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domingo, 23 de febrero de 2020
martes, 18 de febrero de 2020
DE LA QUANTA CURA A QUERIDA AMAZONIA, EL MISMO PROBLEMA: LA NO ACEPTACIÓN DE LA MODERNIDAD.
Sí. De 1864 a 2020, casi lo mismo. El mundo moderno sigue siendo el enemigo
para gran parte de los pontífices, y lo terrible es que hacen de ello su
magisterio.
De la Quanta cura casi todos se
han olvidado, pero es esencial para entender el paso que tuvo que dar el
Vaticano II. Allí Pío IX rechazó en
bloque al “mundo moderno”, que él identificaba con los imperios
napoleónicos. EEUU, como si no existiera. El que sí existió fue Mons.
Dupanloup, que no sólo produjo el milagro de una aclaración “liberal” por parte
de Pío IX (el elogio de la carta de Dupanloup) sino que inspiró algunas
aclaraciones posteriores de León XIII con las cuales los pontífices (fíjense
que no digo “La Iglesia”) pudieron manejarse con prudencia en ese mundo “moderno culpable excepto se demuestre lo
contrario”. La clave era la incomprensión, la no aceptación, de la
institucionalidad republicana, la incomprensión de la evolución de las
instituciones inglesas, y sobre todo la NO distinción entre Iluminismo y
modernidad. Claro, con Pío XII las cosas comenzaron a cambiar, y con Juan XXIII
y el Vaticano II se dio un cambio importante en la aceptación de ciertas
cuestiones esenciales de la Modernidad asumidas desde el Catolicismo: la
laicidad del estado, la ciencia moderna, la libertad religiosa.
Pero cuáles eran las bases filosóficas de esa aceptación, no era fácil. Los
teólogos y filósofos católicos más
importantes no se lucían al respecto. Gilsón y Fabro, a pesar de su genialidad
metafísica, siguen convenciendo a generaciones enteras de que el mundo moderno
es filosóficamente perverso en sí mismo, porque Descartes sería el inicio del
idealismo absoluto que concluye en el ateísmo de Hegel. He allí la tesis de
Fabro que pasó a ser casi un dogma de fe para los tradicionalistas. Cómo ir de
allí al Vaticano II (esas tesis fueron redactadas en los 50), ah, he allí el
misterio. Incluso Maritain, que tuvo que re-inventar la democracia a partir de Bellarmino,
Suárez y las pequeñas ventanitas que había dejado abiertas León XIII, jamás
dejó de condenar al mundo moderno en bloque identificado con las peores
interpretaciones de Descartes, Lutero y Rousseau. Las instituciones
anglosajonas brillaban por su ausencia hasta 1958, donde el gran pensador
francés logró darse cuenta de que EEUU era otra cosa, sin insertar ello, sin
embargo, en una articulación filosófica coherente.
Los católicos más bien tradicionalistas en cuestiones de Fe se formaban en
esa perspectiva. No Maritain, que les parecía muy de avanzada (Maritain “de
avanzada”: Dios mío….) sino una mezcla interesante entre la tesis de Fabro y
manuales de filosofía de la naturaleza que ponían el inicio de la ciencia
moderna en el nominalismo del s. XIV, aunque le rescataban la parte “técnica”.
En medio de ello algunos como Honen,
Selvaggi o Jolivet trataban de fundar la ciencia moderna en las perlas
dejadas por Santo Tomás pero “por afuera”, como “arreglando” algo mal planteado
desde el principio.
O sea que el mundo moderno, filosófica y científicamente, era irredimible.
¿Derechos individuales? Ni hablar. O, mejor dicho, de eso sí habían hablado
católicos como Montalembert, Lacordaire, Rosmini, Lord Acton, pero todos ellos
habían quedado sumergidos por las condenas cuasi dogmáticas de Gregorio XVI y
Pío IX. De ellos no se hablaba. Las vacunas democráticas de los católicos eran
casi nulas, y así cayeron, desde Pío XI para abajo, en las garras de los
fascismos europeos, excepto Maritain, como vimos, aunque, como vimos también,
de milagro.
