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A la largo de mi experiencia como
practicante de Aikido –no como buen alumno sino más bien como “in-sistente” de
Aikido- he visto muchos tipos de practicantes. A los efectos de esta breve
nota, me referiré específicamente sólo a dos clases o tipos de aikidokas.
Un primer grupo (“primero” sólo a efectos de la
clasificación) pone el acento en el estado físico y en el nivel de destreza
técnica. En general es gente acostumbrada a la gimnasia, al ejercicio físico y
tienen por ende resistencia, fuerza y/o elasticidad muscular. Un subgrupo,
dentro de éste, ha hecho otras artes marciales. Algunos de éstos comienzan
Aikido como una especie de complemento de la o de las que ya tienen, y en
general descubren en el Aikido algo más que un complemento.
Un segundo grupo, que sería en
cierta forma el “opuesto” del anterior, son personas sin ningún tipo de
entrenamiento físico previo, atraídas al Aikido por lo que han escuchado o tal
vez leído sobre su filosofía y espiritualidad. En general tienden a interesarse
por los aspectos religiosos o culturales del pensamiento oriental. Sus primeros
pasos son más lentos y difíciles pero tienden a compensarlo porque en general
son más pacientes y tenaces en sus intenciones.
Los dos grupos pueden tener dos
“tentaciones” contrapuestas pero con un punto en común.
El primer grupo puede tener la
tentación de pensar que, en el fondo, esa “mística” que rodea al Aikido puede
haber sido, como mucho, una parte muy respetable de la vida del fundador pero
que, en el “resto de los mortales” poco o nada tiene que ver con una situación
real de defensa. Lo que vale allí es el entrenamiento duro y parejo: tono
muscular apropiado, buenos reflejos, buena técnica y, por supuesto, seguridad
en sí mismo. Se dan por supuestas todas las reglas de etiqueta y caballerosidad
que deben rodear a un practicante de Aikido, pero no es “la película de la paz
interior y etc.” la que va a producir el desenlace.
El segundo grupo puede tener
exactamente la tentación contraria. Han
practicado. Bien o mal, mejor o peor, poco o mucho, pero han practicado lo
suficiente como para captar que, si uno se mantiene en su centro, es el otro
–sea quien fuere- el que lo va a perder. Alentados por sus meditaciones y
pensamientos, extrapolan esa verdad a tal punto de suponer que, si llegara un
momento difícil, lo esencial será la propia paz interior, la armonía consigo
mismo, la radical ausencia de temor y la suficiente serenidad como para
mantener la distancia y moverse en el momento preciso. Una cierta iluminación
será lo esencial; será la causa de una técnica precisa que habrá surgido,
afortunadamente, en el momento más inesperado y desafiante.
Ambos grupos suponen además una adicional “tentación”. La
tentación de estar esperando ese paradójico momento donde, “por suerte” seremos
realmente atacados. Ambos grupos han oído hablar de la no-agresión, de la
no-resistencia, del Aikido como el arte de la paz, y saben que en Aikido no hay
torneos de competición. Saben que por ende tal vez nunca van a tener la
oportunidad de “probar realmente” la efectividad de sus técnicas. Pero, dado lo
complejo del corazón humano, eso no es visto, en el fondo de nuestra
naturaleza, como una ventaja o alivio. “En el fondo-en el fondo-en el fondo”,
ambos grupos, y creo que todos, tenemos una agresión y violencia muy
contenidas, muy guardadas, que están esperando a salir, agazapadas tras la paz
de nuestro ceremonial, en ese paradójico momento, no esperado en el discurso,
pero si en el más secreto lugar de nuestro corazón, donde “por fin” algún otro
perderá la calma y “por fin” nosotros estemos “autorizados” a “tener que
defendernos” y volcar sobre nuestro desafortunado atacante toda la agresión
contenida en años y años. ¿Por qué decimos que esta tentación es común a ambos
grupos? Parece ser privativa del primero. Pero no. Ya basada en una buena
técnica, ya basada en la energía psíquica o en lo que fuere, la violencia está
allí esperando para salir. Un grupo espera salir airoso del paso sobre la base
de su entrenamiento físico; el otro, sobre la base de su supuesta paz y armonía
interior, pero en ambos casos la violencia, el deseo de destruir al otro, está
allí, permanente, como un ruido de fondo sordo y penetrante de nuestra
existencia.
