Muchos me han aconsejado no escribir o colocar en el blog notas largas, y el motivo es obvio. Pero esta vez voy a dar el gusto a M.S., y por eso publico lo que escribí sobre la guerra en 1989. Fue publicado como punto 7 del cap. 4 de mi libro “El humanismo del futuro”. Era 1989, antes de la caída del muro, y obviamente está des-actualizado en muchas cosas concretas. Además, era más optimista en esa época, pero no por la época, sino porque aún habitaba en mí algo de esperanza iluminista. La sobrenatural siempre estuvo, pero esa no es de este mundo…
Para mayor actualización, coloco también el prefacio a la edición del 2002 que me ayudó a publicar el Instituto Acton Argentina.
Había muchos subrayados, muchas negritas, que no tengo fuerzas/tiempo de reproducir en el blog. Tal vez mejor: que cada lector destaque y subraye lo que quiera; total, siempre ocurra aunque uno intente lo contrario. El que quiera ver el texto en su contexto completo puede hacerlo en www.institutoacton.com.ar, publicaciones.
Bien. Quien tenga ánimo y paciencia, avanti. Agradezco a todos la participación en el blog anterior.
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PROLOGO A LA SEGUNDA EDICIÓN (2002)
Este libro fue terminado de escribir en Febrero de 1989, cuando todo hacía suponer que el mundo se encaminaba hacia una nueva era de paz y prosperidad. Las posteriores dificultades del tan debatido proceso de globalización, más la situación enfrentada tras el 11 de Septiembre del 2001, parecen haber contradicho ese momento de optimismo.
Sin embargo, quiero resaltar que el libro no obedecía en su momento a ninguna circunstancia concreta ni tampoco a predicciones optimistas. El libro, si bien enmarcado en la esencial historicidad de todo humano relato, no intentaba ser un análisis de coyuntura. Su intención fue, y sigue siendo, lograr una síntesis teorética, una intersección de horizontes incomunicados: cierto liberalismo clásico, por un lado, y una perspectiva ius-naturalista de orientación cristiano-católica, por el otro. Y todo su optimismo fue y sigue siendo haber logrado, al respecto, algunas fórmulas que tengan cierto grado de verdad y permanencia. En ese sentido es verdad que el libro es terriblemente optimista.
Por lo demás, cuando lo escribimos no veíamos tan cercana la caída del muro y ese tema, que constituye tal vez la mayor des-actualización del texto (el análisis de la situación internacional está hecha antes de la caída del muro) tiene, paradójicamente, un triste retroceso, y en ese sentido una lamentable actualidad. Seguimos sosteniendo lo que parece totalmente anticuado: que el marxismo sigue siendo el principal obstáculo. Esa expresión sería decididamente errónea si se refiriera a la ex Unión Soviética o si quisiéramos ignorar con ello otras fuentes del totalitarismo, tanto pasadas como presentes: los nacionalismos y los fundamentalismos religiosos.
Sin embargo, la noción marxista de la escasez, donde ésta es fruto de la explotación del capitalismo a través de la plus-valía, sigue estando presente, como creencia cultural, en gran parte del discurso y del análisis de quienes se dicen no marxistas. En ese sentido, frente al supuesto de que el actual proceso de globalización muestra una vez más las injusticias del capitalismo, hay un repentino revival de la teoría de la dependencia estructural de los 70 . A saber, que la riqueza de los países ricos no es más que el fruto de la explotación que realizan de los países pobres. Se sigue pensando eso cuando se dice que la globalización, que se supone “libre mercado” ha acentuado la brecha entre ricos y pobres. En mi opinión el marxismo clásico nunca pudo entender la escasez como una condición natural del proceso económico que se enfrenta, precisamente, con el ahorro, la inversión y el aumento de los bienes de capital, como explicó E. von Bohn-Bawerk ya en vida de Marx . El aumento de bienes de capital implica mayor demanda de trabajo y por ende un aumento sostenido de los salarios reales, pero la hermenéutica marxista es totalmente al revés, justamente porque no logra “ver” el fenómeno de la escasez, y por ello, allí donde hay pobreza se cree que hay explotación. Por esto, aunque no coincidan con la peculiar afición de Bin Laden de destruir torres con aviones de línea, muchos de nuestros contemporáneos piensan igual que él: que las naciones capitalistas occidentales son la causa de la pobreza y la miseria del Medio Oriente, de América Latina, etc. Por eso digo que esa concepción marxista de las relaciones internacionales, antes pregonada por Fidel Castro y otros fideles de saco, corbata y tarjeta de crédito, ahora es compartida por otras personas más coherentes y por ello, precisamente, más explosivas.
Pero no es sólo el marxismo clásico el que no logra ver el fenómeno de la escasez. Tampoco lo logran ver, creo, los modelos neoclásicos de economía que parten del supuesto de competencia perfecta y luego tratan de ajustar el modelo a los mercados reales. Por más ajustes que intenten hacer, en el supuesto inicial hay una esencial falla, que no se trata del realismo o el no realismo del modelo . Se trata de que al suponer competencia perfecta, el ajuste, la coordinación y el equilibrio entre oferta y demanda es perfecto y, por ende, ab initio, no se ha considerado el fenómeno de la escasez. Tampoco se han considerado, ab initio, los presupuestos jurídicos del proceso de mercado, a saber, propiedad privada y, por ende, libertad de entrada al sistema.
