Los que me conocen saben que no acostumbro contar en público las costumbres religiosas que sean privativas de mi intimidad. Pero dadas las circunstancias diré que, apenas me enteré de la muerte de Néstor Kirchner, dirigí mi mirara hacia la imagen de la Virgen de Lourdes que tengo en mi escritorio y recé una oración por su alma, como lo hago por todos los difuntos.
Por lo demás, vamos a decir algunas obviedades, que en este país nunca parecen serlo.
Acompañamos en el dolor a sus familiares, Señora Presidente incluída, por supuesto.
Entendemos el dolor sincero de todos sus seguidores y de todos los que pensaban como él.
Pero que dirigentes que, hasta el martes, lo criticaban duramente, incluso en términos personales, lo llenen ahora de elogios y hasta lo presenten como un gran estadista “a pesar de las diferencias” nos suena a la más barata hipocresía.
Tal vez el problema es que muchos han atacado personalmente al ex presidente. Y ese es el problema. Nunca los ataques deben ser personales, sino a las políticas y acciones que realicen las personas en su función pública, Y en ese sentido, en fácil posición estamos los que siempre hemos señalado la peligrosidad de sus ideas y acciones independientemente del juicio sobre su persona que sólo compete a Dios. Esto es, los que siempre hemos señalado el daño espantoso que Néstor Kirchner ha implicado, lo seguiremos haciendo; su muerte no borra en absoluto lo que hizo y ninguna muerte convierta a un cuasi dictador en un estadista. Se es estadista antes de morir, no después.
Nestor Kirchner revivió el odio y la venganza de los terroristas que en los 70 asesinaron en nombre de Marx y la liberación, y puso a varios de ellos en el gobierno. Juzgó para un solo lado, y ese doble standard borra toda autoridad moral a su política de derechos humanos. O todos son juzgados o todos son perdonados.
Nestor Kirchner incentivó el odio, y su estilo de “crispación” era la coherente expresión de aquél que piensa que de un lado están los explotados y del otro los explotadores. De ese modo, violó permanentemente el orden constitucional republicano donde esa dialéctica marxista no tiene cabida. Siempre fue coherente. Manipuló a los jueces y desobedeció a lo corte. Ignoró al poder legislativo. Persiguió a los que pensaban diferente y podían hacerle sombra. Digno discípulo de Juan Domingo Perón.
Provocó con todo ello una enorme anomia institucional.
Confiscó los fondos de las AFJP. No es que cambió el sistema: confiscó los fondos de los depositantes.
Comenzó a perseguir a la prensa libre; creó una ley de medios especialmente pensada para suprimir a todo pensamiento diferente.
Subió la carga impositiva, expandió el gasto, comenzó a emitir, liquidó al banco central independiente, intentó controlar precios, re-estatizó empresas, subsidió a las empresas de servicios públicos con más gasto público, generó clientelismo político, privó de libertad a las provincias con el control de sus fondos, llevando a la economía hacia una nueva crisis que aún no se ha desencadenado del todo.
Concentró, consiguientemente, todo el poder.
Se rodeó de las peores personas, llenas de resentimiento y enloquecidas de odio, verdaderas personalidades psicopáticas en cuyas manos puso prácticamente al país y así seguimos.
A nivel internacional, se alió con Chavez, en una alianza profunda cuya peligrosidad, en tanto a la cubanización de toda América Latina, pocos llegaron a advertir, y muchos siguen sin advertir. Sostuvo a los peores dictadorzuelos latinoamericanos y logró manipular la absurda Unasur para ese servicio, bajo la complicidad o indolencia de los demás dirigentes.
Promovió el aborto, promovió un tema grave como la ley de matrimonio homosexual por motivos políticos y al principio de su gobierno no logró entender ni convencerse de que no era el Papa y que la remoción de los obispos no estaba en sus manos.
Y, por último, siguió gobernando bajo el mandato formal de su esposa, usurpando el poder, siendo por ende presidente de facto, burlándose de todo el orden institucional y dejando a su mujer en una situación humillante.
Nada de eso se borra porque haya muerto. Quienes sepan todo esto, por favor, no sean hipócritas y en todo caso cállense por unos días, como hizo muy dignamente Elisa Carrió.
