La inauguración del Grupo de Estudios de la Obra del
Padre Francisco Leocata, junto con la confección de la página web dedicada a la
obra de este gran pensador argentino, me ha henchido de alegría. Cuando me
enfrenté al ordenador para escribir unas pocas páginas al respecto de la figura
de Leocata celebrando estos acontecimientos, me sorprendió la idea de escribir
una pequeña semblanza de su persona, dejando un poco de lado la cuestión
propiamente académica -que tanta dedicación merece, por otro lado- y
aprovechando la ocasión para rendirle un sentido homenaje como su alumno y
discípulo.
Como alumno de la Universidad Católica Argentina,
caminaba las clases de los primeros años de la carrera de Filosofía un tanto
mareado por las mareas filosóficas en las que me había aventurado. Todo era
viejo y nuevo para mí... se hablaba en las aulas de aquello que, sin hablarse,
acompaña la existencia de todo hombre que se digne de ese título. Algunos
profesores entraban por la puerta con un universo de reflexiones tan vasto que
los ojos de uno no alcanzaban a abrirse todo lo que la situación solicitaba. El
tiempo parecía tomarse un pequeño recreo. Claro que esos profesores geniales
eran contados, y uno empezaba a extrañar sus voces ya antes de haber concluido
el curso. Pero uno encontraba un remedio a esa nostalgia, y era la promesa de
profesores aún más excepcionales. Como sucede siempre que se trata de un gran
maestro, la fama precede a su presentación efectiva, y tal era el caso con el
Dr. Francisco Leocata. Ya en el primero de los años, uno era anoticiado del
grato acontecimiento de las clases del titular de Historia de la Filosofía Moderna y de Filosofía del Lenguaje. No había alumno que no expresase su
admiración por Leocata, ni alumno que fuera indiferente al testimonio de
aquellos favorecidos por sus clases. Así fue que, apenas había recorrido parte
de los pasillos de la UCA, ansiaba ya gozar de las mágicas sesiones que
profetizaban los muchos oráculos.
La espera se hizo un tanto larga, pero, para mi
alegría, llegó el día en que los corredores de la Facultad desembocaron en la
cátedra de Filosofía Moderna. Había
tenido, igualmente, la suerte de una primera cata de tan deliciosa cosecha en
una Semana de la Filosofía, en la que
el maestro Leocata había disertado sobre el “argumento ontológico”: como toda
primera cata, salí en un estado de embriaguez escandaloso. Pero se trataba de
una borrachera que no conocía resaca y que yo asimilaba al estado beodo de los
interlocutores de Sócrates en esos Banquetes míticos. Aún sin que se haya
abierto la puerta de la cátedra de Moderna, pues, ya conocía la fisonomía, la
estatura, el tono de voz y la contextura física del gran maestro, como también
algo de su mundo interior... pero ante los grandes hombres el estupor que
despierta su presencia nunca se desvanece. Así fue que este hombre de pequeño
porte apenas podía atravesar la puerta de la clase: estaba parado sobre los
hombros de muchos gigantes. En efecto, la erudición del Padre Leocata dejaba
boquiabiertos a quienquiera que lo escuchase o leyese, y no había país de la
filosofía que él no haya visitado detenidamente. Nada de la filosofía le era
ajeno... pero era cuestión de tiempo para caer en la cuenta de que tampoco le
eran ajenas otras muchas disciplinas, como el arte, la historia, la psicología,
la sociología, la teología, etc., etc. Su figura me retraía a la de los grandes
sabios antiguos, aquellos que no dejaban terreno humano virgen, y que removían
la tierra, cultivaban y cosechaban en todo campo que pudiera parecer a otros infértil
a primera vista. Y es que éste es uno de los rasgos más característicos de
Leocata, rasgo que lo destaca por sobre los demás profesores: su valentía y
coraje, su vocación a la aventura del pensamiento. Allí donde algunos preferían
mirar de reojo y pasar rápidamente por las puertas, sin atreverse a pedir
permiso y entrar, allí Leocata se detenía y entraba a dialogar. Como excelente
interlocutor que es, Leocata no hace violencia a ninguno de los anfitriones que
lo reciben: sean de la corriente filosófica que fueran, sean de la disciplina
que fuere, a todos escucha con devoción y atención, presto para recibir las
riquezas que todo gran pensador pudiera ofrecerle. Como guardián del diálogo
que es, sólo lo exasperaba y enojaba –si bien por su carácter no era lo más
común- el descrédito y la desconfianza ante los grandes. Y una de mis primeras
experiencias como testigo de dicho celo tuvo lugar en sus exposiciones de la
filosofía de Descartes, a quien Leocata admira profundamente. Demasiado
acostumbrados a las imprudentes enseñanzas de profesores anti-modernos, que subrayaban la decadencia de la filosofía a
partir del Discurso del Método, los
alumnos nos retirábamos azorados de las clases de Moderna, reflexionando en
torno al horizonte inmenso que nos abría el filósofo francés para la filosofía
y revisando esos prejuicios que irresponsablemente nos habían inculcado
profesores cobardes. Pero no solo Descartes, sino todos los pensadores
modernos, tan vapuleados por la mala escolástica de muchos, fueron
reivindicados en las horas de clase del Padre Leocata. Todos ofrecían al
pensamiento riquezas imprevistas y rumbos proféticos, aunque no siempre coincidieran
con las concepciones tradicionales de la filosofía de Santo Tomás de Aquino.
