martes, 2 de junio de 2020

LA BEATIFICACIÓN DE FRANZ JAGERSTATTER





(Artículo publicado en el Instituto Acton en Diciembre del 2007).


Una vez más, en medio del ruido, el bien, que no hace ruido, ha pasado casi inadvertido. El 26 de Octubre de este año ha sido beatificado Franz Jagerstatter, laico, padre de familia, quien se negó a participar del ejército nazi por sus convicciones católicas y fue consiguientemente asesinado por el régimen en 1943.

La fuerza de la santidad radica en un sí absoluto a Cristo, de lo cual surge un pacífico “no” a todo lo que sea contradictorio con ello. Muchos santos, como Santo Domingo, nunca tuvieron que dar testimonio con el martirio. Pero el martirio, morir por decir “no” a los poderes humanos, es siempre una posibilidad de la santidad. Y, por supuesto, no será la primera vez en la historia de la Iglesia –desde los mártires de los primeros siglos de la Iglesia hasta la actualidad- que un católico dice sencillamente “no” a la prepotencia y soberbia de los autoritarios de todo signo y color. Qué fuerza, qué paradójica potestad, qué “auctoritas” con todo su sentido latino, tiene ese “no” de los santos, frente a la ridícula y trágica fuerza bruta de las armas y los ejércitos humanos. Un “no” que no pueden entender quienes están parados sobre su prepotencia. “Vamos a morir por nuestro pueblo” dijo Edith Stein, tomando la mano de su hermana Rosa, cuando los oficiales nazis la vinieron a buscar. Y no hubo fotos, grabadoras ni conferencias de prensa. Sólo unas monjas carmelitas espantadas y atónitas que grabaron a fuego en su santa memoria esas palabras, que hoy resuenan y hablarán para siempre ante los oídos (sordos a veces) de la conciencia occidental.

Pero este caso, el de Franz Jagerstatter, tiene algo singular. Un laico como cualquier de nosotros, preocupado en sacar adelante su familia, un honesto y sencillo ciudadano alemán, que se había tomado en serio su fe y sabía de las advertencias de Pío XI y Pío XII contra el régimen nazi. Reitero, se las había tomado en serio. Y cuando los jerarcas del ejército totalitario lo vinieron a buscar, dijo, sencillamente, no.

Reparemos un momento en esta cuestión.

¿Cuántas guerras ha habido en la historia humana? ¿Muchas, no es así?

¿Cuántas de ellas fueron “justas”?

Dejo al lector la respuesta.

¿Y cuántos hombres formaron sus ejércitos? Esa pregunta es clave, porque las guerras son decididas por unos pocos, pero los ejércitos, ese disciplinado conjunto de seres humanos que dicen “si” a la orden de matar a otros –porque de eso se trata, ¿o no?- son muchos.

¿Y cuántos de esos muchos dijeron “no”?

Seguramente muchos, pero lo que pregunto es, la historia de las guerras, ¿no sería otra si los que dicen “no” fueran más que los que dicen “si”?

¿Por qué obedecer a la orden de ir al frente de batalla? La respuesta en simple: no se puede pedir tanto a los seres humanos que formamos parte de una historicidad, de un horizonte donde es muy difícil llegar a la distancia crítica del propio territorio existencial. Conjeturo que, en plena batalla, más de uno se habrá preguntado qué hacía allí, matando a otro. Por qué era parte de eso. Pero ya era tarde. Incluso, cuando la más mínima duda implicaba la muerte.

La cuestión es el “antes”. Franz no es sólo un ejemplo para los creyentes: es un ejemplo para todos aquellos que se sientan impotentes ante las ridiculeces de los autoritarios de cualquier signo. Hay algo que sí podemos hacer: decirles, finalmente, no. Los autoritarismos viven del sí no pensado. Morirían ipso facto con millones de no pensados, comenzando con los oficiales de los ejércitos sin los cuales serían sólo el conjunto de su decadencia moral.

Un detalle final. En medio de un momento donde arrecian las críticas “a la Iglesia” Franz Jagerstatter nos muestra lo que es la Iglesia. No la diplomacia del estado del Vaticano. No las decisiones políticas de tal o cual conferencia episcopal. No el pecado de sus miembros. No el clericalismo de jerarquía y laicos. No el fariseísmo de los creyentes que odian a los que ellos dictaminan publicanos. Y, menos aún, esa sola institución humana que muchos creen que es la Iglesia. La Iglesia es Espíritu. Es el Cuerpo Místico de Cristo y vive en cada acto de la gracia de Dios. Los santos y los mártires son los cardenales espirituales de la Iglesia. Ellos son el adelanto de la Parusía, ellos nos muestran la más profunda libertad.


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