Formados en este paradigma neoclásico de economía, miles de “funcionarios” integran después organismos internacionales como el NAFTA, el MERCOSUR, la Unión Europea, el FMI, el Banco Mundial, y bancos centrales y ministerios de economía de todo el mundo. Con lo cual se produce la otra parte de esta tragedia que retro-alimenta la anterior: creer que todo ello, ahora llamado “globalización” es capitalismo o libre mercado. Los funcionarios del FMI creen verdaderamente que son partidarios del libre mercado, con lo cual no hacen más que dar argumentos al pensamiento neo-marxista y a sus ideólogos. Pero no es esa la concepción de libre comercio internacional propugnada por Mises en 1927, en su obra Liberalismo . Al contrario, es todo un ejemplo perfecto de las características que, en 1949, el mismo L. von Mises atribuía al intervencionismo gubernamental en el mercado, en su tratado de economía, La Acción Humana , donde también había una importante crítica al FMI, y no en una nota a pie de página. Impuestos a la renta, aranceles, trabas migratorias, controles de cambio, de precios, bancos centrales y control de la oferta monetaria más curso forzoso del patrón monetario, confiscaciones, expropiaciones, monopolios legales, privilegios sectoriales, salarios mínimos, corporativismo sindical, estado de bienestar: todas ellas son las políticas criticadas por Mises en la sexta parte de su tratado de economía bajo el título “El mercado intervenido” y todas ellas, oh casualidad, son las características dominantes de las economías occidentales “capitalistas” y, sobre todo, de los acuerdos inter-bloques nombrados al principio, tan bien estimados por los organismos internacionales también arriba nombrados. Fidel Castro y Bin Laden tienen en todos ellos su mejor oficina de prensa.
Pero todo este panorama también implica una curiosa re-actualización del planteo inicial del libro. El capítulo uno habla de los derechos de la persona como su eje central. Es aquí donde a veces pienso si no es demasiado optimista hablar de esa cuestión olvidando el pecado original y las terribles contramarchas de la historia. Frente a las guerras y los odios tan enfrentados, frente a odios ancestrales de origen religioso, mezclados con nacionalismos y neo-marxismos en un sincretismo explosivo, ¿tiene sentido seguir hablando de libertades individuales, de garantías personales, de derecho a la intimidad, de debido proceso, y tomarnos verdaderamente en serio todo ello? Esas instituciones parecen haber sido concebidas y practicadas para sociedades y tiempos “lockianos”, pacíficos, pero parecen ser relegados al olvido, o a la hipocresía de bonitas declamaciones, cuando las sociedades se vuelven más hobbesianas, más bélicas y, por ende, llamamos nuevamente al dictador, dictador al cual, y coherentemente con la aludida hipocresía, todos criticamos en público pero, en nuestro interior, muy en nuestro interior, estamos tranquilos de que él haga el trabajo sucio de olvidarse por un tiempo de la libertad individual.....
En ese sentido, toda el mensaje del libro, a saber, respétense los derechos individuales y, con ello, la libertad y prosperidad que se dan por añadidura, no está escrito sólo con la esperanza de convencer de ello a quienes decididamente los consideran un invento de la alienación capitalista, sino también es un mensaje dirigido a aquellos que dicen defenderlos. En ese sentido creo que la primera parte de este libro es un mensaje no tanto a Bin Laden, obviamente, sino sobre todo a los líderes de las naciones llamadas democráticas. Pero no desde un supuesto pedestal de autocomplacencia filosófica, desdeñando y no comprendiendo las difíciles decisiones que hay que tomar en segundos, desde la complicada posición del político y el militar que no tienen el tiempo que tenemos los que sabemos de la comodidad de un pizarrón. No, no es esa mi actitud. Yo sé que, después del pecado original, la paz perpetua de Kant ha sido tal vez la más noble ilusión de todos los tiempos, tan noble como ilusa por minimizar el papel que el odio, la venganza y las ambiciones territoriales y de poder tendrán siempre en la vida y muerte política de los pueblos. Pero sería también iluso, también no-realista, suponer que paz es sólo una bonita palabra. El libre comercio internacional hace no rentables las guerras. Lo explicó Mises claramente, lo repetí yo en el 89 en este librito y lo sigo afirmando hoy. Ese es el margen de realismo, no utópico, por cierto, de quienes seguimos pregonando el libre mercado internacional. Pero hay algo más, que es lo más importante. Ante un ataque injusto, ante una dramática guerra fruto de un injusto agresor, lo que menos debemos hacer es convertirnos en él. No hablo, precisamente, como experto en seguridad interior. Hablo sencillamente como alguien que sabe que ser uno mismo tiene sus obvios riesgos y que forma parte de un país que ya ha vivido un drama al respecto.
En este sentido, la filosofía política tiene un deber de realismo, porque estas exigencias éticas no pueden ser demandadas, reiteramos, en enfrentamiento dialéctico con la praxis de las medidas concretas. Preocupaciones de autores tan disímiles como Maritain y J. Rawls , sobre la convivencia en paz de personas de religiones y metafísicas diversas, tienen hoy, nuevamente, una rigurosa actualidad. Pero, en ese sentido, los derechos individuales, y libertades tales como religión, enseñanza, expresión, etc., más una constitución federal que las asegure, no son un objeto de colección, sino, sigo insistiendo, el futuro posible. A riesgo de que se me considere insano, yo tengo algo muy concreto que proponerles a árabes y israelíes, paquistaníes e hindúes, etc.: olvídense del esquema del estado-nación , y hagan una organización política conjunta donde simplemente una constitución federal garantice el derecho de cada uno a vivir conforme a su religión, tradiciones y culturas; intercambien sus bienes en paz y libertad y respétense sus ámbitos de pensamiento. ¿Utópico? ¿Seguro? ¿No es más utópico pretender vivir como ahora mueren?
Pero es utópico, también, que los occidentales, con una totalitaria unión entre estado y ciencia denunciada por Feyerabend y por nadie escuchada, sigan intentando establecer un diálogo con otras culturas a partir de la supuesta superioridad de la ciencia occidental. En este sentido, los proyectos asistencialistas, de corte estatista, de las Naciones Unidas, para otros pueblos –que tocan además delicadas cuestiones de salud pública a las cuales también habíamos dedicado nuestra preocupación en el cap. 4- están destinados a un posible fracaso cultural. Los derechos individuales, en ese sentido, si bien enmarcados en la intimidad de la historicidad de Occidente, no son una propuesta que debe ser “extraña” a otro ser humano, como un aparato ortopédico. Son, más bien, el lento descubrimiento de cuál es nuestra piel cuando vivimos sencillamente en libertad. En ese sentido, contrariamente a esquemas neo-conservadores, el humanismo del futuro es una propuesta para todos los pueblos, porque la libertad cultural, contenida en los derechos individuales, implica una adaptación ipso facto a circunstancias culturales diversas.
