Escribí este extenso comentario para el post de este mismo blog
en respuesta al artículo de un tal Rapoport contra Hayek en Página/12. Cuando
lo dejé hoy, Gabriel me preguntó si quería que lo publicara como una
continuación a su respuesta, y aquí está. Como no lo planeé como un artículo
está un poco desordenado, así que lo que hice es copiar acá el mismo comentario
puliéndolo y llenando algunos vacíos que quedaron en mi explicación. Además
cambié la segunda persona del singular por la tercera, así no prestan a confusión
las partes en que me dirigía a Gabriel.
En mi comentario, que comienza inmediatamente después de estos
párrafos, hice primero un par de reflexiones sobre la forma de pensar que está
detrás del artículo de Página/12, y luego cité algunas partes que son
relevantes de éste, no por su valor o relevancia intrínseca, sino porque sirven
casi como un resumen para conocer ciertos sistemas de falacias y
falsificaciones históricas incoherentes que Rapoport retransmite dándolas por
hechos. Estas falacias son parte ya inseparable del discurso y el
"relato" (palabra de moda) que la izquierda populista (hoy media
mundial) adoptó en esta última década, muchas de las cuales se encuentran
internalizadas en gran parte de la opinión pública (y si no lo están, son a su
vez de fácil internalización porque dependen de otros prejuicios que a su vez
analizo e intento refutar en la medida de lo posible).
Vi el post "En defensa de Hayek" (http://gzanotti.blogspot.com.ar/2011/06/en-defensa-de-hayek.html) mientras buscaba en
el blog de Zanotti la guía para su ELEFE 2013. El mismo es una respuesta de
Gabriel muy breve a un artículo publicado en Página/12 y a su autor, Mario
Rapoport, que pretende con una vulgaridad intelectual y retórica inigualable,
anatemizar a Friedrich A. Hayek. Al leer los párrafos que Gabriel citaba, no
podía creer lo bajo que cayó Página/12 en cuanto al mínimo de calidad
intelectual exigido para sus artículos. Un desastre, no sólo en cuanto a
deshonestidad sino además en cuanto a, insisto, calidad. Parece más, de hecho,
un artículo de Tiempo Argentino.
En fin, hay muchas cosas para contestarle a este artículo. Lo
que Gabriel hizo fue invitar a su autor a conocer otra mirada, o al menos a
reconocer que existe, y que no haga pasar gato por liebre. Pero creo que faltó
le refutara estos lugares comunes que tomó de prestado. Lugares comunes que ya se
han vuelto una verdadera hegemonía de prejuicios ideológicos, gracias a un
esfuerzo de décadas por parte de la "intelligentsia" de nuestro país
(aclaro, para que no se le escape a nadie, que uso las comillas y no las
cursivas deliberadamente, y no sólo como ironía).
Estos prejuicios con olor a un rancio colectivismo ontológico,
son la médula del sistema de pensamiento del populista actual modelo siglo XXI.
Me iba a tomar el tiempo de mostrar algunos de ellos y en qué se basan
aprovechando este artículo, pero me di cuenta que no tiene sentido porque ¡ya
lo hice! Y más de una vez. Así que decidí en cambio pasar, comentarios
mediante, un par de links a artículos propios que, aunque entiendo adolecen de
la densa y poco didáctica prosa que me caracteriza, creo contienen las
revisiones adecuadas a esta suerte de ideas-dogma popularizadas por el
neoestatismo pop en que ha degenerado la izquierda posmarxista.
Hacer una revisión sin miedos de estas ideas termina, creo yo,
significando un golpe de gracia para este tipo de argumentaciones, ya que la mayoría
de las personas que hacen uso de ellas no sabe lo que sucede dentro de sus
cerebros cuando las repiten (véase, los pasos mentales que dan sin ponerlos a
juicio, por decirlo de algún modo), y por eso funcionan tan bien como falacias.
Por eso, además, este artículo parece a primera vista importante (espero que,
después de mi análisis, se lo relea para percatarse del vacío que queda cuando
el recurso a las emociones pierde su
fuerza y uno descubre que las premisas no están fundamentadas). Como diría
Kenneth Minogue de uno de estos condicionantes cognitivos en particular (la
dialéctica opresor-oprimido) en su libro La teoría pura de la ideología dedicado a su estudio: "La idea
es tan abstracta que es menos una doctrina que una máquina para la generación
de doctrinas".