Cómo fue posible que de esa armadura antimoderna saliera el Vaticano II es
increíble. Ratzinger/Benedicto XVI, uno de los pocos que tenía una visión positiva de la modernidad y
de los EEUU, lo explicó el 22 de Diciembre del 2005, pero hoy nadie se acuerda,
por supuesto. Los padres conciliares, guiados por su sentido común más que por
sus manuales de filosofía, se daban cuenta de que EEUU no era igual a Napoleón,
de que la Libertad religiosa no era igual a indiferentismo, de que la ciencia
moderna no era igual a nominalismo. Tal vez lo mejor de Santo Tomás pesó en
ellos e hizo el milagro: la autonomía relativa del orden natural implicaba
tanto el desarrollo de la ciencia como la laicidad del estado, y los horrores
de la guerra, la ley natural de Santo Tomás, más Pío XII y Juan XXIII, los
inclinaron a hablar de los derechos personales.
La clave era que por primera vez en su historia un pontífice, Pablo VI,
firmó documentos donde la institucionalidad democrática y lo mejor de la
modernidad eran aceptados, y a pesar de que no entendía la economía de mercado,
alabó el desarrollo de los pueblos en clave católica.
Pero tampoco significó gran cosa.
Desde los 50 comenzó una nueva teología donde la distinción entre lo
natural y lo sobrenatural era criticada. Toda la razón, si por distinción se
entendía separación o semipelagianismo. Pero no quedó claro, y avanza una
teología política donde la salvación comienza de algún modo con el progreso de
los pueblos, donde lo natural y lo sobrenatural se funden. Y algunos
pensadores, siempre dispuestos a “dialogar” con Marx y Hegel, excepto, por
supuesto, con el liberalismo político y económico, le agregan a ello el
análisis marxista de la lucha de clases y…. Y Gustavo Gutiérrez dijo, hágase la
teología de la liberación, y se hizo. Pero fue también un proyecto
anti-moderno, si por modernidad se entiende un proyecto político de libertad.
Lo que antes era Franco, ahora lo era Fidel Castro. Ambos eran el cielo en la
Tierra, uno de derecha, el otro de izquierda, pero en ambos el enemigo es la
modernidad. El cielo en la Tierra de izquierda fue el camino que comenzaron a
recorrer los obispos latinoamericanos (si alguno se opuso, no se escuchó) desde
Medellín a Aparecida. Juan Pablo II y Ratzinger intentaron frenarlo pero lo
único que cosecharon fueron odios que duran hasta hoy. Hoy Gustavo Gutiérrez
vive en el Vaticano como si fuera San Juan de la Cruz resucitado.
Mientras tanto, los católicos tradicionalistas y-o conservadores no se
quedaban atrás en sus diatribas antimodernas. Algunos, de manera a-sistemática,
comenzaron a hacer una mezcla interesante. Primero, como dijimos, para ellos
Maritain ya era muy de avanzada, así que saquen sus propias conclusiones. Pero
además unían el diagnóstico de Fabro sobre la modernidad con el diagnóstico de
Heidegger. No era difícil, porque los mismos coqueteos lo hacían en filosofía.
El odio visceral de Hiedegger hacia lo moderno, a Descartes, a la “razón”
moderna (excepto que toque a Santo Tomás, por supuesto), sus críticas contra la
técnica y la ciencia, ellos lo compraban in totum y no tenían problema en
mezclarlo coherentemente con su odio a la modernidad, perfectamente inoculado
por Fabro y Gilsón. El rescate de autores como Rosmini o la fenomenología de
Husserl era para ellos inconcebible (por eso quedaron en silencio total ante la
canonización de Edith Stein, que “para colmo” era judía….). Pero además
agregaban algo más a ese plato para ellos tan apetitoso: una versión católica
de la Escuela de Frankfurt. O sea, la modernidad es una razón que lleva la
dominación, a la tecno-ciencia
anti-humana. Modernidad es igual a positivismo, a razón instrumental, a
alienación. Agreguen a ello la teoría de la explotación marxista, que muchos
conservadores también compraron (a pesar de creerse “profundamente”
anti-marxistas) y ya está, el combo ya está completo.
