te
propongo implica no defenderse o no tratar de corregir al otro. Puedes
defenderte sin contradecir esa actitud de perdón. Algunas prácticas orientales
tienen mucha sabiduría en esto. El Aikido, la más ética y pacífica de las artes
marciales japonesas, no detiene el golpe, sino que lo deja pasar, lo desvía y
lo neutraliza. Creo que nosotros debemos hacer lo mismo en nuestra vida. Una
cosa es que debas distanciarte circunstancialmente de alguien, para que no te
dañe; otra cosa es que, con odio y rencor, incompatibles con el progreso de tu
espíritu, intentes destruírlo. Son dos actitudes absolutamente distintas.
Tampoco implica
que no puedas señalar oportunamente una falta a alguien, a ese alguien en
persona, si esa persona te lo permite. Esto es: siempre que adviertas que
"tienes pista" para poder aterrizar. Para esto, la amistad sincera es
esencial. Pero, justamente, nunca te "autorizarán" a hacer esto si tu
actitud no ha sido la de comprensión y perdón anteriormente referida.
Esto último que
hemos dicho es importante porque de lo contrario puede confundirse a la
comprensión de la que estamos hablando con una actitud de despreocupación por
la mala conducta, ajena o propia. No, de ningún modo se trata de eso. No se
trata de que no debemos corregir a la conciencia equivocada. Se trata
simplemente de que no debemos entrar en la conciencia de otro sin permiso. O,
con términos más exactos: sin prudencia.
No sé si estarás
de acuerdo conmigo o no. Pero, aún en el caso de que estés de acuerdo, es
interesante reflexionar sobre lo difícil que es para nuestro duro corazón hacer
todo esto. Constantemente estamos murmurando, condenando, insultando,
"mandando al infierno" a los demás. Por eso, lo interesante es
advertir que podemos reflexionar tranquilamente sobre estos temas al ver, desde
afuera, una película como Ana y sus hermanas. Sentados en la butaca del cine,
nos reímos, pensamos, comprendemos, y hasta podemos encariñarnos con los
personajes aún cuando no coincidamos con algunas de sus conductas.
Precisamente, porque se trata de una historia que no nos afecta personalmente.
Ahora bien, lo que Woody Allen ha hecho es retratar un conjunto de dramas y
problemas que pueden ser los de cualquiera de nosotros. Y, en ese caso, ¿qué
actitud adoptaremos? Si tú fueras hermana o hermano de Ana y te enteraras de
que tu hermana Lee se acostó con tu
cuñado, qué harías?
No te creas que
tengo la respuesta exacta; no te creas que yo sé perfectamente lo que haría. Sé
que acostarse con quien no sea tu cónyuge es malo moralmente; sé también que no
debo juzgar sobre la culpabilidad de nadie, y lo que quiero transmitirte es
precisamente el desafío permanente que ello nos plantea. El desafío de vivir,
en nuestra existencia cotidiana, la comprensión, el perdón, y, al mismo tiempo,
la no complicidad con el mal. No es fácil. Pero es lo que debe hacerse. A veces
fallaremos. Pero la filosofía moral tiene la peculiaridad de que plantea a
nuestra vida desafíos y exigencias concretas. Las normas morales son, como
tales, universales y abstractas; cada acción humana libre es, empero, singular
y concreta. Y en esa singularidad es donde debemos plasmar vitalmente la
universalidad de nuestros planteos. La virtud que facilita esa concreción es la
prudencia. Ser prudente no es ser timorato, como a veces cierto uso coloquial
ha deformado el contenido del término. Es hacer lo bueno en el momento preciso.
Lo cual incluye tanto no actuar como dar un golpe sobre la mesa y decir
"no!". En fin, también se puede decir `no' sin golpear la mesa.
Hemos
reflexionado suficientemente sobre este punto. Ha sido uno de los más
difíciles, vitalmente, hasta ahora, pero justamente por ello conviene dejarlo
sedimentar por sí solo. Creo que es conveniente pasar ahora al segundo eje de
reflexión que quería proponerte. Se trata de la búsqueda de Woody por el
sentido de su existencia, y la solución que adopta.
Hemos
reflexionado ya sobre el sentido de la existencia humana, y no quiero
insistirte sobre ese punto. Hay algunos otros aspectos que destacar en esta
oportunidad.
En primer lugar,
fíjate que Woody asume plenamente el problema. Lo encara de frente, no le huye.
Eso es positivo. Es positivo sencillamente porque es asumir una parte
importante del punto de partida del problema existencial humano: somos
limitados, mortales, estamos como colgados sobre la nada. No me malinterpretes.
No te digo que debas estar todo el tiempo pensando en esto. No. No se trata de
un determinado momento, no se trata de un horario, no se trata de decir
"hoy ya he pensado sobre el sentido de mi vida, ahora puedo ver la
televisión" (bueno, por ahí pescás una película de Woody Allen y...). Se
trata de un momento más existencial, no relacionado con el reloj. Se trata de
que llegue a tu vida un instante existencial en el cual, para madurar, te hayas
planteado a fondo cuál es su sentido último. Allí tu existencia se vuelve sobre
sí misma, se interroga a sí misma, y evita la "alienación" constante
de estar pasando a través de sí misma como a través del cristal de un anteojo.
