domingo, 25 de octubre de 2020

RAZONES PARA VOTAR POR TRUMP

 Sí, lo lamento……. Lo lamento por los liberales que piensan lo contrario y no lo lamento por mi supuesto prestigio que puede ser tirado por la borda en este momento. Lo único que lamentaría alguna vez es no haber dicho lo que mi conciencia dictaba en circunstancias difíciles.

¿Tengo que aclarar de vuelta lo obvio? Parece que sí. Trump no es precisamente mi ideal. ¿Qué NO es liberal clásico? Claro que no lo es. Si la elección fuera entre Ron Paul y él, claro que la elección adecuada sería Ron Paul. Pero no vivimos en ese mundo. Estamos viviendo en una circunstancia histórica terrible cuya gravedad resulta difícil de entender para muchos liberales que leen estas líneas.

Hace ya muchos años que los EEUU han comenzado una terrible declinación de sus ideales fundacionales originarios. Y no, no me refiero a los eternos debates entre federalistas y anti-federalistas. Me refiero a que, con todas sus imperfecciones, como todo lo histórico, documentos tales como la Constitución de 1787, el Bill of Rights de 1789 y la Declaración de Independencia de 1776 eran liberales clásicos. Esos son los ideales fundacionales a los que me refiero.

Y bien, por supuesto que a medida que pasó el tiempo, los EEUU comenzaron a desviarse de esos ideales PERO se podría marcar un punto de inflexión, al menos en la dualidad entre demócratas y republicanos. Se podría decir que, desde los Kennedy hasta Al Gore, el debate era Rawls versus Nozick. O sea, políticas redistributivas más activas versus políticas de restricción de gasto. J. Rawls, a quienes muchos libertarios odian, consideraba a esos documentos fundacionales como los “constitutional essentials” que debían ser respetados por todos. Hoy en día yo lo votaría a J. Rawls versus Trump sin ningún problema.

Mucho tiempo antes de los Kennedy, dos ideas occidentales, dos patologías de Occidente (al decir del olvidado García Venturini) comenzaron a expandirse en todo Occidente y particularmente en los EEUU. Me refiero a esa combinación incoherente pero efectiva entre neo-marxismo y post-modernismo.

El neo-marxismo es una mutación del marxismo. Tuvo dos etapas. La primera, esencialmente económica, con la teoría de la Dependencia de la Cepal, aceptada lamentablemente por los católicos que siguieron a la Teología de la Liberación de G. Gutiérrez (1968). La segunda, más destructiva, es la que afirma que hay nuevos colectivos explotados, mientras que el nuevo explotador es todo el sistema hetero-patriarcal explotador. Los explotadores son los occidentales blancos y pro-mercado, mientras que los explotados son las mujeres, los afro-americans, los indígenas y los homo, lesbians y trans-sexuales.

Nunca será suficiente aclarar que este modo de pensar mina en su esencia al pacto político norteamericano originario. Ya no hay en ese caso un conjunto de personas (“all men…”) que son los sujetos de derechos frente al poder, sino colectivos explotados que coherentemente niegan al explotador su supuesta “Bill of Rights”. En ese caso ya no puede hablarse de una sociedad donde todos (homo o hetero, blancos o afro) los seres humanos tienen derechos, independientemente de su color y etc. (como concluyó perfectamente el liberal clásico Martin Luther King en su famoso discurso) sino de una sociedad en lucha de clases unos contra otros. Eso quiebra automáticamente la esencia misma de los EEUU.

A eso se une el post-modernismo según el cual nada hay bueno o verdadero en ninguna cultura. Por lo tanto ese Occidente en el cual emerge la idea de libertades individuales, nada tiene de moralmente superior. Por ende, combinada una cosa con la otra, el resultado es equivalente a una bomba atómica cultural para Occidente. Por un lado los ideales del liberalismo clásico son atacados por el neo-marxismo como un sistema heteropatriarcal explotador. Por el otro, cuando Occidente intenta defenderse, no puede porque no hay nada moralmente bueno, excepto, claro (he aquí la incoherencia efectiva) el marxismo.

Todo esto ha sido enseñado hasta el cansancio en los Colleges de EEUU desde tiempos anteriores a los 60 y no sólo ha sido transmitido a generaciones y generaciones de personas carentes de pensamiento crítico, sino que los que pensaban y piensan diferentes han sido perseguidos y atacados de infinitas y crueles maneras diferentes, como bien ha mostrado Axel Kaiser en su último libro[1], produciendo con ello una espiral del silencio en aquellos que secretamente saben que todo ello es peor que los tanques de Hitler. Porque al menos -aunque algún amigo me tuvo más de dos horas para que no lo diga- la única, la única ventaja que tenía Hitler es que parecía Hitler.

Los resultados de todo esto trascienden a las ya desastrosas políticas económicas propuestas por el ala izquierda del Partido Demócrata. Los norteamericanos han sido muy ingenuos al suponer que el Parido Comunista no crecía en los EEUU, de igual modo que los argentinos que creen que el comunismo no creció en Argentina “porque estaba el peronismo”. La pura verdad es que el ala izquierda del Partido Demócrata es hoy en los EEUU el Partido Comunista más eficiente en la Historia de la lucha por la libertad. Porque esos ideales marxistas y postmodernos, que no habían llegado a los Kennedy, ahora sí llegaron al Partido Demócrata, cada vez más, siendo Kamala Harris y Joe Biden sus representantes más paradigmáticos. Sobre todo Kamala Harris, la nueva presidente de los EEUU en caso de que el títere Biden gane las elecciones (argentinos, ¿les recuerda a alguien?).

El “programa de gobierno” de este singular Partido Comunista camuflado no podría ser más coherente con los ideales destruccionistas[2] más preciados del comunismo revolucionario.

1.       Destrucción de lo que queda de la libertad religiosa, de enseñanza y de expresión, con leyes federales que incrementen más los supuestos delitos de odio y discriminación de todo aquel que se atreva a actuar y pensar diferente de los que quiera el lobby LGBT y Z.

2.       Destrucción de lo que queda de libertad religiosa y etc.  por la imposición forzada a todos de políticas de salud reproductiva, aborto y educación sexual integral por parte del gobierno federal sin ninguna posibilidad de apelar a la libertad de conciencia.

3.       Destrucción de la economía por el financiamiento de políticas ambientalistas anti-mercado que pueden incluir las locuras propuestas por AOC a nivel federal. Los que no lo sepan, lean.

4.       Aliento, por parte del gobierno federal, a todos los ataques a la vida y a la propiedad (saqueos, etc.) por parte de grupos como Antifa y “only” Black Life Matter, presentados como angelitos “peaceful protesters”. Persecución judicial a los que ejerzan su legítima defensa.