Un ejemplo muy importante, ya veremos por qué, es Romano Guardini y su
libro “El fin de los tiempos modernos”. El libro es de 1958, fecha muy
interesante a fines de cómo fue posible el Vaticano II. La visión de la
modernidad es apocalíptica, casi copiada de Adorno y Horkheimer. La modernidad
es inmanentismo, es el fin de la trascendencia, es el dominio in-humano de la
técnica. Ninguna otra visión tiene Guardini de la ciencia, la técnica y la
política de la modernidad. Y es el fin, porque ese mundo moderno terminará en
la total autodestrucción.
¿Y en quién influye enormemente Guardini? En Jorge Bergoglio (1). El actual
poderoso pontífice, en el año que pasó en Alemania, intenta hacer una tesis
sobre este aspecto de Guardini. No la pudo terminar, pero sus trazos fundamentales
se ven en Laudato si. El capítulo III
de esta última tiene seis importantes citas del libro de Guardini: la 83, 84,
85, la 87, la 88 y la 92. Ahora se entiende bien la contraposición bergogliana
entre ecología y modernidad. No es simplemente que no entienda nada de economía
de mercado. Es que el desarrollo, la técnica, es para él la razón instrumental, dominante,
alienante, que es exactamente la visión que Marx tiene sobre el capitalismo.
Por eso Querida Amazonia, sobre todo
en sus primeros capítulos, no sale de los guionistas de la película Avatar. El
capitalismo, dominante, alienante, con sus “excusas” de libertad, avanza sobre
la pureza de los pueblos originarios, que para los teólogos de la liberación y
del pueblo (Bergoglio y sus profesores argentinos) parecen estar excluidos del
pecado original. Por haber nacido en supuesta armonía de la naturaleza, no
contaminada por la técnica occidental, son más buenos. Son el buen salvaje
roussoniano a los cuales hay que salvar de la sociedad capitalista. Cómo
salvarlos y al mismo tiempo solucionar sus carencias económicas, ah bueno, todo
consiste en que un buen gobernante católico (¿Lula tal vez?) les de lo que
necesite, porque la escasez se supera simplemente con el estado proveedor. ¿Aún
no lo entienden?
Mientras tanto, los “tradis” se quedaron contentos, porque para ellos el
problema principal, la NO ordenación de los viri
probati y el sacerdocio femenino, quedó resuelto a su gusto. Ya está. Con
tal de que “eso no”, todo lo demás sí. Y allí están comentando felices este “gran
documento”, porque, total, tiene todo lo que ellos bebieron siempre: el odio a
la modernidad.
Mientras tanto, los católicos que pensamos que el mercado es compatible con
la ecología y con la Fe, al ostracismo.
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(1) Agradecemos a Mark Stahlman esta referencia, que no lo compromete en nuestra interpretación.
domingo, 16 de febrero de 2020
domingo, 9 de febrero de 2020
EL CIRCO HISTÉRICO DEL PARTIDO DEMÓCRATA NORTEAMERICANO
Que la política concreta ha sido muchas veces el lugar del asesinato, las
mentiras, y todo cuando se pueda por llegar al poder, lo sabemos desde que el
mundo es mundo. Pero al menos hubo un momento donde un código de caballeros
unía a los demócratas y republicanos. Eran las épocas de los debates entre un
Kennedy y un Nixon, o Al Gore diciendo a todo el mundo que aceptaría la
resolución de la Suprema Corte porque “este es nuestro sistema”.
Pero la ideologización extrema del Partido Demócrata ha llegado a tales
extremos, es tan evidente que ni siquiera están dispuestos a aceptar un
resultado electoral, igual que sus epígonos latinoamericanos, y que las
desesperadas mentiras y campañas que organizan –sólo les falta lisa y
llanamente el asesinato político- llegan a niveles vergonzantes.
Ya lo hicieron en el caso del Juez Kavanaugh, tema al cual ya le dedicamos
un largo comentario[1].
Ahora, desesperados por el triunfo de Trump, inventaron un impeachment. Era el
paso anterior a contratar un sicario para asesinarlo, así que los miembros del
Servicio Secreto van a tener que estar muy cuidados de aquí en más.