Ahora bien, una cosa son los derechos del hombre y otra cosa es la democracia constitucional. Esta última es un medio para la custodia jurídica de aquellos. In abstracto, se puede decir que la democracia constitucional, como lo decimos en el cap. 2, es la mejor forma de gobierno hasta ahora descubierta; in concreto, su aplicación dependerá de las circunstancias de lugares y pueblos. Y, entre esas circunstancias, hay una no ajena a Occidente, sino interna a él: la crisis de las democracias constitucionales, no sólo de las frágiles democracias de países “emergentes” sino sobre todo de las naciones desarrolladas. En este sentido nuestro libro tampoco ha perdido actualidad. Los análisis de Hayek y Buchanan sobre la crisis de la democracia constitucional fueron hechos –esto es muy interesante- prácticamente in situ: los EEUU. Sus diagnósticos y sus propuestas fueron hechas para los EEUU, pero se aplican también, haciendo una extrapolación, a otros casos. Cuando la escasez –nuevamente...- se concibe como un juego de suma cero, de modo tal que algo para uno es algo menos para otro; cuando las cámaras legislativas conciben su función como los que reparten esa torta fija que no crece; cuando las asociaciones intermedias se convierten, tal como lo analiza Buchanan en su “rent seeking society” (sociedad en busca de renta) en grupos de presión que luchan por intereses contrapuestos, la combinación de todo ello va llevando a un sobre-dimensionamiento del poder legislativo y ejecutivo que termina de convertir en letra muerta a la libertad individual y a su resultado, la prosperidad y el bienestar. En ese sentido, es más actual que nunca la propuesta de reforma institucional que hacíamos en el cap. 2. Es ir en contra de la corriente, lo sabemos, de un constitucionalismo llamado social que concibe al poder legislativo como el eje central de la equidad mientras que se tolera a un capitalismo “para la producción”. Con lo cual se logra una sociedad más injusta de lo que se pretendía, con más desigualdades sociales y con un estado de bienestar muy parecido al estado tutelar descripto y advertido por Tocqueville y muy parecido, también, al estado científico preconizado por Comte. Esa es realmente la dialéctica del iluminismo: un estado racionalista que, al querer liberar, oprime. La propuesta de democracia constitucional debe, en ese sentido, volver a sus orígenes. Se trata de una constitución federal y, como mucho, un código penal federal. Ninguna legislación más, en principio. Esa constitución federal debe incluir expresas prohibiciones al poder legislativo federal y al ejecutivo: prohibición de monopolios legales, de exclusividad legal para la provisión de cualquier bien o servicio, moneda inclusive; prohibición de partidas presupuestarias adicionales a las atribuciones de los poderes establecidas en la constitución.... Eso no tiene nada que ver con una dialéctica entre estado gendarme y estado subsidiario, pues es un esquema que, atando todo lo posible las manos del gobierno federal, deja libre la acción discrecional de los gobiernos municipales para servicios sociales, siempre que no violen las prohibiciones establecidas a nivel federal, tal cual establece Hayek cuando trata de las funciones del gobierno .
Todo esto es muy importante porque es la misma democracia la que está en juego. Las gentes son muy volátiles y son las primeras en pedir dictaduras cuando una democracia entra en crisis, como sucedió con la Italia y la Alemania de la post-guerra. Esa situación explica, actualmente, en parte, la inestabilidad política endémica de América Latina: ya sean dictaduras o democracias, todas parecen tener un pecado original de origen, un autoritarismo y un corporativismo endémicos que forman el telón de fondo que se manifiesta siempre, sea cual fuere el régimen adoptado. La democracia constitucional que proponemos no es una mera cuestión de formas democráticas pero de fondo autoritarias, sino una verdadera limitación al poder. Y entonces sí, seguimos proponiendo los Estados Unidos de América Latina.
Nunca se debe perder de vista que todo esto tendrá como consecuencia el desarrollo y, en ese sentido, la eliminación progresiva de la pobreza y la miseria. De igual modo que con el tema de la guerra, no ignoro que, dada la condición humana, los focos de pobreza serán una amenaza permanente para el mundo mejor que soñamos, pero, nuevamente, no es ninguna utopía suponer que, con estabilidad política y jurídica, el aumento permanente de bienes de capital llevará a una constante elevación de los niveles de vida y mayores oportunidades para todos. No sólo es una predicción: es lo que verdaderamente ha pasado en las naciones capitalistas democráticas, en la medida que nos saquemos los anteojos marxistas y podamos ver su riqueza como el resultado de libre mercado y no de la explotación de los más débiles. Esto es especialmente importante. Los niños desnutridos, las personas sin hogar, y millones y millones de personas que en todo el mundo vagan por hacinamientos inhumanos, sin otra esperanza humana que la muerte, no son fruto de un terremoto, una inundación, o algún otro desastre natural. Son fruto de un desastre humano: el empecinamiento de persistir en políticas estatistas, corporativas y autoritarias. La economía de mercado, contrariamente a lo que ese marxismo cultural, como creencia de base, hace pensar, no produce la exclusión de los más pobres. Al contrario, esa miseria indignante, que padecen millones de excluidos de todo el mundo, es el fruto de las guerras, de las violaciones de la propiedad y los contratos, de la violación del libre comercio, de la inestabilidad política de esa danza macabra entre dictadorzuelos y demagogos. La pobreza, ese rostro sufriente que nos tiende la mano, es una bofetada a nuestra vagancia intelectual, a no someter a dura crítica los presupuestos corporativistas y marxistas que la producen. El eje central de la crisis de los paradigmas es sobre todo la capacidad de éstos para auto-defenderse y ver en otros planteos los causantes de sus propios problemas.
Todo esto que estamos diciendo tiene, a su vez, una actualidad inusitada para los problemas de la Argentina. Sentados plácidamente en la cubierta de esa titánica combinación de corporativismo y socialismo que la Argentina fue y sigue siendo desde los 40 hasta la actualidad , los argentinos, cual emergentes de un sueño dogmático, parecemos haber descubierto ahora, hace un tiempito, que nuestra democracia está en crisis, que los derechos de propiedad sirven para algo y que hay hambre y desnutrición. El futuro es incierto. Puede haber sido un descubrimiento muy tardío y los hábitos culturales de esas décadas de estatismo no son fáciles de cambiar. Editar nuevamente este libro, en estas circunstancias, es, por cierto, ser fieles a lo que Popper decía del optimismo: éste no deriva de que sepamos de cómo va a ser el futuro, sino de lo que podamos hacer hoy .