En este caso las consignas y argumentaciones que utiliza el
autor son pequeñas piezas en otras máquinas generadoras de doctrinas, pero que
son primas hermanas de aquella que desglosara Minogue. Una podría resumirse
así: "sólo los intereses parasitarios o perjudiciales pueden ser
minoritarios, y sólo los intereses minoritarios pueden ser parasitarios y
perjudiciales". Otra, por ejemplo, sería que "los intereses
mayoritarios son colectivos y por tanto pueden ser representados colectivamente;
sólo son individuales los minoritarios". Otra: "la libertad de los
explotadores no puede tener el mismo tipo de naturaleza que la de los
explotados". Otra más, que depende de las anteriores: "sólo hay dos
sujetos de poder separados: las mayorías populares y las minorías explotadoras,
y no se puede disminuir el poder de ninguno de los dos para aumentar el del
objeto del poder, que son los individuos; sólo se logrará aumentar el poder de
otro de los sujetos", que es otra forma de decir "si no regula el
Estado regulan los oligarcas" (Perón dixit).[1]
Para Rapoport, sólo en el liberalismo hay capitalistas malos.
De pronto sirven al pueblo gracias a gobernantes benévolos. Las únicas
oligarquías son las liberales (y sólo porque gobiernan los liberales). Las
keynesianas no son oligarquías sino que serían, supongo, despotismos ilustrados
¿no? Es curiosa la cuasi deificación de las clases políticas a las que se ha
llegado, sólo por propulsar políticas económicas intervencionistas. Me pregunto
qué diría hoy de estos progres el precursor de la New Left, Charles Wright
Mills, que en su libro La élite del poder decía algo así como que los
modelos de capitalismo planificado de Roosevelt y Hitler posibilitaron
realmente a parte del "empresariado" (si se le puede llamar así) a
convivir codo con codo con el poder político en un manejo mutuo de sus empresas
(y de las ajenas) en una coalición organizada para la dirección de la sociedad,
dentro de los límites de las posibilidades elegidas.
Vale la pena entrar en detalle sobre esto, porque a diferencia del populista, el marxista reconoce que todos son libres en el mercado, y que en cierta manera todos son actores burgueses del mismo, pero que tal situación genera condiciones sociales beneficiosas para cada vez menos individuos y perjudiciales para el uso de esa misma libertad. Por eso la libertad individual que se ejerce mediante la propiedad debe, para éste, desaparecer en la planificación socialista, lo cual en casi nada perjudicaría a los que no sean capitalistas. A la corta esto beneficiará materialmente a la mayoría, y a la larga incluso la beneficiará en términos de libertad individual: será posible ejercerla sin ser demarcada por la propiedad, ya que se permitirá a todos hacer lo que deseen en un paraíso comunista de bienes superabundantes. (Esto es un resumen casi abusivo, pero para las necesidades del caso me parece que es suficiente. Explicarlo en más detalle sería confuso e innecesario.)
En cualquier caso ambos, marxistas y populistas, confunden ejercer poder con ser libre respecto al mismo. Los populistas creen que las clases mayoritarias modernas se encuentran "reguladas" siempre, por lo cual si no las "regula" el Estado las regula el mercado. El Estado lo pueden controlar ellas, y el mercado no. O cambian la fórmula y dicen lo siguiente: que las clases populares son el mercado, pero el mercado ya no es libre y que si no lo regula el Estado lo regulan los "monopolios". Y, entonces, de vuelta repiten algo similar: el Estado puede estar controlado por estas clases populares (o por políticos que piensan en ellas) mientras que los monopolios no pueden estarlo (y los empresarios que los dirigen no piensan en ellas sino en sí mismos -curiosamente lo mismo se aplicaría a las empresas que no son monopolios, pero ningún populista explica por qué en este caso el egoísmo es algo bueno-).
O sea, para el ideario estatista, no existe la libertad de cada
uno. Lo único que existe es la "libertad" de "cada clase" y
cada clase “tira para su lado”. Este "interés de clase" procuraría el
beneficio de sus partes más que sus partes mismas y el perjuicio de sus clases
enemigas (incluidos sus miembros individuales). Como en el populismo la clase
elegida como buena depende del paternalismo estatal, resulta que sí hay una
única clase altruista: la clase política (ésa que Alfonsín quería poner bajo la
alfombra borrándola del glosario de la sociología).
En pocas palabras: en la organización del poder hay un input y
un output. En la entrada pueden estar todos (como conjunto) o unos pocos (como
conjunto). En la salida están todos los individuos. Hasta allí uno podría
coincidir, pero para el populista hay una cantidad de poder total a ejercer que
no puede reducirse, ya que todo dependería del poder (la política lo es todo). Por
otra parte, para el populista el ejercicio del poder está a cargo de
ejecutores, pero estos no controlarían el input sino que dependerían sin
autonomía de tal o cual sector de la sociedad (en esto toman la reformulación
fascista del clasismo marxista).
