domingo, 28 de junio de 2015

PRÓLOGO AL LIBRO "LIBRES DE ENVIDIA" DE GUILLERMO GONZÁLEZ RODRÍGUEZ

(http://unioneditorial.net/biblioteca-de-la-libertad-formato-menor?page=shop.product_details&category_id=8&flypage=flypage.tpl&product_id=501) 


“…………………Los liberales aún somos en algún sentido, hijos del iluminismo, por más que nos aclare Hayek que hay dos racionalismos, uno verdadero y otro falso, explicándonos en la tradición de Hume los límites de la razón, un cierto espíritu «de las luces» está entre nuestros propios prejuicios empeñado en creer, contra toda evidencia, que la razón, con sus limitados poderes, tiene que ser más que suficiente para superar arraigados prejuicios anclados en hondos sentimientos”

Con esta contundente e importantísima afirmación, Guillermo Rodríguez González nos da pie para introducir su ensayo sobre la envidia y su relación con el socialismo.

En efecto, pocas veces, dentro de los ambientes liberales clásicos o libertarios, los temas psicológicos son abordados en profundidad. Nos manejamos bien en Economía, Derecho Filosofía Política y Filosofía, tratamos de argumentar racionalmente, estudiamos, leemos, escribimos, y entonces, desde allí, tratamos de “convencer al otro”. Pero “el otro” no se convence, no nos escucha, no nos lee. Y nos preguntamos entonces qué pasa con nuestra didáctica, qué cosa hemos hecho mal, etc. Y seguimos haciendo seminarios, cursos, a veces con mucho público, que ya está convencido, claro. Mientras tanto el socialismo sigue avanzando y en las horas más amargas uno llega a plantearse realmente si el mundo está loco o el loco es uno mismo.

Ni una cosa ni la otra. Nos falta un aspecto importante en todos nuestros estudios. No hemos profundizado suficientemente en las razones psicológicas de los movimientos de masas que son la base de todo socialismo. Las masas no están psicóticas en el sentido técnico del término: están alienadas, que es diferente, y nosotros tampoco estamos locos: sencillamente somos demasiado racionales en un mundo social que se maneja con otros parámetros. Ser conscientes de ello nos evitaría muchas angustias y nos permitiría enfocar nuestra acción política de modo diferente. Y en este sentido, el libro de Guillermo Rodríguez González es un paso muy importante en ese sentido.

Hay tres temas que, en ese sentido, nos ayudarían mucho. En primer lugar, los orígenes psicológicos de la alienación, explicado de manera casi insuperable por Freud en Psicología de las masas y análisis del yo. La masa es una regresión a una etapa infantil, una fijación en la figura paterna que convierte nuevamente al sujeto a la situación de hermandad en la horda primitiva cuyo jefe ha sido asesinado y convertido en tótem. Esa tesis freudiana, no histórica sino simbólica de lo más profundo e inconsciente de la psiquis, nos muestra que las masas alienadas son inmunes a todo discurso racional. Sólo un estadista, que haga una transferencia social, puede sacarla de su encantamiento.

Fromm colaboró de igual modo explicando que las neurosis escondidas detrás de los fenómenos sadomasoquistas están en el fondo de variadas circunstancias históricas y, por ende, también en los autoritarismos del s. XX. Si bien su comprensión del capitalismo deja mucho que desear, ello no quita lo esencial de sus reflexiones: el alienado se une a su victimario, el esclavo se une a su amo y viceversa alimentados por el placer que produce el dominio (sadismo) y el placer de ser dominado (masoquismo). Frente a ello, es obvio que ambos tipos de neurosis, habitando en lo más profundo del inconsciente, no producirán un sujeto precisamente apto para entender “La mentalidad anticapitalista” de MisesJ.

Frankl aporta su propia visión logoterapéutica a la dialéctica del amo y del esclavo. La pérdida del sentido de la existencia fomenta la búsqueda de un “sentido prestado”, que es proporcionado por el “amo”, que también encuentra en ese poder el sentido de su vida. El cerrojo no podría ser mayor: esclavo y dictador se ensamblan de manera simbiótica en una relación que anestesia su profundo sin sentido, una anestesia tan fuerte, un macabro sueño tan profundo, que es casi imposible despertarlos.

Nuestro autor no se queda atrás. Tomando elementos de Schoeck y de Hayek elabora una síntesis tal que es un novedoso aporte en esta dirección. Primero reseña, en una magnífica síntesis, la evolución del Estado de Derecho, al estilo Hayek. Pero ello le da pie para introducir lo central de su tesis. Porque en la evolución del orden espontáneo, que es el paso de la sociedad tribal a la gran sociedad, esto es, el orden extenso del mercado, no hay que suponer que el individuo adaptado al mercado ha olvidado los instintos atávicos de la sociedad tribal. No, ellos subsisten al mismo tiempo que se desempeña aparentemente sin problemas en instituciones liberales y en los intercambios del mercado.


O sea:



 Uno de estos “instintos atávicos” (y aquí viene el aporte de Schoeck) es la suposición de igualdad. Las sociedades tribales son sociedades “hermanadas”, al decir de Freud; toleran que el “jefe de la horda” distribuya la riqueza pero siempre reclamando la igualdad distributiva. Las desigualdades conforme a los aportes al mercado son ajenas a sus vivencias. Cuando estas comienzan a aparecer, hay un esfuerzo adaptativo, pero, como Freud diría nuevamente, se produce cierto “malestar”. Un malestar que subsiste en el inconsciente cuyo resultado es la envidia. ¿Cómo puede ser que el hermano sea mejor, se destaque, y tenga más bienes que yo? No, claro, no es una pregunta consciente, es un clamor inconsciente que luego se racionaliza en las críticas al mercado. La adhesión masiva a la teoría de la explotación de Marx es uno de los mejores ejemplos: “Karl Marx, -dice nuestro autor- en Trabajo Asalariado y Capital de 1849 racionaliza la envidia (sin mencionarla) como un malestar ante la desigualdad independiente de mejoras en el nivel de vida de los más pobres, asumiendo que aquellos se comparan siempre, única y exclusivamente, con los que tengan o ganen más que ellos y nunca con ellos mismos en un pasado en que estuvieran en peor condición, siendo la desazón el resultado de cualquier mejora propia si aquélla ocurre al  tiempo en que otros mejoren relativamente más”.