No ha muerto un estadista ni nada que se le pareciera. Ha muerto un cuasi-dictador que ha infligido un daño irreparable a la república.
domingo, 31 de octubre de 2010
domingo, 24 de octubre de 2010
LOS LOCOS LINDOS
Mi vida está rodeada de locos lindos. Un “loco lindo” es un juego de lenguaje: denota alguien que habita un mundo ajeno al nuestro; están en nuestro mundo pero no son de ese mundo, y en general no nos hacen nada: somos nosotros los que nos sentimos agredidos por ellos porque todo lo ex – traño, en general, nos agrede.
Uno de ellos, particularmente, me resulta sumamente enternecedor. Su caminar es lento respecto al nuestro, porque su mundo tiene otro ritmo, menos frenético. Saluda a todos, habla con todos, hace chistes con todos. Su discurso, su relato, coherente desde él, va por caminos diferentes al nuestro. Puede pasar de Shakespeare a Tinelli, de Kierkegaard a Maradona, en medio segundo. Recuerda poesías bellísimas, pero no sólo las recuerda: habla mediante ellas, al mismo tiempo que se pierde en un pasillo. Habla permanentemente, con una velocidad que, contrariamente a su caminata, es más rápida que la nuestra. Pasa de un tema a otro con una velocidad asombrosa: es que sencillamente su pensar, su asociar y su sentir, es hablado y expuesto. Cuando no la pierde va con una guitarra a todos lados y la toca maravillosamente cuando los demás pensamos que no corresponde. Vive del aire y de la caridad de los amigos; pide pero no insiste, toma lo que le das, pero en realidad parece no necesitarlo del todo. Sufre mucho pero nunca baja de su nube y nunca se queja de Dios. El orden de la praxis le es ajeno, o su orden de la praxis nos es ajeno. Me conmoví cuando me contó la primera vez que tuvo que ir a colgar la ropa: nadie le dijo que había que poner broches.
Hace muchos años le diagnosticaron un trastorno etc etc y desde entonces gira y gira por un mundo que no lo ve. Una medicación sería importante, sí, para proteger su estructura neuronal. ¿Pero para “adaptarlo”? ¿A ese mundo cruel que lo ignora? Ese mundo cruel es el supuestamente sano. El no. ¿No? Lo pregunto en serio.
He conocido muchos locos lindos. Todos terminan igual: solos e ignorados por el mundo de los sanos, cuando no encerrados porque recitan poesías colgados de una araña dibujada en una nube. Yo sueño con ponerlos a todos en una casa y decirles: aquí canten, escriban y vuelen, y no se preocupen en absoluto por los broches de la ropa. Cuando quieran salir salgan y cuando tengan hambre o sueño vuelvan. No quiero bajarlos de sus nubes. Sueño con curarme a mí mismo y, mientras tanto, poder penetrar el misterio de estos seres alimentados por el viento.
Uno de ellos, particularmente, me resulta sumamente enternecedor. Su caminar es lento respecto al nuestro, porque su mundo tiene otro ritmo, menos frenético. Saluda a todos, habla con todos, hace chistes con todos. Su discurso, su relato, coherente desde él, va por caminos diferentes al nuestro. Puede pasar de Shakespeare a Tinelli, de Kierkegaard a Maradona, en medio segundo. Recuerda poesías bellísimas, pero no sólo las recuerda: habla mediante ellas, al mismo tiempo que se pierde en un pasillo. Habla permanentemente, con una velocidad que, contrariamente a su caminata, es más rápida que la nuestra. Pasa de un tema a otro con una velocidad asombrosa: es que sencillamente su pensar, su asociar y su sentir, es hablado y expuesto. Cuando no la pierde va con una guitarra a todos lados y la toca maravillosamente cuando los demás pensamos que no corresponde. Vive del aire y de la caridad de los amigos; pide pero no insiste, toma lo que le das, pero en realidad parece no necesitarlo del todo. Sufre mucho pero nunca baja de su nube y nunca se queja de Dios. El orden de la praxis le es ajeno, o su orden de la praxis nos es ajeno. Me conmoví cuando me contó la primera vez que tuvo que ir a colgar la ropa: nadie le dijo que había que poner broches.