Pero mientras que algunos huían despavoridos frente a filosofías como la de
Malebranche, y tan solo se dedicaban a criticar –sin mucho estudio, por otra
parte- su ocasionalismo o su ontologismo, Leocata lo examinaba con paciencia y
extraía de sus fuentes minerales tan preciosos como los que pudieran
encontrarse en la Suma Teológica.
Sin embargo, aún cabía la sospecha de que el Padre
Leocata fuera tan solo –aunque no es para nada un título menor- un excelente
historiador de la filosofía, un excelso profesor universitario. Pero la
hipótesis no tardó mucho en falsearse –según las exigencias de Popper-: al año
siguiente, me anoté con entusiasmo en la cátedra de Filosofía del Lenguaje, y mi asombro no fue desmentido, sino
redoblado. ¿Quién imaginaría que no solo podríamos encontrar a un referente en
el estudio de la Historia de la Filosofía, sino también a un pensador genial de
carne y hueso, parado tímidamente frente a nosotros? Sus clases, que acompañaba
con la lectura de su libro “Persona,
Lenguaje, Realidad”, fueron un caldo de cultivo para la reflexión que no
tiene precedentes en mi formación. En esta obra compleja y riquísima, Leocata
dialoga no solo con los más diversos filósofos, sino también con las teoría más
importantes de la lingüística y la semiótica, diálogo verdaderamente
interdisciplinar (diálogo al que consagra su último libro, “Filosofía y ciencias humanas: Hacia un nuevo diálogo
interdisciplinario”), para intentar comprender la esencia misma del
lenguaje, y su relación con la realidad personal, con los otros hombres y con
el mundo mismo. Tomando para sí el método fenomenológico, sobre todo en su
vertiente husserliana, y rescatando la riqueza del pensamiento metafísico de la
tradición tomista, Leocata intenta una síntesis, anclada en la noción de persona y de mundo de la vida (Lebenswelt),
entre la reducción trascendental y el
actus essendi, proponiendo una
lectura no-idealista de la reducción, es decir, un abordaje personalista,
gracias a la cual el hombre accede al acto de ser personal, acto de ser en el
que se revela con mayor intensidad lo ontológico y metafísico. De allí que
Leocata proponga un camino que va de la intimidad a la trascendencia que sigue
las huellas de Agustín y Descartes, y que reivindica el giro moderno. Esta
tremenda síntesis entre la fenomenología y el tomismo ha marcado un antes y un
después en mi propio camino, confiando en las posibilidades metafísicas de la
fenomenología trascendental, así como también en las posibilidades
fenomenológicas de la metafísica tomista.