Dadas estas condiciones, el populista deduce: si todos deciden
que el gobierno ejerza menos poder sobre todos los individuos, no habrá más
libertad para estos últimos de actuar, sino que los individuos se verán
sometidos a una minoría -que ocupará el espacio abandonado- en vez de a todos.
Así que el control debe ser total. El individuo debe obedecer al pueblo. De la
misma forma sucede por el lado del output: si el flujo de poder se dirige menos
sobre una minoría, entonces la mayoría se verá más sometida a él. O sea: la
única forma de aumentar la libertad de un individuo es a costa de la de otro.
La libertad es proporcional al control de los bienes existentes, no importa su
origen. La riqueza también es una materia homogénea que se puede llevar de acá
para allá como si fuera una suerte de alimento imperecedero que continuamente
sale de algo llamado fábricas. Así que si alguien tiene más alimento, hay que controlar más
que hace con éste (i.e. que sea menos libre en su uso), porque sino los demás
tendrán menos del mismo (v.g. tendrán menores salarios), o tendrán menos
control sobre la parte que les toca (v.g. poder decidir con más dificultad qué
trabajo hacer). Los empresarios, que los populistas admiten son útiles para
aumentar la creación mensual del producto, deben por ende estar más controlados
que el resto de los individuos.
Todo el razonamiento de esta gente se reduce, tristemente, a
esto, y a no mucho más que esto, aunque nos lo endulcen con sofisticaciones de
las que, sin embargo, parece que cada día carecen más.[2]
Puede este "mecanismo de poder" separarse en partes
imaginarias: los monopolios privados (malos, usados por las minorías) y el Estado
o el gobierno (buenos, usados por todos o por las mayorías), pero en resumen el
razonamiento no cambia. Por lo general se admite que los poderosos no tienen
realmente poder, sino que su "poder" es, en este esquema,
impedir que el Estado ejerza más poder sobre ellos para así poder ser más
libres perjudicando al resto, lo cual es reconocer, en pocas palabras, que el
único agente de poder real al que todos los "poderes" acuden, es el
Estado y su monopolio de la violencia. La pavada tiene sus límites, y los que
la repiten saben que hay que evitar una completa banalización de la sociología
política (lo admiten a regañadientes cada vez que citan a Weber).
Ahora, pasemos al siguiente paso, que es preguntarnos en qué
consisten esas funciones sociales diferentes, que los populistas aceptan puedan
manejar una mayor cantidad de riqueza y que, por eso mismo, dicen deben
controlarlas. Hablemos sobre si realmente existe una contradicción de intereses
entre las fuentes de ingreso de los capitalistas y/o empresarios, por un lado,
y los obreros y/o asalariados, por el otro. Sobre esto gira el punto que
Rapoport ni argumenta. Y es importante empezar por esto porque, esa igualdad de
derecho a lo propio que Rapoport considera perjudicial en un marco de
desigualdad económica, es precisamente la que genera esa desigualdad. La
igualación económica requiere privar al individuo del control sobre su
propiedad, y hasta desiguala el derecho a la misma.
O sea, y para refutar el esquema mental del poder como un total
fijo, las funciones sociales que los populistas consideran como
"concentradas" y que deben ser más controladas, tienen una relación
de codependencia con la ausencia de control. La actividad empresarial y la
creación de capital son corolarios de la libertad individual que éstos no
desean permitirle una vez que existe.
Ahora bien, si esto es así, hay una interdependencia
cooperativa entre estas funciones sociales (clases, si se las quiere catalogar
así) y las restantes. Luego tal vez no sea sólo su actividad en abstracto la
que se concilie con la del resto, sino también su libertad y su cantidad de
bienes. Tal vez –espero reflexionen mis amigos populistas- aumentar las libertades
a estas funciones sociales que requieren de disponer de más bienes
(capitalistas, empresarios, etc.), no reduzca las libertades de quienes ejercen
otras funciones sociales con menos cantidades de bienes (asalariados,
comerciantes, profesionales independientes, etc.), ni tampoco la cantidad de
bienes que controlan con dichas libertades. Para saber esto hay que analizar
qué relación tiene la propiedad y la libertad en el uso de la misma, con la
función social de aquello que se posee.
