Una situación grave,
que se viene dando hace mucho tiempo pero que tiene profundas consecuencias en
muchos de los problemas actuales de la Iglesia, es que el Magisterio
pontificio, siempre atento a su propia autoridad, se ha devaluado a sí mismo.
La infalibilidad
pontificia no es el problema. Que el magisterio sea extra-ordinario y
ordinario, y la autoridad de este último en materias de fe y moral, siempre lo
defendí al precio de que me he ligado en ciertos ambientes cierta famita de
conservador que muchos miran como una contradicción vital con mi defensa del
liberalismo político y la economía de mercado.
Ahora bien, que las
encíclicas sociales siempre nacen en un contexto histórico cuya apreciación y
evaluación es, en sí misma opinable; que tienen infinidad de pronunciamientos
prudenciales que son también opinables; que hay muchas cuestiones de ciencias
sociales que son opinables y que no comprometen al depositum fidei y que todo ello implica distinguir lo contingente
de lo esencial en el magisterio social y político, especialmente cuando se lo
ve retrospectivamente, es algo que casi todos los teólogos de calidad
reconocen. Pero no es algo vivido intensamente por laicos y jerarquía, y no es
algo que habitualmente se aclare desde el mismo magisterio, que tiene todo el
derecho, claro, a darlo por supuesto, pero luego se producen problemas que no
se daban precisamente por supuestos.
Hagamos un paneo de
todos esos temas, o mejor dicho, una falible selección de esos temas.
En materia
socioeconómica, la Rerum novarum
significó una severa advertencia contra el socialismo y el comunismo en su
tiempo, y un noble intento, por parte de León XIII, de no dejar que el
sindicalismo cayera en manos del comunismo. Sin embargo, León XIII acepta allí
totalmente la leyenda negra de la revolución industrial y se insinúa ya una
identificación entre salario justo e intervención del estado que no abandonó
más al magisterio posterior. Cualquier católico que tenga razones para disentir
con ambas cosas es visto actualmente como el máximo de los herejes.
La segunda gran
encíclica social, la Quadragesimo anno,
afirma el ppio. de subsidiariedad y es vista en su tiempo (1931), por algunos,
como un freno que Pío XI intenta poner al estatismo mussoliniano.
Interpretación perfectamente legítima. Al mismo tiempo, sin embargo, afirma
como eje central de “la Doctrina Social de la Iglesia” al “orden corporativo
profesional”, y denuncia la crisis financiera de su tiempo (dos años después de
1929) como fruto del capitalismo liberal y el “imperialismo internacional del
dinero”. Obviamente, todo se puede interpretar correctamente y yo mismo he
intentado hacerlo, pero los grupos fascistas que apoyaban a Mussolini, Perón y
etc. se hicieron la gran fiesta, y realmente es muy difícil saber qué había
realmente en la mente de Damianno Ratti. Ninguna aclaración hizo este último al
respecto, y se ignora habitualmente que Pío XII tuvo que salir a aclarar que
las expresiones de su antecesor no tenían nada que ver con el fascismo. Fueron
aclaraciones públicas, aunque hoy totalmente olvidadas, y es obvio que Pío XII
se daba cuenta de la situación.
La Mater et magistra, del sabio y santo Juan XXIII, tiene la impronta
de la bondad de su autor. Afirma la propiedad, el ppio. de subsidiariedad, pero
a partir del punto III parece un tratado de política económica. Política
agrícola (donde, todos se han olvidado, recomienda subsidios para la
agricultura europea), política fiscal, política financiera, política social,
política de precios, la industrialización del campo, población, subdesarrollo,
territorio, etc. Obviamente todo ello queda totalmente subsumido en las
circunstancias históricas de 1961 pero lo que no he visto a nadie (digo bien:
nadie) preguntarse jamás es: ¿tenía el Papa que pronunciarse sobre todo ello?
Lo que sí he visto, en la UCA y colegios “católicos” es a profesores que hacen
repetir todo ello a sus alumnos más o menos como si estuvieran estudiando el
concilio de Trento. Qué evaluación intelectual o qué impacto vital tiene ello
en esos chicos es algo que tampoco preocupa a nadie. Yo me pregunto qué tan
claro les queda qué es el Catolicismo.
La Populorum progressio, de Pablo VI, 1967, acepta totalmente la
teoría del deterioro de los términos de intercambio. Los teólogos de la
liberación de entonces se hicieron otra fiesta (los mismos a los cuales Pablo
VI, obviamente, no puede luego frenar aunque lo intenta) y desde entonces la
explotación de los países pobres por parte del norte capitalista quedó como el
nuevo gran dogma de no sé qué fe ante el cual el disenso es causa de ostracismo
intelectual y hasta moral dentro del catolicismo, y lo dice precisamente uno de
los enviados amablemente al ostracismo.
Las tres encíclicas
típicamente “sociales” de Juan Pablo II tienen un decurso muy interesante. La Laborem exercens y la Sollicitudo rei socialis aparecen
fuertemente enfrentadas con el mercado y el autor de estas líneas sabe
perfectamente la nueva fiesta que católicos conservadores y de izquierda se
hicieron, corroborando en su mente el nuevo dogma socialdemócrata eclesial.
Juan pablo II llegaba incluso a alabar la “planificación” (así fue el término
castellano, andá con tu latín a la miércoles, Gabriel) de la economía y en la Sollicitudo dice resueltamente que el
marxismo y el “capitalismo liberal” (el término MAS odiado en todos los
ambientes eclesiales) son igualmente condenables. ¡Otra fiesta!!!! ¡¡Juan
Pablo, II, te quiere todo el mundo!!! Y claro, seguro. Otra vez, todos los
católicos pro-mercado al ostracismo, en medio de burlas y condenas; algunos se
desesperan, otros callan –bien hecho- y yo quedé en el triste papel de intentar
poner algo de orden hermenéutico en medio de los fuegos de artificio. Pero
luego, en 1991, Juan Pablo II piensa diferente. Parece que Rocco Butiglione lo
convenció de que parara la mano y se adaptara a los tiempos que venían.
Entonces vino la famosa distinción entre un capitalismo sano y otro que no. La
aclaración fue muy buena, pero, por supuesto, los católicos que antes nos
habían enviado al ostracismo, la ignoraron o la silenciaron totalmente. Pero,
además, JPII no la nombró más, nunca más: yo creo que él mismo no la creía.
Muchos amiguitos míos creyeron que el tema estaba solucionado y por eso luego
se llevaron la gran sorpresa con Francisco, quien, como ven, cuando dice que lo
que él dice “está diciendo lo que dice la Doctrina Social de la Iglesia”,
tiene, en cierto modo, razón.