De allí en adelante, me convertí en un asiduo
consultor de Leocata. Sus libros fueron ocupando los anaqueles de mi
biblioteca, ubicándose al lado de Paul Ricoeur –filósofo que siento muy cercano
a Leocata. Con lomo rojo resalta su segunda obra dedicada a la praxis (Estudios sobre fenomenología de la praxis),
en la que se encuentra continuada la reflexión en torno a la raíz ontológica
que motiva y sostiene la existencia personal en todas sus manifestaciones que
ya estaba presente en “Persona, Lenguaje,
Realidad”. El año pasado, a su vez, tuvimos el agrado de ver la edición de
su última obra Filosofía y ciencias
humanas, y cuya contribución más importante, a mi parecer, ha sido la incorporación
de una nueva reducción fenomenológica, que Leocata llama reducción vital, y que sirve de pivote para articular la persona y
el mundo de la vida a partir del cuerpo propio (Leib-körper), posibilitando así el legítimo abordaje objetivo de lo
humano, propio de las ciencias humanas, puesto en cuestión por la filosofía de
Heidegger y sus derivaciones. Por ello, este último libro y la incorporación de
esta reducción vital a la reflexión filosófica anima a la constitución de una
antropología filosófica que aborde todas las dimensiones del hombre a partir
del fundamento de su ser personal y mundano, intersubjetivo e histórico. Su
trilogía, pues, nos regala un océano riquísimo para ir a explotar sus recursos,
proponiendo una base filosófica rigurosa y sugerente que permita avanzar con la
reflexión hacia un personalismo metafísico, en cuyo centro encontremos la
manifestación del Ser en el acto de ser de la persona. Así, esta propuesta
filosófica permite entablar un diálogo fecundo con las filosofías actuales, y
los desarrollos recientes de las ciencias humanas. Proseguir su obra exige
muchísimo de nosotros, especialmente un coraje y una determinación extraordinarias
para ir al encuentro de las voces más plurales, libando de las flores más
dispares y llevando el néctar para nuestras colmenas.
Tengo la suerte de visitar asiduamente al Padre
Leocata y encontrar en él un lector y crítico de mis escritos y estudios. La
tercera característica que, por ello, me gustaría subrayar es la de su
generosidad y disponibilidad. Leocata no es solo un gran pensador y escritor,
sino un excelente maestro y docente, siempre dispuesto a ayudar a quien se lo
solicite. Y quien a él se acerque encontrará siempre palabras de aliento, así
como consejos metodológicos, además de recibir cierta instrucción sobre el
marco general en el que se inscribe la investigación del consultante. En poco
tiempo, uno adquiere un panorama claro y preciso de nuestra preocupación
filosófica, además de llevarse consigo al terminar la entrevista una lista cuantiosa
de bibliografía a leer. Si prestamos atención, esta vocación pedagógica de
Leocata se hace manifiesta también en sus libros, los cuales atienden
especialmente a la sistematicidad, el orden, y la claridad expositiva.
Recordaré siempre algo que me dijo en una de
nuestras últimas entrevistas: ante un escrito que le había alcanzado para que
me diese su opinión, y que tenía una fuerte dosis de vitalismo, me dijo que,
aunque no estuviera del todo de acuerdo con mi abordaje, sentía que cada
filósofo tenía una intuición que motivaba toda su reflexión crítica, y que él
confiaba siempre en las intuiciones de los filósofos, por lo cual de ninguna
manera me invitó a dejar de lado mi intuición, sino que, por el contrario, me
exhortó a que la prosiga. Esta confianza profunda en su interlocutor, en toda
persona que dedique su tiempo y esfuerzo a pensar, es lo que para mí más define
al Maestro Leocata. Su vocación a la reflexión encuentra una aliada en su
vocación al diálogo y al debate, y creo que no se necesita más –ni menos- para
ser un gran filósofo. Espero con alegría nuevas contribuciones del Maestro a la
Filosofía, y ojalá el Grupo de Estudios y la Página Web dedicadas a su
pensamiento, den lugar a la difusión y el debate en torno a la filosofía
leocatiana. Mi humilde semblanza, pues, a la enorme persona de Francisco
Leocata.
Martín
Grassi.
Gracias Martín por esta semblanza!!!!!
ResponderEliminarque linda semblanza!!!! gracias Gabriel por publicarla y por darme a conocer la pagina web de cuya existencia no tenia noticias...
ResponderEliminarGabriel, podrias publicar el link a la pagina a la que haces referencia, please? no la pude encontrar... ya la lanzaron?
ResponderEliminargracias!