Finalmente, mi mayor utopía, quizás. En medio de guerras religiosas, yo no dejo de hablar de Dios. Pero ocurre que, sencillamente, es Dios la fuente de la tolerancia, de la misericordia, del respeto al otro, del amor al que piensa distinto. Es el pecado el que hace decir al hombre que Dios es su aliado en su violenta lucha contra la paz. Yo, como filósofo, poco puedo contra eso, excepto escribir y pensar, pensar para el reino del hombre y confiar, absolutamente, en el Reino de Dios, que no es de este mundo.
Gabriel J. Zanotti
Noviembre de 2002.
Ver al respecto García Martínez, L.: Teoría de la dependencia, Emecé, Buenos Aires, 1976.
2. Ver Eugen von Bohm-Bawerk, Capital and Interest [1884 1er volúmen], Libertarian Press, 1959.
3 Esto es, frente a lo que estamos diciendo, se desvanece la clásica auto-defensa de Friedman, a saber, que es irrelevante si los supuestos de la competencia perfecta son realistas o no. Aún desde la misma posición epistemológica de Friedman es un error no haber reconocido plenamente la escasez desde el principio. Sobre Friedman, su posición y el debate correspondiente, ver Calwell, B.: Beyond Positivism, Routledge, 1982.
4 Unión Editoria, Madrid, 1973.
5 Ver Human Action, [1949], Henry Regnery, 1966, XVII, 19.
6 Mariatian, J.: El hombre y el estado [1949-1951], Club de Lectores, Buenos Aires, 1984, cap. V.
7 Rawls, J.: Political Liberalism, Columbia University Press, 1993.
8 “...Mirad, las naciones son gotas en un cubo
y valen lo que el polvillo de balanza,
Mirad, las islas pesan lo que un grano,
El Líbano no basta para leña,
Sus fieras no bastan para el holocausto,
En su presencia, las naciones todas,
Como si no existieran,
Son ante él como nada y vacío”.
Is 40, 10-17.
9 Feyerabend, K.P.: Tratado contra el método [1975]; Tecnos, 1981, cap. 18; Adiós a la razón, [1981], Tecnos, 1996, Parte I, cap. 4; La conquista de la abundancia [1999], Paidós, 2001.
10 Hayek, F.A. von: Nuevos Estudios [1967], Eudeba, Buenos Aires, 1981, parte II; Derecho, Legislación y Libertad, vol 3 [1976], Unión Editorial, Madrid, 1979.
11 Buchanan, J.: The Limits of Liberty, University of Chicaco Press, 1975; y The Logical Foundations of Constitutional Liberty, vol. I de The Collected Works of James M. Buchanan, Liberty Fund, 1999.
12 Op.cit.
13 Ver Nuevos Estudios, op.cit., cap. IX.
14 Esto no implica afirmar que los problemas de la Argentina comienzan con Perón, como lo supone una ingenua historia conservadora. Al respecto, ver nuestro artículo “Pasó lo que tenía que pasar”, en Criterio, Nro. 2270, Abril 2002.
15 Popper, K.: All Life is Problem Solving, Routledge, 1999.
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LA GUERRA (Cap. 4, punto 7)
La
guerra*44.
Entramos ahora en otra cuestión que es clave en nuestro humanismo “del futuro”. Se trata de uno de los horrores más viejos de la humanidad: la guerra.
Moralmente, el derecho a la legítima defensa es lo único que justifica la guerra, que por lo tanto sólo puede ser justa si es defensiva. La guerra, pues, siempre implica que hubo una grave injusticia por parte del que ataca.
Pero, así como la legítima defensa que utiliza violencia es siempre, absolutamente, el último recurso, de ese modo también la guerra debe ser siempre el último recurso de defensa, cuando todos los demás han fallado y se está seguro de que la no defensa armada acarrearía un mal mayor. Porque aun cuando todos los demás recursos hayan fallado, si la defensa armada implica un mal mayor que la injusticia que se trata de reparar, entonces tampoco estará justificada en ese caso la guerra, aunque sea defensiva.
Esta última aclaración es muy importante en las circunstancias actuales, donde cualquier conflicto puede desatar la guerra atómica, obviamente autodestructiva para todo el planeta. Por ello, hoy en día, más que nunca, las guerras ofensivas son máximamente inmorales, no sólo por su intrínseca injusticia sino por su imprudencia manifiesta. A su vez, hoy en día, más que nunca, los reclamos territoriales, especialmente aquellos que provienen de mucho tiempo atrás, no admiten jamás el recurso de la guerra; y quienes crean que un pedazo de territorio secularmente disputado es más valioso que una sola vida humana, manifiestan un evidente desorden valorativo. Es urgente, por tanto, que mundialmente los estados se comprometan a dirimir sus conflictos territoriales mediante el sometimiento del caso a la decisión inapelable de un organismo internacional, que elija a un mediador con autoridad moral para ambas partes, y se deberían instrumentar los mecanismos necesarios para que quedara totalmente aislado de la comunidad internacional el estado que no respete el compromiso asumido y/o tomara la iniciativa de tomar por las armas a un territorio en disputa*45.