De estas ideas y
venidas no se salva ni siquiera Benedicto XVI. Su famosa Caritas in veritate habla de muchos temas opinables (otra vez: si
son opinables, ¿por qué no dejarlos a los laicos?) y por lo demás, su aporte
original, la economía del don, es otro tema muy complejo y ultra-opinable en
relación a la Fe (porque NO se trata del don de la gracia, sino de la
economía). Parece que lo toma de S. Zamagni Esa es otra: los economistas de los
papas. Me pregunto: gente que en un mundo académico muy competitivo debe
escribir libros pero sobre todo ponencias que son muy evaluadas en los Journals
y discutidas en los congresos, le tira sin embargo algunos párrafos a un papa
(párrafos que como mucho hubieran sido un buen artículo tan discutible como
todos) y entonces…… ¡Es Doctrina Social de la Iglesia! Si en el 2009 no
pensabas como Zamagni para muchos, eras un mal católico, un cerdo capitalista
que por supuesto no lograba entender la maravilla del “don”. Otra vez, un nuevo
dogma, que murió luego tan inmediatamente como nació.
El Compendio de la
Doctrina Social de la Iglesia no aclara la situación. Los temas fundamentales
de los principios básicos de ética social católica, como tales, hubieran
ocupados densas pero pocas carillas. Pero no, el compendio es un “tratado de
todo”. Nana escapa, todos, absolutamente todos los temas sociales, están allí.
Algunas cosas están muy bien, pero ese no es el problema. ¿En dónde queda la
legítima autonomía de lo temporal, la libertad de los laicos en materia social?
En nada. El mensaje que sin darse cuenta dan a los laicos los que lo
escribieron, es “tome, aquí está lo que debe usted pensar y decir”. ¿Y si
difiere con algo? Nada, ok, todo tranqui, la Inquisición formalmente no actúa,
pero queda usted en un limbo, en el off
side misterioso de estos tiempos donde los dogmas pasan por lo temporal.
Lo que esto indica es
algo más profundo. Los papas en realidad no abandonaron el poder temporal de
los estados pontificios. Tanto durante la “cuestión romana” como después de la
erección del Estado del Vaticano, siguen “rigiendo”: no como el príncipe
temporal como lo eran hasta Gregorio XVI, pero sí como quien dice “esto es lo
que hay que hacer en materia temporal”. Sí, claro que hay párrafos donde afirman
que ellos no se pronuncian en materia técnica (yo mismo los he recopilado y
comentado prácticamente a todos), pero la “materia técnica” es para ellos (y
para cardenales, obispos y sacerdotes) MUY poco. Reconocen que un presupuesto
lo debe hacer un economista, o un texto constitucional un jurista, pero no
mucho más. La pura verdad es que las ideas básicas políticas y sociales de un
determinado tiempo las dictan ellos, con la variabilidad temporal u obvia
contingencia que hemos reseñado. Y a ello lo consideran, ellos y sus
repetidores “los principios básicos de la Doctrina Social de la Iglesia”. Como
hemos visto, me gustaría saber qué tiene de básico la defensa del
corporativismo, luego las políticas agropecuarias, fiscales, crediticias y etc
para la Europa del 63, luego la redistribución de ingresos, luego el deterioro
de los términos de intercambio, luego el capitalismo, luego la “economía” del
don. Y eso que aún no hemos hablado del tema político.
¿Por qué pasa esto, a
su vez? Porque aún no está claro, ni para los papas ni para casi nadie, en qué
consiste la autonomía de las ciencias sociales. Sobre todo, para gente formada
fundamentalmente en ética, donde la explícita intención de la persona es lo esencial
para el juicio moral de su acción, eso es lo fundamental. ¿Por qué “sube” un
precio? Parece que sólo porque el malo vendedor decide subirlo. En el fondo, no
hay otra explicación para los que escriben en ciencias sociales directamente
desde la ética. Todo el tema de las consecuencias no intentadas de las
interacciones humanas, que es “el” tema de las ciencias sociales, es
olímpicamente ignorado, o, si conocido, conocido como un invento inexistente de
economistas liberales que, por definición, son malos. Inútil es tratar de
explicar “ciencia” social, esto es, que sin aumento de la demanda el precio no
puede subir aunque se lo quiera subir, o que con aumento de demanda el precio
no puede bajar si no aumenta a su vez la oferta, porque si lo bajas, la demanda
absorbe toda tu producción y no puedes re-invertir (decisión totalmente libre
que la economía NO dice que NO tomes). No no, eso es malo, feo, sucio,
capitalista, anatema sit, vete con tus ciencias sociales a la santa miércoles.
¿Y el tema político? Ah!!!,
ahora ajusten sus cinturones porque todo esto, al lado de lo que viene, no ha
sido nada…
Desde la Revolución
Francesa en adelante, los estados pontificios queden enfrentados con todo lo
que venga de dicha revolución. Muy bien, Burke y Hayek hubieran estado de
acuerdo, pero me temo que lo que ellos tenían in mente era algo diferente.
Gregorio XVI y luego Pío IX, tanto en Mirari
vos, Quanta cura y el Syllabus, no dejan casi margen para nada
que se parezca a una república democrática y menos aún a las “libertades
modernas”, las “libertades de perdición”: libertad de expresión, de enseñanza y
de cultos. Todo se puede comprender: la situación histórica eran las repúblicas
napoleónicas contra el Catolicismo, pero hubiera sido deseable una mirada más
amplia, o juicios menos taxativos cuando las circunstancias históricas son tan
intentas. Aún hoy se debate si la Quanta
Cura fue ex – cátedra y les aseguro que si la leen van a ver que quienes lo
dicen tienen sus razones.
Dice “no dejan casi
margen” porque Monseñor Dupanluop, en 1861, se manda una jugada espectacular.
Publica y difunde entre la mayoría de los obispos europeos –donde encuentra un
gran apoyo- una “aclaración” sobre el Syllabus, defendiéndolo contra las obvias
acusaciones de intolerancia que ya se daban en la prensa laicista y anti
católica francesa. Fíjense bien: “defendiéndolo”. ¿Y cuáles eran esas
aclaraciones? Que la Iglesia no negaba la justa distinción entre la esfera
civil y religiosa, que las formas de gobierno es un tema, en sí mismo, opinable,
y que la tolerancia de cultos no católicos no es incompatible con la Fe. Todo
ello dejó una enorme influencia en el entonces joven Gioacchino Pecci, futuro León XIII. Por
supuesto, los ultra-anti-liberales se dieron cuenta de que Dupanluop apuntaba a
una cierta conciliación de la Iglesia con las nuevas circunstancias políticas
de la modernidad, y pidieron sin dilación su total condena a Pio IX. Pero este
último no sólo no lo condena sino que felicita públicamente a Dupanluop. ¿Qué
pensaba realmente Pío IX? Pues nadie nunca lo sabrá. ¿Cuál es la correcta
interpretación del Syllabus, entonces? Pues nunca mejor dicho, Dios lo sabe.