Hace muchos años le diagnosticaron un trastorno etc etc y desde entonces gira y gira por un mundo que no lo ve. Una medicación sería importante, sí, para proteger su estructura neuronal. ¿Pero para “adaptarlo”? ¿A ese mundo cruel que lo ignora? Ese mundo cruel es el supuestamente sano. El no. ¿No? Lo pregunto en serio.
He conocido muchos locos lindos. Todos terminan igual: solos e ignorados por el mundo de los sanos, cuando no encerrados porque recitan poesías colgados de una araña dibujada en una nube. Yo sueño con ponerlos a todos en una casa y decirles: aquí canten, escriban y vuelen, y no se preocupen en absoluto por los broches de la ropa. Cuando quieran salir salgan y cuando tengan hambre o sueño vuelvan. No quiero bajarlos de sus nubes. Sueño con curarme a mí mismo y, mientras tanto, poder penetrar el misterio de estos seres alimentados por el viento.
domingo, 17 de octubre de 2010
COMERCIO Y SANTIDAD
“Insisto” (que es una forma ya demasiado ruidosa del re-sistir) con un tema al cual le estoy dedicando mucho últimamente. Este comentario fue publicado en el Instituto Acton en Noviembre de 2007.
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Hace más de 10 años, el 24 de Junio de 1997, Juan Pablo II recordaba, en un discurso (1), a San Homobono Tucenghi, comerciante de telas de Cremona, que en 1199 fuera canonizado por Inocencio III. No era usual, y no lo es tampoco ahora, que un laico y comerciante fuera declarado santo por la Iglesia Católica.
El discurso de Juan Pablo II no fue muy comentado en su momento, y no es de extrañar. Juan Pablo II lo colocaba como un ejemplo de promoción del laicado en el s. XII, llamando, con más razón entonces, a lo mismo en el s. XX. Pero no sólo el tema del laicado y la autonomía relativa de lo temporal son temas que tardan en cobrar vida dentro de la Iglesia (después de siglos y siglos de clericalismo “práctico”) sino que, menos aun, la relación de la fe con la vida comercial es algo que tarda, al parecer, mucho más en llegar, y que sin embargo se encuentra en los objetivos centrales del Instituto Acton.
La relación del comercio con la ética no un tema que cause perplejidad y resquemor sólo dentro de la Iglesia. Toda la cultura occidental arrastra una visión negativa de lo comercial, impulsada por ciertas concepciones griegas donde lo comercial estaba unido a “lo material” (malo por lo tanto) y reservado a las esferas más “bajas” de la vida social (por eso en Platón los filósofos no podían ser comerciantes, por ejemplo). Ello se ha convertido en un horizonte cultural que inunda la literatura, el arte, el cine y, también, nuestra vida religiosa “práctica”.
Con el Cristianismo, cobra vida especial que todo lo creado por Dios es bueno. Ello, según enseñan los medievalistas católicos, fue muy importante en el aristotelismo cristiano del s. XIII, donde San Alberto y Sto Tomás de Aquino se encargaron de “recordar” a sus “colegas teólogos” la bondad intrínseca de todo lo material, dado que todo lo creado por Dios es bueno. Ciertas aclaraciones de Sto Tomás en su famosa Suma Contra Gentiles (“que la providencia divina por lo singular es inmediata…”) muestran el clima intelectual de esa época y lo “avanzado” de su pensamiento en esas cuestiones. La concepción cristiana del mundo creado chocaba en ese punto con ciertas concepciones griegas que heredaban del orfismo un desprecio intrínseco por lo material. Nada que “sea” (ya espiritual o material) puede ser malo, pues todo lo que “es”, es creado por Dios; el “mal” es una privación de bien, y la privación del bien en el cristianismo pasa por el pecado original pero no por todo lo creado por Dios.
Y esto, en el caso del ser humano, es muy importante.