Nada hay más criminal, más atentatorio contra el derecho a la vida, que las guerras ofensivas, que conquistan por la fuerza territorios habitados. Antaño, esa era una de las causas más frecuentes de la guerra, en nombre de un imperialismo que hoy, aunque se practique, se oculta por vergüenza. El colonialismo tampoco tiene ningún tipo de justificación moral: ningún grupo de personas, por más “primitivas” que las juzguemos, puede ser obligada coactivamente, por la fuerza, a pertenecer a otro estado; el progreso cultural de los pueblos es por definición libre y no mediante las armas. Pero, actualmente, son las ideologías totalitarias las que han promovido y promueven este tipo de crímenes colectivos. Hoy en día son las ideologías totalitarias las que han activado esta bomba de tiempo sobre la que estamos sentados. Han sido y siguen siendo los nacionalismos xenófobos los que siguen provocando conflictos territoriales; fueron el nazismo, el fascismo y el comunismo los causantes de la Segunda Guerra Mundial, y es el marxismo la ideología que ha causado el armamentismo atómico y financia y sostiene a los diversos terrorismos que causan estragos en diversas naciones*46. Pero el marxismo no sólo promueve la guerra por el carácter ideológicamente expansivo e internacionalista de su “dictadura del proletariado” también fomenta las guerras a través de la teoría de la dependencia, que hace que los pueblos se vean mutuamente como enemigos en su progreso económico.*47 Hemos visto la falsedad total de esa concepción; hemos visto también las ventajas para la paz de la expansión de la libre iniciativa privada por todo el planeta; pero no porque pensemos, como los marxistas, que las estructuras transforman el corazón humano, sino por la muy sencilla evidencia de que los intereses comerciales recíprocos necesitan relaciones pacíficas. Ni los ciudadanos ni los Estados de EE.UU. ni los de Rusia tendrían el más mínimo interés en una guerra si sus ciudadanos estuvieran unidos por negocios comunes bajo un sistema de libre cambio y propiedad privada*48. No sería, en ese caso, el mutuo miedo a las bombas atómicas lo que mantendría la “paz”, sino el mutuo interés en sus relaciones comerciales lo que haría sencillamente inútil y poco rentable cualquier armamento, lo cual sí mantendría la “PAZ”, esta vez con mayúsculas.
Pero lo anterior no basta. La conciencia y la inteligencia humana deben desactivarse de ideologías, como único medio para desactivar el permanente peligro de la guerra. La desactivación de las armas pasa por la desactivación de las mentes, y esto pasa, a su vez, por “desactivar” mentalmente a las ideologías totalitarias. Esto es, a largo plazo, el único modo para lograr el desarme: la prédica del respeto a los derechos del hombre, y el convencimiento de ello por parte de quienes hoy gobiernan las naciones que han caído en el totalitarismo, que es violento por definición.
Lamentablemente, no puede descartarse, hoy por hoy, el legítimo derecho a la defensa a los pueblos que no quieran ser víctimas del totalitarismo, si están presentes las condiciones para la aplicación del último recurso. Tampoco se puede negar su derecho a mostrar que están preparados para la defensa*49. Aún así, es totalmente falsa la teoría de quienes dicen que en la guerra todo está permitido. En primer lugar, la destrucción de poblaciones civiles, como objetivo directo para obtener una ventaja militar o victoria, parcial o final, ha sido, es y será siempre absolutamente inmoral. El fin no justifica los medios, y debemos aplicar este principio tan firmemente como antes lo aplicamos para oponernos a cuestiones como el aborto. No importa que por medio de esa destrucción se termine la guerra; el derecho a la vida de inocentes y civiles es inalienable. En segundo lugar, armas químicas y bacteorológicas, de imprevisibles consecuencias futuras, son también intrínsecamente perversas. En tercer lugar, el ordenamiento constitucional debe prever los mecanismos para preservar los derechos de los civiles en situación de guerra. La matanza de prisioneros y/o agresiones hacia los mismos es, por supuesto, otro crimen, y, desde luego, la tortura es también absolutamente inmoral, sea cual fuere la información que se busque. Todas estas cuestiones son verdaderas pruebas cruciales para ver si el respeto al derecho a la vida es algo fácilmente declamado en situaciones tranquilas o verdaderamente practicado en situaciones menos sencillas. Lo anterior debe ser tenido en cuenta, también, en situaciones de guerras internas producidas por el terrorismo, que es una nueva forma de guerra ofensiva. Los estrategas deben dilucidar cuáles son las mejores técnicas militares para defenderse del terrorismo subversivo, pero nada de lo que digan podrá eliminar principios morales inmutables*50.
Nos preocupa que habitualmente todas las cuestiones anteriores se declamen mientras la situación sea tranquila o se las considere valiosas sólo como adorno de discursos pomposos, mientras en realidad muy pocos están dispuestos a no transigir estos principios cuando llega el momento de tener que aplicarlos. La tortura es uno de los mejores ejemplos. Supongamos que hay una bomba en un estadio de fútbol lleno de personas; supongamos que se encuentra a quien la puso. ¿Está justificada la tortura en ese caso, si el delincuente no quiere decir donde la puso y faltan pocos minutos para el estallido? Nuestra respuesta será terminante: no. Y “no”, sencillamente porque el fin no justifica los medios. Hay cuestiones que son muy graves, que no admiten excepciones, so pena de viciar de nulidad el principio que se sostiene.
¿Cuál es el futuro de las guerras? Algunos dicen que un mundo sin guerras es imposible y utópico. Pablo VI opinaba lo contrario, y estamos de acuerdo con él. La paz mundial es perfectamente posible. En realidad, la verdad es que dado el efecto de autodestrucción total que una guerra mundial puede hoy provocar, lo utópico es pensar que el mundo puede seguir indefinidamente sentado sobre la bomba de tiempo que las ideologías totalitarias han construido. O sea que lo utópico es pensar que el mundo puede seguir “conviviendo” con las guerras. Por supuesto, en la medida que se difundan las religiones que ponen al hombre en contacto sobrenatural con Dios, el fanatismo, el odio y la violencia irán disminuyendo*51; pero también debemos preguntarnos si no es posible la organización mundial de un sistema que frene las guerras; que las haga inútiles, poco rentables, poco atractivas. Como ya hemos sugerido, ese sistema existe: respétese universalmente su derecho a la libre iniciativa y al libre comercio; elimínense las fronteras comerciales y culturales, y las guerras y conflictos internacionales disminuirán sensiblemente. Lamentablemente nunca la humanidad podrá evitar a los asesinos y enfermos mentales que promueven la violencia, pero lo importante es que el sistema político y comercial no los promueva. Con el sistema que proponemos, muchos de los hoy llamados “jefes de estado”, no podrían ser jefes más que de la real banda de delincuentes asesinos que hoy comandan, y como tales aparecerían ante la opinión pública mundial.