León XIII –que a ojos
actuales parecería un reaccionario- ya es en sí mismo una moderación de Pio IX.
En su famosa Libertas condena, si, al
“liberalismo” en sus tres formas –ninguna
de las cuales tenía que ver con las instituciones inglesas o norteamericanas:
interesante punto para decir lo menos…-, pero en Diuturmun illud e Inmortale
dei afirma que las formas de gobierno –democracia también, por lo tanto-
son tema opinable para los católicos, afirma claramente la distinción entre
Iglesia y poder temporal, y no ya este último como un mero servidor de la
Iglesia, escribe una carta sobre la situación de la Iglesia en los Estados
Unidos, Longinqua oceani, elogiando
la situación jurídica de este último, y hasta escribe una importante
exhortación a los católicos conservadores franceses sobre la III República (Au milieu des sollicitudes) afirmando la
importantísima distinción entre régimen político y legislación, distinción que
si la hubiera tenido en cuenta su predecesor, hubiera ahorrado muchos problemas
a la Iglesia. Claro, siguió condenando las “libertades modernas” y siguió
afirmando que el estado debía afirmar y defender a la Fe Católica (incluso en
su carta Longinqua oceani) y que las
demás religiones, como mucho, debían ser “toleradas”, “pero” siempre con un
“pero” que moderaba todo: las libertades eran condenadas en su forma “absoluta”
pero no moderada; el estado debía estar unido a la Iglesia “pero” distinguido
de esta última en su esfera propia; la libertad de cultos era condenada en sí
misma “pero” se admite la tolerancia de cultos si las circunstancias lo
ameritaban; la democracia roussoniana era inadmisible “pero” la democracia como
forma de gobierno es un tema en sí mismo opinable, etc. No deja lugar, sin
embargo, a pesar de comprensibles esfuerzos hermenéuticos, a las doctrinas
escolásticas de traslación del poder. Pero sistematiza una distinción que
también venía de Dupanloup y que permitía a la Iglesia navegar con prudencia en
medio de los cambios: “en tesis” el régimen de los anteriores estados
pontificios era el ideal; “en hipótesis” se puede tolerar otro sistema en
función de un bien mayor.
Así quedan las cosas en
cierto período de “latencia”. Pío X está ocupado con otra cosa –ya veremos- y
el noble Benedicto XV se mata tratando de evitar la 1ra guerra mundial. Pío IX
comienza una tenue defensa de cierta libertad de enseñanza y religiosa para los
católicos cuando Mussolini se le pone pesado. Sin embargo, pasa lo que tenía
que pasar. Los católicos anti-liberales de entones –como hoy, casi todos- se
escandalizan ante la degeneración de las democracias europeas y tanto en
España, Italia como Alemania dan su masivo apoyo a los fascismos de entones.
Los franquistas tienen su gran fiesta con el “orden corporativo profesional” de
Pio XI y las aclaraciones, como ya dijimos, tuvieron que venir con el gran Pío
XII. Ni qué hablar si por entonces defendías las “libertades modernas”.
Christopher Dawson, sentado sobre las moderadas tradiciones inglesas, y
protegido por el idioma y el canal de la Mancha, no tuvo problema, pero
Maritain, como buen francés, tuvo que reconstruirlas él solo casi ab initio. ¡Para qué! Desde Argentina
–tenía que ser- llega al Vaticano un pedido de condena para el “hereje”
Maritain y si Pío XII no hubiera estado ya en la silla de Pedro, teníamos otro
Rosmini. Todo por defender una democracia cristiana y la -¡horror!!!- libertad
religiosa. Acusarlo de ser igual a Lamennais fue un error grueso, ideológico,
por más bonitas casi 400 páginas que hubiera tenido su fiscal.
El verdadero giro
comienza con Pio XII.
Comenzando con cuatro
grandes documentos –una encíclica y tres radiomensajes- Pío XII logra dar
vuelta una difícil tortilla. En Sumi
pontificatus, Con sempre, y Benignitas
et humanistas (1939, 1942 y 1944 respectivamente) Pío XII habla (es la
primera vez que un Pontífice lo hace) de los derechos de la persona que
corresponden a la ley natural, de las condiciones de una sana democracia,
elogia la Constitución como Ley fundamental del estado (La constitución, ley fundamental del Estado), habla claramente de
los límites del poder en función, precisamente, de los derechos personales,
elogia la libertad de prensa como derecho en una democracia, con sus límites
morales, claro (Prensa católica y opinión
pública), elogia la teoría escolástica de la traslación del poder de Dios
al pueblo y del pueblo a los gobernantes (algo que había quedado “casi”
rechazado por León XIII; Discorso di sua
santitá Pío XII al tribunale Della sacra romana rota), evita la condena de
Maritain y lo elogia con una carta pública; como si todo esto fuera poco
escribe, en 1954, “Comunidad internacional y tolerancia” donde deja abierta la
posibilidad de que los regímenes políticos afirmen por motivos prudenciales la
libertad de cultos, y como si todo esto fuera, a su vez, poco, defiende la
propiedad y la libre iniciativa privada (en esos términos) de una manera tal
que ninguno de sus predecesores ni sucesores lo habían hecho ni lo harían
después, y a tal punto que se podría decir que la famosa aclaración de JPII
sobre el capitalismo no era ponerle nuevos términos a lo ya afirmado por Pío
XII. Por supuesto, toda esta parte económica queda en el olvido pero no la
parte política, cuyo cambio de tendencia es evidente. Se podrá decir –como se
dijo- que nada de esto se contradice con el esquema de tesis e hipótesis del
magisterio anterior, como sí parece hacerlo el Vaticano II, o que Pío XII trata
de adaptar la Iglesia a las nuevas democracias europeas de la post-guerra:
puede ser, pero evidentemente no lo estaba haciendo de mala gana. A todo esto
hay que agregar, como ya dijimos, el esfuerzo notablemente diplomático que hace
Pío XII de quitar todo significado fascista a las ambiguas y despreocupadas
afirmaciones de su antecesor sobre el corporativismo y el derecho a la
cogestión.