Para este esquema de pensamieto "populista" (o como
se le quiera llamar) pareciera ser que el beneficio cooperativo de una función
social es inversamente proporcional a su libertad. Pero, si descubrimos que
dicha función social en realidad se encuentra entrelazada con su ejercicio
libre en beneficio propio, entonces la realidad es exactamente lo contrario: si
dos funciones sociales son orgánicamente codependientes, también lo serán sus
libertades. Si así no fuera, entonces habría que presumir que una función
social sería cooperativamente útil si, gracias a estar controlada, se ejerciera
en forma absolutamente altruista. Pero resulta que la actividad empresarial
tanto como la obrera funcionan en un marco de mercado intentando maximizar el
beneficio, o si se quiere, sacando el mayor provecho (se entiende: el provecho
ejerciendo dicha función). Pero para pensar en un beneficio mutuo en esta
situación hay que suponer solidaridad de intereses egoístas (egoístas,
nuevamente, en el marco de su patrimonio), lo cual parece a primera vista
contradictorio, pero que, como veremos, no lo es en lo absoluto. (Me siento
como Mises en sus libros de divulgación cuando se da cuenta que tiene que
explicar de cero la división del trabajo en una sociedad de mercado, tarea que
me da un poco de migraña dado el sueño que tengo)
Tomemos un ejemplo para demostrar que, tomado en un momento aislado, cualquier interés es contradictorio con otro (el ejemplo va a ser para que lo entienda hasta CFK). Si como verdulero le impongo a mi vecino panadero precios menores a los que puede cobrar sin perder ventas, parece que mi poder me beneficia en el acto, pero me perjudica porque mis intereses dependen de sus beneficios dentro de los límites del comercio libre, tanto como comprador como, principalmente, proveedor de los bienes que dan sentido a mi dinero. Ahora bien, por más que el panadero pudiera ser más rico que yo, nadie pensaría que podría tener una verdulería si no existiera un panadero, o beneficiarme más como verdulero si el panadero se beneficiara menos. Luego, la relación de ambos intereses es orgánica.
Ahora volvamos al caso de empresarios y obreros, donde los empresarios ganan más que los obreros. De pronto parece que es sensato suponer que yo podría ser obrero (como supone el marxista), o ingeniero, o comerciante, o incluso pequeño empresario, sin necesidad de que exista un gran empresario -en caso de que sea más eficiente exista una gran empresa-, o bien que podría beneficiarme más como obrero si logro que el empresario se beneficie menos (como supone el populista). ¿Es esto cierto? No lo es. Y no lo es porque, como descubrió Maggie en su infancia, la libertad que utiliza el empresario es la misma que utilizan todos los que no lo son, y las libertades de estos últimos no entran en conflicto mutuo, como no lo hacen los comerciantes del pan y la verdura entre sí. El mismo Stalin llegaría a decir que la fuerza de la burguesía derrocada consistiría en su capacidad de renacer de la actividad económica independiente que el pueblo pudiera generar (que parece ser es más competitiva que el gran consorcio socialista, que es a la vez admitir que cualquiera, por chico que fuera, puede conquistar el lugar de una gran empresa si esta no es eficiente). La burguesía renacía en "la fuerza de la costumbre, en la fuerza de la pequeña producción. Porque, desgraciadamente -dice Stalin-, queda todavía en el mundo mucha, muchísima pequeña producción, y la pequeña producción engendra capitalismo y burguesía constantemente, cada día, cada hora, espontáneamente y en masa". Porque, insiste, suprimir las clases "no sólo significa expulsar a los terratenientes y a los capitalistas –esto lo hemos hecho nosotros con relativa facilidad–, sino también suprimir los pequeños productores de mercancías; pero a estos no se les puede expulsar, no se les puede aplastar; con ellos hay que convivir, y solo se puede (y se debe) transformarlos, reeducarlos, mediante una labor de organización muy larga, lenta y prudente".
Hay que dar gracias a los Stalin por la claridad que los Rapoport no nos proveen. Y hay que agregar algo más: es esa libertad de mercar la que posibilita que el empresario se beneficie generalmente más que el asalariado, pero este último más que sin empresariado. Un liberal clásico (así como el libertario) tiene que saber convivir con una mentalidad de izquierda para recordar los principios y una de derecha para aceptar los resultados. ¿Se perjudica el asalariado de la libertad individual y se beneficiaría más (materialmente hablando) sin ella ya que se libraría de la dependencia para con el empresario? Para el demócrata de Rapoport parece que sí: que los obreros estaban mejor con la URSS que ahora. Para el liberal de Hayek, no.