En mi opinión –y me expongo, por supuesto, a las críticas-
ambos grupos cometen dos errores. El primer error se divide en dos porque es el
mismo con dos caras. Consiste en la separación cuerpo/espíritu. El segundo
error consiste en estar esperando el momento de la pelea.
Para demostrar lo anterior –o, al menos, para acercarme a
su plausibilidad- no me voy a basar en una idea abstracta del Aikido en sí
mismo. Creo que el Aikido es, sencillamente, Morihei Ueshiba. Acercarnos al
misterio del Aikido es acercarnos al misterio de la vida concreta de ese hombre
que encarnó en sí y sobre sí toda la tradición del budo japonés.
Si reflexionamos sobre la vida de Ueshiba, podríamos decir
que hay dos momentos, no los dos únicamente importantes, pero sí dos momentos
significativos. Desde la experiencia de Mongolia en 1925, pasando por la
fundación del dojo Kobukán en 1931, hasta el retiro en Iwama durante la Segunda Guerra ,
para no participar en modo alguno de ella, podríamos decir que hay un espacio de
existencia que es como un gozne entre dos períodos (uno, anterior a 1925, otro,
posterior a 1945) que se parecen cada uno, respectivamente, a las actitudes
descriptas en el primer y segundo grupo de los cuales hablábamos al principio.
Sé que se me va a decir que no es lo mismo, por eso me adelanto a decir que
estoy planteando una analogía, no una igualdad. El período anterior a 1925 es
como si fuera un período adolescente, adolescente, exultante, ansioso. Stevens
(1) describe una especie de intensa preocupación por su estado físico y su
pericia técnica, y, dejando de lado los detalles, no creo que se pueda decir
que ese período sea igual que la no-violencia de Gandhi. Ahora bien, de 1925 a 1945 (son cifras
aproximadas) algo pasa. Para decir esto no es necesario ser shintoísta:
cualquier persona de buena voluntad debe reconocer el valor de cualquier
experiencia religiosa sincera y auténtica sin para ello comulgar necesariamente
con tal o cual credo religioso. Sencillamente, como decimos, algo pasó, algo
que en términos comunes a todo lo humano se puede caracterizar como
comprensión, autoconocimiento, madurez, sabiduría, amor a los demás.
Desprendimiento, desapego, concentración interior que es semilla fecunda de
discípulos. Auténtica paz interior: no declamada, sino sencillamente vivida,
como sólo la puede tener quien, teniendo la espada, la guarda (2), sin
contenerse, sin hacer un esfuerzo para no sacarla. Custodia de la vida.
Estanque potente, tranquilo y fresco donde detenerse y descansar.
Esas son, creo, las características del segundo período.
La analogía con el segundo grupo es la preocupación por la vida interior, por
la fuerza del espíritu. La diferencia es esta: esa “conclusión” de la vida de
Ueshiba.... ¿Separa cuerpo y alma o los integra? Los integra. Las técnicas del
Aikido –de Ueshiba- son meditaciones del
cuerpo y con el cuerpo. Ueshiba no compensa una falta de preparación
psico-física con su conversión espiritual. No compensa, no sustituye, no suple.
Sencillamente, de algún modo, concluye –aunque lo humano nunca “termina-; esto
es, termina de dar esa diferencia específica sin la cual el Aikido no es
Aikido. La conversión espiritual de Ueshiba, opino, da forma al Aikido: es la
forma de una estatua cuyo material es toda esa preparación técnica de samurai
que había recibido a través de Takeda. Pero así como el noble mármol no hubiera
sido ninguna bella estatua sin la mano de un Miguel Angel, la noble tradición
del budo japonés no hubiera sido Aikido sin la conversión espiritual de
Ueshiba. Por eso en él no hay separación entre lo técnico y espiritual. La
conversión espiritual de Ueshiba da forma a las técnicas de Aikido, que se
esculpen en la base anterior del budo japonés.