Todo esto es recogido y
sintetizado por Juan XXIII en Pacen in
terris de 1961. Gregorio XVI y Pío IX se deben haber infartado en el cielo,
pero por suerte para ellos eso no es posible J. La Pacem in terris parece directamente un
pequeño tratado de derecho constitucional liberal. La afirmación de los
derechos naturales, la democracia, la división de poderes, la Constitución:
sólo le faltó citar a la Declaración de Independencia de los EEUU (cosa de la
cual ya se encargarían Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco). Estaba
también la afirmación de los derechos sociales, para desesperación de mis
amigos libertarios, pero, en fin, nadie es perfecto. Particular atención pone
Juan XXIII al “derecho a afirmar la propia religión con conciencia recta”,
jugada muy pícara porque él sabe perfectamente que “recta” en estricta
escolástica, es “verdadera y prudente”, pero, claro, excepto dos o tres, nadie
lo sabe, así que es un párrafo que deja muy preocupados a los
ultraconservadores que, al mismo tiempo, no le pueden decir nada. Listo, el
ambiente había cambiado. Para desesperación de los que se tiraban de los
cabellos afirmando la infalibilidad de la Quanta cura (entre ellos Lefebvre, que
coherentemente, después, se separa) el Vaticano II afirma la distinción entre
Iglesia y estado con una fórmula que ya corta con la distinción entre tesis e
hipótesis, afirma los derechos personales ante el poder, proclama el derecho a
la libertad religiosa, en privado y en público, siguiendo la conciencia, recta
o no, y no se cansa de alabar las bondades de la organización democrática del
poder. Como pueden ver, un cambio bastante importante, que hoy se da por
supuesto y por descontado en medio de otras preocupaciones.
Y hablando de
preocupaciones, alguien me podría decir: ¿y a usted qué le molesta, señor
ultra-defensor del liberalismo clásico? ¿No debería estar contento?
Claro que sí, hay cosas
del Vaticano II que se acercan a principios más permanentes y que fueron una
sana evolución en lo propio del magisterio pontificio. Lo lamento para ciertos
tradis, pero creo que la distinción entre la Iglesia y lo temporal queda mejor
establecida y que el reconocimiento al derecho a la libertad religiosa, como fue
definido, fue correcto y no se trataba de algo contingente y opinable. En ese
sentido sí me alegra todo ello, no por el liberalismo, sino por la verdad. Sin
embargo, apenas bajamos un poquito más en la escala de lo fundamental, comienza
de vuelta el tema de lo opinable, sobre temas que yo puedo defender, que estoy
de acuerdo, pero que no por ello forman ahora los nuevos dogmas temporales en
los que hay que “creer”. Antes, si eras católico, tenías que ser prácticamente
partidario de la Santa Alianza; ahora, si no eres democrático constitucional,
parece que no eres católico. Otra vez, las circunstancias históricas. Los
imperios napoleónicos no podían ser aceptados, por motivos teológicos, pero
ello NO implicaba que “la” opción fuera el mantenimiento de los estados
pontificios. Y ahora, claro que los totalitarismos nazis, fascistas y
comunistas soviéticos no pueden ser aceptados, por motivos teológicos, pero
ello NO implica que “la” opción católica sea la democracia constitucional, aún
cuando la circunstancia europea de la post-guerra la dictaba como la mejor
opción por motivos de razón. O sea, es mi opción, mi posición, sobre todo, la
democracia constitucional norteamericana originaria, pero por motivos de razón,
opinables de relación a la Fe. No necesito que el magisterio la bautice, como
no necesito que el magisterio apruebe la teoría austríaca del ciclo económico
para ser partidario de dicha teoría. Desde luego, ojalá igual actitud adoptaran
los tradicionalistas que han identificado el franquismo con el Concilio de
Trento (no es broma: eso influye en Lefebvre).
Pero entonces, ¿estuvo
mal la actitud de Pío XII, de acompañar a las democracias constitucionales
europeas de la post-guerra? No, de ningún modo, y eso nos da la oportunidad de
aclarar el término “acompañar” que puede ser una diagonal entre la dicotomía de
condenar u “ordenar”. Los pontífices pueden condenar por motivos teológicos un
régimen político intrínsecamente inmoral, como vimos, pero luego quedan, como
dijimos también, infinidad de opciones todas igualmente legítimas en relación
al depositum fidei. Algo muy bueno y
muy educativo que podrían hacer los pontífices (y que no han hecho ni están
haciendo) es no pronunciarse sobre ninguna de ellas y dejar a los laicos esa
opción, como corresponde a lo que ha sido justamente una teología del laicado,
donde este último lleva adelante directamente las opciones temporales concretas
sin comprometer con ello a la Iglesia en cuanto tal.
Se podría decir que
ello implica negar el aspecto positivo de la enseñanza social de la Iglesia.
No, porque los grandes principios sí que deben ser enseñados. Yo mismo los he
afirmado, yo mismo los enseño, sin ningún tipo de táctica, estrategia o
hipocresía. Bien común, destino universal de los bienes, función social de la
propiedad, respeto a la dignidad humana, etc. Habrá siempre debates legítimos
sobre hasta dónde llegan y cómo se enuncian, pero ahí están y no son
contingentes. Pero su concreción, su aplicación prudencial, su relación con las
circunstancias históricas y con la evolución de las ciencias sociales son
prácticamente el 90 y pico % de los
debates sociales en los cuales el Magisterio quiere regir y se producen luego
las ideas y venidas señaladas.
Lo que el Magisterio
puede hacer, sí, sin caer en este conflicto, es acostumbrarse a “acompañar” a
un determinado “signo de los tiempos” sin por ello afirmarlo como cuestión
básica o permanente de la Doctrina Social de la Iglesia, aclarando
explícitamente su opinabilidad en relación al depositum fidei y advirtiendo explícitamente a los laicos que no se
condenen los unos a los otros al concordar o no con ese “signo de los tiempos”.
Así, si a Pío XII, Juan XXIII y al Vaticano II les pareció prudente “acompañar”
a las democracias constitucionales de la post guerra, con su laicidad de estado
y su tolerancia religiosa… Muy bien, hicieron muy bien, sobre todo (culpa de
los tradis fans) porque no se podía dejar solos, en medio de las condenas de
los tradicionalistas (como el pedido de condena a Maritain) a los laicos
llevando adelante esos nuevos proyectos temporales. Pero, como dije, debe
quedar claro que el acompañamiento es prudencial y no implica cuestiones que
tocan a esos principios permanentes de teología moral social. No tengo las
fórmulas mágicas, por supuesto, pero sé que si pastores y laicos tuvieran in
mente todo esto, encontrarían la forma de decirlo y de vivirlo. El problema es
que no lo tienen en cuenta en absoluto.