5.       Eliminación de la Second Amendment. Porque los malos serían los ciudadanos que portan armas, y no los delincuentes y los gobiernos que portan armas.

6.       Destrucción de las restantes libertades individuales por la imposición a nivel federal de todos los confinamientos obligatorios dictatoriales, ejecutados con frialdad y crueldad por gobiernadores y alcades demócratas.

7.       Eliminación de toda libertad de expresión de los que piensan diferente, a partir de los fack-checkers, la acusación de fake news y el delito de “negacionista”. Utilización totalitaria del Covid-19. Monopolio de la comunicación social entre el Deep State en contubernio con Facebook y Google.

8.       Persecución judicial y asesinato a todo aquel que se atreva a denunciar los delitos del Deep State.

9.       Ampliación de la Suprema Corte y consiguiente destrucción del Poder Judicial Independiente por medio de la conversión del Poder Judicial en una extensión más del Partido Demócrata.

10.   Aumento, aún más, de la deuda externa, el deficit fiscal, la presión impositiva y la inflación, como modo de financiamiento de todas las políticas del gobierno federal. Mayor devaluación del dolar.

 

Les cuento que me he quedado corto. Muy corto.

Y otra buena noticia: en el mejor de los escenarios posibles, esto es, en caso de que gane Trump, la situación es que en ese caso el partido Republicano no será un partido más, sino una “resistencia” contra la toma del poder del Nuevo Partido Comunista y la destrucción total de los EEUU. La pregunta es: ¿por cuánto tiempo más?

¿Por cuánto tiempo más podrán seguir algunos resistiendo?

¿Cómo se podrá frenar el tsunami cultural que ha dado origen a todo esto y que va a seguir?

¿A dónde huir en caso de que suceda lo peor?

A ningún lugar.

La WWII fue espantosa, pero al menos el enemigo estaba claro y eran claras las esperanzas en caso de ser derrotado. Sin embargo, no se lo derrotó: impedir a Patton llegar hasta Moscú fue el peor error, el más trágico error del gobierno de los EEUU de entonces.

Pero lo que queríamos decir es que al menos Hitler parecía Hitler y su derrota fue una esperanza.

Ahora el enemigo está camuflado, las personas no lo ven y lo votan.

Que gane Trump, gente, es apenas ganar algo de tiempo.

Todo esto para que tengan conciencia de lo que se juega en esta nunca mejor dicha “elección”.



[1] Axel Kaiser, La neo-inquisición: persecución, censura y decadencia cultural en el s. XXI, Ediciones Mercurio, 2020.

[2] Sobre el destruccionismo, ver Mises, Socialismo, 1922. 

viernes, 16 de octubre de 2020

EL CISMA NO ES EL CAMINO


(Domingo, 18 de Octubre). 

Desde la negativa de Mons. Lefevbre al Vaticano II, nunca las aguas habían estado tan caldeadas de vuelta. Miles y miles de laicos, cientos y cientos de sacerdotes, obispos y cardenales, diciéndole de todo a Francisco, de mal modo, y en voz alta, por muchas cosas. Miles de católicos conservadores enfrentados a sus obispos pro-Francisco. Muchos escuchando las diatribas de Mons. Viganó, NO sólo contra Francisco, sino contra todo el Vaticano II, de vuelta (historia repetida) quien muestra a Francisco como la “consecuencia coherente” del Vat. II (grave error) Me llamó la atención, como símbolo (no como dato o número) el comentario de Mons. Schneider contra Fratelli tutti. Un rechazo total, completo, como nunca antes (creo) había generado una encíclica social. Los tiempos han cambiado. Juan Pablo II también tuvo encíclicas sociales muy de avanzada, pero se lo respetaba. ¿Qué ha hecho Francisco para ganarse tanta simpatía? Muchas cosas, obviamente, pero no es cuestión de reseñarlas porque eso iría en contra del objetivo de este artículo.

Está perfectamente bien que los que consideran que Francisco ha cometido graves errores sigan su conciencia y soporten este singular pontificado, como una prueba de Fe. Ese soportar implica confiar en el Espíritu Santo, hacer silencio muchas veces y expresar, sin causar escándalo, otras veces, nuestra visión, cuando el mal sería mayor de no hacerlo (y que Dios nos juzgue). Pero cuidado, hay una línea que nunca se debe cruzar: el cisma. Armar una Iglesia paralela, llevar el enfrentamiento a tal punto que Francisco no tenga más remedio que echarte de la Iglesia visible de una enorme patada (perdón que no traduzca ahora esta expresión a un Derecho Canónico más académico). Porque eso es el cisma, y eso nunca, nunca, ha solucionado nada en la Iglesia. A Rosmini, los asesores ultramontanos de Pío IX lograron CASI excomulgarlo, con mentiras espantosas. Se salvó sólo porque creo que Pío IX y León XIII se detuvieron cuando la injusticia podría haber llegado al colmo de la maldad. Pero la respuesta de Rosmini fue el silencio, la oración y la caridad. Y hoy Rosmini es beato e ilumina muchas conciencias (https://www.vatican.va/roman_curia/congregations/csaints/documents/rc_con_csaints_doc_20071118_beatif-rosmini_sp.html). Sí, 152 años después de su santa muerte. Esos son los tiempos de Dios. No los nuestros.

Francisco es el Papa. Nos guste o no. En materia de Dogma es infalible (1). Y no se preocupen porque el Dogma no le interesa. Así que calma. En todo lo demás, que lo disfrute. Que se divierta. Su tiempo, en comparación con el de Dios, es nulo. Mientras tanto, católicos, no dependamos tanto de Roma. Creo que, entre las cosas que Dios, como duro maestro, nos quiere mostrar, está esa. Que Francisco diga lo que quiera. Muchos, mientras tanto, en silencio, con calma (Dios me ayude) seguiremos nuestra conciencia, recurriremos, mientras podamos, a la Eucaristía y a la Penitencia (que son ex opere operato y no dependen de las disposiciones personales de obispos y sacerdotes), estudiaremos y meditaremos con Santo Tomás, con Juan Pablo II, con Benedicto XVI, con el Catecismo de la Iglesia de 1993, con el Catecismo de San Pío X por si algo no está claro, explicaremos la Fe NO “contra” alguien, y avanti. El tiempo de la Iglesia es el tiempo de Dios. 

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PD: en la foto, Antonio Rosmini. 

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(1) Sobre el tema del Magisterio ordinario en diversos temas y temas de Doctrina Social de la Iglesia, ver Sacheri, C. A.: El orden natural, Vórtice, 1975. 

domingo, 11 de octubre de 2020

ESTADOS, NACIONES, FRONTERAS E INMIGRACIÓN.

