A pesar de una supuesta y declamada liberalidad de costumbres, los seres humanos seguimos siendo muy duros con nosotros mismos y con los demás. Las expresiones históricas de lo anterior son diferentes, pero el fenómeno, en el corazón del hombre, es el mismo.
Primero, no sabemos vernos, esto es, comprendernos. Sumergidos en miles de escapismos, cual pesadas vestiduras, cuando nos despojamos de ellos, aunque sea levemente, no queremos ver lo que vemos. La culpa nos condena y el perfeccionismo nos obsesiona; la vanidad herida nos reclama y todo ello nos tironea y nos desmembra. No queremos, así, asumir nuestra condición humana, nuestra falibilidad, no queremos abrir nuestro corazón ante la mirada del único perfecto, Dios. Y por eso no nos perdonamos y transformamos la culpa en neurosis y obsesión, y nuestros nobles ideales en perfeccionismos vanidosos. Si, somos culpables, pero esa culpa, puesta en manos de Dios, y transformada en humildad, la humildad del publicano, nos redime, nos purifica, nos limpia como esas mañanas soleadas que secan y transforman los húmedos restos de una noche trastocada. Si, hay que hacer las cosas bien, pero no somos un super-man que desde sí mismo vuela a lo infinito, sino niños que extienden sus falibles brazos hacia lo infinito, Dios, para que de él venga la perfección.
Si todo esto amanece, comprenderemos y perdonaremos a los demás. Al haber visto la necedad de nuestra propia vanidad, al haber asumido nuestra humana humanidad, esteremos mejor preparados para ver a los demás. No nos haremos ilusiones. Los otros no son nuestros redentores, porque redentor es sólo Dios. Los otros no son los perfectos que creíamos que eran. Los otros son niños como nosotros, con días buenos y malos, con caprichos y berrinches, con dibujos geniales, con sonrisas enternecedoras y con rebeldías sin más razón que su propio temor. Pero claro, somos todos niños grandes, y el gracioso perverso polimorfo se ha convertido en un neurótico impredecible disfrazado de buenos modales y de buenos momentos. Pero es ese nuestro cónyuge, nuestro progenitor, nuestro compañero de trabajo, nuestro otro cotidiano. Mirémoslo desde allí, comencemos a verlo así, porque así realmente es, porque así realmente somos. Un poco de humor, de terapia, y el Dios que pueda penetrar en nuestro duro corazón, nos desvestirán de ilusiones megalómanas y asumiremos más el antihéroe woodyallinesco que cotidianamente somos. Y así, sencillamente así, debemos amarnos, convivir y perdonarnos.
Esto no está escrito para los santos, porque ellos comprenden y perdonan, a ellos mismos y a los demás, desde Dios que vive en ellos como su propia sangre. Está escrito para nosotros, que duramente juzgamos y realmente no vivimos la misericordia. Como la inmisericorde pregunta que, en una película, hizo un personaje a un ex-abusador de niños: “¿se puede saber para qué reza?”. Y la respuesta fue obvia: “rezo para la salvación de mi alma”.
Stop.
Muy bueno y cierto. Lo recomendé en twitter y facebook.
ResponderEliminarMuy bonito Gabriel. Me tocó de modo muy especial. Me tocó también lo de la inmisericorde pregunta que en más de un momento de enojo me he hecho y he hecho a otros.
ResponderEliminarTodo muy lindo hasta que metió a Dios en la sopa. Pero bueno,esa es su sopa; que usted se la tome.
ResponderEliminarMagistral! Gracias! Un abrazo!
ResponderEliminarQuerido Gabriel, desde donde se mire estoy de acuerdo y me gusta mucho tu posteo.
ResponderEliminarUnas líneas parecidas, aunque de menos vuelo publiqué en mi blog. Las trascribo, si no te molesta:
"Hace mucho que venimos insistiendo en lo contradictorias que pueden ser nuestras emociones. Eso puede asustarnos o confundirnos. Sin embargo, es la naturaleza humana la que las hace así. Somos responsables de nuestros actos, no de nuestras emociones. Saber leerlas, cultivarlas y manejarlas no solo es importante para vivir bien, sin excesos (ni impulsivos ni culpógenos) sino también para tomar decisiones correctas que tengan en cuenta su integralidad. Además, entendiendo nuestras emociones, tal vez seamos más tolerantes con las de los demás. La soledad existencial humana también podría llevarnos a un encierro perjudicial. Cuando nos entendemos a nosotros mismos y a los demás y nos aceptamos mutuamente, nos comunicamos mejor y ya no estamos tan solos. Solo hay que abrir los ojos y los sentidos a nuestro alrededor. Y eso se aprende cada día"
Un abrazo grande, Gabriel! JMB
Estupendo Gabriel.es para guardarlo y releerlo, cada tanto, para no salir de la senda, que nos lleva a vivir mejor.
ResponderEliminarMuchas Gracias !
Ana María paz
MUY BUENO!!! JUANI R
ResponderEliminarbuenísimo, más allá del concepto religioso que se tenga.
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