Y si esto corresponde a
la parte política, imagínense, mutatis
mutandi, lo cuidados que jerarquía y laicos deben ser en temas económicos….
La pura verdad es que, igual que la democracia constitucional, la
redistribución de ingresos y demás medidas intervencionistas constituyen hoy el
nuevo dogma, el mandamiento nro. 11, el nuevo Concilio de Trento, el nuevo
catecismo niceno-constantinopolitano, y si difieres con él eres enviado al
limbo de esa gente extraña que sí, pobres, intentan ser católicos pero están muy
confundidos…
La mejor prueba de todo
esto es el caos total sobre el derecho a la libertad religiosa. Como dijimos,
nos parece algo muy importante, no contingente, “pero” el precio fue un caos
magisterial en el que aún estamos y cuya solución es decir algo que casi no se
quiere decir, excepto una sorpresiva intervención papal.
De vuelta: ¿pero no era
que la declaración sobre la libertad religiosa te pareció bien? Si, claro, lo
que sin embargo pregunté siempre –formando parte con ello de un amplio club- es
su compatibilidad o no con el magisterio anterior, y si el magisterio puede
cambiar en algo tan fundamental. Ya no se trata de los subsidios a la
agricultura italiana, se trata del derecho, fundado en la dignidad humana, a la
ausencia de coacción en materia religiosa, en privado y en público…. Y claro
que la Dignitatis humanae afirma que
no hay problemas con el magisterio anterior, pero lo afirma de modo
voluntarista. ¿Cómo que no hay problema? De vuelta, Pío IX hubiera enviado a la
santa miércoles a cualquiera que hubiera redactado lo que en 1965 firmó Pablo
VI con todo el peso de su autoridad magisterial.
Las opciones son
fáciles pero preocupantes. Si el derecho a la libertad religiosa es
contradictorio con el magisterio anterior, si el 1ro es verdad, este último se
equivocó. Y si este último es verdadero, el magisterio del Vaticano II es
errado. Pero, ¿cómo puede la Iglesia equivocarse, ya sea antes, ya sea ahora,
en algo tan importante?
Ante ello, muchos hemos
tratado de afirmar “la continuidad” con el magisterio anterior. Pero la pura
verdad es que nos hemos vuelto locos al intentarlo. ¡Ojalá Dupanluop resucitara
y nos ayudara!!!!
Otros, sencillamente,
cortaron con el Vaticano II. Fue la opción de Lefebvre. Que de loco nada tenía, sino que seguía sencillamente lo
que Gregorio XVI y Pío IX decían, o se supone que decían. ¿Se le puede
protestar tanto por seguir las enseñanzas de dos papas cuyo magisterio nunca
fuera oficialmente abrogado?
Otros, al revés,
afirmaron al Vaticano II como si el magisterio anterior nunca hubiera existido.
O daban por supuesto que, en todo caso, el magisterio anterior eran los
devaneos obviamente contingentes de dos o tres tipos que ya no tienen que ver
con los actuales signos de los tiempos. Claro, perfecto, en eso siguen muchos.
Pero entonces, por qué no, donde de otros 100 años o antes, viene un Vaticano
III ante el cual el de hoy queda como una cosa olvidada fruto de unos cuantos
vejetes? Y así sucesivamente…. Entonces ser católico en un tiempo es una cosa,
en otro tiempo es otra, y así…… ¡Qué maravilla! ¡Qué claridad! ¡Qué
coherencia!!
Esto es grave. Grave si
te tomas el Magisterio en serio. Si no, claro, es el caos. ¿Ahora se comienza a
comprender el título de esta entrada? O sea, ¡la auto-devaluación del Magisterio!
Y no hay que olvidar
que esto –aunque no sólo por esto- costó la separación de Mons. Lefebvre. Lo cual pareció no importar a
nadie –excepto a JPII- porque, claro, el episodio fue vivido con miles de
mantos de desprecio para con el viejo y testarudo Cardenal francés. Viejo, si,
testarudo, bueno, no es un defecto, pero ¿incoherente? Ya dije que no hizo más
que reiterar a tooooooooooooooodo el magisterio PRE-conciliar. ¿Entonces?
El único –tenía que
ser- que intentó hacer algo ya como Magisterio –aunque el gato se muerda la
cola- fue Benedicto XVI. Había sido perito en el Concilio, se lo había tomado
muy en serio, y era totalmente consciente de que no se podía seguir así aunque
a casi nadie importara la cuestión –parte del problema-.
Dirigió entonces un
maravilloso discurso, hoy olvidado absolutamente, como él mismo y todo su
extraordinario magisterio, en medio de un ruido ensordecedor de tonterías que
atrae más a la masa de católicos sumergidos vergonzantemente en esas tonterías.
El 22 de Diciembre de
2005 quedó escrita pues una pieza básica, fundamental, para toda esta historia,
su “hermenéutica de la continuidad y la reforma” del Vaticano II. Mario Silar
tiene ordenadas casi todas las reacciones que en ese momento este discurso
generó. Benedicto XVI quiso aclarar las cosas pero los debates posteriores
mostraron que tal vez no estamos aún maduros como Iglesia para lo que él quiso
decir.