(Del 12 de febrero de 2017)


Cuando L. von Mises vio disolverse su amado Imperio Austro-Húngaro (sí, lo amaba, detalle interesante para los anarco-capitalistas) escribió una de sus más monumentales y menos leídas obras: Nation, State, and Economy. Allí sistematizó una de sus grandes ideas: la diferencia entre estado y nación, tema que aparecería de vuelta en Liberalismo y en Teoría e Historia. La nación es una unidad cultural unida por el lenguaje (adelantándose a Wittgenstein, describió perfectamente el papel performativo del lenguaje respecto a las formas de vida culturales). Un estado, en cambio, es una unidad administrativa, cuya función es ser el aparato social de coerción que para Mises estaba destinado a la protección de los derechos individuales que, a su vez, debían ser universales a las diversas culturas.

 Por lo tanto, él soñó no con una separación, sino con una unión, bajo un mismo estado federal, de las diversas naciones. Estas últimas no debían estar unidas ni por la educación, ni por el lenguaje, sino sólo por el respeto a las libertades individuales de todos, y a la libre entrada y salida, de capitales y de personas, entre las diversas naciones. Por eso para Mises la libertad educativa y de lenguaje eran tan importantes. En realidad Mises soñó con un mundo cuyas diversidades culturales no fueran impedimento para una unidad que pasara –nada más ni nada menos- por las libertades individuales y la libre entrada y salida de capitales y de personas.

 ¿Demasiado para la naturaleza humana? Puede ser. Hubo, sin embargo, acercamientos. Tal vez los “Estados unidos” fueron, al inicio, eso. Tal vez la Argentina de fines del s. XIX, donde todo el mundo, literalmente, entró, fue eso. Pero esas ocasiones históricas tienen mucho de casual. Coinciden con momentos donde hay cierto consenso cultural sobre “la llegada del otro”, donde el otro no es tan otro. Para cierto norteamericano promedio había otros, esto es, negros y latinos, y para ciertos argentinos promedios, a fines del s. XIX, los otros eran realmente los negros –que no había- y los indígenas –casi totalmente eliminados-. El europeo no era otro. Se parecía al criollo. Los españoles “volvieron” y los “tanos” eran simpáticos. Y listo. Y otras comunidades eran caucásicas. 

El problema, para la convivencia de las naciones, es el otro, el verdaderamente otro. El otro, el que tiene rasgos y color verdaderamente distintos, el que tiene costumbres e idioma verdaderamente distintos, es un problema para la naturaleza humana. O sea, luego del pecado original, el hombre es un problema para el hombre, porque todos somos otros en relación a otros. Todos somos extranjeros cuando nos toca serlo. 

¿Tuvo razón Hobbes, entonces? No sé. Tal vez hubo un momento “lockiano” en la historia. Tal vez EEUU fue eso: la única nación cuya unidad no pasaba por una raza, religión, sino por la adhesión a la Constitución Federal. Tal vez no fue así. Pero, ¿debe ser así?

 Sí, en cuanto ideal regulativo de la historia. La única unidad deseable es un sistema constitucional donde la igualdad sea la igualdad de derechos individuales por los cuales nuestra diversidad se manifiesta. A partir de allí, las diversidades se integran. El comercio, el libre contrato, implica que marcianos, italianos, venusinos, japoneses, puedan intercambiar sus bienes y servicios, y por ende, sus lenguas, culturas, usos y costumbres que se unen, no heroicamente, sino bajo el único incentivo que ha probado ser, para millones y millones de gentes con conocimiento disperso y prejuicios diversos, más fuerte que las guerras. La emergencia del liberalismo político y económico en la historia no fue el surgimiento del reino de los cielos, sino del único reino posible luego del pecado original. Lo demás tiene otros nombres: esclavitud, servidumbre, guerra, sumisión, crueldad. 

Claro que los economistas clásicos y los austríacos tienen razón cuando prueban que la libre movilidad de capitales y de personas aumenta la productividad conjunta y el nivel de vida para todos. Es la solución de la pobreza y del subdesarrollo. Pero lo difícil es el corazón humano que no quiere ver al otro, aunque el otro sea el famoso plomero en Domingo de Woody Allen. Si es el hijo del tano de la vuelta, todo bien. Si es negro y habla francés, mm…. 

¿Y qué pasa si hay guerras potenciales? ¿Qué pasa si sospechamos que “el otro” es terrorista? Para eso las visas, que son sistemas de fiscalización, pueden ser admisibles. Pero deben ser la excepción, no la regla. Pero no, parecen ser la regla. Entonces la guerra es la regla y la paz es la excepción. Entonces Hobbes es la regla y Locke la excepción. Entonces, ¿el liberalismo fue verdaderamente excepcional?

 Claro que Trump está equivocado en sus políticas proteccionistas. Pero repentinamente parece ser el único equivocado. Los fascistas, los comunistas, los intervencionistas, los socialdemócratas, o sea todos excepto nosotros, los pérfidos liberales, están todos de acuerdo con naciones cerradas, con aranceles, visas, pasaportes y todo tipo de control “al extranjero”. Ah si, pero ellos no son Trump. Trump es el nacionalista malo. Ellos son los nacionalistas buenos. Es así de fácil. 

Las naciones son en sí mismas buenas. Asi somos los humanos. Nos sentimos bien con unidades culturales lingüísticas (yo no). El problema está en las naciones cerradas, pero parece que no podemos desprendernos de ello. Sí, el EE.UU. originario, la Argentina del s. XIX, con todos sus desastres e imperfecciones, abrieron las fronteras, pero fue algo verdaderamente excepcional. La guerra parece ser lo normal. 

Pero si la guerra es lo normal, pongámonos del lado de la excepción. El liberalismo es un mandato moral. Es el contrapeso de la historia de la guerra. Es contraintuitivo. Es vivir con el otro. Ya no hay extranjero o de aquí, ya no hay documentado o indocumentado, ya no hay nacional o inmigrante, porque todos son uno en la igualdad ante la ley.

sábado, 10 de octubre de 2020

LA VOZ DE UN VALIENTE SACERDOTE SOBRE EL DOCUMENTO PERONISTA DE LA PASTORAL SOCIAL

¿UN PAÍS PARA TODOS?


Por Gustavo Irrazábal, para La Nación

8 de octubre de 2020  

 

 

El miércoles 30 de septiembre, la Pastoral Social de la Arquidiócesis de Buenos Aires presentó el documento Hacia una cultura del encuentro, un país para todos (2020). La apertura del evento estuvo a cargo del señor presidente Alberto Fernández. En su discurso, como era de esperar, exaltó su propia gestión (denostando la precedente) y destacó la solidaridad que su gobierno demostraba hacia los pobres, hacia los jubilados y hacia quienes atravesaban dificultades económicas a causa de la pandemia; expresó su convicción sobre la necesidad de promover el trabajo y la producción, y lamentó que haya quienes instalan temas ajenos a las "preocupaciones de la gente".