Porque no es cuestión de aceptar que una piedra, un árbol, un escarabajo, son buenos porque son creados por Dios pero, al mismo tiempo, reservar para ciertas cuestiones esencialmente humanas un desprecio inherente, que se manifiesta en un juego de lenguaje donde se dice “si, pero” y a continuación una serie de advertencias sobre su peligrosidad intrínseca.
¿Y qué actividades son esencialmente humanas? Pues la familia, la ciencia, la política, el comercio. La lista no es completa desde luego.
“Esencialmente” quiere decir que son actividades que los animales no tienen ni Dios tampoco. Los animales no usan el método científico, Dios tampoco. Igual con el comercio, igual con la política, igual con la familia.
Con la familia la cuestión está más aceptada. Ningún teólogo, hoy, ante la relación entre vida familiar y santidad, dice “si…. Pero….”. No. Se presupone que el matrimonio es algo santo (es más, es un sacramento) sin desconocer en modo alguno sus problemas.
Las otras actividades mencionadas no son sacramentos pero no por ello son intrínsecamente perversas. Pero a veces parece que sí.
Y el comercio, ¿no parece ser el caso típico?
La actividad comercial parece cargar sobre sí un sobrepeso de prejuicios en contra. “Puede” ser algo bueno, claro, “pero en general” parece ser una fuente intrínseca de corrupción. Y hasta no se entiende muy bien cómo alguien que se ocupa de comprar, vender, ganar dinero, reinvertir, puede ser no sólo bueno, sino santo.
¿Por qué no? No porque la santidad cure de raíz algo intrínsecamente malo: ello es imposible porque la Gracia supone la naturaleza. Sino porque el comercio es una de las actividades humanas más típicamente humanas y necesarias. Hay comercio porque hay escasez. La escasez no es fruto de la explotación capitalista, como creen algunos, sino una condición natural de la humanidad teniendo en cuenta la naturaleza humana en tanto humana. Para minimizar la escasez evoluciona la división del trabajo; de la división del trabajo evoluciona el intercambio de mercancías entre regiones y personas, y ello da lugar a los precios, los derechos de propiedad y las más evolucionadas formas institucionales de intercambio. Todo ello es intrínsecamente humano. Dios y los ángeles no necesitan comerciar en absoluto, y las especies animales luchan a muerte unas con las otras para poder sobrevivir. En el género humano, las guerras parecen indicar que es igual, pero no: las guerras sí son fruto del pecado original; el comercio, en cambio, es fruto de nuestra creatividad y capacidad para intercambiar en paz con el otro aquello que nos sobra por aquello que nos falta.
Que ello puede tener problemas, claro. Si los puede tener la vida matrimonial, igual los puede tener el comercio. Pero de igual modo que a nadie se le ocurre cubrir al matrimonio de una capa de pecaminosidad intrínseca (y de hecho ello fue parte de herejías cristianas) de igual modo el comercio también tendría que ser alentado y bendecido, no como sacramento, pero sí como algo bueno y lugar de santificación. Un supermercado es un milagro de comunicación de conocimiento disperso entre millones de personas que se desconocen y colaboran en paz para minimizar la escasez. No es simplemente el lugar de la racionalidad instrumental o el consumismo. ¿Llegará alguna vez el día que un obispo bendiga la apertura de un supermercado de igual modo que se bendice la apertura de un colegio?
Ese día está muy lejano, pero más lejano aún si no profundizamos esta línea de pensamiento. El pensamiento, devenido en discurso, no adelanta la realidad, sino que comienza a conformarla.
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(1) Ver L´Osservatore Romano, 25-7-1997, p. 5.
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Hace más de 10 años, el 24 de Junio de 1997, Juan Pablo II recordaba, en un discurso (1), a San Homobono Tucenghi, comerciante de telas de Cremona, que en 1199 fuera canonizado por Inocencio III. No era usual, y no lo es tampoco ahora, que un laico y comerciante fuera declarado santo por la Iglesia Católica.
El discurso de Juan Pablo II no fue muy comentado en su momento, y no es de extrañar. Juan Pablo II lo colocaba como un ejemplo de promoción del laicado en el s. XII, llamando, con más razón entonces, a lo mismo en el s. XX. Pero no sólo el tema del laicado y la autonomía relativa de lo temporal son temas que tardan en cobrar vida dentro de la Iglesia (después de siglos y siglos de clericalismo “práctico”) sino que, menos aun, la relación de la fe con la vida comercial es algo que tarda, al parecer, mucho más en llegar, y que sin embargo se encuentra en los objetivos centrales del Instituto Acton.
