Siguiendo con el tema del “tomismo del s. XXI”, reproducimos esta semana la crítica que en su momento hicimos al libro de filosofía del lenguaje de Nubiola y Conesa, antes de que aparecieran en nuestro medio los estudios de filosofía del lenguaje de Francisco Leocata, que ya reseñamos en este blog. Si se lee con atención, se verá que la preocupación es casi la misma que teníamos cuando reseñamos el libro de Artigas, incluso se reitera el problema del “olvido de Husserl”, problema que se supera con la obra de Leocata. Lo curioso de este caso es que al menos uno de estos autores, estoy seguro, negará enfáticamente que él sea “tomista”. Supongo que es un síntoma de todo lo que venimos hablando, o una cuestión de definiciones, pero para colmo a mi amigo Jaime tampoco le gustan las definiciones, así que espero su comentario o su sonrisa pícara del otro lado del océcano.
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Crítica al libro “Filosofía del lenguaje”, de Nubiola-Conesa, Herder, Barcelona, 1999, en Studium (2001), Tomo IV, Fasc. VII, pp. 121-124.
No es habitual que un aficionado a la filosofía del lenguaje haga una crítica académica sobre un tema que no es de su especialidad. En efecto –para cumplir con la autopresentación de sí mismo correspondiente a las condiciones dialógicas habermasianas- me dedico habitualmente a filosofía de las ciencias y, desde allí, ciertos temas afines como la lógica, la hermenéutica de la base empírica y el tema del significado como criterio de demarcación (debate Carnap-Popper) me han llevado necesariamente a temas de filosofía del lenguaje, un mundo inconmensurable e importantísimo que, precisamente por elllo, requiere, en cierto modo, toda una especialidad.
Sin embargo, este libro, que ahora comento, tiene algunas peculiaridades que me han permitido saltar el delicado territorio de la especialización –salto que a veces es necesario dar-.
Lo que habitualmente conocemos como “tomismo” (y qué es eso es una pregunta que, por ahora, permítaseme dejar sin respuesta) no se ha ocupado de filosofía del lenguaje. Hay, por supuesto, una filosofía del lenguaje de la cual muchos tomistas se ocupan: qué dijo Tomás sobre los nombres divinos, sobre la analogía, sobre su denso y rico lenguaje para expresar sus no menos densos razonamientos metafísicos; los debates intra-escuela sobre la predicación del acto de ser, etc. Pero lo que no hay es un diálogo con lo que habitualmente se entiende como filosofía del lenguaje, esto es, la contemporánea. Por supuesto, quien parta del respetable punto de partida de que ese diálogo no vale en absoluto la pena puede cesar aquí la lectura de esta reseña y no perder más su tiempo.
Si ha seguido leyendo, vuelvo a decir que, en muchas universidades de orientación cristiano-católica, nuestros alumnos no se forman en absoluto en los intrincados y difíciles temas de filosofía del lenguaje. Sí, ven a algunos autores en historia de la filosofía contemporánea, pero como un mundo aparte, cuya conexión con “la verdad” (Tomás de Aquino) corre por cuenta del aventurado que intente efectuarla.
Hay, por supuesto, todo un mundo “tomista” que se ha ocupado de filosofía del lenguaje, esto es, filosofía del lenguaje actual. Pasando por el tomismo analítico[1], siguiendo por la lógica de Bochenski[2] y llegando a los nunca del todo valorados esfuerzos de Llano[3] y “el Nubiola del 84”[4] hay todo un mundo de intento de diálogo y síntesis superadoras hechas desde el mismo corazón de personas de formación “tomista” (sigo colocando esa misteriosa palabra entre comillas). Pero ese mundo tampoco parece llegar a nuestros alumnos.
Hay, por lo demás, infinidad de ejemplos de manuales de filosofía del lenguaje muy bien hechos. Nosotros podríamos citar unos pocos. Pero, nuevamente, son “otro mundo”.
Nubiola y Conesa han logrado cruzar el puente entre esos dos mundos. No estamos en presencia de un simple manual hecho desde cierta perspectiva actual, sin diálogo con Tomás, ni tampoco en presencia de otro manual que explique otra vez la especie sensible expresa, impresa y súper-expresa, el signo formal y la cogitativa. No. Estamos en algo que cumple lo que se espera de un buen manual –introducir al principiante- pero desde una síntesis personal que los autores han hecho entre lo que conjeturamos es lo mejor de Sto. Tomás con los planteos más interesantes de la filosofía del lenguaje actual. Lo que quiero decir es: los autores no escriben con la intención de presentar una síntesis nueva y revolucionaria. Simplemente, ya la tienen, ya la viven, y desde ella escriben con toda humildad lo que parece ser un texto elemental pero no lo es.