La pregunta que se impone es qué hace un presidente, quienquiera que sea, abriendo un acto de la Pastoral Social. Esta es un servicio que representa a toda la Iglesia local, y que debe situarse por encima de tal o cual compromiso partidario, ya que sus miembros pueden tener opciones políticas diversas. Es necesario cuidar la imagen de imparcialidad de la Iglesia, es decir, su no alineamiento con ninguna expresión político-partidaria. Pero el hecho referido suscita la razonable sospecha de la existencia de un sesgo ideológico inaceptable en una institución oficial de la Iglesia, además de condicionar la libertad de reflexión crítica y el legítimo pluralismo que debe prevalecer en ese ámbito. Es dable suponer que no se hubiera invitado a un presidente de otra filiación política (por ejemplo, al presidente anterior).

La decisión de los organizadores no parece prudente en un momento de tanta tensión política, y en el que muchos católicos tienen motivos no triviales para cuestionar éticamente, por ejemplo, lo que consideran un apoyo del primer mandatario a la impunidad de la corrupción (que hasta hace poco tiempo él mismo denunciaba públicamente), la posición condescendiente del actual gobierno hacia el régimen dictatorial de Maduro, la promoción del aborto, etc

Finalmente, la decisión de los organizadores no parece prudente en un momento de tanta tensión política, y en el que muchos católicos tienen motivos no triviales para cuestionar éticamente, por ejemplo, lo que consideran un apoyo del primer mandatario a la impunidad de la corrupción (que hasta hace poco tiempo él mismo denunciaba públicamente), la posición condescendiente del actual gobierno hacia el régimen dictatorial de Maduro, la promoción del aborto, etc.

El contenido del documento, por su parte, es coherente con el tono indisimulable del evento. El texto comienza con un llamado a deponer intereses egoístas, para hacer posible "un proyecto de país que sea para todos, en un clima de amistad social donde la unidad sea superior al conflicto", lo cual implica "una convocatoria abierta, múltiple y plural". Para ello se propone la creación de un espacio nuevo, un "consejo nacional pospandemia", para definir un plan de desarrollo con un horizonte a diez años. El espacio debe rescatar la experiencia nacional en materia de "planificación del desarrollo", orientado a la creación de riqueza y la "distribución progresiva del ingreso", la reindustrialización, la superación del "neoliberalismo", la "progresividad tributaria", "un crecimiento que combine economía popular, desarrollo del mercado interno y capacidad exportadora configurando un modelo tridimensional". Las principales líneas de este proyecto deberían plasmarse en un gran pacto social de "orientación productivista".

El proyecto que propone el documento (estatista, distributivista y corporativista) no es nuevo. Tiene setenta y cinco años de antigüedad. Se llama peronismo. Muchos católicos y no católicos no lo comparten, y no deben ser excluidos por ello de un diálogo verdaderamente plural. Este es precisamente el gran desafío al cual una pastoral social políticamente cooptada no estaría en condiciones de contribuir: pensar un país para todos, donde "todos" no sea, una vez más, sinónimo de "los que piensan como nosotros".

Miembro del Consejo Consultivo del Instituto Acton de la Argentina

miércoles, 7 de octubre de 2020

NO BASTA CON SER UN BUEN CIUDADANO. LOS LIBERALES DEBEN ESTAR EN EL CONGRESO.

Si viviéramos en Hayeklandia, donde la política “está bajada de su pedestal” (LLL, III), entonces el espacio de lo público ocuparía un lugar de poca importancia en nuestras vidas y podríamos dejar el poder a quienes tengan una especial vocación por el servicio público. El poder sería tan limitado, sus funciones tan pocas y sus salarios tan bajos, que verdaderamente estarían allí los más estoicos de los ciudadanos. En 1988 me asombró ver a varios ciudadanos del Estado de Pensilvania que no sabían quién era el gobernador, no les importaba y, lo mejor del caso, no necesitaban saberlo. Ahora, como es obvio, las circunstancias cambiaron. De quién sea el gobernador depende que puedan salir de su casa, ir a las iglesias, tomar un café……………….

Por ende todo ha cambiado. La diferencia es que, si los anfi-federalistas NO tienen razón, podríamos decir que los EEUU comenzaron bien. Nosotros, nunca.

La tarea de limitar de vuelta el poder es ciclópea y casi imposible. Porque los poderes políticos se han ido transformando (a medida que la demanda cultural por el estatismo fue en aumento) en diversos aguantaderos de mafiosos y asesinos, y el sobre-dimensionamiento de sus poderes, la ley de partidos políticos y las listas sábanas constituyen un conjunto de incentivos perversos para que los peores lleguen al poder. Por eso se produce la tremenda injusticia de que el destino de nuestras vidas se encuentre en manos de criminales impresentables pero que son “honorables” diputados, senadores, presidentes, vices, ministros y hasta jueces. Sí, hay mucha gente buena en la Argentina, pero esa gente no tiene el menor incentivo para participar en la faz agonal de la política y juntarse con esos bestias.

Pero hay que hacerlo, no queda otra, porque el sistema sólo puede reformarse desde dentro. Lo que queda es la disolución total, la guerra, la revolución, métodos que tienen su propia lógica interna hacia el totalitarismo (la llamada Revolución norteamericana fue un cambio de personas, no de régimen político).

Las fundaciones y los think tanks son muy importantes pero NO suficientes. NO tienen el poder para limitar al poder, punto. La teoría de los círculos que se van expandiendo, de Hayek, tiene sus fallas. Las masas se manejan emocionalmente y no pueden escuchar lo que sus racionales discursos dicen. Los políticos, por ende, nunca olfatean un cambio porque las fundaciones vayan aumentando, sino que olfatean las contradicciones y pasiones de las masas. Excepto que sea un estadista, casualidad de la que no podemos depender.

Las fundaciones, por lo demás, además de tener sus propias internas entre los cuatro gatos locos que las integran, tienen (sin contradicción con lo anterior) problemas graves de fund rising y, en el mejor de los casos (cuando NO hay peleas internas y cuando el fund rising va bien) los que asisten a sus cursos y a sus universities no son héroes que van a minar su prestigio y sus oportunidades laborales hablando todo el día de Mises y Hayek. No, hay muy buenos puestos, por millones de dólares, en corporaciones y organismos internacionales en los cuales hay que portarse bien y no citar a autores que pongan en evidencia sus chanchullos. Muy lindo el curso sobre Mises que hace mucha gente a los 20 años. Pero luego pasó. Qué lindo recuerdo. Pero no entra en la entrevista laboral. Y no estoy criticando a nadie. Las sociedades humanas tienen incentivos, no tiene héroes, y cuando los tienen se encargan bien de destrozarlos.