Desesperados, inventaron un supuesto chantaje o presión de Trump al presidente
de Ucrania, cuando nada en la transcripción indica tal cosa; a lo sumo, una
imprudencia, como mucho, que revela por lo demás las tropelías de Joe Biden.
¿Qué autoridad moral tiene alguien en los EEUU actuales,
lamentablemente, para decir que “nadie está por encima de la LEY”? Law es
precisamente ese conjunto de derechos individuales que presidentes y
congresistas se han dedicado últimamente a violar, republicanos también. Si
conocieran el sentido que la noble palabra “law”
tiene en Hayek, se darían cuenta. Pero no, ahora parece que son todos
inmaculados, desde los Clinton y sus mafiosas relaciones con el Deep State, hasta Obama que, por lo
demás, como dice Julio Shiling, “…le dijo en 2012 al líder titular ruso, Dimitry
Medvedev, frente a un micrófono abierto, que tendría “más flexibilidad” después
de las elecciones presidenciales en los EE UU para considerar descartar el
proyecto del escudo de defensa antimisiles que protegería a Ucrania, Polonia y
otras democracias del área. Esto era algo que Rusia quería mucho. ¿No abusó
Obama del poder al enviarle este mensaje a Putin invitándolo a que el líder
ruso lo favoreciera en su reelección? Obama no sólo abandonó el plan de sistema
antimisiles, sino rehusó mandarle a Ucrania ayuda letal cuando Rusia invadió
Crimea. ¿No fue esto un abuso de poder que tipifica un quid pro quo?”[2]
Que Trump es muy tosco, que no entiende bien el tema de la libre
importación, que debería tener otra política de inmigración, etc., es obvio. ¿Pero quién tiene autoridad moral para
decirlo? ¿Quién antes de él eliminó todos los aranceles? ¿Quién antes que él
suspendió la diferencia entre inmigración legal e ilegal? Nadie. ¿Por qué se
presentan ahora todos como santos angelitos?
La respuesta es muy simple: porque están
desesperados para eliminarlo, de cualquier modo, porque son unos autoritarios
que en fondo han abandonado el pacto político originario de los EEUU. Por eso es falso que el discurso de Trump sea
esencialmente nacionalista. Porque en gran parte de sus discursos, cuando Trump
cita a los Founding Fathers, a la Declaración de Independencia, a la Primera
Enmienda, y todo ello para defender las
libertades de religión, de educación, de asociación, etc., (Y EL DERECHO A LA
VIDA) él no está invocando, a pesar de él tal vez, “America first” sino “all men
are created equal…” LO CUAL ES PRECISAMENTE LO QUE LOS AUTORITARIOS
DEMÓCRATAS quieren eliminar: LA TRADICIÓN LIBERAL CLÁSICA Y LIBERTARIA DE LOS
EEUU. Ya lo están haciendo hace mucho, pero ante este imprevisto llamado Trump,
su desesperación se ha evidenciado: desde las caras y gritos de odio desencajados de Ocassio Cortéz y las pro-iraníes Omar y
Tlaib, hasta los llamados a la agresión física por parte de Maxime Walters, todo
es un circo romano autoritario que está minando las bases institucionales de
los EEUU (a lo cual varios republicanos antes de Trump han colaborado, nobleza
obliga).
Aún no lo lograron. Pero no soy optimista. Así como Ratzinger fue en su
momento un muro de contención contra lo más terrible del comunismo dentro de la
Iglesia, así lo es hoy Trump en los EEUU, hasta que ese muro se rompa, porque las
corrientes culturales son a veces incontenibles, y si eso no se revierte, será el regreso hacia épocas muy bestiales de la historia.
miércoles, 5 de febrero de 2020
VIDA COTIDIANA EN EL VATICANO ACTUAL
Ayer fui a Roma y
como no tenía nada mejor que hacer me di una vuelta por el Vaticano. Me
encontré con Juan Panchoskus, un amigo que hace unos 20 años atrás daba clase
sobre la Veritatis splendor, la Libertatus nuntius, pero ahora cambió. Es
miembro de la Iglesia Francisquista Romana pero me recibió con la caridad que
se da a los hermanos separados. Tan bueno fue que me invitó a dar una recorrida
por el Vaticano. Yo, con todo respeto, iba haciendo preguntas.