En este sentido, pensamos que tal vez se ha puesto el carro antes que los caballos, en cuanto a la creación de organismos internacionales que reúnan a los diversos estados del planeta. Muy noble y loable su creación, pero muy inútil cuando los totalitarismos, nacionalismo xenófobos y fanatismos religiosos intolerantes formen parte de esos organismos, para promover en ellos lo único que saben producir: la guerra, ya en nombre del partido, la clase trabajadora, la patria o, impíamente, en nombre de Dios. Muy inútiles mientras que esos organismos se conviertan en centros mundiales de difusión ideológica marxista en temas como medios de comunicación, salud, educación, etc. Nada de ello conducirá a la paz; al contrario, tenemos todavía mucho camino por recorrer para desactivar mentalmente ese tipo de ideologías. Cuando eso se logre, y la humanidad, progresivamente, se vaya uniendo bajo una común organización de respeto a los derechos del hombre en sus respectivos pueblos; cuando progresivamente se vayan uniendo porque, coherentemente con lo anterior, vayan levantando estos últimos sus barreras comerciales, migratorias, culturales, entonces, sólo entonces, estarán dadas las condiciones para una organización mundial que pueda efectivamente servir a la paz y proteger los derechos del hombre. ¿Una especie de gobierno mundial? Tal vez. Pero no nos pronunciamos ahora al respecto (creemos que, de hecho, se dará alguna vez entre las naciones libres una confederación con organismos que se ocupen de sus problemas comunes; esa confederación, por definición, no anulará, en determinado grado, sus autonomías políticas). Sólo decimos que efectivos y sólidos lazos comunes mundiales, tanto políticos como económicos, presuponen un paso previo: el aludido proceso de integración de los pueblos a través de la común unión de sus ciudadanos en actividades de todo tipo, para lo cual los gobiernos no tienen más que respetar verdaderamente la libre iniciativa y tomar conciencia de que son las personas, y no las burocracias, los protagonistas de la historia.
Los estados, pues, no deben fomentar culturalmente la idea de la guerra; en ese sentido, hay varias cosas que nos preocupan. Los servicios militares obligatorios, por ejemplo, costosos e ineficientes, no tienen razón de existir. Fuerzas armadas bien equipadas, económica y técnicamente, con tropas voluntarias bien pagas –todo lo cual es perfectamente posible allí donde el presupuesto del estado esté destinado a sus funciones propias- no necesitan ese tipo de reclutamiento. Pero no sólo no lo necesitan: desde el punto de vista moral, es muy dudoso que dichas prácticas sean compatibles con las libertades de los ciudadanos en tiempos de paz, y muy difícil, además, que dichas prácticas no degeneren en verdaderos centros de corrupción moral y tortura física y mental de los reclutados. Además, es absolutamente atentatorio de la libertad religiosa y de conciencia no respetar a la “objeción de conciencia” de aquél cuyos principios le impiden empuñar un arma. Es violatorio de los derechos humanos básicos que a personas así, en muchos lugares, se las encarcele, a veces sometiéndolas a todo tipo de burlas y vejaciones, por ser fieles a su conciencia y a su religión. No tienen ningún tipo de justificación moral el conjunto de atropellos y maltratos que sufren las víctimas del servicio militar obligatorio, además de la interrupción de su trabajo y sus estudios; excepto, claro está, que se considere correcta a la antropología filosófica primitiva y pueril que considera el concepto de “hombre” ligado proporcionalmente a la cantidad de gritos y violencia (resabio, esto último, de ceremonias de iniciación a la “adultez” todavía hoy presentes en tribus primitivas).
En segundo lugar, la educación de la persona es clave. Dado que a la persona debe enseñársele la verdad, debe mostrársele la guerra como lo que es: un hecho brutal, sanguinario, lamentable siempre, justo muy pocas veces. Ayuda poco, en este sentido, a los niños se les muestre una imagen idílica de las guerras y las batallas; ayuda poco que las naciones que son ex-colonias no terminen de advertir que no hay por qué ponerse a saltar con alegría exultante por el hecho de que su libertad haya sido ganada con episodios de sangre, por más justos que puedan haber sido en algunos casos esos episodios. No hay entonces por qué llevar en masa a los niños a ver películas que relatan esos episodios de violencia, para que los internalicen como algo bueno y normal. Por supuesto, la cultura es libre y no estamos pidiendo que el estado imponga nada al respecto, pero si que se abstenga de dichas prácticas en su sector.
En este sentido, vamos a decir resueltamente algo que sonará muy extraño, dada, precisamente, la mentalidad imperante: las victorias de una guerra no deben festejarse, aun cuando la guerra en cuestión haya sido justa. Atención al término utilizado: “festejar”; esto es: un episodio bélico no es algo por lo cual alegrarse, o recordar con una sonrisa de satisfacción, por medio de cantos o marchas que sigan impulsando esa creencia. Si en un momento entran ladrones en una casa, e intentan dañar gravemente a los miembros de la familia, y el padre se ve obligado a utilizar el recurso último de la defensa propia violenta y mata a alguno de los asaltantes, ¿qué hay que festejar en ello, por más que la conducta del padre haya sido correcta? ¿Al año siguiente, se pondrán todos a bailar y a reir recordando el episodio? ¿Qué festejarán? ¿Acaso los gritos de los niños? ¿Acaso el llanto y el miedo? ¿Acaso la agonía dolorosa del agresor? ¿Acaso la sangre que salpicó los muebles? ¿Es tan difícil de entender que un episodio de violencia nunca se “festeja”?