El único modo de cambiar a corto plazo las cosas es que todos los liberales y conservadores del país se unan en una sola lista para diputados y que entren en la Congreso. Muchos de ellos ya llegan a los medios. Es el momento. Una vez en ella, lo que tiene que hacer es: a) bajarse el sueldo a la mitad; b) NO contratar asesores pagos; c) instalar temas, d) presentar proyectos para derogar legislación, nunca crearla; e) escribir ellos mismos sus propios discursos; f) con todo lo cual recién podrán comenzar a ser el cambio cultural que masas desilusionadas con los políticos habituales puedan comenzar a escuchar.

Fíjense en el ejemplo de Ron Paul: "... un ejemplo de cómo probar otras estrategias nos los ha ofrecido Ron Paul quien, sin dar un paso atrás, manteniendo inmaculados sus principios se subió al ring como miembro del congreso, e inclusive, como precandidato a la presidencia dentro del partido republicano. Desde esa trinchera pudo darle más fuerza a su mensaje y, sobre todo, con su ejemplo enseñarnos que debemos participar en política porque es la forma más potente de provocar cambios, pero siempre manteniendo el supremo objetivo que sean de acuerdo a nuestra filosofía. Y, más importante, la participación en el congreso le proporcionó una tribuna para convertirse en la consciencia de la nación. "

(Ricardo Valenzuela, en https://refugiolibertariol.blogspot.com/2020/10/tiene-futuro-el-liberalismo-en-mexico-i.html?fbclid=IwAR2C1aVdYt2eMr4EdtZf8fNpnFbzrz4pceTQ9rYt7AxtJIm7a1S4QCDd8DU)

Por lo demás, ni se les ocurra presentar candidatos a presidente, desde luego, actualmente es imposible superar el voto cautivo del peronismo y otros partidos (dos más como mucho).

Presentarse como candidato en listas de los partidos dominantes NO es contra la ética SI es que luego se tienen los riñones para resistir las amenazas de muerte de las mafias que intentaron engañar. Es como ser agente encubierto.

Pero, ¿están los liberales y conservadores argentinos a la altura de esta circunstancia histórica?

Lo dudo. Yo no soy como santo Tomás Apóstol, que no creyó hasta que no puso los dedos en las llagas. Pero en política, sí. Hasta que no lo veo, no lo creo.

 

SOBRE EL MAGISTERIO DE LA IGLESIA EN CUESTIONES SOCIALES

 (Extracto del cap. 7 de https://puntodevistaeconomico.com/2018/02/11/judeocristianismo-civilizacion-occidental-y-libertad-ensayo-sobre-el-origen-esencialmente-judeocristiano-de-la-libertad-en-occidente-biblioteca-ia-no-17-version-kindle/)

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3.      La recuperación de lo opinable

Ha sido evidente que a lo largo de todo este libro hemos tratado de aclarar qué cosas son opinables en relación a la Fe y por eso, cuando algunas intervenciones especiales del Magisterio se inclinaban por un tema opinable que nos favorecía, hemos aplicado la categoría de “acompañamiento” para respetar la libertad de opinión del católico. Ya nos hemos referido a ello y en ese sentido no habría más nada que agregar.

Sin embargo, si estamos hablando de la recuperación del laicado, este es uno de los temas más graves desde fines del s. XIX hasta este mismo año (2018) y lo seguirá siendo, temo, muchos años más, y constituye uno de los problemas más graves de la Iglesia.

 

3.1.     El tema en sí mismo

La cuestión en sí misma no debería presentar ningún problema. Es obvio que “…Lo sobrenatural no debe ser concebido como una entidad o un espacio que comienza donde termina lo natural “, pero ello implica justamente que el ámbito de las realidades temporales debe ser fermentado directamente por los laicos e indirectamente por la jerarquía a través del magisterio que le es propio (me refiero a obispos y al Pontífice). Es obvio también que aunque lo natural sea elevado por la Gracia, ello no borra la distinción entre lo sacro, en tanto el ámbito propio de los sacramentos, y lo no sacro, donde puede haber sacramentales pero según las disposiciones internas de los que los reciban.

En ese sentido, puede haber, a lo largo de los siglos, una enseñanza social de la Iglesia en tanto a:

a)         Los preceptos primarios de la ley natural que tengan que ver con temas sociales (como por ejemplo el aborto)

b)         Los preceptos secundarios de la ley natural en sí mismos, donde se encuentran los grades principios de ética social (dignidad humana, respeto a sus derechos, bien común, función social de la propiedad, subsidiariedad, etc.) con máxima universalidad, sin tener en cuenta las circunstancias históricas concretas.

El magisterio actual ha aclarado bastante sus propios niveles de autoridad sobre todo en la Veritatis splendor[1] y Sobre la vocación eclesial del teólogo[2].

Tanto a como b pueden ser señalados por el magisterio ya sea positivamente (afirmando esos grandes principios) o negativamente, cuando advierte o condena sistemas sociales contradictorios con ellos (como fueron las advertencias contra los estados y legislaciones laicistas del s. XIX, o las condenas contra los totalitarismos en el s. XX).

Ahora bien, hay otras cuestiones sociales que no se desprenden directamente de a y b. ESE es el ámbito “opinable en relación a la Fe”: opinable no porque no pueda haber ciencias o filosofía social sobre ellos, sino porque esas ciencias y-o filosofías sociales corresponden a los laicos y no se desprenden directamente de las Sagradas Escrituras, la Tradición o el Magisterio de la Iglesia.

A partir de lo anterior se desprende deductivamente que esos ámbitos opinables son:

a)         El estado de determinadas ciencias o conocimientos sociales en una determinada etapa de la evolución histórica;

b)         la evaluación de una determinada circunstancia histórica a partir de a,

c)             la aplicación prudencial de los principios universales a una situación histórica específica, a la luz de a y b.

Ejemplo: nuestros conocimientos actuales sobre demo­cracia constitucional (a); el diagnóstico de la falta de instituciones republicanas en América Latina (b); las propuestas de reforma institucional para América Latina (c).

Todo lo cual muestra toda la hermenéutica implícita cada vez que hablamos de estos tres niveles en los temas sociales, y por ende la ingenuidad positivista de recurrir a “facts” para estas cuestiones.

 

3.2.  ¿Señaló el Magisterio este ámbito de opinabilidad?