El resultado de todo esto (cap. III de este ensayo) es el salvaje. A modo de tipo ideal weberiano, el salvaje es ese individuo que, apenas bajan las defensas del orden civilizatorio del mercado, es capturado por los virus latentes de sus pulsiones tribales originarias. Ese salvaje es el enemigo interno de toda sociedad abierta, de todo orden constitucional, de todo mercado.

Contra “él”, y a pesar de él, evoluciona el mercado, en el mismo sujeto. Freud nos dice que el inconsciente es como ir a la Roma actual donde vive, en el mismo presente, la Roma antigua, no como ruina, sino como real. En el mismo sujeto está el salvaje y el civilizado. Por lo tanto, ¿cuál es la esperanza? La esperanza no puede fundarse en que uno de los dos va a prevalecer, sino en que las instituciones sean lo suficientemente fuertes como para sobrellevar el peso de las masas. Si: es una esperanza orteguiana. El liberalismo, emergente en medio de nuestras pulsiones más primitivas, ha sido un milagro, impulsado tal vez por el judeo-cristianismo al cual incluso Ayn Rand, como nos enseña nuestro autor, le atribuye algún valor, y mucho más Hayek, por supuesto. En ese sentido, los liberales clásicos y libertarios debemos seguir escribiendo, haciendo nuestros seminarios, etc., pero advertidos que rara vez llegaremos a las masas. Nuestro papel es el de ser un contrapeso de la historia. El mundo real siempre será un intermedio entre autoritarismo y libertad. Si es un intermedio, no es porque hayamos fracasado, sino al contrario: es porque estamos. Si no estuviéramos, el autoritarismo será completo y absoluto. Nosotros somos la voz de la conciencia de la horda primitiva, el super-yo que mantiene a la cultura a pesar de su malestar.


(Julio de 2014)


















viernes, 26 de junio de 2015

¿QUÉ ES UNA IDEOLOGÍA?

De El analogante de las ciencias”, en Derecho y Opinión (6), 1998, pp. 683-697.