Esa es, creo, la famosa unión de cuerpo, alma y espíritu
de la que tanto se habla cuando se habla de Aikido. Hay cuerpo y alma al mismo
tiempo en un cuerpo humano que sin fatiga hace irimi en el momento
justo, ni antes ni después, y hay espíritu cuando la intención final de todo
movimiento es la custodia de la vida. Sin esto último puede haber “lo marcial”,
pero no hay Aikido.
Por todo esto, sufrir las dos tentaciones de las que
hablábamos al principio implica que no hemos comenzado a vislumbrar al camino
del Aikido. Por cosas muy sencillas. El que con precisas técnicas “de Aikido”
va a un torneo, desafía a cualquiera y lo destruye, está haciendo algo marcial,
sí, (aunque mal utilizado moralmente hablando) pero no está haciendo Aikido.
Ese es el punto. Por todo lo que dijimos: lo que está haciendo es como el
mármol, que tirado sobre la cabeza de alguien puede ser letal, pero no es la
estatua. De igual modo, el que no ha cultivado la disciplina de su cuerpo no
puede esperar que su paz interior salve una vida. Mantendrá, sí, la paz frente
a la muerte. Lo cual puede ser santísimo pero tampoco es Aikido: falta el leño,
falta el cuerpo donde debe ser esculpida la forma.
Ahora bien, sigamos profundizando un poco en esa “forma” y
veremos un poco lo que en mi opinión es el segundo error. El Aikido no es una
preparación para una situación violenta. No fue esa la última etapa de la vida
de Ueshiba, cuando precisamente el Aikido se consolidó. La paz interior tiene
un significado más profundo que una simple declamación. La paz interior
significa desprendimiento. Implica no estar aferrado a la ilusión de mostrar en
algún momento una supuesta victoria guerrera. Implica justamente no anhelar el
momento de la guerra. El Aikido es el arte de la paz porque no hay ninguna
violencia interna que esté esperando para salir. Hay defensa, sí, pero defensa
de la vida. Esto es: buscando sólo el Aikido, y manteniendo esa paz interior de
la que estamos hablando, estamos preparados
(sin darnos cuenta, sin buscarlo), para salvar “una” vida. Para defender
la vida ante la agresión..... Una mano tira un golpe mortal. Puede ser un
asesino, o alguien que tomó de más, o simplemente un buen hombre muy nervioso.
Dios lo sabe. ¿Qué hace el Aikido allí? ¿Para qué nos prepara? Para lo
siguiente. Sin perder la paz, sin arder en violencia, se desvía al ataque, y se
frena y/o desarma al agresor. Sin que nadie se lastime. El golpe mortal podía
estar siendo tirado a otro, no a nosotros. Por eso el Aikido implica defender
“la” vida, no la nuestra necesariamente. Se defiende la vida del atacado, del
atacante y la nuestra. Y no se lastima a nadie.
Pero, se me dirá, ¿se puede hacer realmente “eso”? Si no
se puede, la vida de Ueshiba no tuvo sentido. Se me dirá: pero, ¿quién puede
hacer eso? ¿Quién puede mantener la paz, no entrar en cólera, y tener un nivel
técnico tal que se pueda desarmar y frenar un ataque mortal sin lastimar ni
siquiera al agresor?
Pues no lo sabemos. Sencillamente no lo sabemos. Por
supuesto que aquellos que tengan un nivel técnico deficiente, no. Pero, ¿y los
que “algo” de nivel tienen? Pues lo interesante es que no “deben” saberlo.
“Eso” de lo que hablamos no “debe” buscarse. Si se busca, se pierde la paz
interior, y si se pierde la paz interior, “eso” se pierde. Volvemos a decir: el
Aikido no se practica pensando en ninguna situación fuera del tatami, ni
violenta, ni heroica. Lo que se busca es la armonía entre cuerpo y espíritu.
¿Hay frutos no buscados? Puede ser, de igual modo que una lámpara que buscara
simplemente ser lo que es, lámpara, podría tener como fruto no buscado iluminar
el camino.
Este es un punto complejo por cuando forma parte de un
punto en común de la mística oriental y cristiana. La paz interior implica un
desprendimiento de objetivos y proyectos externos a la interioridad del yo.