          Por un lado, si. Los textos son relativamente claros:

a)         León XIII, Cum multa, 1882: “... también hay que huir de la equivocada opinión de los que mezclan y como identifican la religión con un determinado partido político, hasta el punto de tener poco menos que por disidentes del catolicismo a los que pertenecen a otro partido. Porque esto equivale a introducir erróneamente las divisiones políticas en el sagrado campo de la religión, querer romper la concordia fraterna y abrir la puerta a una peligrosa multitud de inconvenientes”.

b)         León XIII, Immortale Dei, 1885: “Pero si se trata de cuestiones meramente políticas, del mejor régimen político, de tal o cual forma de constitución política, está permitida en estos casos una honesta diversidad de opiniones”.

c)         León XIII, Sapientiae christianae, 1890: “La Iglesia, defensora de sus derechos y respetuosa de los derechos ajenos, juzga que no es competencia suya la declaración de la mejor forma de gobierno ni el establecimiento de las instituciones rectoras de la vida política de los pueblos cristianos”…. “...querer complicar a la Iglesia en querellas de política partidista o pretender tenerla como auxiliar para vencer a los adversarios políticos, es una conducta que constituye un abuso muy grave de la religión”.

d)         León XIII, Au milieu des sollicitudes, 1891: “En este orden especulativo de ideas, los católicos, como cualquier otro ciudadano, disfrutan de plena libertad para preferir una u otra forma de gobierno, precisamente porque ninguna de ellas se opone por sí misma a las exigencias de la sana razón o a los dogmas de la doctrina católica”.

e)         Pío XII, Grazie, 1940: “Entre los opuestos sistemas, vinculados a los tiempos y dependientes de éstos, la Iglesia no puede ser llamada a declararse partidaria de una tendencia más que de otra. En el ámbito del valor universal de la ley divina, cuya autoridad tiene fuerza no sólo para los individuos, sino también para los pueblos, hay amplio campo y libertad de movimiento para las más variadas formas de concepción políticas; mientras que la práctica afirmación de un sistema político o de otro depende en amplia medida, y a veces decisiva, de circunstancias y de causas que, en sí mismas consideradas, son extrañas al fin y a la actividad de la Iglesia”.

f)          Vaticano II, Gaudium et spes, 1965: “Muchas veces sucederá que la propia concepción cristiana de la vida les inclinará en ciertos casos a elegir una determinada solución. Pero podrá suceder, como sucede frecuentemente y con todo derecho, que otros fieles, guiados por una no menor sinceridad, juzguen del mismo asunto de distinta manera. En estos casos de soluciones divergentes aun al margen de la intención de ambas partes, muchos tienen fácilmente a vincular su solución con el mensaje evangélico. Entiendan todos que en tales casos a nadie le está permitido reivindicar en exclusiva a favor de su parecer la autoridad de la Iglesia. Procuren siempre hacerse luz mutuamente con un diálogo sincero, guardando la mutua caridad y la solicitud primordial pro el bien común”.

g)         Juan Pablo II, Centesimus annus, 1991: “Es superfluo subrayar que la consideración atenta del curso de los acontecimientos, para discernir las nuevas exigencias de la evangelización, forma parte del deber de los pastores. Tal examen sin embargo no pretende dar juicios definitivos, ya que de por sí no atañe al ámbito específico del Magisterio”.

Podríamos citar algunos textos más, pero, como vemos, la noción en sí misma de lo opinable es clara.

 

3.3.     Pero por el otro lado...

Pero, sin embargo, habitualmente las cosas no han sido tan claras. Los textos pontificios sobre temas sociales están inexorablemente adheridos a las circunstancias históricas, a su interpretación según criterios de la época y a recomendaciones y aplicaciones en sí mismas prudenciales. Nadie pide que no sea así, el problema es que los pontífices no se han caracterizado por aclararlo bien. Y no porque “se descuenten los principios hermenéuticos de interpretación teológica”. Hemos visto que, comenzando por el tema político, Gregorio XVI y Pío IX unieron indiscerniblemente a la recta condena de los estados laicistas con el intrínsecamente contingente régimen de ciudadanía = bautismo, que tantos problemas trajo para la posterior declaración de libertad religiosa. Hemos visto cómo ello fue aprovechado por los católicos que apoyaron a Mussolini (comenzando por Pío XI) y Franco, que tuvieron el atrevimiento de presentar eso como “doctrina social de la Iglesia”. Hemos visto cómo ese error comenzó a remontarse desde Pío XII en adelante, cómo este último tuvo que “acompañar” al surgimiento de las democracias cristianas de la post-guerra europea precisamente porque desde ese error se pretendía condenar por hereje al que pensara lo contrario. Hemos visto que el mismo, clerical e integrista error siguió en Lefebvre y pasa luego, de peor modo, a la horrorosa mezcolanza que hacen los teólogos de la liberación entre el comunismo de los medios modernos de producción y el “pueblo de Dios”. Hemos visto cómo Benedicto XVI tiene que salir a aclarar qué es lo contingente y qué es lo esencial, y cómo tuvo que “acompañar” nuevamente a los elementos más contingentes de la modernidad católica, para ver si la institucionalidad republicana penetraba en la mente de los integristas católicos de derecha o izquierda, y hemos visto que casi nadie lo escuchó ni lo entendió. Y todo eso por no haber distinguido en su momento lo opinable de lo que no lo era.

En el plano económico, temas que son intrínsecamente opinables en relación a la Fe, han pasado a ser parte de una especie de pensamiento único que todo católico debería aceptar so pena de ser un mal católico entre aquellos que recitan de memoria las encíclicas. La leyenda negra de la Revolución Industrial, desde León XIII en adelante; el capitalismo liberal como el imperialismo internacional del dinero, desde Pío XI en adelante; un programa casi completo de política económica, en la última parte de la Mater et magistra de Juan XXIII; la redistribución de ingresos y la llamada justicia social, desde Pío XI en adelante; la teoría del deterioro de los términos de intercambio, desde Pablo VI en adelante, y así… hasta hoy. Para colmo gran parte de esas encíclicas son redactadas por asesores que así convierten sus personales opiniones (que deberían haber sido debatidas académicamente) en “Doctrina social de la Iglesia”. La situación no se solucionó porque San Juan Pablo II haya hablado de economía de mercado en la Centesimus annus: era obvio que fue un párrafo incrustado por un asesor desde fuera del pensamiento real de Karol Wojtyla, que, por ende, ni él se lo creyó. Y además tampoco la solución pasaba porque entonces la economía de mercado pasara a ser, sin distinciones, otro tema opinable convertido en no opinable…

El problema NO consiste en que un católico considere que todas esas cosas son verdaderas. El problema es que desde los pontífices para abajo, sin casi distinciones y aclaraciones, se consideran parte de la cosmovisión católica de la vida. O sea, el problema NO consiste en que un católico, sea el pontífice o Juan católico de los Palotes, opine así, el problema es que lo piense como cuasi-dogma social. Ese es el problema.