Quedará entones muy petulante de mi parte, pero lo
que él quiso decir, je, je, creo yo (al menos no pretendo infalibilidad, como otros
católicos…) es que el Concilio implica continuidad en lo esencial, y reforma en
lo contingente. ¿Y qué es lo esencial y qué es lo contingente? Ah, para algo
está internet: léanlo. Llegarán a sus propias conclusiones, pero lo que yo
quisiera destacar es que Benedicto, como cuestión “contingente”, lo siguiente
(y ahora viene la única cita textual de este texto inútil y quijotexo J:
“… En cambio, no son igualmente permanentes las
formas concretas, que dependen de la situación histórica y, por tanto, pueden
sufrir cambios. Así, las decisiones de fondo pueden seguir siendo válidas,
mientras que las formas de su aplicación a contextos nuevos pueden cambiar. Por
ejemplo, si la libertad de religión se considera como expresión de la
incapacidad del hombre de encontrar la verdad y, por consiguiente, se
transforma en canonización del relativismo, entonces pasa impropiamente de
necesidad social e histórica al nivel metafísico, y así se la priva de su
verdadero sentido, con la consecuencia de que no la puede aceptar quien cree
que el hombre es capaz de conocer la verdad de Dios y está vinculado a ese
conocimiento basándose en la dignidad interior de la verdad. Por
el contrario, algo totalmente diferente es considerar la libertad de religión
como una necesidad que deriva de la convivencia humana, más aún,
como una consecuencia intrínseca de la verdad que no se puede imponer desde
fuera, sino que el hombre la debe hacer suya sólo mediante un
proceso de convicción. El concilio Vaticano II, reconociendo y haciendo suyo,
con el decreto sobre la libertad religiosa, un principio esencial del Estado
moderno, recogió de nuevo el patrimonio más profundo de la Iglesia. Esta puede
ser consciente de que con ello se encuentra en plena sintonía con la enseñanza
de Jesús mismo (cf. Mt 22, 21), así como con la Iglesia de
los mártires, con los mártires de todos los tiempos. La
Iglesia antigua, con naturalidad, oraba por los emperadores y por los
responsables políticos, considerando esto como un deber suyo (cf. 1 Tm 2, 2); pero, en cambio, a la vez que
oraba por los emperadores, se negaba a adorarlos, y así rechazaba claramente la
religión del Estado. Los mártires de la Iglesia primitiva murieron por su fe en
el Dios que se había revelado en Jesucristo, y precisamente así murieron
también por la libertad de conciencia y por la libertad de profesar la propia
fe, una profesión que ningún Estado puede imponer, sino que sólo puede hacerse
propia con la gracia de Dios, en libertad de conciencia. Una
Iglesia misionera, consciente de que tiene el deber de anunciar su mensaje a
todos los pueblos, necesariamente debe comprometerse en favor de la libertad de
la fe. Quiere transmitir el don de la verdad que existe para todos y, al mismo
tiempo, asegura a los pueblos y a sus gobiernos que con ello no quiere destruir
su identidad y sus culturas, sino que, al contrario, les lleva una respuesta
que esperan en lo más íntimo de su ser, una respuesta con la que no se pierde
la multiplicidad de las culturas, sino que se promueve la unidad entre los hombres
y también la paz entre los pueblos.”
Lo
que está diciendo, creo, es que la condena a la libertad de cultos del
magisterio anterior tenía elementos contingentes que dependían de la situación
histórica del momento. No la condena al indiferentismo religioso, no la condena
al relativismo religioso –esa condena será siempre esencial- sino algo… Que ya
vamos a ver qué es.
Casi nadie se dio
cuenta –Jorge Velarde Rosso fue uno de los pocos- de que también estaba
diciendo –ya lo había dicho como Joseph Ratzinger- es que había una tradición
mucho más esencial que el magisterio de Gregorio XVI o de Pío IX, que era, que
es, nada más ni nada menos, la tradición de la Iglesia antigua, previa al
Edicto de Constantino, a la cual el Vaticano II, siendo en eso ultra-tradicionalista,
quiso volver. Una Iglesia que obedecía al Imperio en las cosas seculares que el
eran propias pero que manifestaba, en su negación al culto al emperador, que la
afirmación o negación de una religión no es una cuestión secular (estatal,
diríamos hoy) porque ya el pueblo de Israel había distinguido en su tiempo
entre Dios y los poderes humanos, siendo ello una revolución cultural en medio
de mitos politeístas y panteístas donde los reyes eran a la vez dioses
(nuevamente, Ratzinger, en Introducción al Cristianismo: léanlo, así descansan
por un rato de las intrigas vaticanas). Allí la libertad religiosa tenía una
dimensión diferente a la libertad de cultos indiferentista de los
revolucionarios franceses (no hablamos de los “doctrinarios”) y
comprensiblemente el magisterio del s. XIX no pudo ver esa distinción, aunque
se eche de menos, como ya dije, que no lo haya hecho.
¿Pero cuál es “la esencia de lo contingente”? ¿Qué es aquello
que el magisterio de Gregorio XVI y Pío IX afirma como si fuera esencial,
siendo contingente? Ninguno de los dos tenía problemas en que, por motivos de
justa tolerancia, se admitieran ciertos cultos, sin demasiada relevancia
pública, en los Estados Pontificios. Pero en estos últimos, un ciudadano católico no podía cambiar de
culto sin dejar de cometer por ello un delito civil. El ser bautizado era una cuestión civil además de religiosa.
Y ello es, según Rhonheimer, una
cuestión heredada de una estructura civil romana, pre-cristiana, que los
cristianos post-edicto de Constantino copian como si fuera propia, y esa
con-fusión dura precisamente hasta la declaración de libertad religiosa del
Vaticano II. ESA cuestión –la unión entre civilidad y bautismo- es la cuestión
contingente que NO podía ser afirmada como parte del depositum fidei. Como tampoco puede ser hoy afirmado del mismo modo
–y en esto tienen razón los tradis- el régimen político de la democracia
constitucional liberal clásica, por más NO contradictoria que sea con ese depositum fidei y por más acertado que
haya estado el acompañamiento prudencial a partir de Pío XII, dadas las
circunstancias europeas de la post-guerra (donde Europa se vuelca por primera
vez, valga recordarlo, a las sabias enseñanzas de sí misma practicadas ya por
sus hijos norteamericanos desde 1776 en adelante).
Por eso Fernando
Ocáriz, como quien no quiere la cosa, pone también como ejemplo de lo
contingente a ciertos temas de la libertad religiosa a nivel de decisiones
históricas y sus aplicaciones jurídico-políticas, cuando comenta el discurso de
Benedicto XVI (““En el quincuagésimo aniversario de su
convocación, sobre la adhesión al Concilio Vaticano II”).
Pero entonces, alguien
podría decir: ¿y no sucede lo mismo con el derecho a la libertad religiosa como
el Vaticano II lo define? Sí y no. NO por cuanto se trata de una obligación
moral de respetar un derecho personal fundamental, y esa obligación moral NO
está unida a las contingencias de un régimen político. NO porque –y esto casi
no se ha dicho- no debe estar
necesariamente unido, por lo tanto, a un liberalismo clásico institucional. SI
en tanto esa última distinción no se realice. Esto es, así como la condena a la
libertad de cultos fue realizada en medio de una contingente (aunque no vista
en su momento como contingente) adhesión al régimen político de los estados
pontificios, la afirmación de la libertad religiosa es generalmente realizada
en medio a la adhesión contingente, aunque en general no vista como tal, al
régimen político de la democracia constitucional liberal clásica. PERO,
cuidado, esto NO implica que la laicidad –distinguida de laicismo- sea
contingente. Como distinción de esferas entre lo religioso y los poderes
humanos es un patrimonio permanente y esencial del Cristianismo. Esa laicidad
tiene, a su vez, manifestaciones históricas contingentes que no afectan a su
aspecto esencial.