"...Nos detendremos un poco más en el tema de la ideología.
Otra vez, aclaremos qué no estamos criticando. No nos estamos refiriendo a ideas sobre sistemas políticos que, con su carga de esencial opinabilidad, se consideran mejores para la convivencia humana, ni tampoco a valores ético-sociales básicos de la filosofía política, como el respeto al bien común, la limitación del poder, etc. Nos estamos refiriendo a lo siguiente.
En primer lugar, la ideología, más que contenidos concretos, es una actitud, la cual parte de una premisa fundante: existe el sistema social perfecto. No importa que sea posible o imposible, que de hecho exista o haya existido tal o cual sistema social “X”; lo importante -por eso decimos que es una actitud mental- es que se lo conciba como “perfecto”. El ideólogo anade a esto una premisa gnoseológica, que ha sido calificada como “racionalismo constructivista”[1]: es posible conocer perfectamente los medios que racionalmente conducen a ese ideal. Dadas estas dos premisas, hay otras dos características que emanan cual necesarias conclusiones: este sistema es la única opción moral posible, pues, si es perfecta, si con ella se elimina absolutamente todo margen de pobreza, de guerras, de ignorancia, cómo va a ser moralmente legítimo optar por otro sistema que deje margen para sufrimientos, que, aunque mínimos, pueden evitarse? Y la otra conclusión es: ese sistema es la última etapa de la historia. No en el sentido de que no pueda abandonarse el sistema, sino en el sentido de que un abandono tal sería un retroceso. Esto es, dado ese sistema, la humanidad no puede avanzar socialmente más. Por qué? Muy simple: porque ese sistema es el perfecto.[2]
A esto se agrega una quinta característica, pero no necesaria, sino basada en una conjetura dada la comprensión empática de la naturaleza humana: la tentación de violencia[3]. Esto es, puede ser posible un ideólogo tranquilo, sentado en su silla, contemplando este mundo espantoso al lado de la pureza del ideal que él considera posible, escribiendo, hablando y esperando pacíficamente que la humanidad “se convenza” de sus enseñanzas. Pero es difícil. Si todo sufrimiento puede eliminarse así, de un día para el otro, con la implantación del orden social perfecto... Por qué esperar? No es acaso una violencia injustificada la ignorancia de los dirigentes que tanto sufrimiento ocasionan a nuestros semejantes? No claman a la justicia los gritos de los pueblos sometidos a las torturas de la imperfección? Cuanto más inteligente y bueno sea nuestro ideólogo, peor. Pues si ha estudiado las condiciones para la guerra justa que vienen ya desde la escolástica, entonces, la revolución armada contra la violencia de la imperfección puede ser entendida como una legítima defensa cuyo momento está por llegar de un momento a otro...
Por supuesto que hay ideologías que colocan a la violencia como una etapa necesaria de su visión del mundo. Así fueron el marxismo-leninismo y el nazi-fascismo. Pero colocamos a esta quinta característica como no necesaria porque todo puede ser ideologizado. Si alguien supone que la democracia constitucional es el sistema social perfecto (lo cual es un error: es bueno, mas no perfecto), entonces...
Analicemos por un momento los posibles orígenes de la primera y segunda premisas. Habitualmente es una metafísica racionalista muy bien hecha, como el materialismo dialéctico que inspiró al marxismo leninismo. Esas metafísicas tienen filosofías de la historia que pretenden conocer las etapas necesarias de la historia humana; de allí la negación del libre albedrío, la justificación de todo aquello que lleva la etapa final y la pretensión de imposibilidad de juzgar desde fuera alguna de esas etapas -nadie puede estar fuera del proceso necesario; quien pretende estarlo, criticando a la ideología en cuestión, es un antirrevolucionario (y, consiguientemente, un enemigo de la humanidad).
Por supuesto, esta última característica es acompañada por otra que puede estar después de la cuarta y antes de esta. Se desprende necesariamente de las primeras cuatro. Es la cerrazón absoluta a la crítica. El ideólogo no dia-loga; monologa. La crítica metódica de la cual hemos hablado está coherentemente excluida, pues, si existe el sistema social perfecto y se conocen perfectamente los medios que conducen a él, ninguna crítica puede agregar algo al sistema. A lo sumo, un ideólogo pacífico, tipo ideal[4]difícil pero posible, puede someterse a la crítica metódica para ver si puede mejorar sus medios argumentativos y retóricos de difusión de su ideología, pero no como algo que verdaderamente agregue algún aspecto de la realidad que él desconocía. Por supuesto, volvemos a conjeturar que, psicológicamente, del monólogo permanente a la violencia física (pues el monólogo es una violencia lingüística) hay un paso muy tenue, muy sutil, muy próximo.
La hermenéutica del mundo, para el ideólogo, es muy singular. Para él no hay negro, gris y blanco. Hay negro y blanco. Esto es: el no ideologizado es capaz de ver al mundo como un gris, y ese gris es ya un éxito frente al negro de las guerras y las miserias absolutas. Sabe que el blanco es imposible y que los intentos de lograrlo conducen al negro. Por eso sus propuestas son más bien medidas concretas para mejorar tal o cual aspecto[5], y no propuestas globales de perfección.
El ideólogo, en cambio, ve al mundo, que en realidad es gris, como un negro permanente al lado del posible y alcanzable blanco que propone. Esto es: lo que para el no ideologizado es soportable porque es el bien social posible, al lado de lo imposible, para el ideologizado ese bien es insoportable, un negro total, al lado de lo perfecto, lo blanco, perfectamente realizable.
Otra fuente importantísima de las ideologías es el clericalismo, actitud que puede darse en cualquier religión. Esto es, la creencia de que Dios ha revelado cuál es ese sistema social perfecto, y que es nuestro deber, por ende, seguir esa revelación. Esta fuente es particularmente peligrosa por cuando el ideólogo se siente aún más tentado a utilizar la violencia y a justificarla, si es necesario, como un profeta -armado hasta los dientes- de las iras de Dios ante este mundo pecador.
En el cristianismo, esto constituye en error terrible[6]. Jesucristo ha redimido a cada corazón; esa redención tiene efectos temporales, pero abiertos a una pluralidad de opciones todas legítimas en tanto no contradigan lo esencial del mensaje revelado[7]. Jesucristo no ha revelado cuál es el mejor régimen político, por más que los diversos integrismos cristianos, de izquierda o de derecha, pretendan lo contrario. Ha dejado a ese tema a la libre opinión de los hombres[8]. Sobre todo, hay un concepto aquí que el ideólogo-religioso no logra aceptar: la tolerancia, en función de un bien mayor[9], y la tolerancia cuando ese bien mayor es el respeto a la conciencia[10]. Este último punto es especialmente relevante. No sería mejor un mundo sin el pecado que la libertad religiosa produce? No, sería peor. Porque la libertad religiosa no produce el pecado: lo hace más visible y sincero. Y un mundo donde los hombres pecan en su corazón y ocultan la manifestación externa del pecado por el temor servil a la imposición de una fe por la fuerza es un mundo falso, hipócrita y explosivo[11]. La verdad nos hará libres, sí, y la libertad nos hará verdaderos.
El no-ideologizado no carece de ideales políticos; simplemente, los considera buenos, perfectibles, opinables en cierta medida, no perfectos. Esa es la esencial distinción. No es cuestión de contraponer el idealismo ético de las utopías contra cierto “pragamatismo”, “realismo” (en el mal sentido del término) de quienes se oponen intelectual y vitalmente a ciertas utopías. Ese es un recurso dialéctico muy útil especialmente caro a ciertas utopías violentas que han perdido gran parte del dominio del planeta. Es asunto es esencialmente al revés. La crítica a las utopías desarrollada por Karl Popper, por ejemplo, su defensa de la no-violencia y la responsabilidad social del intelectual[12]están basadas en una ética muy profunda. La ética del diálogo, de la tolerancia, del respeto al disidente[13], donde aflora la perfección de la debida tolerancia a lo imperfecto.
Ahora bien: todo lo dicho hasta ahora sería absolutamente insuficiente si olvidáramos un tema central: por qué las dos primeras premisas de la actitud ideológica son erróneas? Por qué no puede existir un sistema social perfecto y no pueden conocerse perfectamente los medios que a él conducen? Porque la naturaleza humana es imperfecta, y el conocimiento humano, limitado.
La naturaleza humana es imperfecta, no en el sentido de su esencia, que en cuanto tal, ontológicamente, tiene todo lo que la esencia humana requiere, ni tampoco en el sentido del libre albedrío, que es una perfección[14]. Es imperfecta por cierta tendencia al mal moral, reconocida de modo natural sobre todo por los miembros de la escuela escocesa de pensamiento político[15]y de modo sobrenatural por la revelación cristiana sobre el pecado original. A la razonable objeción sistémica de que la naturaleza de cada individuo puede ser imperfecta pero el sistema social, en cuanto sistema, no, se contesta con la segunda parte de nuestra respuesta: el conocimiento humano es limitado. Pretender elaborar y conocer un sistema que haya incorporado todas las imperfecciones humanas y carezca, en cuanto sistema, de todo margen de contingencia y posibilidad de falla, es una pretensión del racionalismo constructivista que en cuando tal no es compatible con el conocimiento limitado de la esencia de las cosas; sistemas inclusive. Por supuesto, es obvio que los sistemas están para absorber y evitar imperfecciones que de otro modo saldrían a la luz. El sistema político de la primera república norteamericana, en nuestra opinión, fue un ejemplo de una absorción sistémica de una imperfección humana. En efecto, el sistema partía de que la naturaleza humana tiende al abuso del poder, y por ende lo limitaba con un sistema constitucional. El asunto es, nuevamente, si esa absorción sistémica puede ser perfecta. Y, otra vez, la respuesta es no. No hay sistema humano que logre ponerse por encima de lo humano.
Lo único que, precisamente por ser sobre-humano, pero no antihumano, y por ende puede reclamar perfección, es el amor a Dios movido por su Gracia. Y eso, llevado a su plenitud, es la santidad. Y por eso, no es casual que sean santificadas personas y no sistemas. “Sed perfectos, como mi Padre es perfecto”: no fue un mandato destinado a un determinado sistema social, sino la exigencia más íntima que duerme en cada corazón humano, y que, una vez despertada, rechaza, como parte de su santidad, toda forma de violencia, física, lingüística, actitudinal, presentando al amor, y sólo a éste, como lenguaje de la verdad.