 

3.4.     ¿Por qué? Diagnóstico

¿Pero por qué ha sucedido esto? Fundamentalmente por dos razones.

Primera: en el plano político y económico, los pontífices no han dejado de gobernar. Fueron casi 17 siglos de clericalismo. La desaparición forzada de los estados pontificios los dejó sin territorios pero sí con el arma moral de la conciencia de los católicos. Y abusando de su autoridad pontificia –un problema previsto por Lord Acton– no sólo condenaron rectamente lo que tenían que condenar, sino que además cada uno de ellos propuso su “plan de gobierno” en encíclicas que comenzaron a llamarse “Doctrina social de la Iglesia”. Cuidado, no digo que ello no haya sido históricamente comprensible o que en esos “gobiernos” no haya habido cosas buenas aunque opinables. Lo que digo es que, al excederse de los tres temas señalados como no opinables, “gobernaban” en lo contingente, según visiones también contingentes, y lo peor es que su territorio era el mundo entero.

En un mundo paralelo imaginario, los pontífices deben tener la “denuncia profética” de la injusticia a nivel social, rechazando lo que sea contradictorio con la Fe y la moral católicas, pero las cuestiones afirmativas –qué sistema social seguir, qué hacer in concreto- deben ser dejadas a los laicos, que, por ende, tendrían opiniones diferentes entre ellos, ninguna “oficialmente católica”. Pero no: los pontífices, hasta hoy, hablaron y hablan sencillamente de todo y prácticamente presentan todo ello como obligatorio para el laico. Y no como la filosofía, que habla “de todo” pero desde las causas últimas y los primeros principios. Hablan de todo en cuanto concreto: opciones concretas, interpretaciones concretas, de política y economía, desde los sistemas concretos de redistribución de ingresos, pasando por la política exterior, monetaria, fiscal, agrícola, industrial, cambio climático, medio ambiente, seguridad, etc. Hasta hoy. El famoso “Compendio de Doctrina Social de la Iglesia” (op.cit.) es un buen ejemplo: prácticamente no hay tema que no esté allí contemplado, y entregado al laico como “tome, esto es lo que tiene que pensar y decir”.

La segunda razón es el radical desconocimiento del ámbito propio de la ciencia económica, esto es, las consecuencias no intentadas de las acciones humanas. Casi todos los documentos pontificios están escritos desde el paradigma de que si hubiera gobiernos cristianos, y por ende “buenos”, ellos redistribuirían la riqueza, que se da por supuesta; ellos implantarían la justicia con diversas medidas intervencionistas cuyas consecuencias no intentadas no se advierten. El mal social proviene de personas malas, no católicas, que defienden la maldad de un sistema liberal que sólo puede ser defendido desde el horizonte de la defensa de los intereses del capital.

Con ello, ¿qué lugar queda para la economía como ciencia? Ninguna, excepto la del contador que hace las cuentas para el obispo. Como mucho, un laico sabrá de diversos “tecnicismos”, pero las grandes líneas de gobierno ya están planteadas porque, frente al paradigma anterior, no hay economía como ciencia sino más bien gobiernos buenos, que harán caso a las encíclicas, o gobiernos malos, que no. Y punto.

Pero la realidad de la escasez no es así. Como hemos visto cuando analizamos a los escolásticos, las medidas supuestamente “buenas” de los gobiernos tienen consecuencias no intentadas por el “buen” gobernante. Los precios máximos producen escasez; los mínimos, sobrantes; los salarios mínimos producen desocupación; el control de la tasa de interés, crisis cíclica; el control de alquileres, faltante de vivienda; las tarifas arancelarias, monopolios legales e ineficiencia, la emisión de moneda, inflación, y la socialización de los medios de producción, imposibilidad de cálculo económico. Siempre es así pero siempre se vuelven a hacer las mismas cosas suponiendo que alguna vez un gobernante “más bueno”, “más lector del magisterio”, lo va a hacer “bien”. Y el que piense lo contrario desconoce o desobedece a “la doctrina social de la Iglesia”; por ende es un mal católico y un manto de silencio lo cubre en ambientes eclesiales, como un cadáver al cual se le cubre caritativamente el cuerpo.

Mientras no se tenga conciencia de esto, los pontífices seguirán hablando como si la economía dependiera de las solas y bienintencionadas órdenes de los gobernantes cristianos, escritas por ellas en sus encíclicas sociales.

 

3.5.     ¿Cuáles son las consecuencias de todo esto?

Son desastrosas, por supuesto. Comencemos por la primera: la des-autorización del magisterio pontificio.

De igual modo que, a mayor emisión de oferta monetaria, menor valor de la moneda, a mayor cantidad de temas tratados, menor valor. O sea, se ha producido una inflación de magisterio pontificio en temas sociales[3], en cosas totalmente contingentes, que deberían ser tratadas por los laicos. Con lo cual se ha violado el principio de subsidiariedad en la Iglesia: el pontífice no debe hacer lo que los obispos pueden hacer, y los obispos no deben hacer lo que corresponde a los laicos. La invasión directa de la autoridad del pontífice en temas laicales implica que el pontífice se introduce cada vez más en lo más concreto, donde ha más posibilidad de error[4]. De igual modo que los preceptos secundarios de la ley natural demandan una premisa adicional que no está contenida en los preceptos primarios, mucho más cuando de los primarios y secundarios se pasa a cuestiones políticas y económicas irremisiblemente históricas y prudenciales.

Ante esta inflación de magisterio pontificio, se produce un efecto boomerang. Es imposible una estadística, pero algunos –ya jerarquía o laicos– no tienen idea de lo que ocurre ni les interesa. Otros, guiados por un sano respeto al magisterio, repiten todo, desde la Inmaculada Concepción hasta la última coma de la entrevista del Papa en el avión sobre las marcas dentífricas. Eso produce un caos total, porque los laicos, inconscientemente, van adaptando una multitud cuasi-infinita de párrafos pontificios a su ideología opinable concreta, y van armando una Doctrina Social de la Iglesia a la carta que luego además se echan los unos a los otros con acusaciones mutuas de infidelidad al magisterio. Ante este caos, muchos finalmente optan por decir lo que quieren ante un magisterio que en el fondo se ha metido en lo que no le corresponde. Otros, finalmente, en silencio, obedecen al magisterio en sus ámbitos específicos y mantienen en reserva mental (y en silencio) su posición en temas opinables.