La relación del comercio con la ética no un tema que cause perplejidad y resquemor sólo dentro de la Iglesia. Toda la cultura occidental arrastra una visión negativa de lo comercial, impulsada por ciertas concepciones griegas donde lo comercial estaba unido a “lo material” (malo por lo tanto) y reservado a las esferas más “bajas” de la vida social (por eso en Platón los filósofos no podían ser comerciantes, por ejemplo). Ello se ha convertido en un horizonte cultural que inunda la literatura, el arte, el cine y, también, nuestra vida religiosa “práctica”.
Con el Cristianismo, cobra vida especial que todo lo creado por Dios es bueno. Ello, según enseñan los medievalistas católicos, fue muy importante en el aristotelismo cristiano del s. XIII, donde San Alberto y Sto Tomás de Aquino se encargaron de “recordar” a sus “colegas teólogos” la bondad intrínseca de todo lo material, dado que todo lo creado por Dios es bueno. Ciertas aclaraciones de Sto Tomás en su famosa Suma Contra Gentiles (“que la providencia divina por lo singular es inmediata…”) muestran el clima intelectual de esa época y lo “avanzado” de su pensamiento en esas cuestiones. La concepción cristiana del mundo creado chocaba en ese punto con ciertas concepciones griegas que heredaban del orfismo un desprecio intrínseco por lo material. Nada que “sea” (ya espiritual o material) puede ser malo, pues todo lo que “es”, es creado por Dios; el “mal” es una privación de bien, y la privación del bien en el cristianismo pasa por el pecado original pero no por todo lo creado por Dios.
Y esto, en el caso del ser humano, es muy importante.
Porque no es cuestión de aceptar que una piedra, un árbol, un escarabajo, son buenos porque son creados por Dios pero, al mismo tiempo, reservar para ciertas cuestiones esencialmente humanas un desprecio inherente, que se manifiesta en un juego de lenguaje donde se dice “si, pero” y a continuación una serie de advertencias sobre su peligrosidad intrínseca.
¿Y qué actividades son esencialmente humanas? Pues la familia, la ciencia, la política, el comercio. La lista no es completa desde luego.
“Esencialmente” quiere decir que son actividades que los animales no tienen ni Dios tampoco. Los animales no usan el método científico, Dios tampoco. Igual con el comercio, igual con la política, igual con la familia.
Con la familia la cuestión está más aceptada. Ningún teólogo, hoy, ante la relación entre vida familiar y santidad, dice “si…. Pero….”. No. Se presupone que el matrimonio es algo santo (es más, es un sacramento) sin desconocer en modo alguno sus problemas.
Las otras actividades mencionadas no son sacramentos pero no por ello son intrínsecamente perversas. Pero a veces parece que sí.
Y el comercio, ¿no parece ser el caso típico?
La actividad comercial parece cargar sobre sí un sobrepeso de prejuicios en contra. “Puede” ser algo bueno, claro, “pero en general” parece ser una fuente intrínseca de corrupción. Y hasta no se entiende muy bien cómo alguien que se ocupa de comprar, vender, ganar dinero, reinvertir, puede ser no sólo bueno, sino santo.
¿Por qué no? No porque la santidad cure de raíz algo intrínsecamente malo: ello es imposible porque la Gracia supone la naturaleza. Sino porque el comercio es una de las actividades humanas más típicamente humanas y necesarias. Hay comercio porque hay escasez. La escasez no es fruto de la explotación capitalista, como creen algunos, sino una condición natural de la humanidad teniendo en cuenta la naturaleza humana en tanto humana. Para minimizar la escasez evoluciona la división del trabajo; de la división del trabajo evoluciona el intercambio de mercancías entre regiones y personas, y ello da lugar a los precios, los derechos de propiedad y las más evolucionadas formas institucionales de intercambio. Todo ello es intrínsecamente humano. Dios y los ángeles no necesitan comerciar en absoluto, y las especies animales luchan a muerte unas con las otras para poder sobrevivir. En el género humano, las guerras parecen indicar que es igual, pero no: las guerras sí son fruto del pecado original; el comercio, en cambio, es fruto de nuestra creatividad y capacidad para intercambiar en paz con el otro aquello que nos sobra por aquello que nos falta.