[1] Hayek, F.: “Los errores del constructivismo” [1970], en el libro Nuevos estudios en filosofía, política, economía e historia de las ideas; Eudeba, Buenos Aires, 1981.
[2] Estas cuatro características, más la quinta que vamos a explicar ahora, no han sido expuestas en ese orden por ningún autor que nosotros conozcamos; sin embargo, nada de eso hubiéramos podido haber sistematizado sin las fuentes inspiradoras de Popper, K.: “Utopía y violencia” [1947], en el libro Conjeturas y refutaciones, Paidós, Barcelona, 1983, y Spaemann, R.: Crítica de las utopías políticas; Eunsa, Pamplona, 1980.
[3]Ver Popper, op. cit.
[4] En sentido weberiano.
[5] Popper, K., op. Cit.
[6] Ver Spaemann, R., op. Cit., cap. IV.
[7] Ver Concilio Vaticano II, Constitución pastoral Gaudium et spes, cap. III, punto 43.
[8] Ver León XIII, “Cum multa’’ [1882], en Doctrina Pontificia, t. II, Bac, Madrid, 1958, p. 132; “Inmortale Dei”, op. Cit., p. 218; “Sapientiae christianae”, op. Cit., p. 282; Pío XII, “Grazie”, op. Cit., p. 821.
[9] Sto. Tomás, I-II, Q. 96, a. 2, c.; I-II, Q. 95, a. 2, ad 3; Pío XII, “Comunidad internacional y tolerancia” [1953], en Doctrina Pontificia, op. Cit., p. 1008. Sobre el tema de la opinabilidad esencial de los sistemas políticos, nos hemos explayado con detalle en “La temporalización de la Fe”, en Cristianismo, sociedad libre y opción por los pobres, VVAA, Centro de Estudios Públicos, Santiago de Chile, 1988. Obsérvese que estamos citando para estos temas a quienes algunos integristas citan para sus fines: Sto. Tomás, León XIII y Pío XII.
[10] Ver declaración sobre la libertad religiosa, Dignitatis humanae, del Concilio Vaticano II. Sobre la supuesta contradicción del magisterio del Vaticano II en este tema y el magisterio anterior, ver nuestro artículo “Reflexiones sobre la encíclica ‘Libertas’”, en El Derecho, (7090), 1988.
[11] Qué ocurre habitualmente en las sociedades que tienen una transición de regímenes autoritario-religiosos a regímenes democráticos con distinción entre Iglesia y estado? No hay una especie de “explosión” de “malas costumbres”? Los integristas, habitualmente, la atribuyen al régimen recién instalado. Cometen un error: el régimen recién instalado no hace más que dejar ver los terribles efectos del pecado original, que habían tratado de ser inútilmente ocultados por la tapa de la olla de un ingenuo autoritarismo. Es más: ese corazón humano no se oculta, sino que se enardece más ante el poder del autoritarismo. La redención de Cristo nada tiene que ver con la policía y las cárceles, ingenuos, inútiles y irrisorios intentos de sustitución del poder Salvífico de la mirada de Cristo en la cruz. (Esta reflexión no se contrapone en absoluto con la “función educativa de la ley humana positiva”).
[12] Popper, K.: Tolerancia y responsabilidad intelectual, op. Cit.
[13] Ver Artigas, M.: Lógica y ética en Karl Popper, op. Cit.
[14] Sto. Tomás, Suma Contra Gentiles; Bac, Madrid, 1967, t. II, libro III, cap. 73.
[15] Ver Gallo, E.: “La tradición del orden social espontáneo: Adam Ferguson, David Hume y Adam Smith”, en Libertas (6), 1987; y, del mismo autor, “La Ilustración Escocesa”, en Estudios Públicos (30), 1988.

domingo, 21 de junio de 2015

LA IMPORTANCIA DE LA INSTITUCIÓN FAMILIAR COMO FRENO AL ESTATISMO Y AL ESTADO PROVIDENCIA.

(Publicado en “La importancia del empresario familiar en la riqueza de los países”, VVAA, Unión Editorial, Madrid, 2015).


1.      La familia, orden espontáneo.
Dentro de los órdenes espontáneos de los que habla Hayek[1], los habitualmente mencionados son el mercado, por supuesto, y el lenguaje, el common law y al evolución de las instituciones anglosajonas de limitación al poder. Lo que caracteriza fundamentalmente a los órdenes espontáneos es la tendencia a la coordinación de conocimiento disperso de millones y millones de personas interactuando; si no fuera por esa tendencia a la coordinación, esa interacción sería un caos y la única solución al orden social sería hobbesiana. El análisis y descubrimiento de los órdenes espontáneos, por parte de los escolásticos del s. XVI, los filósofos escoceses del s. XVIII, la escuela clásica de economía y, finalmente, la escuela Austríaca de Economía, con Menger, Mises y Hayek, fue prácticamente el paso a las ciencias sociales como análisis de órdenes espontáneos[2], análogo al paso que las ciencias naturales dieron a la auto-organización de la materia con las teorías del big bang y la evolución[3]. En ambos casos se trata de tendencias contrarias a la entropía, esto es, contrarias a la disgregación de un orden evolutivo que no depende de ninguna inteligencia humana en particular.

En todos los casos de las ciencias sociales que no sean el mercado, el problema de otros órdenes espontáneos, como el lenguaje o el common law, el problema es encontrar la analogía con los precios, que en el mercado libre son claramente la síntesis de conocimiento disperso[4] que son indispensables para que el conocimiento sea menos disperso. Pero aún así, los órdenes espontáneos referidos corresponden a lo que Hayek llama “gran sociedad” a diferencia de asociaciones humanas explícitamente voluntarias donde el orden es deliberado y no hay precios internos. Desde una universidad, una fundación sin fines de lucro, un club o una empresa, esa es la situación.

Por eso es clásico el artículo de Coase sobre la firma, de 1937[5], un año después del gran artículo de Hayek seminal para el orden espontáneo[6]. Precisamente, el eje central de la teoría del Coase es que las empresas se organizan sin precios internos para evitar mayores costos de transacción. Por supuesto, el tiempo ha pasado y numerosos austríacos hoy, dedicados al tema de la empresa, han tratado de ver y proponer estructuras más des-centralizadas de decisión dentro de la empresa, para ver en qué medida puedan imitar el sistema de precios[7]. Pero, como modelo hipotético de análisis, tomemos la teoría de Coase como una analogía con las familias.