Para Hayek, si mi libertad como empresario es parte de mi
fuente de ingreso, y esa fuente de ingreso no perjudica a nadie sino que
comienza en una cooperación contractual (el intercambio entre propietarios) y
termina en el beneficio mutuo en el resultado (el orden espontáneo), entonces
proteger mi libertad y propiedad respecto del Estado no significa
"servir" (irrestrictamente) mi interés, y en cambio no hacerlo es
"servir" (irrestrictamente) el interés ajeno del que me parasita por
el uso de la fuerza. Es más: un gobierno que no me proteja, dañará a la larga a
la economía (a la "acumulación de capital", no importa quién la haga)
de la que todos dependen, por lo cual su interés, si pretende tener éxito
político a largo plazo y no construir un totalitarismo, es proteger la
propiedad y la libertad que hicieron posible mi existencia. El único gobierno
que no lo hará es aquel cuyo éxito político dependa más de un apoyo a corto
plazo (de quienes pretenden utilizar al Estado para vivir) que del progreso a
largo plazo. Por lo general ese apoyo viene de mayorías de no-empresarios que,
como los verduleros de mi ejemplo, piensen que pueden ganar más a la larga
"regulando", o sea, sometiendo por la violencia estatal, al panadero
burgués.
Y pensarán así por haber convertido en populares a las ideas
populistas, o sea, a las ideas de fácil popularidad, que Rapoport confunde con
ideas que benefician a la mayoría del pueblo (y que perjudican a su minoría más
rica que, para Rapoport, es siempre el origen de los perjuicios a aquella).
Hay grupos políticos que, conscientemente o no, adoptan estas
ideas porque les aceleran su camino hacia el gobierno, y porque además, si lo
obtienen, aumentan su esfera de ejercicio del poder. Eso es el populismo.
Reducido a una oración, populismo es ganarse a la mayoría del pueblo con un beneficio inmediato obtenido mediante el perjuicio a una minoría cuyos mayores ingresos codependen del beneficio a largo plazo de aquella mayoría.
Populismo no es, como pretende relativizar Rapoport, buscar el
beneficio de un "pueblo" (o sector del mismo) a costa de otro, esto
es, en el cínico reciclado del clasismo marxista que hace en su teoría
rapoportiana: que el populismo bueno es lograr cualquier beneficio inmediato
para la mayoría -y que a pesar de eso nunca podría ser parasitaria-, y el
populismo malo es el de proteger cualquier tipo de beneficio para la minoría
que parece ser que siempre resulta ser explotadora.
Curiosamente, en los países donde son más ricas esas minorías
de las que Rapoport habla, las mayorías no son más pobres, a pesar del ejemplo
tirado de los pelos que usa, donde se vale de mostrar las personas sin
asistencia social que no entran al mercado en esa mezcla de capitalismo y
corporativismo mafioso que al menos hasta hace un tiempo venía siendo Rusia
(cosa que debemos agredecer a la nomenklatura que el socialismo creó y la
liberalización debió heredar).
¿Cómo puede ser que en los países socialistas, que Rapoport dice no defender, los obreros sean más pobres que en el resto del mundo, a pesar de que sus ricos son menos ricos que en los países liberales? ¿Por qué Rapoport defiende capitalismos regulados como el nuestro (o sea, cercenados y envilecidos) cuando podría defender socialismos donde, por lógica, los vientres gordos de los capitalistas (sic) sencillamente no existen y los pobres no se verían en nada perjudicados?
Se pone a igual distancia del capitalismo real y del socialismo
real, pero parece que le gusta más el socialismo real, donde sin golpismo
siempre impera una dictadura, lo que no le molesta tanto porque los obreros
vivirían "mejor". ¿Será que extraña el "nosotros hacemos como que
trabajamos; ellos hacen como que nos pagan"?
Hay que hacer una aclaración interesante y necesaria, ya que va
a otra cuestión que toca de refilón el intelectual de Página/12: las
autocracias, a diferencia de las democracias, no tienen per se una tendencia
demagógica al estatismo y al totalitarismo, pero tienen otra, que es que para
limitar el acceso a nuevas clases políticas tienden casi siempre (no siempre) a
destruir la libertad política, que en democracia debe ser protegida como
condición necesaria para el pluralismo, y una vez que la libertad política es
destruida, es más fácil atacar el resto de la libertad económica (que hace
posible la libertad política) y finalmente se ataca la de todos los empresarios
para beneficio propio a corto plazo (éste es el verdadero “populismo de unos
pocos”, no el del que habla Rapoport). Por otra parte, cuando el sistema
económico empieza a fallar por las regulaciones, los siguientes en ser
perjudicados por el intervencionismo y la redistribución son las capas de la pirámide
que les siguen a las grandes empresas, y que son cada vez más numerosas (para
la cual la retórica estatista es necesaria como justificativo para mantener la
popularidad de la que todo gobierno al fin de cuentas depende). Las dictaduras
militares izquierdistas como la de Velazco Alvarado son el extremo de una larga
lista de gobiernos militares veleidosos con poco interés en el liberalismo
económico (Pinochet es, precisamente, una de las pocas excepciones, y por eso
es citado con odio por su éxito, y no por sus crímenes, una y otra vez).