Quien quiera salvar su vida la perderá y quien quiera perderla la encontrará
(3). Si esas palabras parecen a veces no tener sentido, en el Aikido tienen
pleno sentido. El Aikido no busca trofeos ni la derrota del enemigo. ¿Qué
busca? Busca al Aikido. ¿Pero no buscamos acaso que alguna vez.....? No. Sólo
cuando dejes de soñar con ese “alguna vez” la paz interior le habrá llegado.
¡Pero eso es imposible!, se me dirá. Sí, lo comprendo, porque en realidad
parece ser imposible para los vericuetos del corazón humano, y mi corazón está
ahí en primer lugar. Ni qué hablar de mi impericia técnica. Pero, ¿por qué
negarse a las posibilidades de lo humano? ¿No fue ese el camino del que nos
habla Ueshiba? “Ai”, armonía. ¿Puede haber armonía sin esa paz interior? Pero
no nos preocupemos. El primer paso para la paz interior es no preocuparse por
la paz interior. La paz interior está desprendida incluso de sí misma.
Sin embargo, debemos tomar conciencia de todo esto. Porque
esta es la peculiaridad del Aikido. Si no es así, entonces el Aikido no fue más
que el desvarío, el sueño imposible de un viejito bueno y sesentón que se cansó
de pelear y que practicó entonces una forma suave del jujustu. El Aikido es
entonces nada más que un Takeda tranquilito. Una forma elegante del Raito Ryu.
Lo cual está muy bien (reiteramos: está muy bien), pero entonces el Aikido
pierde toda especificidad.
Quisiera concluir con una propuesta sencilla. Sigamos
practicando al mismo tiempo que tratamos de ser mejores personas. Si el Aikido
seguirá siendo Aikido, tiene en eso tan simple su esperanza. Seamos,
sencillamente, personas que pensamos en los demás.
Sea el tatami un milagro de paz.
Depongamos las armas.
Guardemos la espada.
NOTAS:
(1) Ver Stevens, J.: Paz
abundante (Kairós, Barcelona, 1998) y Invincible Warrior, Shambhala,
London & Boston,1999.
(2) Mateo, 26, vs. 52.
(3) Mateo, 17, vs. 25.
Estimado señor, le informo que la República Argentina es un estado, y tiene leyes. Las leyes, en teoría, habría que respetarlas.
ResponderEliminarTres veces me comuniqué con el Instituto Acto, en el que usted es director, para que me quiten de la base de datos de spam, según la ley 25326.
Tres veces el spam se detuvo, y tres veces volvió de nuevo.
San Pablo dijo: "ustedes no se pertenecen, sino que han sido comprados, ¡y a qué precio!". Usted, si quiere, tiene la posibilidad de andar por el mundo pregonando que la gente sí se pertenece y "tiene derecho" a usar de su intimidad como se le antoje. Pero yo tengo derecho a que usted no contamine mi cuenta de email con sus herejías.
Estimado Señor, ha habido un profundo malentendido, seguramente por motivos técnicos, que es fácil de solucionar. Si usted me escribe a gabrielmises@yahoo.com sobre este mismo tema, entonces yo me comunico con la directora ejecutiva del Instituto Acton e ipso facto será borrado de nuestro mailing.
ResponderEliminarAlguna vez (fue en el post dobre Freud??) Gabriel comentó que algunos católicos querrían colgarlo en la plaza (o algo así) por sus herejías. Me pareció una exageración chistosa. La realidad siempre nos da sorpresas. No se si este señor será catçolico o no, pero... que miedo da leer, ya entrados en el siglo XXI, que alguien acuse a otra persona de "hereje".
ResponderEliminarTodos creen que es una exageración chistosa porque no llegan a creer lo que puede llegar a ser el nacionalismo católico argentino, totalmente franquista y antisemita. De terror. ¿Cómo no me van a llamar hereje a mí, si son los mismos que intentaron que Pío XII declarara formalmente que Jacques Maritain era un hereje? Por suerte, gracias a que Pío XII tenía las cosas muy claras, rechazó el pedido (uno de ellos me dijo, hace más de 30 años: "fue el gran error de Pío XII"..............)