Si Coase tiene razón, ¿en qué medida las empresas son compatibles con un mercado libre, si dentro de ellas se organizan de modo deliberado? Precisamente, porque son como unidades que se relacionan unas con las otras a modo de red, y esa red está constituída por el conocimiento disperso, sus expectativas y los precios. El orden es precisamente espontáneo porque cada agente no es dirigido por una autoridad central sino que se va guiando por su capacidad de aprendizaje, su alerteness empresarial[8], a través de los precios. Las empresas en un mercado libre son como una red neural; cada una es equivalente a una neurona comunicada con millones a través de neurotransmisores que corresponden a los precios. Y el conocimiento no es de cada neurona en particular sino del conjunto.
De ese modo los órdenes deliberados más pequeños, como las empresas, no sólo no son contradictorios con los órdenes espontáneos, sino que forman parte de él como aquello que se va co-ordinando mediante los precios. La dificultad estaría en que una sola empresa aumentara su radio de acción hasta ser monopólica y anular a las demás, caso que Rothbard describe precisamente como análogo al socialismo; en ese caso la empresa no podría hacer cálculo económico, dejando de lado que ello sucedería sólo en situación de intervencionismo[9].

Pero la clave de la analogía es la siguiente: las unidades deliberadas son parte del orden espontáneo, y en ese sentido, son orden espontáneo, en la medida en que forman parte de la red neural espontánea que permite la tendencia a la coordinación de conocimiento.

Una familia es orden espontáneo en ese sentido. Las familias, en cierto sentido, corresponden a lo que Hayek llama “pequeña sociedad”, u organizaciones tribales (“tribales” en sentido de “deliberado”) que sólo mediante el aumento de la población y los lazos comerciales comienzan a formar parte de un orden comercial más extenso. Pero no por ello no son orden espontáneo sino que lo son en el sentido anterior: análogamente a las empresas, las familias son el orden social espontáneo unidades que se conectan las unas con las otras formando un orden mayor. Pero además, en un sentido adicional:
-          Las familias aparecen como una sublimación de las pulsiones sexuales que permiten una reproducción de la especie con un rico intercambio genético. El tabú del incesto funciona como un poderoso incentivo inconsciente a buscar la pareja sexual fuera de padres y hermanos[10]. Las familias son en ese sentido “menos” deliberadas que la fundación de una empresa. Son un típico ejemplo de una tradición civilizatoria donde el individuo se encuentra, supliendo esa tradición lo que su razón tardaría mucho en “deliberar”. Las pulsiones sexuales originarias, sin embargo, siguen inconscientemente reclamando su lugar, como bien señala de vuelta Freud en El malestar en la cultura[11]; y por ello, aunque él no lo haya visto, las tradiciones religiosas son tan importantes en este ámbito: porque son necesarias para conectar, a modo de cartílagos y líquidos sinoviales, pulsiones fuertes y razones débiles que, a modo de huesos aislados, no podrían formar nada reconocible como humano.
-          Pero, además, las familias cumplen un rol adicional en el orden espontáneo: compensan la anonimia social hacia la cual evolucionan los órdenes espontáneos. En efecto, el término “anonimia” describe algo que fue explicado por Weber, Schutz y Hayek[12]. La extensión de los lazos comerciales genera algo que es bueno y civilizatorio: no se necesita un conocimiento personal y familiar para comerciar, en el sentido de que bajo el cumplimiento de las instituciones de contrato habituales, y bajo la expansión de la paz social de la cooperación social, vendemos y compramos habitualmente con desconocidos. Es una evolución de la civilización que el que me vende gasolina sea un total desconocido, yo otro para él y “a pesar de eso” todo es pacífico, tranquilo y bajo formas cordiales de saludo y respeto. Ello, en otros tiempos más guerreros y con autarquía social, hubiera sido inconcebible. Salir a comerciar “intramuros” era jugarse la vida. El “bajar los muros” y el aumento exponencial de los intercambios es una evolución civilizatoria que corresponde a la evolución del orden espontáneo. Pero el precio es que esa “anonimia” de las relaciones sociales produce en la persona una sensación de soledad cuyos efectos psicológicos ya fueron analizados por Fromm[13]. Corresponde además a lo que desde la escuela de Frankfurt se conoce como la “racionalización del mundo de la vida”[14], que para ellos es un devastador efecto del capitalismo industrial. Pues bien, no es así, precisamente porque una sociedad libre permite la expansión de las sociedades intermedias y el florecimiento de lazos familiares que son la contracara del necesario anonimato “familiar” de quien nos atiende en un gran banco o un gran supermercado. Alguno podrá decir que no, que no se ha dado así, pero ya veremos que ello es concomitante con la aparición de los welfare states.
Las familias son, además, por naturaleza (ya veremos por qué las itálicas) las primeras y fundamentales encargadas de la educación, de la transmisión de valores, de la protección de la alimentación, la salud y la vejez de sus miembros. Si bien para ello compran y venden productos que sólo se producen masivamente en una economía de mercado, las familias son núcleos sociales donde las relaciones íntimas, no precisamente anónimas, son el incentivo ideal para que dichos menesteres no pasen a ser sólo una labor de caridad. Las economías de mercado no funcionan con individuos aislados, sino por individuos que nacen, se educan, se alimentan y son cuidados –en todas las etapas de la vida- por familias, donde los lazos biológicos son humanizados en lo que Freud llamó lazos de hermandad[15].
¿No es habitualmente así? Ya veremos que no es precisamente por algo que afecte a la naturaleza misma de la estructura familiar.