Con lo cual estamos
llegando, precisamente, a lo esencial de este largo quijotexto: las idas y
venidas, las ideologías diversas e incluso las contradicciones que se observan
en el magisterio pontificio, en su “única” Doctrina Social de la Iglesia –hemos
reseñado casi todas- se deben a que los pontífices hablan de principios
esenciales mezclándolos con cuestiones históricas contingentes, sin aclarar
bien la distinción, produciendo con ello perplejidades a todos los católicos de
buena voluntad y, además, fanatismos y condenas mutuas entre los laicos según
se aferren cada uno de ellos a esas cuestiones contingentes que fueron
afirmadas como esenciales. Con lo cual, lamentablemente, el magisterio se ha
auto-devaluado. Haciendo una analogía con la economía, a medida que ha
aumentado su producción en lo contingente, el valor de esos documentos se ha
devaluado, al entrar en desuetudo histórico, o al advertir en prudente silencio
–no como yo- los diversos fieles esa falta de valor de cosas en su momento muy
importantes pero que no por ello perdían su carácter de contingente. El drama
del tema de la libertad religiosa fue una dura advertencia sobre este tema,
advertencia cuyas consecuencias NO se terminan de asumir.
¿Soluciones? Si: un
futuro, después del Apocalipsis, je, je, donde fermenten todas estas
distinciones, y que el papel fundamental del magisterio en lo social sea
condenar cuando debe –pero deben ser pocas veces- y acompañar con prudencia y
con reconocimiento de la opinabilidad a los signos de los tiempos. Y, por lo
tanto, dejar cada vez más la mayoría de los temas sociales a los laicos, que
con sus escritos sean fermento del Cristianismo a nivel social sin
comprometerlo a su vez –precisamente porque son laicos- con un magisterio que
debe reservar su autoridad para lo esencial.
Pero mientras tanto,
esto ha sido más grave de lo que se piensa. ¿Qué es de la autoridad de otros
documentos pontificios del magisterio ordinario, en materias de Fe y
Costumbres? ¿Dónde y cómo existen hoy en los católicos documentos tales como Humane generis, el Credo del pueblo de Dios, la Humanae
vitae, el Catecismo de la Iglesia
Católica, la Veritatis splendor,
la Evangelium vitae, para dar sólo
algunos ejemplos? Y ni que hablar de los documentos de la Sagrada Congregación
para la Doctrina de la Fe firmados por el Pontífice…
No podemos ahora hacer
un diagnóstico completo de todos los niveles de audiencia. Me refiero sobre
todo a aquel que, consciente de toda la “claridad y distinción” anterior,
cuando alguno de esos documentos “le toca”, ¿cómo se defiende? ¿Cómo creen que
se va a defender? Pues sencillamente, y sin necesariamente mala voluntad, traslada
la esencial contingencia de todo lo reseñado a esos documentos también. La
auto-devaluación del magisterio llega en eso a su perfecto nivel. Por haber
hablado de lo que no debía hablar se queda sin autoridad para hablar de lo que
sí debe hablar.
Por supuesto, cada uno
de los creyentes de buena voluntad con los que he hablado este tema –desde
laicos, presbíteros, y doctorísimos en Teología- maneja el tema como puede.
Cada uno, en buena conciencia, trata de ubicar niveles de magisterio, de
obediencia, tratando de ser coherente, de no tener dobles estándares, etc., o
sea, cada uno trata de arreglar la situación creada como puede, como Dios le dé
a entender, y me estoy refiriendo incluso a manuales y textos de teología moral
y etc. Y, claro, la Iglesia es un caos. Algunos –me parece bien- se agarran del
documento sobre La vocación eclesial del teólogo. Ok. Pero cuando se pregunta a
su vez cuál es el nivel de magisterio de ese documento y qué nivel de
obediencia requiere, el problema surge de vuelta. Por lo demás ese documento
fue escrito precisamente para la incontable cantidad de teólogos morales que
mandaron a Siberia a la Veritaris
splendor. Ese fue su contexto y usarlo luego para temas sociales resulta
forzado.
Ni qué hablar de la
violencia que se la hace al católico que ha tomado dificilísimas decisiones
vitales por seguir precisamente al magisterio ordinario en temas de Fe y moral
y luego, ante la menor disidencia en lo temporal, se le tira por la cabeza lo
que papa diga en ecología, economía y política fiscal, acusándolo de ser él el
heterodoxo….
Pero esto pone de
manifiesto este problema. Los documentos NO sociales de Juan XXIII, Pablo VI,
JP II, Benedicto XVI y Francisco –quien tiene, oh noticia, una encíclica sobre
la Fe- tienen como base, de fondo, elementales distinciones hechas por Santo
Tomás. Oh sí. Los papas podrán haber sido fenomenólogos, agustinistas, etc.,
pero luego cuando hay que recordar que la conciencia subjetiva no determina el
valor moral de la acción en sí misma, hay que recordar lo elemental: objeto,
fin y circunstancia de la acción, y Santo Tomás vuelva a aparecer en última
instancia como la última red de seguridad en la cual se apoya el magisterio y
sus asesores cuando las papas queman.
Pero, ¿qué Santo Tomás
se enseña en los seminarios? Y no crean que ahora me voy a quejar de que no se
enseña: eso es verdad pero es otro problema. El problema es mucho más de fondo.
Volvamos a fines del s.
XIX. La formación filosófica de seminaristas era un caos y León XIII decidió
tomar el toro por las astas. Surge entonces la Aeterni patris. La restauración de Santo Tomás. La encíclica es
buena. Muy bien.
Pero el problema sigue.
Ya sabemos cómo. El fideísmo modernista sigue su curso y durante Pío X suceden
dos cosas importantes: la Pascendi,
contra el Modernismo y fideísmo, 1907, y la 24 tesis tomistas.
Surge entonces un
“tomismo” que con gran mérito enseña Santo Tomás a generaciones. Aún manuales
que se estudian en egregias universidades católicas tienen ese estilo. Los
comentarios a Aristóteles ocupan un lugar central. El orden de las materias
filosóficas es casi el mismo que el de la filosofía en Wolff-Leibniz. La
filosofía antes que la teología, casi como una condición kantiana de
posibilidad. La ontología antes que la teología natural, y así. El estilo de
los manuales tiene el estilo racionalista típico: definiciones, capítulos,
apartados, y algunos hasta teoremas, corolarios y escolios. No es justo
criticarlos porque la mayoría son obras de arte que ordenaron la cabeza de
muchos. Pero, retrospectivamente, hay que tener conciencia de lo que sucedió.