Y acá aclaro algo más que tiene relación con la actividad de los estados liberales (sean o no democráticos), que escribí en mi último artículo sobre el marxismo, y es que la retórica estatista actual intenta "confundir represión con regulación, o sea, presentar la represión de huelgas violentas en un mercado desregulado como si se tratara de la regulación de personas que estuvieran fuera del mismo", y esto es así porque "la regulación como el intervencionismo y la redistribución, a diferencia del mercado y las relaciones contractuales basadas en derechos de propiedad, requieren de un dirigismo permanente y una supervisión continuada incluso en caso de que nadie ofrezca resistencia".
Llevado esto a los gobiernos que se valen de la represión
política (democráticamente electos o no) la cuestión es muy similar. Es más,
precisamente la diferencia entre autoritarismo y totalitarismo es que el
primero prohíbe selectivamente tal o cual actividad política sea ésta violenta
o no, mientras que el segundo la regula y la exige en su favor.
¿Qué sucede en las democracias que tanto dice preocuparle a
Rapoport? Depende. Si la cantidad de población “aburguesada” por el capitalismo
es todavía poco numerosa, su sector medio (el corazón de las élites
intelectuales) tenderá a decantarse por el socialismo. Una vez que gracias a
las libertades políticas y civiles (que son una forma de uso de la libertad
económica, como bien recuerda Schumpeter) grupos políticos y sindicales adoptan
parte o in totum estas ideas, establecen formas de beneficio a corto plazo en
perjuicio constante del empresariado (y en beneficio de empresas particulares a
costa del sistema capitalista en su conjunto). Luego es natural que una
política económica desreguladora, sea elegida en democracia o establecida por
una autocracia, requiera de reprimir los intentos violentos de gran parte de la
población obrera sindicalizada de mantener el statu quo intervencionista previo.
Esta represión es, como dije antes, tramposamente tomada como muestra de una
"regulación" diferente, o sea, de que la violencia estatal ha pasado
de ejercerse contra la actividad empresaria a ejercerse contra la actividad
obrera. Sin embargo la actividad obrera no es la que está siendo
"regulada", sino la violencia obrera que se ejecuta como parte de una
lucha por recuperar una regulación coercitiva de la que se cree, gracias a los
Rapoport y sus prejuicios marxistoides, es la única vía para el mayor beneficio
obrero, cuando en realidad sólo lo es a corto plazo, como lo demuestran todas
las revoluciones obreras.
Por supuesto estas exigencias violentas en favor del intervencionismo o de la redistribución, cuando no del socialismo (la líder de la actual agrupación chilena que lucha por una educación universitaria pública es, vaya coincidencia, una chavista), no pueden reclamar con tanta facilidad legitimidad democrática cuando las políticas económicas liberalizadoras son ejercidas por gobiernos electos. Le es más fácil a la prensa de izquierdas confundir a sus lectores cuando analizan casos donde la represión de la violencia sindical antiempresarial se une a la represión de la libertad política propia de la mayoría de las autocracias. Afirman, a lo Naomi Klein, que la voluntad popular es siempre populista, y que para proteger la libertad burguesa hay que perseguir a la mayoría porque ésta no la desea. Que desea, en cambio, que un amado líder socialista la provea, a costa de su propiedad e independencia, del mínimo servicio de salud y educación necesario para que trabaje al servicio del Estado.
Las autocracias pro-mercado por lo general no se desarrollan desde gobiernos electos liberales (salvo el curioso caso de Fujimori, en general no tienen las herramientas que el estatismo les puede proveer) sino desde gobiernos implantados por la voluntad de instituciones del Estado que dispongan de la fuente del poder: la que nace de la boca del cañón. Para la propaganda de la actual izquierda, los gobiernos militares que adoptan administraciones más o menos pro-mercado no elegirían su política por tener un mínimo de realismo económico, sino para... favorecer a empresarios que desean ser más ricos empobreciendo a todos. And that's it.
Creo que ya desmenucé suficiente y hasta mi cansancio, el
razonamiento clasista-populista del cual casi por necesidad se deriva esta
clásica crítica que el socialismo más vulgar hace al liberalismo, y que
Rapoport repite sin mucha originalidad. Así que pasemos al artículo y los links
que espero poder lograr alguien termine de leer.