2.      Familia y princiopio de subsidiariedad.
Las familias, por ende, son esenciales para entender el principio de subsidiariedad que es tan clásico en la Doctrina Social de la Iglesia: “…………Pues aun siendo verdad, y la historia lo demuestra claramente, que, por el cambio operado en las condiciones sociales, muchas cosas que en otros tiempos podían realizar incluso las asociaciones pequeñas, hoy son posibles sólo a las grandes corporaciones, sigue, no obstante, en pie y firme en la filosofía social aquel gravísimo principio inamovible e inmutable: como no se puede quitar a los individuos y dar a la comunidad lo que ellos pueden realizar con su propio esfuerzo e industria, así tampoco es justo, constituyendo un grave perjuicio y perturbación del recto orden, quitar a las comunidades menores e inferiores lo que ellas pueden hacer y proporcionar y dárselo a una sociedad mayor y más elevada, ya que toda acción de la sociedad, por su propia fuerza y naturaleza, debe prestar ayuda a los miembros del cuerpo social, pero no destruirlos y absorberlos…”[16]. Pero no por haber sido expresado en la Doctrina Social de la Iglesia no es un principio de organización general que no deba aplicarse a todo orden deliberado: el episcopado no debe hacer lo que puede hacer el sacerdote; el rector no debe hacer lo que pueden hacer los decanos, estos no deben hacer lo que pueden hacer los profesores, y así. Ya en otra oportunidad, he explicado que ese “no puede” tiene que ver con la naturaleza misma de las sub-estructuras sociales en cuestión[17], y que además el principio es esencialmente negativo. No es que los gobiernos deben hacer lo que los privados no pueden, sino que NO debe hacer lo que los privados por naturaleza pueden hacer, y el detalle no es menor.
Hayek ha incorporado la subsidiariedad a su propio tratamiento de los bienes públicos y de la organización constitucional[18], en términos anglosajones. El gobierno federal no debe hacer lo que “pueden” (deben) hacer los estados, estos no pueden hacer lo que pueden hacer los municipios y estos no deben hacer lo que pueden hacer las familias y todas las iniciativas privadas fruto de la libre asociación.
Por lo tanto, las tareas de educación, salud, seguridad social, etc., son en principio propiamente familiares. En una economía de mercado, con lo que Mises llama una economía progresiva[19], las familias tienen los recursos –por el aumento de la capitalización- para comprar y vender todo tipo de productos, servicios y seguros sociales relacionados con todo ello, y tienen como dijimos los incentivos para hacerlo por la sublimación de los lazos biológicos en lazos fraternales.

Algún lector puede pedir una fundamentación adicional de la expresión “tienen los recursos”. Y la hay, por la Escuela del Public Choice, de J. Buchanan[20], de la cual Hayek también es en cierta medida partícipe.

Una de las claves del Public Choice es haber explicado al gobierno como un oferente de bienes públicos, cuya demanda serían los votantes. Ello no tiene nada de incompatible con el mercado libre ni con el principio de subsidiariedad mientras el gobierno federal tenga la obligación constitucional de no interferir con los gobiernos estaduales ni municipales.

Pero la irrupción de los welfare states y los estados providencia (norteamericano y europeo respectivamente) ha hecho un mundo al revés que sin embargo los ciudadanos toman como presupuesto cultural.

Toda decisión colectiva tiene un incentivo al gasto si el decisor no tiene límites en su decisión. Si soy el dictador de una ciudad y decido hacer un puente, puedo hacer un puente fastuoso y faraónico tanto como yo mismo quiera aumentar los impuestos, la inflación y la deuda pública.

Si, en cambio, el decisor es uno más entre varios propietarios, con un poder delegado para administrar ciertos bienes públicos, y rige una regla de acuerdo de unanimidad del 100% para cada decisión, es posible que nada se gaste, pero que nada se haga. Cómo se superaría esta última aporía, lo veremos después.

El asunto es que con el aumento de las atribuciones de los gobiernos federales, fruto de una ideología socialista que ha convencido a los ciudadanos y a las familias que ellos no son nada más que beneficiarios de un estado redistribuidos de la riqueza, el panorama es más bien el primero. Ciudadanos y familias derivan coactivamente sus recursos a gobiernos que aumentan más los impuestos, inflación y deuda pública; todo ello produce un empobrecimiento general que implica que se demande más la acción del gobierno, y así sucesivamente. Ello no es sólo el camino hacia el subdesarrollo o a la crisis financiera global, sino que es el camino para que las familias vayan perdiendo los incentivos para ocuparse de sí mismas: educación, salud, seguridad social, etc., será recibido desde el gobierno y por el gobierno. Los recursos que antes tenían en sus propios sistemas de capitalización, ahora son derivados coactivamente a un gobierno con un incentivo ilimitado al gasto, al crecimiento de su radio de acción y al problema de la imposibilidad de cálculo económico precisamente en las áreas del estado bienestar.

Los recursos, por ende, siempre están en los privados y en las familias. El estatismo lo que hace es derivarlos coactivamente a un gobierno para que este los reconvierta en bienes y servicios ineficientes, que los privados podrían haber obtenido por sí mismos de modo más barato y de mejor calidad, en lo que Buchanan llama una profit seeking society[21].

3.      Los hábitos sociales estatistas y la destrucción de la familia.
Pero el problema no pasa por un mero tema de administración más eficiente versus una que no lo es. El problema pasa por los hábitos culturales que ello genera, y eso, en dos etapas.
3.1. Los llamados derechos de 2da generación (derecho a la salud, a la vivienda, a la seguridad social, educación, etc.) han generado la mentalidad de que las familias se consideran con derecho a recibir todo ello sin intervención de su propio trabajo. Ello implica que las familias comienzan a delegar en gobiernos lo que sí pueden hacer por sí mismas desde su propio margen de acción. Ello, a su vez, implica que las familias sacrifican sin casi darse cuenta las libertades individuales de los individuos que las componen. Toda persona es sujeto de los derechos de libertad de enseñanza, de asociación, de religión. La salud, la educación y la seguridad social que cada individuo y cada familia reciben deben ser derivados de esos derechos para no violar su justa autonomía, y ello se logra cuando ejerciendo esos derechos, en una economía de mercado, las familias optan por las empresas de servicios que sean acordes con su libertad de conciencia.
Es éticamente incompatible con las libertades individuales, por ende, que haya “una” educación, una salud, una seguridad social que, cuasi monopólicamente, las familias deban recibir del gobierno. Ya vimos que es ineficiente, pero además es contraria a una ética de la libertad individual. No hay “una” educación, o salud, etc. Hay tantas como comunidades intermedias, religiosas y familiares diversas haya, conviviendo todas pacíficamente en un libre intercambio de proyectos de vida y de servicios, conforme a sus libertares individuales. Eso es realmente la sociedad pluralista que muchos proclaman pero luego violan con su adhesión al welfare state.
3.2.Pero la segunda fase es peor, y ya se ha producido. Las comunidades religiosas, en general, han “comprado” el proyecto del estado providencia pensando en que así se cumplía con la solidaridad. Han cometido con ello varios errores. Uno, filosófico (la solidaridad es voluntaria o no es solidaridad), dos, económico (todo ello deriva en una ineficiencia que en determinado momento se paga, y las crisis actuales de los estados de bienestar indican que ese momento ha llegado); tres, ético y político: han renunciado a unas libertades individuales de las cuales en general siempre desconfiaron al enfrentarse las más de las veces a un liberalismo político que en el fondo odiaban con toda su alma.
Al principio (fase uno) no se daban cuenta, mientras que los contenidos específicos de los servicios educativos y de salud no iban en contra de sus principios. Es más, en muchas naciones, no en todas, muchos de estos grupos tenían como esquema ideal que ellos mismos llegaran a los ministerios y secretarías estatales que se ocupaban de todo ello.
Pero entonces, sin darse cuenta, no sólo dejaron el campo abierto, sino que fueron parte de la creación de las estructuras coactivas gubernamentales a través de las cuales se puede violar en cualquier momento la libertad religiosa y los valores familiares más preciados.
Con la llegada de una nueva oleada de “laicismo racionalista”, al lado del cual el del s. XIX parece un juego de niños, eso es exactamente lo que está sucediendo. Las ideologías del género, el feminismo radical, el matrimonio homosexual, la “salud reproductiva”, no son sólo ideas que se debaten o que a lo sumo se practican en instituciones privadas: son ahora imposiciones por parte de los gobiernos, y los estados providencia y los welfare states son el camino para su imposición obligatoria. Esto es: los gobiernos no están para sustituir a las familias y a sus funciones, que, como dijimos, se desarrollaban como parte del orden espontáneo. Pero lo hicieron.