Seguimos insistiendo en esto, porque no negamos, por supuesto, un recordatorio que pida a Dios por todos los muertos y/o que destaque el valor de quienes intervinieron en la justa defensa; no pedimos que la gente se ponga a llorar porque fue vencido el injusto agresor; pedimos que se tome conciencia de lo que una guerra es y significa. ¿Qué significa una guerra? ¿Acaso un señor carilindo, de uniforme impecable, cruzando majestuosamente altas montañas en un caballo blanco al cual sólo le faltan las alas? Obviamente, no. Significaba, antaño, miles y millones de hombres, hijos de un mismo Dios, avanzando unos sobre otros, clavándose bayonetas y espadas, desgarrando mutuamente sus entrañas, llenos de odio y furor; significaba, y aún hoy significa, zonas llenas de cadáveres descomponiéndose, agonías interminables tras una herida desgarrante; significa el llanto y la soledad por la pérdida del ser querido; significa la interrupción de una vida para volcarla sin mayores explicaciones a su mutilación o destrucción. Significa todo tipo de latrocinios, atropellos, corrupciones y delitos por parte de tropas a veces no muy fáciles de controlar. Todo ello es la guerra. Hoy significa, además, la imagen de un hongo atómico tras el cual quedan por años las secuelas de las malformaciones y contaminaciones; hoy significa la posibilidad de destruir en segundos a millones y millones de personas. Todo esto significa la guerra. ¿Qué hay que “festejar”sobre ello? ¿De qué hay que reírse? ¿De qué hay que cantar, bailar y batir las palmas? Sólo una actitud cabe frente al recuerdo de las batallas, ganadas o perdidas, justas o no: la oración a Dios, pidiendo por el alma de las víctimas y pidiendo que jamás algo por el estilo vuelva a repetirse. Pero de nada de esto se tomará conciencia mientras desde su niñez se engañe a las personas con una imagen infantil, santurrona y novelesca de la guerra, que oculte totalmente su verdadero rostro de sufrimiento y crueldad.
Son pues, muy loables, y a veces útiles, todas las iniciativas de desarme, así como también lo son los organismos internacionales donde las naciones discuten sus diferencias. Pero la guerra sólo detendrá su mortal carrera el día que los espíritus se desarmen. Para ello hay dos caminos (no contrapuestos, desde luego): uno, religioso, a través del contacto del hombre con Dios, y otro, político, la adopción universal de sistemas políticos que respeten las libertades de los ciudadanos y, consiguientemente, la eliminación de las barreras culturales y económicas, a través de una libre iniciativa en todos los ámbitos y el libre comercio internacional. Lejos de ser utópico, llegar a ello es absolutamente indispensable, pues el día en que el mundo estalle entero en pedazos nos daremos cuenta que estábamos viviendo en la utopía de pensar que vivir sobre una bomba era posible. Si sobrevivimos a esa prueba, es posible que llegue un futuro donde, al mirar para el pasado, no comprenderemos cómo era posible que viviéramos sin la paz.106b
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*44 Ténganse en cuenta, para esta sección, las aclaraciones hechas en la Introducción para el 2002.
*45 Todo esto que decíamos en el 89 estaba muy condicionado por la experiencia argentina de Malvinas en el 82.
*46 Obviamente, volvemos a decir que, ante la caída del Muro y la aparición de feroces terrorismos de origen religioso, esto parece haber perdido actualidad pero, en otro sentido, la sigue teniendo. Porque los diversos terrorismos, ya religiosos, ya nacionalistas, coinciden en su visión neomarxista del mundo y de la economía al suponer que es el capitalismo el causante de la miseria de los pueblos. Y volvemos a decir que se trata de un neomarxismo como creencia cultural, como horizonte de precomprensión, y no de una teoría explícitamente afirmada (aunque a veces sí).
*47 Es lo que decíamos en la nota anterior.
*48 Hoy agreguemos: ni los ciudadanos de Israel, Palestina, Irak, Irán, Afganistán....
*49 Por supuesto, ya se sabe que las nociones tradicionales de guerra ofensiva y defensiva han cambiado. Habían cambiado ya después de la 2da guerra. Tras la caída del Muro el mundo tuvo un momento de optimismo cuasi-kantiano en una paz perpetua pero evidentemente el sueño duró poco, más aún después del 11-9-2001, fecha que ha cambiado drásticamente el escenario. Pero nos parece que el problema del terrorismo no nace ahí. La defensa contra el terrorismo no admite, como recurso necesario y habitual, acciones armadas determinadas en territorios específicos, sino más bien la acción mancomunada de diversos estados contra un enemigo que es extra-territorial. Sobre los problemas de seguridad, ya nos hemos pronunciado en la introducción. La fundamental derrota consiste en abandonar la noción de derechos individuales y convertirnos verdaderamente en una sociedad hobbesiana. Volvemos a decir, empero, que estas situaciones históricas son muy complejas como para juzgar con tanta certidumbre las acciones específicas de los hombres de estado. Creo que estos casos requieren un liderazgo moral que, obviamente, desde un punto de vista humano, es una circunstancia tan afortunada como aleatoria. Los J.F.Kennedy no abundan.
*50 Dijimos todo esto en 1989 y lo seguimos manteniendo ahora más que nunca.
*51 Soy plenamente consciente de que, frente a los terrorismos de origen religioso, lo que estoy diciendo puede parecer ingenuo, pero no lo es. Yo creo en Dios, esto es, en Quien salva, perdona; en Quien dijo “guarda la espada”. El que mata en nombre de Dios sencillamente no sabe quién es Dios. Dios es Cristo clavado en la cruz.