Si este momento no llega, tú jamás te verás como lo que manifiesta más
intensamente tu esencia limitada. Esto es, vivirás en el olvido permanente de
que vas a morir. Tal vez en este momento me estés diciendo de todo. Si, te
comprendo, yo me rebelo humanamente frente a la muerte, igual que vos. Pero
vivir en el olvido de que vas a morir es, salvando las distancias, como vivir
creyendo en los Reyes Magos.
Una vez que se
asume el problema, hay dos salidas. Una, positiva, que es encontrar
precisamente en el hecho de nuestra contingencia (manifestada existencialmente
en nuestra mortalidad) la premisa para demostrar que Dios existe y encontrar en
El la esperanza y el sentido último de nuestra vida. Es la vía que te he
propuesto, filosóficamente, aunque también se puede llegar a Dios por vía
religiosa. Ambas vías son complementarias, pero sobre eso hablaremos más
adelante. Otra salida es negativa, y tendría varias subdivisiones. Puedes
asumir la angustia de que no puedes solucionar el problema y vivir en ella de
modo permanente (como Frank, en la película anterior), aunque hay que ver si la
psiquis humana soporta eso de modo permanente; en realidad, esa angustia
existencial permanente es enfermante y para amortiguar su dolor el ser humano
recurre a todo tipo de escapismos y narcóticos, de toda gama, desde los más
peligrosos (la droga, por ejemplo) hasta otros más de largo plazo (el
endiosamiento de cosas en sí mismas buenas que "pateen" el problema
permanentemente para adelante; por ejemplo, "sumergirse" en el propio
trabajo).
Ahora bien, la
salida asumida por Woody en la película es un escapismo muy particular; se
trata de la salida "cómico-existencial" al problema, como la hemos
llamado. Woody Allen es directo. El problema está planteado con tal magnitud,
que lo que nos dice es: si no lo resuelves, o te pegas un tiro o te matas de la
risa. Y Woody opta por lo segundo. No sabemos si Woody Allen. Es más, conjeturamos
que está encontrando la salida positiva. Pero el Woody de Ana y sus hermanas
pasa por las dos fases de la salida negativa: o llegas al colmo de la angustia,
o te ensordeces totalmente ante ella con la risa. Es una salida habitual.
Muchos filósofos la han utilizado. Hay muchos escépticos absolutos que son
maestros de la ironía y el humor. Son coherentes: o lloran o lo toman todo a
broma. Lo segundo permite una mayor supervivencia.
"Pasa por
esta vida sin sentido lo más divertido que puedas". Es una salida
absolutamente comprensible para evitar el dolor. Pero, claro, no es solución.
Sólo es anestesia. E ilusoria. No podrás reírte siempre. Y el Woody de la
película, en el fondo de su corazón, lo sabe.
Yo no te propongo
que no te rías. Al contrario, saber qué es tu fin último, y fundar en ello tu
esperanza más profunda, es motivo de una alegría paralelamente más profunda.
Una alegría y una sonrisa que surgen de lo más profundo de tu espíritu,
totalmente compatible con tu risa mientras ves a Los Tres Chiflados, cuando
contás un chiste en una reunión de amigos, y cuando contemplás, sereno, la
caída del sol. Una alegría que se convierte en tu fuerza secreta cuando sufres,
cuando lloras, cuando los problemas de este mundo parecen vencer tus
resistencias. Es la esperanza que te mantiene firme ante la muerte, frente a la
cual nuestra humanidad grita de manera permanente. Es la señal de que hemos
tomado la mano de Dios.
Pero tú no tienes
ni siquiera que elevar tu brazo. Es Dios quien te toma de la mano. Tú, simplemente,
no le digas que no.
ResponderEliminarPrefiero como Allen a Los tres chiflados o a Groucho . La película la vi hace más de veinte años (tu escrito debe ser de esa época) y en su momento me pareció bien hecha , aunque no observé tantos detalles . Pero , quien sabe lo que busca , entiende lo que encuentra . Una cosa es "la actitud" de perdón , aquel 70 veces 7 , necesarios para la propia salud mental , y otra el perdón "en sí" , que ni Dios puede otorgar si no hay cambio espiritual y propósito de enmienda . Lo último hay que subrayarlo porque el libre albedrío no es un detalle , aunque lo olviden muchos cristianos light actuales . La conciencia laxa y farisea , que todo lo perdona para sí aunque nada de lo mismo para el otro , es el problema y signo de nuestro tiempo que no se debe subestimar . Por eso hay que advertir : perdonar "explícitamente" a quien no le interesa ser perdonado , porque cree que está todo bien con su proceder , puede derivar en una ingenua complicidad . Quien se cree perfecto necesita primero reconocer límites . El dilema moral es cómo se lo hacemos ver sin adoptar posiciones inviables . No hay fórmulas , pero el humor , que es reírnos "con el otro" desde nuestras limitaciones , es el camino saludable . La ironía , que es reírse "del otro" desde una supuesta superioridad moral , termina a la larga en egoísmo tóxico . Ni los juicios morales ni la justicia humana deberían ser rígidos en función de lo limitadísimos que somos , pero sin ley no habría civilización . Quien tiene ojos mira y quien tiene razón juzga , aunque diga luego por temor o conveniencia otra cosa . Porque "no juzgar" , que viene del "no juzguéis y no seréis juzgados" , es una forma de juzgar o es también juzgar , pero formulado paradojalmente . Y al igual que la omisión de la acción , tiene consecuencias éticas . M.S
Estimado:
ResponderEliminarhe disfrutado, una vez más, de su don para elegir y ordenar ideas y
conceptos. Agradezco seguidamente su servicio y perseverancia. Juan José
Soria