Lo que ha sucedido también es el avance de teologías de avanzada en temas sociales y dogmáticos. Esto ya fue visto por Pío XII, en su famosa Humani generis, con el intento de frenarlo[5]. Pero no pudo. Esas teologías habitualmente desobedecen al Magisterio en todo lo que sea fe y costumbres pero lo siguen cada vez que el Magisterio avanza en temas sociales más para la izquierda. Así, en los 60’ y los 70’, los teólogos de la liberación proclamaban exultantes a la Populorum progressio mientras ocultaban y silenciaban a la Humanae vitae y al Credo del Pueblo de Dios. Y así sucesivamente. Y con ello se ha producido una especie de consenso, un casi pensamiento único en la Iglesia, ante el cual, si eres un teólogo o pensador católico “de avanzada”, dices absolutamente lo que quieres en temas de Fe y costumbres, pero en cambio sigues a pie de juntillas el plan más estatista establecido en la Populorum progressio, en las Conferencias episcopales latinoamericanas y en las primeras dos encíclicas sociales de Juan Pablo II[6]. Eso sí: sobre esto, entonces, ya no hay libertad de opinión. Si no sigues al los nuevos dogmas estatistas, entonces sí que estás excomulgado. O sea, en lo opinable, pensamiento único; en Fe y costumbres, lo que quieras.

Todo esto es un caos, del cual no se ha salido en absoluto. El laicado, ante esto, ha quedado, o totalmente indiferente, con lo cual lo que digan los pontífices en temas de Fe y costumbres ya no importa, o totalmente clerical, integrista y dividido. Cada grupo se ha armado su propia versión de la Doctrina Social de la Iglesia, sin conciencia de lo opinable, cortando y pegando los párrafos que les convienen –porque la cantidad de párrafos en los asuntos contingentes es tan amplia que da para ello– y acusando al otro grupo de infidelidad a la Iglesia.

La corrección de todo esto va a tardar mucho. Pero los laicos no deberían pedir a los pontífices expedirse en temas contingentes, ni estos últimos deberían hablar sobre esos temas. La cuestión ya no pasa por interpretar lo que dijo Pablo VI sobre comercio internacional: la cuestión pasa por reconocer que sencillamente no debería haber dicho nada. La cuestión ya no pasa por interpretar los párrafos de Juan XXIII sobre industria, comercio e impuestos: la cuestión es que no debería haber dicho sencillamente de eso, igual que San Josemaría Escrivá de Balaguer, que nunca invadía los ámbitos propios de los laicos.

La solución del famoso tema de la economía de mercado no pasa, por ende, por tener un Papa que bendiga y eche agua bendita a las teorías del mercado. La cuestión pasa por callar y dejar actuar y pensar a los laicos. Establecidos principios muy generales como propiedad y subsidiariedad, hasta dónde llega la acción del estado es materia de libre discusión entre los laicos. Si un laico basado en Keynes está de acuerdo con una política monetaria activa y yo, basado en Mises, estoy de acuerdo con el Patrón Oro, la solución del problema no pasa porque venga un Papa “aurífero”. Yo no necesito que el Papa se pronuncie en ese tema. En ese tema, y en la mayor parte de los termas, que se calle y que deje actuar a los laicos. Así de simple. Y cuando los laicos opinen, que no tengan párrafos diversos del magisterio para sacralizar, clericalizar su posición y echársela por la cabeza al laico que piensa diferente.

Así, cuando Roma hable, será importante. Así, cuando Roma hable, será porque verdaderamente hay que confirmar en la Fe. Así, cuando haya un concilio ecuménico o una encíclica, será sobre temas de Fe y no sobre cuántos impuestos haya que cobrar o cuántas empresas haya que estatizar o privatizar. Pueden los pontífices “acompañar” a una cuestión temporal legítima, si –como sucedió y sucede– un pontífice anterior y/o los laicos la hubieran convertido en una herejía, para dejar lugar a la libertad de los laicos en ese tema. Exactamente como tuvo que hacer Pío XII con la democracia constitucional. Pero ese “acompañamiento” debería ser la excepción y no la regla.

Para que todo esto pase de la potencia al acto, se necesitan nuevas generaciones, formadas en todo esto, capaces de hacer y vivir estas distinciones. No sabemos cuándo y cómo puedo ello ocurrir. Los tiempos de la Iglesia son de Dios. Humanamente, un cambio así de hábitos intelectuales puede tardar cientos de años.

 



[1] http://w2.vatican.va/content/john-paul-ii/es/encyclicals/documents/hf_ jp-ii_enc_06081993_veritatis-splendor.html.

[2]http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/documents/rc_con_cfaith_doc_19900524_theologian-vocation_sp.html.

[3] Como hemos denunciado en nuestro artículo La devaluación del magisterio pontificio, op. cit.

[4] Santo Tomás explica perfectamente el grado de falibilidad mayor a medida que vamos descendiendo en las circunstancias concretas de una conclusión moral-prudencial: “…Por tanto, es manifiesto que, en lo tocante a los principios comunes de la razón, tanto especulativa como práctica, la verdad o rectitud es la misma en todos, e igualmente conocida por todos. Mas si hablamos de las conclusiones particulares de la razón especulativa, la verdad es la misma para todos los hombres, pero no todos la conocen igualmente. Así, por ejemplo, que los ángulos del triángulo son iguales a dos rectos es verdadero para todos por igual; pero es una verdad que no todos conocen. Si se trata, en cambio, de las conclusiones particulares de la razón práctica, la verdad o rectitud ni es la misma en todos ni en aquellos en que es la misma es igualmente conocida. Así, todos consideran como recto y verdadero el obrar de acuerdo con la razón. Mas de este principio se sigue como conclusión particular que un depósito debe ser devuelto a su dueño. Lo cual es, ciertamente, verdadero en la mayoría de los casos; pero en alguna ocasión puede suceder que sea perjudicial y, por consiguiente, contrario a la razón devolver el depósito; por ejemplo, a quien lo reclama para atacar a la patria. Y esto ocurre tanto más fácilmente cuanto más se desciende a situaciones particulares, como cuando se establece que los depósitos han de ser devueltos con tales cauciones o siguiendo tales formalidades; pues cuantas más condiciones se añaden tanto mayor es el riesgo de que sea inconveniente o el devolver o el retener el depósito” (Suma Teológica, I-II, q. 94 a. 4 c).

[5]Véase: http://w2.vatican.va/content/pius-xii/es/encyclicals/documents/hf _p-xii_enc_12081950_humani-generis.html.

[6] Nos referimos a Laborem exercens y Sollicitudo rei sociales. Cuando salió Centesimus annus, oh casualidad, los ultra pro-Juan Pablo II callaron repentinamente…