Que ello puede tener problemas, claro. Si los puede tener la vida matrimonial, igual los puede tener el comercio. Pero de igual modo que a nadie se le ocurre cubrir al matrimonio de una capa de pecaminosidad intrínseca (y de hecho ello fue parte de herejías cristianas) de igual modo el comercio también tendría que ser alentado y bendecido, no como sacramento, pero sí como algo bueno y lugar de santificación. Un supermercado es un milagro de comunicación de conocimiento disperso entre millones de personas que se desconocen y colaboran en paz para minimizar la escasez. No es simplemente el lugar de la racionalidad instrumental o el consumismo. ¿Llegará alguna vez el día que un obispo bendiga la apertura de un supermercado de igual modo que se bendice la apertura de un colegio?
Ese día está muy lejano, pero más lejano aún si no profundizamos esta línea de pensamiento. El pensamiento, devenido en discurso, no adelanta la realidad, sino que comienza a conformarla.
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(1) Ver L´Osservatore Romano, 25-7-1997, p. 5.
domingo, 10 de octubre de 2010
LOS AUTÉNTICOS PIRATAS
La semana pasada, justo antes de que nuestra presidente, infalible en el error, manifestara por twitter una magnífica síntesis de lo más primitivo del pensamiento argentino, tuve un interesante diálogo por facebook. Ya no me acuerdo cómo, le aclaré a alguien que fue Galtieri el que invadió las Malvinas, no Thatcher. A lo cual, mi contraopinante me contestó: “¡ahora me vas a decir que Thatcher nos liberó de Galtieri!!”. A lo cual contesté, sencillamente: sí.
Los estados-nación son una de las más terribles ideas delirantes compartida por muchos. Yo prefiero creer en otras cosas extrañas, como Dios, la resurrección de Cristo, y cosas afines. La religión del estado-nación, obligatoria, casi universal, belicista, más que una religión es una superstición y un fanatismo peligroso. Yo no adhiero a ella. ¿A qué tribunal de la inquisición seré sometido?
Los estados-nación son una de las más terribles ideas delirantes compartida por muchos. Yo prefiero creer en otras cosas extrañas, como Dios, la resurrección de Cristo, y cosas afines. La religión del estado-nación, obligatoria, casi universal, belicista, más que una religión es una superstición y un fanatismo peligroso. Yo no adhiero a ella. ¿A qué tribunal de la inquisición seré sometido?
domingo, 3 de octubre de 2010
UN VALIENTE "NO" A LA GUERRA Y A LA PREPOTENCIA....
Publiqué este artículo en el Instituto Acton, en Diciembre de 2007. Si todos pudiéramos decir estos "no"...........
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LA BEATIFICACIÓN DE FRANZ JAGERSTATTER
Por Gabriel J. Zanotti
Para el Instituto Acton
Diciembre de 2007.
Una vez más, en medio del ruido, el bien, que no hace ruido, ha pasado casi inadvertido. El 26 de Octubre de este año ha sido beatificado Franz Jagerstatter, laico, padre de familia, quien se negó a participar del ejército nazi por sus convicciones católicas y fue consiguientemente asesinado por el régimen en 1943.