Como avisé antes, voy a pasar un par de links sin citar todo el
artículo salvo ciertos párrafos, respecto a los cuales son pertinentes los
comentarios y los artículos vinculados.
La primer joya es esta, que no voy a refutar porque se refuta
sola, pero que no puedo dejar pasar:
Una cosa es acumular en beneficio de los que se quedan con los dividendos o los altos sueldos de las grandes empresas.
Cuando se habla de “acumulación” se habla de acumulación de capital, no a la acumulación de dinero en tal o cual mano. Ahora, si a lo que se refiere es a que la acumulación de capital y la producción varía dependiendo de la distribución... ya ni marxista ni smithiano es lo que nos dice: ¡Rapoport se hizo austríaco! :)
En un momento incluso plantea nuestro “socialista irreal” que
la propiedad se obtiene robando (¿de dónde salió la fuerza para que robaran?
¿qué eran antes de robar?), pero si algo demuestra el capitalismo es que la
desigualdad generada por la igualdad del derecho de propiedad no aumenta en los
más ricos las posibilidades de -o no aumenta el interés en- violentar la
propiedad ajena. La igualdad que se supone es base para una democracia (y no la
voluntad de la mayoría eventual) tiene un criterio más firme en la igualdad de
derechos que en la igualdad de posesiones: http://argenlibre.blogspot.com.ar/2012/07/el-periodismo-como-libertad-individual.html#_ftn3
Mejor sigo...
Pero nuestros sabios economistas se olvidan de que los ilustres fundadores de su ciencia, que es la economía política, eran en su época unos malditos populistas. En su lucha contra el monopolio colonial y las monarquías absolutas, el laissez-faire de Adam Smith representaba el populismo de los sectores medios: industriales, comerciantes, profesionales, etc. Qué mejor que liberar las fuerzas del mercado para abatir a tiranuelos y favoritos que se llevaban la mayor parte de la torta. [...] Entonces llegó Marx denunciando que el populismo de Smith y de Ricardo no era suficiente para distribuir mejor las riquezas y que la acumulación volvía a quedar en manos de unos pocos.
No me imagino a Smith preocupado por el coeficiente de Gini, realmente. Por otro lado, jamás escuché a Marx elogiando a Smith por defender una mayoría, y menos por considerar a la pequeña burguesía una mayoría.
Aun cuando para Marx la burguesía era menos minoritaria al
principio, lo que menos le importaba era su número: lo que le importaba era su
rol de avanzada en el cambio histórico determinado por su capacidad de
desarrollar la tecnología... o sea ¡si acaso acumulaba más capital! Y por eso,
precisamente, Marx apoyaba a la burguesía contra
la pequeña burguesía (o sea, decía lo contrario de lo que le hace decir
Rapoport, y por las razones contrarias a las que afirma Rapoport).
Para colmo, la (nueva) pequeña burguesía recién se convertiría
realmente en mayoría en los países desarrollados, a posteriori de la
concentración industrial capitalista de cuya eficiencia depende, o sea, la
famosa clase media moderna. (¿Rapoport es historiador? A cualquiera le dan
un título, eh.)
En fin, el artículo propio que mejor me sirve para describir el
desastre conceptual e histórico de este párrafo, va acá:
Otra:
Pero todavía, para colmo de males, vino luego Keynes, que
demostró que los vientres gordos de los ricos no llegaban a comerse todo lo
producido. No podían seguir vendiendo y estalló la crisis: era el Estado el que
debía intervenir creando la demanda necesaria para volver a acumular. Otro
populista más y muy peligroso.
¿Peligroso por qué? Si supuestamente, según lo que él mismo dice, vino a salvar a los mismos capitalistas de su poca voracidad. ¿Y en qué se verían perjudicados si crear esa demanda es sólo una cuestión monetaria ya que el excedente supuestamente preexiste?
Para Keynes la recesión no era un mal de los ricos, sino del
liberalismo que perjudicaba a los ricos y a los pobres porque su libertad de
mercado se volvía contra ellos.
En su posición, para colmo, citaba elogiosamente a esos
mercantilistas que Rapoport considera títeres de intereses clasistas.
Es gracioso todo esto, porque el propio Keynes tenía una visión
no-clasista del problema.