-
¿Y
este qué está haciendo?
-
Está
arrodillado ante una imagen de la Amazonia. Hay que estar abiertos a la
religiosidad popular.
-
Ah…..
-
Es
abortista y convive con su novia, pero, ¿quiénes somos nosotros para juzgar?
-
Eh….
Ah…. Ok…………….¿Y ese cardenal?
-
Es
homosexual practicante.
-
Ah….
Eh…. Oh!!!! ¿Y todos esos cardenales y obispos juntos?
-
Están
inventando una nueva falsedad contra Benedicto XVI, pero bueno, se lo merece,
se hubiera vuelto a Alemania.
-
Bueno,
pero…………. Oh!!!!!! ¿Y esos qué están escribiendo?
-
Es
el nuevo Catecismo de la Iglesia Nacional Alemana. Lutero estaba muy a la
derecha.
-
Bueno
claro era agustinista…..
-
Sí,
un desastre.
-
¿Y
en esa habitación qué están escribiendo?
-
Las
nuevas declaraciones sobre la estatización del medio ambiente para protegerlo
del capitalismo.
-
¿Y
esa estatua? ¿Es la de un indígena de los pueblos originarios?
-
Sí.
No tenía pecado original.
-
¿Y
ese tipo corriendo?
-
Es
que hay que primerear.
-
¿Y
esos chinos?
-
Son
miembros del partido comunista chino, se les va a hacer un homenaje por su
seguimiento de la Doctrina Social de la Iglesia.
-
¿Y
esa imagen de Evita?
-
La
estamos arreglando para su próxima canonización.
-
¡Oh!!!!!!
Una imagen de Trump ¡!!!!! Pero…..
-
No
te preocupes, es para practicar exorcismos.
-
Es
para el autor de la Teología de la Liberación, que está viviendo aquí con todos
los honores correspondientes.
-
Uf!!!!
Bueno, todo esto es muy nuevo para mí…………………………. Pero…………. Uy
mirá!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
-
¿Qué?
-
Un
tipo leyendo a Ludwig von Mises………..
-
¡Guardias!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
Ah!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
Horror!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! Saquen a ese hereje de aquí ¡!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
domingo, 2 de febrero de 2020
EL LIBERALISMO CATÓLICO
El liberalismo católico puede entenderse como una
posibilidad histórica o una posibilidad teórica.
Como posibilidad teórica, este liberalismo se refiere a
un liberalismo institucional (repúblicas
democráticas con división de poderes y control de constitucionalidad) y fue
desarrollado por autores como Lord Acton, Lacordaire, Montalembert, Ozanam,
Rosmini, Luigi Sturzo y Jacques Maritain. En estos momentos es continuado por
autores como M. Novak o Sam Gregg en el plano político. Ha tenido cierto apoyo
del Magisterio en los documentos de Pío XII sobre la sana democracia, Juan
XXIII en la Pacem in terris, la
Declaración de libertad religiosa del Vaticano II y sobre todo en los discursos
de Benedicto XVI al Parlamento Inglés y al Parlamento Británico.
Pero desde un punto de vista histórico, se podría decir
que esta modernidad católica, como mundo posible, fue absorbida, como dice
Leocata, por el Iluminismo, sobre todo en Europa, si exceptuamos las
instituciones inglesas y norteamericanas. Hayek las ha distinguido claramente
de la Revolución Francesa y Benedicto XVI ha hecho esa misma distinción, aunque
se discutirá ad infinitum la
influencia del Anglicanismo y el Protestantismo en ambos casos.