La fuerza de la santidad radica en un sí absoluto a Cristo, de lo cual surge un pacífico “no” a todo lo que sea contradictorio con ello. Muchos santos, como Santo Domingo, nunca tuvieron que dar testimonio con el martirio. Pero el martirio, morir por decir “no” a los poderes humanos, es siempre una posibilidad de la santidad. Y, por supuesto, no será la primera vez en la historia de la Iglesia –desde los mártires de los primeros siglos de la Iglesia hasta la actualidad- que un católico dice sencillamente “no” a la prepotencia y soberbia de los autoritarios de todo signo y color. Qué fuerza, qué paradójica potestad, qué “auctoritas” con todo su sentido latino, tiene ese “no” de los santos, frente a la ridícula y trágica fuerza bruta de las armas y los ejércitos humanos. Un “no” que no pueden entender quienes están parados sobre su prepotencia. “Vamos a morir por nuestro pueblo” dijo Edith Stein, tomando la mano de su hermana Rosa, cuando los oficiales nazis la vinieron a buscar. Y no hubo fotos, grabadoras ni conferencias de prensa. Sólo unas monjas carmelitas espantadas y atónitas que grabaron a fuego en su santa memoria esas palabras, que hoy resuenan y hablarán para siempre ante los oídos (sordos a veces) de la conciencia occidental.
Pero este caso, el de Franz Jagerstatter, tiene algo singular. Un laico como cualquier de nosotros, preocupado en sacar adelante su familia, un honesto y sencillo ciudadano alemán, que se había tomado en serio su fe y sabía de las advertencias de Pío XI y Pío XII contra el régimen nazi. Reitero, se las había tomado en serio. Y cuando los jerarcas del ejército totalitario lo vinieron a buscar, dijo, sencillamente, no.
Reparemos un momento en esta cuestión.
¿Cuántas guerras ha habido en la historia humana? ¿Muchas, no es así?
¿Cuántas de ellas fueron “justas”?
Dejo al lector la respuesta.
¿Y cuántos hombres formaron sus ejércitos? Esa pregunta es clave, porque las guerras son decididas por unos pocos, pero los ejércitos, ese disciplinado conjunto de seres humanos que dicen “si” a la orden de matar a otros –porque de eso se trata, ¿o no?- son muchos.
¿Y cuántos de esos muchos dijeron “no”?
Seguramente muchos, pero lo que pregunto es, la historia de las guerras, ¿no sería otra si los que dicen “no” fueran más que los que dicen “si”?
¿Por qué obedecer a la orden de ir al frente de batalla? La respuesta en simple: no se puede pedir tanto a los seres humanos que formamos parte de una historicidad, de un horizonte donde es muy difícil llegar a la distancia crítica del propio territorio existencial. Conjeturo que, en plena batalla, más de uno se habrá preguntado qué hacía allí, matando a otro. Por qué era parte de eso. Pero ya era tarde. Incluso, cuando la más mínima duda implicaba la muerte.
La cuestión es el “antes”. Franz no es sólo un ejemplo para los creyentes: es un ejemplo para todos aquellos que se sientan impotentes ante las ridiculeces de los autoritarios de cualquier signo. Hay algo que sí podemos hacer: decirles, finalmente, no. Los autoritarismos viven del sí no pensado. Morirían ipso facto con millones de no pensados, comenzando con los oficiales de los ejércitos sin los cuales serían sólo el conjunto de su decadencia moral.
Un detalle final. En medio de un momento donde arrecian las críticas “a la Iglesia” Franz Jagerstatter nos muestra lo que es la Iglesia. No la diplomacia del estado del Vaticano. No las decisiones políticas de tal o cual conferencia episcopal. No el pecado de sus miembros. No el clericalismo de jerarquía y laicos. No el fariseísmo de los creyentes que odian a los que ellos dictaminan publicanos. Y, menos aún, esa sola institución humana que muchos creen que es la Iglesia. La Iglesia es Espíritu. Es el Cuerpo Místico de Cristo y vive en cada acto de la gracia de Dios. Los santos y los mártires son los cardenales espirituales de la Iglesia. Ellos son el adelanto de la Parusía, ellos nos muestran la más profunda libertad.
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LA BEATIFICACIÓN DE FRANZ JAGERSTATTER
Por Gabriel J. Zanotti
Para el Instituto Acton
Diciembre de 2007.
Una vez más, en medio del ruido, el bien, que no hace ruido, ha pasado casi inadvertido. El 26 de Octubre de este año ha sido beatificado Franz Jagerstatter, laico, padre de familia, quien se negó a participar del ejército nazi por sus convicciones católicas y fue consiguientemente asesinado por el régimen en 1943.