ResponderEliminarY entre paréntesis, conmueve ver la cantidad de comentarios recibidos por el Aikido....................
ResponderEliminar"Y entre paréntesis, conmueve ver la cantidad de comentarios recibidos por el Aikido..."
ResponderEliminarJa, já, supongo que el tema del Aikido es un poco restringido y por eso no sucita comentarios. En cualquier caso, y aunque no tiene nada que ver (o tal vez sí), te voy a recomedar una película de artes marciales que vi hace unos días: Warrior. Es de EEUU, y la verdad que está muy bien armada. El foco está puesto mas que nada en la relación entre los personajes (los conflictos entre un padre y sus hijos) y las patadas quedan mas bien para el final. Tiene bastante del espíritu de Rocky, en el sentido de que hace bastante foco en la realidad social de EEUU (la gente que pierde sus casas, los que mueren por falta de cobertura médica, el desamparo de las familias de los soldados que mueren en la guerra, en fin). El mensaje es de todas formas un poco ambiguo, porque de alguna manera expresa que a las piñas (literalmente, ja) podés salir a flote, pero vale la pena verla por lo bien interpretada que está (Nick Nolte cosechó una nominación al Oscar por el papel del padre) y lo bien narrada que está, mas allá de que es manipuladora como todo melodrama yanqui. Y ya que estamos, también te recomiendo "Heroe", también de artes marciales, pero china, y que me parece la mejor película de artes marciales que vi en mi vida, aunque si te interesa el tema seguro que ya la viste. F.P.
He leido tu reflexión y en lo esencial estoy de acuerdo: dejemos la espada.
ResponderEliminarYo he asimilado el Aikido a mi esencia cristiana.
Por desgracia el Aikido que se suele practicar ha degenerado.
También traicionó Judas a Jesús con un beso.
Pero no está contenido en el amor la violencia ni la muerte.
Si en una situación real usamos el Aikido, el daño o muerte del agresor será accidental.
La defensa propia es legítima.
Pero lo que perseguimos es la paz y la armonia y, o la llevamos dentro, o el Aikido no será tal. Aunque dobleguemos al atacante habremos fracasado.
El miedo a ser derrotados, el miedo al daño y dolor físicos, a la muerte propia o de un ser querido es lo que el Aikido reclama que sea superado.
¿Cómo?
No queiréndolo para el otro. Esa es tu ventaja.
Las técnicas del Aikido no buscan dañar sino disolver. Con este espíritu se ejecutan mejor pues fueron diseñadas en y desde ese espíritu.
Claro que se pueden desvirtuar, como tantas cosas en la vida.
Cuando ejecuteis alguna energía del Aikido el cumplimiento de la verdad, el equilibrio, lo justo, la serenidad y la paz, deben invadir vuestra mente.
Sentios maestros y todo retornará a su cauce natural.
Ama y haz lo que quieras.
He leido tu reflexión y en lo esencial estoy de acuerdo: dejemos la espada.
ResponderEliminarYo he asimilado el Aikido a mi esencia cristiana.
Por desgracia el Aikido que se suele practicar ha degenerado.
También traicionó Judas a Jesús con un beso.
Pero no está contenido en el amor la violencia ni la muerte.
Si en una situación real usamos el Aikido, el daño o muerte del agresor será accidental.
La defensa propia es legítima.
Pero lo que perseguimos es la paz y la armonia y, o la llevamos dentro, o el Aikido no será tal. Aunque dobleguemos al atacante habremos fracasado.
El miedo a ser derrotados, el miedo al daño y dolor físicos, a la muerte propia o de un ser querido es lo que el Aikido reclama que sea superado.
¿Cómo?
No queiréndolo para el otro. Esa es tu ventaja.
Las técnicas del Aikido no buscan dañar sino disolver. Con este espíritu se ejecutan mejor pues fueron diseñadas en y desde ese espíritu.
Claro que se pueden desvirtuar, como tantas cosas en la vida.
Cuando ejecuteis alguna energía del Aikido el cumplimiento de la verdad, el equilibrio, lo justo, la serenidad y la paz, deben invadir vuestra mente.
Sentios maestros y todo retornará a su cauce natural.
Ama y haz lo que quieras.