Casi no hubo problema cuando el matrimonio estatal era heterosexual y-o indisoluble; cuando los contenidos educativos pasaban por leer, escribir y el proyecto enciclopedista francés, o cuando la medicina legal dependía de honorabilísimos y muy científicos médicos. No había problema no porque no lo hubiera, sino que no se advertía que lo hubiera.

Pero cuando los dictadorzuelos comenzaron a utilizar todo ello como adoctrinamiento autoritario, cuando los “derechos de salud reproductiva” comenzaron a imponerse coactivamente en toda institución privada; cuando el aborto se declara obligatorio para el médico so pena de perder su licencia; cuando los contenidos educativos casi corruptores de menores son impuestos obligatoriamente en las llamadas escuelas privadas; cuando bajo la acusación de discriminación una institución privada debe contratar a cualquiera para que imparta catequesis, y cuando el famoso matrimonio igualitario se convierte ahora en el matrimonio civil, entonces las comunidades religiosas, las familias y los partidarios de los valores familiares advierten las libertades que perdieron.

4.      ¿Hay alguna solución?
Sí, tenemos dos hipótesis de solución para ofrecer.
4.1.Por parte de las familias, comunidades religiosas y defensores de los valores familiares.
a)      Exijan que el estado abandone su intromisión en el tema matrimonial. Si no hay matrimonio civil, no habrá tampoco matrimonio civil homosexual. Las religiones casarán según sus propias tradiciones y las demás formas de convivencia serán contratos libres y voluntarios que se regirán por el derecho a la ausencia de coacción en acciones privadas que no atenten contra derechos de terceros. Si el problema está en los seguros sociales que los matrimonios reciben por parte del estado, ya hemos dicho que dichos seguros sociales obligatorios son contrarios a las libertades individuales a través de las cuales las familias tienen su vida propia. Ya pasaremos luego, consiguientemente, al desarmado del welfare state.
b)      Sean las primeras y los primeros en pedir y difundir para todos las libertades individuales clásicas del liberalismo clásico. Urge por ende seguir profundizando la ausencia de contradicción entre la tradición judeo-cristiana y el liberalismo clásico. De ese modo,
b.1. La libertad de enseñanza no consiste en que los gobiernos subsidien a las instituciones privadas, sino en la libertad de planes y programas de estudio con respecto al sector estatal, si lo hubiere. De ese modo, el debate de si tiene que haber educación sexual “en los colegios” y-o con qué contenidos está mal planteado. El asunto es que las instituciones privadas, religiosas o no, en esa materia y en otras, tienen derecho a tener sus propios programas de estudio, porque en eso consiste la libertad de enseñanza.
b.2. De igual modo debe suceder con los seguros estatales en materia de salud, si los hubiere: no deben ser otorgados obligatoriamente por el gobierno federal, o de lo contrario este último impondrá allí los contenidos que quieran a las instituciones privadas. En esa materia, urge respetar, además:
1. El derecho a la objeción de conciencia, aunque ya no será necesario si se respeta el punto anterior;
2. El derecho al rechazo informado en temas médicos, que resolverá la mayor parte de casos de eutanasia.

c)      Traten de ver que los llamados derechos sociales, cuyo prestador es el estado, es el camino a su disolución como familia. Las familias deben retomar su misión de ser las primeras en ocuparse de salud, educación y seguridad social para sus miembros (luego hablaremos del principio de subsidiariedad, nuevamente). Ello les permitirá, además, bregar por reformas migratorias donde todos tengan libre entrada a un sistema de mercado libre y libertad de trabajo, sin ser una carga a los sistemas estatales de seguridad social[22].

4.2.Hayek y Buchanan ya han elaborado propuestas de reforma institucional para quebrar el welfare state a nivel federal.
No se trata de la dialéctica entre los partidarios de Rawls[23], que están de acuerdo con un estado federal de redistribución de ingresos, y la teoría del estado de Nozick[24], que propone un estado mínimo donde toda redistribución sería inmoral. Hayek[25], preocupado siempre por el aumento de atribuciones del estado federal, propone que sean los municipios, no los estados ni el gobierno federal, quienes puedan distribuir ciertos bienes públicos (de modo subsidiario), “siempre que” (y estos límites son cruciales):
a)      No se lo haga de modo monopólico;
b)      Los recursos dependan de la aprobación de las legislaturas municipales;
c)      No sean financiados por impuestos progresivos a la renta;
d)     Tampoco por medio de la emisión monopólica de moneda.
Estas medidas –que los gastos en salud, seguridad social y educación sean municipales, y a la vez a + b + c + d- deberían ser elevadas a nivel de reglas constitucionales, para cambiar la cual –propone Buchanan[26]- nos deberíamos acercar a la regla de la unanimidad, si no el 100%, al menos las dos terceras partes. Con ello, hemos logrado una aplicación constitucional-administrativa del principio de subsidiariedad. El gobierno federal no debe hacer por ende lo que los gobiernos municipales pueden hacer en materia de salud, educación y seguridad social, y los municipios a su vez no deben atentar contra la autonomía de las familias basadas en las libertades individuales de los ciudadanos. Al ser elevadas esas normas a nivel constitucional, cualquier violación de esas normas es anti-constitucional. Todo esto significaría eliminar el welfare state, devolver a las familias sus libertades y sus autonomías, sin incurrir en la dialéctica entre un estado omnipresente o un estado ausente.