La fuerza de la santidad radica en un sí absoluto a Cristo, de lo cual surge un pacífico “no” a todo lo que sea contradictorio con ello. Muchos santos, como Santo Domingo, nunca tuvieron que dar testimonio con el martirio. Pero el martirio, morir por decir “no” a los poderes humanos, es siempre una posibilidad de la santidad. Y, por supuesto, no será la primera vez en la historia de la Iglesia –desde los mártires de los primeros siglos de la Iglesia hasta la actualidad- que un católico dice sencillamente “no” a la prepotencia y soberbia de los autoritarios de todo signo y color. Qué fuerza, qué paradójica potestad, qué “auctoritas” con todo su sentido latino, tiene ese “no” de los santos, frente a la ridícula y trágica fuerza bruta de las armas y los ejércitos humanos. Un “no” que no pueden entender quienes están parados sobre su prepotencia. “Vamos a morir por nuestro pueblo” dijo Edith Stein, tomando la mano de su hermana Rosa, cuando los oficiales nazis la vinieron a buscar. Y no hubo fotos, grabadoras ni conferencias de prensa. Sólo unas monjas carmelitas espantadas y atónitas que grabaron a fuego en su santa memoria esas palabras, que hoy resuenan y hablarán para siempre ante los oídos (sordos a veces) de la conciencia occidental.
Pero este caso, el de Franz Jagerstatter, tiene algo singular. Un laico como cualquier de nosotros, preocupado en sacar adelante su familia, un honesto y sencillo ciudadano alemán, que se había tomado en serio su fe y sabía de las advertencias de Pío XI y Pío XII contra el régimen nazi. Reitero, se las había tomado en serio. Y cuando los jerarcas del ejército totalitario lo vinieron a buscar, dijo, sencillamente, no.
Reparemos un momento en esta cuestión.
¿Cuántas guerras ha habido en la historia humana? ¿Muchas, no es así?
¿Cuántas de ellas fueron “justas”?
Dejo al lector la respuesta.
¿Y cuántos hombres formaron sus ejércitos? Esa pregunta es clave, porque las guerras son decididas por unos pocos, pero los ejércitos, ese disciplinado conjunto de seres humanos que dicen “si” a la orden de matar a otros –porque de eso se trata, ¿o no?- son muchos.
¿Y cuántos de esos muchos dijeron “no”?
Seguramente muchos, pero lo que pregunto es, la historia de las guerras, ¿no sería otra si los que dicen “no” fueran más que los que dicen “si”?
¿Por qué obedecer a la orden de ir al frente de batalla? La respuesta en simple: no se puede pedir tanto a los seres humanos que formamos parte de una historicidad, de un horizonte donde es muy difícil llegar a la distancia crítica del propio territorio existencial. Conjeturo que, en plena batalla, más de uno se habrá preguntado qué hacía allí, matando a otro. Por qué era parte de eso. Pero ya era tarde. Incluso, cuando la más mínima duda implicaba la muerte.
La cuestión es el “antes”. Franz no es sólo un ejemplo para los creyentes: es un ejemplo para todos aquellos que se sientan impotentes ante las ridiculeces de los autoritarios de cualquier signo. Hay algo que sí podemos hacer: decirles, finalmente, no. Los autoritarismos viven del sí no pensado. Morirían ipso facto con millones de no pensados, comenzando con los oficiales de los ejércitos sin los cuales serían sólo el conjunto de su decadencia moral.
Un detalle final. En medio de un momento donde arrecian las críticas “a la Iglesia” Franz Jagerstatter nos muestra lo que es la Iglesia. No la diplomacia del estado del Vaticano. No las decisiones políticas de tal o cual conferencia episcopal. No el pecado de sus miembros. No el clericalismo de jerarquía y laicos. No el fariseísmo de los creyentes que odian a los que ellos dictaminan publicanos. Y, menos aún, esa sola institución humana que muchos creen que es la Iglesia. La Iglesia es Espíritu. Es el Cuerpo Místico de Cristo y vive en cada acto de la gracia de Dios. Los santos y los mártires son los cardenales espirituales de la Iglesia. Ellos son el adelanto de la Parusía, ellos nos muestran la más profunda libertad.