La cita que hago ahora no es mía, sino de Karl Polanyi, un socialista owenista que además era un sociólogo anti-liberal que es el gran amor de muchos de los actuales populistas (Stiglitz hizo un prólogo de su más clásica obra), pero que da una explicación y justificación de su anti-liberalismo perfectamente inversa a la de Rapoport y paradójicamente más acorde con la respuesta que le dio Gabriel:
La cita que hago ahora no es mía, sino de Karl Polanyi, un socialista owenista que además era un sociólogo anti-liberal que es el gran amor de muchos de los actuales populistas (Stiglitz hizo un prólogo de su más clásica obra), pero que da una explicación y justificación de su anti-liberalismo perfectamente inversa a la de Rapoport y paradójicamente más acorde con la respuesta que le dio Gabriel:
Más aún, el mal mayor estaba ahora en Adam Smith. Demasiada libertad de mercado, lo que no servía a las multinacionales, no fuera a ser que esa libertad se metiera dentro de sus empresas. No señor, allí ejércitos de economistas y contadores planifican bien las ganancias; el que no debe planificar es el Estado, un monstruoso andamiaje que sólo sirve para apropiarse de los beneficios ajenos y repartirlos a los que no pueden planificar su futuro.
Acá me parece Gabriel sobreestimó a su interlocutor. Leyó en estas
palabras algo así como que criticaba los subsidios a la empresa privada, o a la
planificación en su favor, etc., pero dice otra cosa: que no hay libertad de
mercado porque no hay mercado dentro de las fábricas. Es lo que se entiende ahí
al menos.
O sea, los capitalistas planifican la económica porque
planifican la organización de una empresa. Es buenísimo. Claro, por eso los
obreros trabajan por un salario. No porque es más eficiente para la demanda que
el trabajo autónomo (ni siquiera por una necesidad social creada, como dicen
los marxistas), sino porque les impusieron una regulación y no pueden
administrar libremente las herramientas de producción que crearon. Es joda
esto.
No sé qué quiso decir, pero cualquiera de las opciones es ridícula. Voy a suponer, como hizo Gabriel, que quiso decir lo menos insensato, y así paso esto como lectura:
http://propiedadprivada.blogspot.com.ar/2008/12/la-democracia-entre-la-propiedad_09.html (leer la parte 7.c nomás)
Finalmente cierra con esto:
El “capitalismo real” y el “socialismo real” terminaron siendo dos caras de una misma moneda. Por eso, para que las cosas continúen así, no hay que dejar entrar más por la puerta de la academia a economistas populistas que la envilecen, si es que los enmarcamos en su época no como dogmas, se llamen Smith, Ricardo, Marx o Keynes.
Su propio dogma hizo que terminara leyendo a Smith, Ricardo, Marx y Keynes de esta forma: Laclau, Laclau, Laclau y Laclau. No entendió nada. Tal vez debería leer también a Cantillon, Say, Marshall y Friedman, para que las opciones no sean sólo austríacas. No sea cosa que se asuste.
[1] Sobre esto último los marxistas piensan algo parecido, sólo que
reconocen que el poder se ejerce a través del Estado -ya que lo diferencian de
la explotación- y pueden concebir regulaciones del mercado en favor de las
clases capitalistas. Lo de ellos, por ende, requiere ser más radical:
"mientras haya burgueses serán oligarcas", pero no conciben que ése
sea el origen del problema, sino en sí mismo ser burgués. No es lo que tienden
a hacer en tal modelo económico que se los permite, sino lo que son, por lo
cual evitarlo implica eliminar dicha función social.
[2] Repito, y creo que debo hacer esta
aclaración una vez más: esta forma de pensar es fácil de digerir gracias a la
aceptación acrítica de ciertas concepciones filomarxistas que se fueron
popularizando, y que son hoy por hoy más funcionales a los pocos objetivos que
el marxismo puede realizar, que el marxismo mismo. Sin embargo, el marxismo no
tiene nada pero nada que ver con esta forma de razonar, y esto se aplica tanto
a los marxistas que intentan con espíritu realmente científico sólo sacar de la
doctrina aquello que sirva para entender mejor la realidad, al estilo de
Hobsbawm, como incluso a los marxistas ortodoxos que saben que su doctrina es
primero un instrumento de poder de la que se debe dar más de una versión en
caso de que la doctrina, como ideología, ayude a los objetivos políticos. Por
más que el tipo de razonamientos anteriormente descritos pudiera ayudar a
fomentar prejuicios anticapitalistas que pudieran ser explotados por la
izquierda, los marxistas saben que eso no bastaría -y hasta sería perjudicial-
si se quiere llegar a justificar todo un orden socialista obrero químicamente
puro como el que buscan, por lo cual saben que la degradación de su doctrina
para fines retórico-propagandísticos no debe pasar de ciertos límites.
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