Eso no era Santo Tomás.
Era tomismo. Ok, como opción filosófica opinable en relación a la Fe (NO la
teología de Santo Tomás como modelo), ok. Para colmo, luego vinieron las 24
tesis, aristotélicas, y, de vuelta, se impusieron bajo pena de expulsión a
Marte si no las repetías de memoria junto con el juramento antimodernista (¡y
los jesuitas tuvieron que pelear para que su distinción entre esencia y
existencia pudiera ser sostenida de modo suareciano!!!). ¿Y si en vez de 24
alguien adhería a 23 y media? Oh no, vade retro Satanás ¡!!!
Debo decir que Santo Tomás
no se identifica con ningún tomismo que, como cuestión de razón, pueda
legítimamente sostenerse. Santo Tomás era teólogo. No distinguía entre
filosofía y teología (¿No? ¡No!) sino entre la Sacra Doctrina y “la” filosofía,
que era el pensamiento de Aristóteles que él usaba, entre varios otros, para la Sacra Doctrina. El eje central de su
pensamiento NO era la ontología de Aristóteles sino la creación judeo-cristiana
desde la cual el re-interpretaba todo lo demás, Aristóteles incluido.
Por supuesto, no fue
esto lo que primó en los ambientes católicos hasta los 50. ¿Un Santo Tomás
entendido desde la Fe, desde el círculo hermenéutico de razón y fe, desde el
“creo para entender y entiendo para creer”? No. No al tal punto de que el Padre
Chenu, siendo el joven rector de Le
Saulchoir, fue llamado al orden por sostener ello precisamente, Gilsón dixit.
Y hablando de Gilsón,
este último, junto con Fabro, dicen algo muy interesante, opinable en relación
a la fe, pero que se extendió como un nuevo mandamiento filosófico por muchos
ambientes tomistas. Ellos, que habían reaccionado contra un tomismo demasiado
aristotélico, recordando el eje central de la participación en el pensamiento
de Santo Tomás, tuvieron la paradójica insistencia de ligar el pensamiento de
Descartes con el nacimiento del ateísmo que culmina en Hegel. Un Descartes
agustinista, una interpretación rosminiana de la filosofía moderna, era para
ellos pecado mortal. Así, para ellos, estudiar Santo Tomás y rechazar la
filosofía moderna en bloque era lo mismo.
Claro, ello produce
interesantes problemas con “la modernidad”, de la cual parece que no se salva
NADA. Ni siquiera un Rosmini o un Husserl. Entonces tenemos un singular
problema: el Concilio Vaticano II, que quiere dialogar con el mundo moderno,
¿sobre qué bases filosóficas va a dialogar con el mundo moderno? ¿No fueron más
coherentes los católicos que hicieron una unión total entre Lefebvre y ESE
tomismo, con el cual adherían a su vez a las dictaduras “católicas” sobre la
base del gobierno de los “príncipes”?
Otra vez, el tiro por
la culata. Por suerte, la gente no se toma todo tan a pecho y es
afortunadamente inconsistente. Gran parte de buenos sacerdotes y futuros
obispos repitieron de memoria todo ello y a otra cosa mariposa, luego la
sabiduría y la santidad de la vida hacían todo lo necesario. Pero otros
–especialmente teólogos, religiosos, etc- comenzaron a oler algo raro. La
distinción tan profunda entre filosofía y teología implicaba una separación
bastante acentuada entre lo natural y lo sobrenatural. Surge entonces Henri de
Lubac y un plano inclinado coherente e interesante. La Nouvelle Théologie
lo apoya y, además, como en vez de Mises leían Marx, surge Metz, de allí el
joven Gustavo Gutiérrez (hoy elevado casi a los altares) y….
Pero no fue eso solo.
Fue otra cosa más silenciosa. La mayoría de los seminaristas que verdaderamente
estudian –tanto desde el 50 como hasta ahora- tienen a ese tomismo como un
recuerdo de su juventud. Nada les ha conectado ese tomismo con la filosofía
moderna y contemporánea. Luego viajan a Europa, obtienen sus doctorados, y el
tema no sólo es que se hagan teólogos de la liberación: igualmente estudian
hermenéutica, obviamente, a fondo, que en principio no encaja ni con colador
con ese tomismo juvenil. Y tienen que elegir. Nadie se entera, pero eligen. O
es una cosa o es la otra. Y la hermenéutica, sin “ratio” (NO una hermenéutica
realista fundada en Husserl y Santo Tomás) conduce al postmodernismo y al
fideísmo. Adiós, good bye, sayonara. Se acabó todo. Desde allí, ¿qué se puede
entender o aceptar, otra vez como ejemplo, de algo como la Veritatis splendor?
¿Hay algo que pueda
ligar a Santo Tomás con lo mejor de la filosofía actual? Sí, claro, una
interpretación diferente del cogito cartesiano que pueda ligar la ratio de
Santo Tomás con la ratio en Husserl y, desde allí, re-fundar desde Santo Tomás,
en un cristianismo filosófico, al giro hermenéutico, al giro lingüístico y al historical turn de la filosofía de las
ciencias. Para ello hay que darse cuenta
de que siempre hay que partir del horizonte cristiano en diálogo con la razón, pero no de una filosofía que
supuestamente no tiene nada que ver con la Fe. ¿Alguien se dio cuenta de
esto? Si, desde luego, Benedicto XVI, en su discurso de Ratisbona en el 2006,
en su discurso a La Sapienza en el 2008, en sus debates con Habermas y
D´Arcais, etc.
El pontificado de
Benedicto XVI tenía ese programa: creo para entender, entiendo para creer.
Sabía lo que era ese círculo hermenéutico sin caer en el fideísmo. Era un
agustinista que conocía a Santo Tomás y tenía una visión integral de la
filosofía y el mundo moderno en armonía con el Catolicismo. Por eso fue uno de
los mejores peritos del Concilio Vaticano II, por eso fue uno de los
principales asesores del esquema XIII y por eso pudo darse cuenta de qué estaba
ocurriendo con el Vaticano II y por eso trató de reencaminar su interpretación.
Pero él está sentado en
una silla de ruedas, en silencio, mientras el caos de la Iglesia es
ensordecedor.
Animo. Portae inferi non praevalebunt.