5.      Conclusiones:
1.      Las familias son parte de los órdenes espontáneos que han evolucionado hacia una sociedad libre. Ellas, de modo análogo a las empresas, pero no igual, son los elementos que se conectan a través de los sistemas de intercambio.
2.      Las familias han evolucionado como un modo de sublimar y socializar las pulsiones sexuales originarias, formando parte de tradiciones que suplen lo que la sola razón no puede discernir.
3.      Las familias tienen la importantísima función de compensar la anonimia de las relaciones sociales en las sociedades comerciales extendidas.
4.      El respeto a la institución familiar y el respecto al principio de subsidiariedad van de la mano.
5.      Las familias son el lugar propio, en una economía de mercado con respeto a las libertades individuales, de la salud, educación y seguridad social de sus miembros.
6.      La irrupción de las ideas socialistas y de los welfar states han producido la creencia contraria, que se la toma ya como presupuesto cultural.
7.      Ello ha sido incentivado enormemente con la aceptación casi universal de los derechos de 2da generación, que han llevado a las familias al abandono de sus propias funciones.
8.      Las comunidades religiosas y los defensores de los valores familiares han comprado en general el proyecto de un estado “bueno” que los proveería respetando sus creencias.
9.      Ello no sólo no se ha producido sino que los estados providencia son el medio por antonomasia donde se debilita la institución familiar y se la hace ser partícipe coactiva de valores totalmente contrarios a su propia naturaleza.
10.  Podría haber una solución en la medida que:
a)      Familias, comunidades religiosas y propulsores de valores religiosos dejen de pedirle todo al estado y re-asuman el control de su propia existencia, para lo cual deben conciliarse ideológicamente con las libertades individuales del liberalismo clásico,
b)      y ello debe ser acompañado necesariamente de las propuestas de reforma institucional de Hayek y Buchanan, donde se quiebra la estructura del welfare state y se vuelve a un auténtico principio de subsidiariedad.




[1]  Hayek, F. A. von:  Derecho, Legislación y Libertad (1973,76,76), Unión Editorial, Madrid, Libros I, II, III, 1978, 79, 82; Los fundamentos de la Libertad, Unión Editorial, Madrid, 1975.
[2] Mises, L. von:  “……….El descubrimiento de leyes inmutables que regulan la secuencia e interdependencia de los fenómenos de mercado desbordó el sistema tradicional del saber. Alumbró conocimientos que no eran lógica, ni matemática, ni tampoco psicología, física o biología”. La Acción Humana, Sopec, 1968. Introducción, 1.
[3] Hayek, F. A. von: The Theory of Complex Phenomena, en Studies in Philosophy, Politics, and Economics, University of Chicago Press, 1967
[4] Hayek, F. A. von: The Use of Knowledge in Society, en Individualism and Economic Order, University of Chicaco Press, 1948, Midway Reprint 1980
[5] Coase, R.H.: The nature of the Firm, en The Firm, The Market and The Law, Chicago University Press, 1988.
[6] Hayek, F. A. von: The Use of Knowledge in Society, en Individualism…. Op.cit.
[7] Ver al respecto Mathews, Lewin, Phelan, Foss, Klein, Rodestein, en http://www.eseade.edu.ar/riim/libertas/libertas-no-39-octubre-2003.html
[8] Ver Kirzner, I.: The Meaning of Market Process, Routladge, 1982, y  The Driving Force of The Market, Routledge, 2000.
[9] Rothbard, M.N.: Man, Economy and State, Nash Publishing, 1970, cap. 10.
[10] Freud, S.:  Totem y tabú; El tabú del incesto; El malestar en la cultura; Psicología de las masas y análisis del yo; todos en Obras Completas, El Ateneo, 2008.
[11] Op.cit.
[12] Hayek, op.cit., y Schutz, A.: The Phenomenology of the Social Word, Northwestern University Press, 1967; Las estructuras del mundo de la vida (junto con Luckmann), Amorrortu, Buenos Aires, 2003; Estudios sobre Teoría Social II, Amorrortu, Buenos Aires, 2003, y  On Phenomenology and Social Relations, University of Chicago Press, 1970
[13] Fromm, E.:  El miedo a la Libertad, Paidós, 1957.
[14] Ver al respecto Habermas, Teoría de la acción comunicativa, I, II, Tecnos, 1984.
[15] En Psicología de las masas y análisis del yo, en op.cit.
[17] Zanotti, G.: Economía de mercado y Doctrina Social de la Iglesia, Editorial de Belgrano, 1985, cap. 2.
[18] Derecho, Legislación y Libertad, op.cit., libro III.
[19] Mises, La Acción Humana, op,cit., caps. XIV y XV.
[20] Buchanan, J.: El Cálculo del Consenso, Espasa-Calpe, 1980, p. 116 y 138.
[21] Buchanan, J.: Rent seeking and profit seeking, en The Logical Foundations of Constitutional Liberty, en The Collected Works of James M. Buchanan, Liberty Fund, 1999, p. 103.
[22] Nos hemos referido ya a estos temas en Zanotti, G.: Igualdad, Libertad, Intimidad, Ediciones Cooperativas/Instituto Acton Argentina, 2010, y Ley Natural, Cristianismo y Razón Pública, en Ediciones Cooperativas / Instituto Acton Argentina, 2012.
[23] Rawls, J.: A Theory of Justice, Harvard University Press, 1971.
[24] Nozick, R.: Anarchy, State, and Utopia, Basic Books, 1974.
[25] Hayek, F. A. von: Nuevos Estudios, Eudeba, Buenos Aires, 1981
[26] Buchanan, op.cit.