Hace más o menos unos 40 años, Lucy atiende su almacén y despensa en el barrio Villa Real, lindante con Villa Devoto. Es de esos lugares que casi no quedan. Al entrar, uno se da cuenta de que la vieja mesada donde atiende está en lo que fuera una especie de liiving-comedor de una casa antigua. Atrás se pueden ver algunas habitaciones. Allí Lucy vive, también, hace mucho tiempo. Se pueden ver hacia atrás las fotos antiguas de padres y parientes, en un blanco y negro amarronado como la edad de Lucy. Atiende ella sola, sin empleados, hace años y años. Tiene abierto siempre: sábados, domingos, feriados, allí está la despensa de Lucy, con los mejores fiambres, embutidos y demás yerbas. Aún está la vieja máquina de cortar fiambre, aún subsisten los papeles donde envuelve sus excelentes quesos, mientras conversa con sus clientes, también amigos y vecinos, sobre el tiempo, la inflación, y diversas noticias barriales. Llueva, truene, haya sol o la penumbra del atardecer, allí está Lucy y su despensa. Jamás viajó. Jamás salió. Su pasado más pasado es un precioso secreto que sólo circula en un espontáneo senado barrial.
Pero hace más de una semana sus persianas aparecieron cerradas. Salió el sol, salieron los vecinos, salieron las madres a sus jardines de infantes, abrió la verdulería de la esquina, abrió el remisero, abrió el video de enfrente, pero Lucy, no. Lucy no atiende más. Callaron sus quesos, sus fiambres y sus aceitunas, y la máquina de cortar fiambres está inmóvil en la oscuridad.
Hace una semana, la AFIP clausuró su negocio. Y Lucy yace ahora en la cama de un hospital, con pronóstico reservado.
FELICITACIONES a los abanderados de los trabajadores y los humildes. Han logrado otra victoria.