Alberto Benegas Lynch (h), op. cit., p. 246, cuenta el siguiente caso, sobre un chico asmático que fue incorporado al servicio militar (con expreso conocimiento de su problema): “… sus peticiones no fueron oídas. Fue incorporado. El hecho sucedió durante la segunda semana de su ingreso a las filas del ejército. Una noche, entró súbitamente el capitán a cargo de la compañía en uno de los dormitorios donde diez ‘colimbas’ descansaban sin percatarse del drama que estaba apunto de comenzar. Este capitán, que irrumpió avanzada la medianoche al dormitorio, tenía los ojos inyectados de sangre, gritaba con furia que todos se apostaran a los pies de la cama, como si algo terrible hubiera sucedido. O como si estuviera alcoholizado, o ambas cosas… o vaya a saber qué. A los alaridos ordenó que se abrieran las ventanas del recinto. A pesar de que era verano, la noche era muy fresca. Afuera lloviznaba y soplaba viento. Empezó a hacer preguntas en el mismo tono de histeria irreprimible. Los interrogantes eran ridículos. Preguntaba a sus circunstanciales esclavos cosas sobre sus intimidades, luego los hizo cantar marchitas incoherentes. Alguno se sonrió, lo que enloqueció más al guardia e hizo que todos salieran al patio a practicar el salto de rana con el torso desnudo. El chico asmático advirtió en tono cortés sobre los riesgos que corría. La reacción del capitanejo fue más severa aún con ese pobre desgraciado. Además del salto de rana al que sometió despiadadamente a todos, obligó al chico a subir y bajar en repetidas ocasiones una de las escaleras apostadas en las paredes laterales del patio. Dos de sus compañeros, al ver que el asma prácticamente asfixiaba al chico, intentaron salir en su defensa, lo cual, si cabe, suscitó aún más la ira del bruto capitán, haciendo recaer sobre los defensores los mismos maltratos que habría sufrido el chico. Ya amanecía. El capitán ordenó a todos que se fueran a dormir. Al toque de diana el chico no pudo incorporarse. Deliraba de fiebre. Todos los compañeros hicieron un petitorio pidiendo que se lo trasladara al hospital. El capitán, de común acuerdo con otros oficiales, se negó. Tuvieron al chico una semana en cama sometido a vaya saber que brebajes. A la semana siguiente, lo trasladaron al hospital donde murió de neumonía. El escándalo fue mayúsculo. Pero el hecho sucedió. Desde luego que este drama no revela que en el servicio siempre sucedan episodios de este tenor. Pero el sistema lo hace posible. Este resabio de la trágica contrarrevolución francesa abre las puertas a todo tipo de excesos. A los esclavos se los trata como esclavos. En este drama que hemos relatado, la esclavitud transitoria se convirtió en definitiva” (los destacados son nuestros).
106b Sobre la cuestión de la guerra, véase la Constitución Gaudium Spes, del Concilio Vaticano II, y Alberdi, J.B.: El crimen de la guerra, Sopena, Buenos Aires, 1957.
Gran manifiesto pacifista Gabriel . Así que sentado en la posición de Buda , podés esperar que vayan cayendo los amigos nacionalistas tratando de provocarte . La violencia es inherente al ser humano . Quien tiene un oficio violento , sabe que "darse manija" es peligroso y aprende quizás a separar mejor las aguas , entre la violencia productiva , como por ejemplo voltear un animal pesado para curarlo , y la violencia destructiva de las armas . Pero hay mucha gente frustrada por el mundo , cuyo significado lo obtienen rápido practicando el poder de las armas . Son los violentos . No necesitan razones , siempre las encuentran .
ResponderEliminarAsí que es una lucha sin fin transformar permanentemente al violento que mora en nosotros en alguien productivo .
Para retomar el tema de Kung Fu , que recordó Ricardo , te acordás que al pobre Kwai Chang le negaban hasta un vaso de agua ? La violencia es la negación de la existencia del otro . Cuando Hamás niega la existencia del Estado de Israel o cuando se funda Israel Estado , negando a los palestinos que estaban previamente en el territorio , te das cuenta que las posibilidades de un acuerdo son muy lejanas . Por qué ? Porque se niegan mutuamente . Goethe definía al demonio como "aquel que todo lo niega" . No hay , ni habrá paz si no se admite la existencia del otro . Este es el comienzo en cualquier relación , entre paises o personas .
Si como consecuencia de haber leído la entrada anterior más gente se diera cuenta de que "tierra" no es sinónimo de Patria , y de que lo contrapuesto al nacionalismo no es otro nacionalismo , sino la universalidad , sería por ahora suficiente .
Desde un punto de la galaxia con visión de astronauta : M.S
Mi querido colega de galaxia extraterroide,
ResponderEliminargracias por tu comentario. Un abrazo y..... Que Dios nos proteja................
Alá nos protege, Gabriel!
ResponderEliminarEn la galaxia o tierra que nos cobije!
Gracias JM. Mi ruego era para este mundo. Una reiteracíón de la oración en el Huerto......
ResponderEliminarComo recordarás te comenté hace un tiempo, últimamente ya no sólo no creo en la guerra defensiva: sencillamente no creo ni en la defensa propia como una cláusula de excepción al quinto mandamiento.
ResponderEliminarQue en la vida diaria dudo de si lograría ser totalmente coherente con esta convicción, es otra cosa, pero lo intento en cuestiones menores. Realmente lo intento.
Tal vez valdría la pena aclarar que estoy cambiando de rumbo político (si cabe en este caso la palabra "política") y este tipo de cosas no es algo con lo que juego para engañar a otros. Hoy por hoy creo que me podría catalogar como una suerte de "bleeding-heart reactionary". Y un reaccionario puro, que no prioriza ni la propiedad entre tradicional y burguesa como los conservadores, ni la soberanía estatal como los nacionalistas, ni la vida feudal de la Baja Edad Media (1000-1500 muy grosso modo) como los tradicionalistas, ni el ideal monástico de la Alta (500-1000 ídem) como los más radicales, ni siquiera ese "mundo extramundano" (0-500 ídem) de los primeros cristianos que a tantas malinterpretaciones ha llevado. Creo que hay que volver a cero. No por eso tendremos paz, pero de cualquier forma no hay forma de tenerla si no empezamos por nosotros mismos. ¿Y de qué vale todo el esfuerzo si hemos perdido el bien por acción, en nombre de evitar perder la justicia por omisión? Por eso el cristianismo debería ser un martirio cuando se muere por obrar según sus principios, y no sólo cuando se muere por "la causa" de promover esos principios. Es por esto que creo no importa tanto lo que se hacía en los renacimientos medievales, sino la intención renacentista misma de quienes los hacían; el norte al cual apuntaban. En esta entrevista al historiador Jacques Le Goff (que siempre recomiendo) hay un interesante comentario sobre la guerra y el cristianismo, con el cual estoy mayormente de acuerdo: "Seguimos viviendo en la Edad Media".
Un gran abrazo y saludos a todos.
Gracias Pablo por tu comentario.......... Lo que es seguro es que seguimos viviendo "intra muros"..... :-(
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