Sin embargo, hubo dos ocasiones donde un liberalismo
propiamente católico estuvo a punto de materializarse. Hoy casi no se recuerda
que Pío IX estuvo a punto de nombrar a Antonio Rosmini su Secretario de Estado,
antes de entrar en su período “anti-moderno” y escribir sus famosas Quanta cura y el Syllabus. Rosmini llegó a redactar un proyecto de una Constitución para los nuevos estados italianos muy
parecida a la de los EEUU, con obvias adaptaciones para el caso italiano y
un tratamiento de los estados pontificios que hubiera evitado toda la “cuestión
romana” posterior. El ala no liberal del Vaticano reaccionó con toda su fuerza
y lograron convencerlo a Pío IX que dejara de lado el proyecto, además de
comenzar una serie de ataques doctrinales contra la teología rosminiana, que
lamentablemente prosperaron bajo el pontificado de León XIII con la acusación
de “ontologismo”. La condena fue levantada por Benedicto XVI en 2006, pero
obviamente fue humanamente irremediable el daño producido. Un mundo paralelo
totalmente distinto hubiera surgido. Políticamente hubiéramos tenido a un
Vaticano integrado al mundo moderno con todo lo que ello implica. El Vaticano
II en ese sentido se hubiera adelantado casi un siglo. Por lo demás Rosmini
hizo una filosofía integrada a lo mejor de las inquietudes filosóficas de la
modernidad, que hubiera sido un contrapeso interesante a esa deformación de
Santo Tomás donde se lo hizo quedar como un mero aristotélico como “arma de
combate” contra un “mundo moderno” condenado filosóficamente sin distinciones,
igual que la proposición 80 del Syllabus en el ámbito político.
La segunda ocasión fue la de Luigi Sturzo. Con el pleno
apoyo de Benedicto XV, a partir de 1914, el sacerdote Luigi Sturzo funda el
Partido Popular, antecedente de la Democracia Cristiana, y comienza a ganarle
las elecciones, sistemáticamente, a los movimientos políticos pro-fascistas y
pro-mussolinianos. Benedicto XV levanta la interdicción establecida por Pío IX
a los católicos italianos para participar en política. Hace enormes esfuerzos
por la paz mundial y apoya la idea de Sturzo, que tomaba la legitimidad de la
democracia como forma de gobierno ya defendida in abstracto por León XIII. Pero
Benedicto XV muere en 1922 y Pío XI comienza negociaciones con Mussolini a fin
de lograr el Pacto de Letrán de 1931. Como parte de esas negociaciones. Mussolini pide la cabeza de Sturzo y Pío XI se
la entrega en bandeja de plata. Por medio de su secretario de estado “invita a
retirarse”, en 1924, de Italia, a Sturzo, quien se exilia primero en Inglaterra
y luego en los EEUU. Terminada la Segunda Guerra, Sturzo vuelve a Italia y es
elegido senador vitalicio y muere en 1959, dejando profundos escritos en defensa
de la democracia y la economía de mercado.
Este último episodio es especialmente lamentable.
Primero, hubiéramos tenido una Italia democrática y cristiana, sin Mussolini,
con todo lo que ello implica. Segundo, obsérvese que de este tema casi nadie habla,
y es así porque, a pesar de toda la comprensión histórica que podemos tener con
Pío XI, es, retrospectivamente, vergonzoso lo que sucedió. Cómo pudo un
pontífice romano hacer ese pacto con un dictador y echar a un demócrata genuino
como Luigi Sturzo, con una visión cortoplacista absoluta, se explica solamente por la falta de vacunas anti-autoritarias que la
mayor parte de los católicos, pontífice incluido, padecían, y eso fruto de las
“condenas al liberalismo” sin ningún tipo de distinciones, realizadas por Pío
IX y León XIII y festejadas por todos los católicos autoritarios de todos los
tiempos.
Pero independientemente de esto, los dos casos aludidos
muestran que el liberalismo católico, además de ser una posibilidad doctrinal,
estuvo a punto dos veces de ser historia, quedando, en lenguaje tomista, en
“estado de potencia próxima al acto”. ¿Habrá una tercera oportunidad? Creo que
ya la hubo, con el pontificado de Benedicto XVI y sus reflexiones sobre la
Constitución de los EEUU, las instituciones inglesas y la reconstrucción
democrática alemana, además de sus reflexiones sobre el Vaticano II, la razón y
la fe y la sana laicidad del Estado, que iban de la mano.
Pero la renuncia de Benedicto XVI no fue una casualidad.
La Iglesia, en tanto a las acciones y pensamientos concretos de los católicos
en general, no está madura aún para esto.
Habrá que seguir esperando.