Fr. Martín de Porres, conocido también como Fray Escoba (sencillamente porque barría mucho, en serio) fue un fraile dominico del s. XVI, limeño, hijo natural de un militar español y una hermosa y humilde mujer de raza negra.
Desde pequeño fue tomado de la mano por Dios, de modo especial. Digo de modo especial porque todos estamos tomados de su mano (los randianos también ) pero a veces Dios causa en nosotros una extraña locura llamada santidad.
Cuando sus amigos tiraban piedras a los gorriones, él se conmovía de misericordia ante los gorrioncitos y rezaba para que ninguna piedra les pegara. Y Dios le hacía caso.
Fue ayudante, en su adolescencia, del barbero del lugar. En ese tiempo, los barberos (peluqueros) también sacaban los dientes. No sería nada terrible porque al menos no usaban torno eléctrico. Pero dolía igual. Martín también sacaba dientes y muelas en mal estado, y también rezaba para que a nadie doliera nada. Y Dios le hacía caso.
Quiso ser fraile y sacerdote dominico. No pudo ser sacerdote pero fraile, sí. Entró al convento y se puso a servir a todos en las tareas más desagradables que nadie quería hacer. Limpiaba, hacía compras y se ocupaba de pobres y enfermos que llegaban al dispensario del convento.
Cierta vez que lo enviaron a hacer las compras, las hizo, sí, pero se conmovió tanto ante los pobres que les regaló todo. Al llegar al convento recibió varios retos, sí, pero para sorpresa de todos, la canasta apareció llena de vuelta.
Las ratas invadían como siempre al convento y el portero, Fray Barragán, que lo quería mucho a Martín, pero no a las ratas, las perseguía día y noche tratando de eliminarlas. Fray Martín le dijo que no, que él hablaría con ellas. Y efectivamente, las llevó a todas consigo y les dijo que se portaran bien, que no anduvieran por cualquier lado, que no comieran las telas blancas de la iglesia y que él les llevaría comida todos los días a un lugar determinado. Y así fue.
Cierta vez unos dos niños muy pequeños, que habían “robado” comida para comer, entraron al convento para protegerse de unos soldados que los perseguían. Llegaron a donde estaba Martín y éste los envolvió con su hábito blanco y su capa negra. Y se volvieron invisibles ante los soldados y, así, fueron protegidos de la cárcel por Martín.
Tanto se difundió, en el lugar, la caridad infinita de este fraile, que mucha gente acudía en masa al dispensario para que él los curara. Era imposible atender para una sola persona tantos requerimientos, pero Martín fue regalado con el don sobrenatural de la bilocación: se las arreglaba para ser en un lugar y aparecer en otro.
Era humilde en grado supremo. Parecía tan tonto ante los demás que lo retaban llamándolo “perro mulato” y él aceptaba todos los retos diciendo “sí, si, soy un perro mulato”. Pero hubo una vez…….. Algo muy especial. Martín trajo a su celda a un indigente que padecía mucho frío, y lo puso a dormir en su cama mientras él durmió (o meditó, o rezó, o qué se yo) en el piso. Nadie que no fuera fraile podía entrar a las celdas del Convento, y menos aún sin el permiso del Prior. Este lo llamó y lo retó, pero esta vez de un modo particular: le dijo: “has pecado, porque has quebrado la regla del convento”. Esta vez Martín no dijo sí, sí. Levantó tu vista y dijo: “yo no he pecado, la caridad está por encima de la regla del convento”.
Aunque él no lo quería, su fama de santidad absoluta se extendía por toda Lima y alrededores. Los años pasaron. Un obispo del lugar estaba muy enfermo. Entonces solicitó que Martín lo viniera a ver. Pero Martín se negó. Siguió repitiendo “sólo soy un perro mulato”. Entonces el obispo le mandó decir que debía ir a verlo por el voto de obediencia. Martín fue. El obispo le pidió que pusiera su mano sobre su cuerpo, en el lugar donde más le dolía. Martín seguía “…yo no…”. El obispo le volvió a decir: te ordeno que pongas tu mano sobre mí. Martín lo hizo, y el obispo se curó.
Pero volvió al convento muy enfermo. Fray Barragán, que estaba ya muy viejito también, le hizo una sopa pero Martín ya no la comió. Murió esa noche.
Siempre me ha conmovido la existencia de Fray Martín de Porres, dominico, que sólo quiso servir a todos, convencido de que era el más pobre de los pobres y el más humilde entre los humildes. Creo que toda su vida es un símbolo, un ícono, para leer despacito, para que lo escuchemos. Es que evidentemente, a través de Martín, quiso decirnos algo.
Pero, ¿podemos entender los mensajes de Dios?
¿Necesitamos la vida de Fr. Martín para tener Fe o necesitamos Fe para entender su vida?
Sr. Zanotti, tengo algunos libros suyos sobre Mises y Hayek, pero me llama muchísimo la atención - y con gusto - que escriba sobre un peruano que siempre fue humilde de actitud. Me agradó mucho la manera como contó la historia, en especial la parte final con la pregunta de cierre. ¿Y qué diría Ayn Rand? Muy buena referencia la suya.
ResponderEliminarMuy bueno.
ResponderEliminarMUY BUENA la pregunta que hacés al final de este posteo, Gabriel. Me dejó pensando y carezco de la más mínima respuesta. Me da la impresión (por lo que contás ya que honestamente desconozco sobre la vida de Fray Martín) que -dicho filosóficamente- se trata de otro "paradigma" donde estaba instalado este hombre. Hablaba con las ratas, Dios lo escuchaba para que no lastimasen a los gorriones, su preocupación por los enfermos, los niños y los pobres nos delata una figura con características muy diferente de cualquier humano actual y corriente. También me llama la atención su don de "bilocación".
ResponderEliminarPosiblemente la fe nos ayude a comprender estos dones de Fray Martín de Porres, pero ahora me pregunto qué es lo que hay que entenderpor fe. Indudablemente está muy lejos de la mera creencia. Tal vez tener fe implique estar abierto a otra realidades, más sanas y santas que la nuestra, pero creo que aquí ya entra el tema de la gracia. Y no sé bien si esta es previa a la fe o viceversa...
Un abrazo!
R.P.
La gracia de Dios es la que da la Fe...............
ResponderEliminarGracias Gabriel por la respuesta. La pregunta sería entonces por qué a algunos le es otorgada (dicha gracia) y a otros no...., también podría cuestionarse si acaso no hay distintos "grados" de gracia (en el sentido platónico participativo),pero no sé si este tipo de planteo tiene algún sentido...
ResponderEliminarFinalmente habría que decir que la otorgación de la gracia está dentro del misterio del plan divino. Supongo que esa sería la última respuesta.
Abrazo
R.P.
"Dios quiere que todos los hombres se salven y alcancen el conocimiento de la verdad", y en ese sentido la Gracia es dada a todos. Lo que todos ignoramos, incluso en el caso propio, es cómo se va desarrollando ese diálogo secreto entre cada uno y Dios. Por eso "no juzguéis y no seréis juzgados"; "con la vara que medís a los demás serés medidos vosotros", y "felices los misericordiosos, porque encontrarán misericordia".
ResponderEliminarExcelente, gracias por compartir. La vida de San Agustín, también es sumamente interesante, grandes lecciones, mediante la humildad.
ResponderEliminarRealmente inspiradora la historia de San Martín de Porres. gracias por compartirla, Gabriel.
ResponderEliminarUna prueba mas que la santidad es para todos incluso en las situaciones mas dificiles. Pidamos su intercesion y ayuda tratando de imitarlo siguiendo a Jesus!
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