Así, nos encontramos con los temas que cualquiera esperaría en un texto como este –una semiótica, con sus aspectos semánticos y pragmáticos histórica y temáticamente presentados- pero, si no nos damos cuenta, pasamos por alto cuestiones importantísimas. Cuestiones tales como una teoría del signo donde Peirce y la noción tradicional del signo formal y la intencionalidad conviven perfectamente, con un Wittgenstein abierto a la metafísica desde su propia teoría de los juegos del lenguaje, con una teoría de la verdad donde la “adecuatio” es separada límpidamente de todo tipo de representacionismo objetivista; con toda una pragmática donde el tema del contexto lleva a una hermenéutica donde autores tan complejos como Heidegger, Gadamer y Ricoeur son rodeados de un realismo que desde el principio del texto había sido el secreto puente de unión entre la tríada inseparable de pensamiento, lenguaje y mundo. Y, como si esto fuera poco, el libro concluye con una teoría del lenguaje religioso que es importantísima para la formación de cualquier seminarista que quiera entender al mismo tiempo el realismo filosófico y el contexto filosófico del mundo en que vive, viendo que de esa armonía surge una mayor, y no menor, interpretación –valga la redundancia- del fenómeno del lenguaje.
Textos como este son muy escasos en ambientes filosófico-cristianos. La renovación de nuestros textos básicos de formación no es una tarea fácil ni exenta, obviamente, de riesgos. Pero no podemos seguir en esta dialéctica aparentemente sin solución: o nuestros alumnos conocen sólo a Sto. Tomás (bueno, ojalá lo conocieran realmente a él muchos que se jactan de conocerlo) o lo enterramos a 200 metros bajo la tierra como símbolo de nuestra apertura al mundo actual. No: la apertura al mundo actual debe darse desde una sólida formación en los textos de Sto. Tomás, junto con una actitud, una pre-comprensión, podríamos decir, de empatía a los autores contemporáneos, superando el pre-concepto negativo, en términos gadamerianos, de que todos ellos padecían de una grave oligofrenia porque no hablaban del actus essendi ni de la quidditas rei materialis.
Por supuesto, lo dicho no implica a) que la síntesis propuesta por los autores esté libre de crítica, b) que lo hayan hecho todo. Obvio, pero hay obviedades que parecen no ser tales. Los autores odiarían estar libres de crítica; están formados en una tradición peirciana donde la mutua crítica de la comunidad científica es la mejor caridad mutua, y han preferido el riesgo de transitar caminos hasta ahora inexplorados que quedarse amarrados a ese puerto “seguro” donde el temor al error predomina al amor a la verdad.
Ahora bien: hay algo que en mi opinión “falte”? Esa pregunta supone si hay algún autor contemporáneo que en nuestra opinión sea relevante para la teoría de la verdad y el significado, tan relevante que hubiera merecido ser puesto a la altura de Peirce, Wittgentein, Gadamer, etc. Sí: es Husserl. No el Husserl espereotipado supuestamente idealista de la reducción eidética de Ideas I. Hablamos del Husserl del acercamiento asintótico a los aspectos de la esencia; al Husserl de la empatía, la intersubjetividad, el mundo vital[5]. Si se quiere una pragmática y una hermenéutica realista, esos elementos no pueden faltar.
Pero no criticamos a los autores por este “olvido de Husserl”. Nadie puede hacerlo todo. Es obvio, por otra parte, que al menos uno de los autores proviene de una tradición donde Husserl parece muy asociado a un justificacionismo cartesiano que poca justicia hace a una intersubjetividad linguística, esencial para la teoría del significado. Pero estas cosas se irán aclarando con el tiempo.
Tiempo: esa es la clave. No sé bien, aún, qué es el tomismo del siglo XX, pero tiene el indudable mérito de haber rescatado y explicado al Tomás del actus essendi. Pero tenemos todo el siglo XXI para construir al tomismo del siglo XXI. En ese sentido es providencial, tiene forma de anuncio, que esta síntesis, presentada bajo la forma de un humilde manual, haya aparecido en 1999, junto con el programático cap. VII de la “Fides et ratio”. Siguiendo una analogía de Putnam que le gusta citar a Nubiola[6], estamos todos en alta mar, en medio de maderos, contruyendo pequeños o grandes barcos y hablándonos los unos a los otros. Si el tomismo del siglo XXI quiere carta de ciudadanía en esa aventura, no se presentará como un destructor cargando sus cañones contra los herejes, sino como un rostro amigo que tiene un hermoso casco, una hermosa base, desde la cual dialogar, ayudar y dejarse ayudar. Suponer lo contrario es suponer que el legado filosófico de Tomás es lo mismo que la visión beatífica.
[1] Ver al respecto Nubiola, J.: “Neopositivismo y filosofía analítica: balance de un siglo”, para Acta Philosophica, Octubre 1999; Kenny, A.: (Editor): Aquinas: A Collection of Critical Essays; MacMillam, 1969.
[2] Bochenski, I.M.: Historia de la lógica formal; Gredos, Madrid, 1976. En la misma línea, ver Moreno, A.: Qué es la lógica matemática; Columba, Buenos Aires, 1967.
[3] Llano, A.: Metafísica y lenguaje; Eunsa, Pamplona, 1984.
[4] Nubiola, J.: El compromiso esencialista de la lógica modal; Eunsa, Pamplona, 1984.
[5] Ver al respecto las siguientes obras Husserl: Ideas II, Kluger Academic Publishers, 1989; The Crisis of the European Sciences; Northwesten University Press, 1970; Problemas fundamentales de la fenomenología; Alianza, Madrid, 1994.
[6] Nubiola, J.: La renovación pragmatista de la filosofía analítica; Eunsa, Pamplona, 1994.