lunes, 10 de agosto de 2020

LA NATURALEZA HUMANA GRITA SU ESENCIA

 

 

Son habituales las películas de ciencia ficción donde se muestran distopías futuristas donde lo más elemental de lo humano está prohibido. Todas son remakes de 1984, por supuesto. Una de ellas, lamentablemente poco difundida, es Equilibrium. Viene bien para estos tiempos. En ese futuro terrible, estaba prohibido SENTIR. Todo era gris, blanco y negro, y las personas se cuasi-robotizaban con una pastillita diaria, el Prozium. Toda manifestación del arte estaba prohibida. Todo llanto, toda sonrisa, era peligrosísima y sospechosa. La “resistencia” estaba formada por personas que se amaban, gozaban, sufrían, leían poesía, escuchaban música y tenían animalitos domésticos. Cada tanto eran asesinados en redadas masivas.

El eje central de todas esas distopías es mostrar lo anti-humano, lo inhumano de todas ellas. La naturaleza humana, a pesar de los devaneos positivistas o post-modernos (primos en guerra que se retroalimentan) no es tan difícil de auto-ver. Tenemos brazos para abrazar. Ojos para mirarnos. Bocas para besar. Manos para acariciar (para bien o para mal, obvio). Rostro para sonreír o enojarnos. Tenemos lágrimas, sudor, piel. Todo eso que le daba asco al Agente Smith en la más difundida “Matrix”.

Pero humana también es la capacidad de alienarnos, de asumir sin pensamiento crítico un comportamiento colectivo y masificado. De obedecer, de “obediencia debida”, la banalidad del mal enseñada por Hanna Arendt. Y así, hoy, millones de personas han aceptado pasivamente, sin pensarlo, eliminar comportamientos espontáneos, perfectamente permitidos por el Super Yo, tales como abrazarse, saludarse con un beso, comer juntos, estar juntos, acercarse, bailar, jugar, correr, divertirse sanamente y en familia. Ahora todo eso, como si estuviéramos acercándonos a Equilibrium, es sospechoso, delictivo, y los borregos que lo aceptan para colmo vigilan y denuncian a los otros, como sucede en toda sociedad totalitaria.

Inútil es explicar que el fin no justifica los medios, que hay opciones diversas, que la tasa de letalidad es baja, etc. Inútil.

¿Será la esperanza que la naturaleza humana “grite” su esencia? Sí. Tal vez. Pero cuidado. Los encerrados en los campos de concentración nazis también gritaban. Los enviados al archipiélago Gulag también gritaban. Cuidado, porque el grito también es coherentemente perseguido por estas monstruosidades.

Esta naturaleza humana, gritante, fue el origen de los EEUU, cuando miles y miles de creyentes de diversas religiones huyeron de la bestialidad de las guerras religiosas europeas.

Ahora la bestialidad, la crueldad, la alienación, son peores.

Pero ya no hay donde ir.

Prohibido abrazarse, mirarse, reunirse.

Ahora deberemos ser humanos en nuevas catacumbas. 

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