domingo, 13 de enero de 2019

LA CIENCIA Y LA HERMENÉUTICA


Está por salir mi nueva travesura sobre hermanéutica, La hermenéutica como el humano conocimiento, y mientras tanto vamos publicar, una por Domingo, sus conclusiones del cap. 5. Cómo he llegado a tan insólitas conclusiones, bueno, dejo al lector la iniciativa del leer los otros 4 caps. :-)) Mientras tanto, escandalícese :-))

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LA CIENCIA.




1.      Introducción.
Habitamos un mundo de vida positivista. Paradójicamente, nuestro mundo de la vida, nuestro horizonte, desde el Siglo de las Luces en adelante, es que no hay horizonte. Hay hechos por un lado e interpretaciones por el otro. Las humanidades serán muy bonitas pero subjetivas, las ciencias serán duras pero objetivas. Las humanidades y las ciencias son diferentes y la hermenéutica es un tema encapsulado sólo para un determinado sector de la filosofía continental. Esa es nuestra más profunda “creencia”, como diría Ortega. Si hay hechos, hay verdad; si no hay hechos, hay interpretaciones subjetivas. En ese suelo habitamos. En esa interpretación, la interpretación de que no hay interpretación, somos, vivimos y existimos. Y esto ha producido una profunda crisis cultural al ya maltrecho Occidente. Esa crisis se extiende a varios campos. Vamos a tratar de analizarlos.

2.      La ciencia.
Que la ciencia se basa en hechos objetivos y medibles es una de las creencias más absolutas y sacrosantas de Occidente. Negarlo equivale a negar la “pietas” de este nuevo Sacro Imperio Romano Científico. Negarlo es equivalente a ser acusado como Sócrates de corromper a la juventud. Pues bien, vamos a hacerlo una vez más, y esperaremos con calma la cicuta.
Decimos una vez más porque, primero, ya hemos hablado de esto en este libro, y segundo, porque podemos remitir al lector al cap. 3 de Hacia una hermenéutica realista o a nuestra colección de ensayos Antes y después de Popper[1]. Pero ahora vamos a intentarlo de un modo más directo, aunque no con mucha esperanza de quebrar este duro paradigma.
Suponga el lector que ve un lápiz que se cae. Estará tentado de decir que ve el “hecho” de la gravedad y la caída de los cuerpos a 9,2 m/s.
Pero no, esa es una de las interpretaciones posibles. La otra es la ptolemaica: el lápiz cae porque es un cuerpo físico compuesto de materia y forma, que como todo cuerpo físico tiene una propiedad que sigue a su naturaleza, llamada gravitas, por la cual van hacia el centro del universo, que es La Tierra.
La otra es la einsteniana: no es gravedad en el sentido de Newton, sino aceleración, y además la línea que une al lápiz con el lugar de la caída no es una recta, sino una curva, porque el espacio en Einstein es curvo.
Pero a efectos prácticos, dadas las (para nosotros) enormes dimensiones de nuestro universo, podemos seguir usando Newton. Pero a efectos prácticos, como aún se puede seguir utilizando Ptolomeo para viajar por el mar sin radar. Además, Newton tampoco rige para lo que, para nosotros, es “muy pequeño”: gravedad, inercia, masa, etc., NO se aplican en el interior del átomo. O sea, la teoría cuántica.
O sea que no vemos un hecho sino tres teorías que permiten interpretar el mundo físico: la ptolemaica, la newtoniana, la eisteniana y la cuántica.
El lector dirá: vemos “lo mismo” desde diversos paradigmas. No, porque no es “lo mismo” que un lápiz sea un cuerpo con materia/forma (Aristóteles) que una condensación de energía (Eisntein); no es lo mismo que esté sometido a la gravitas, a la gravedad o a la aceleración. El lector dirá: ah, pero entonces lo que sí vemos es “lo que se nos aparece”. Ok, la solución de Santo Tomás ante ciertos fenómenos sensibles: “…Así en la astrología se da por sentada la teoría de las excéntricas y de los epiciclos, porque por ella se explican algunos de los fenómenos sensibles (salvari apparentia sensiblia) que se observan en los movimientos de los cuerpos celestes: mas este género de argumentación no es satisfactoriamente demostrativo; porque a una hipótesis (positione) se pudiera sustituir otra, que explicase acaso igualmente la razón de tales hechos” (facta salvari potest).” (I, q. 32, a. 1 ad 2.).
El lector dirá: pero Santo Tomás está hablando en todo caso de hipótesis diferentes con los cuales “explicar igualmente la razón de tales “facta” (hechos)”. No estoy seguro, porque más arriba dijo “salvar las apariencias sensibles”, y las apariencias no son la realidad. Pero supongamos que Santo Tomás se haya referido a los “facta” como “los hechos de la realidad”. Entonces el lector podrá decir: en el mundo cotidiano, donde no nos manejamos con teorías científicas, el hecho es que el lápiz se cae, explíquese luego con el paradigma que se quiera. Ah, pero entonces estamos de vuelta en el plano de los horizontes, donde puede haber verdad, pero no “hechos”. De vuelta: ¿cómo sabe el lector que el lápiz no es dios o que un dios no lo mueve? Porque usted, lector, NO es (supongo) panteísta, politeísta o animista. O sea, usted ha asumido, como su horizonte de pre-comprensión (y eso es hermenéutica) un horizonte judeo-cristiano donde el lápiz no es Dios, ya sea porque cree que Dios existe pero no se identifica con Dios, ya sea porque es agnóstico y está convencido de que el Dios judeo-cristiano no existe; en cualquiera de los dos casos dirá que el lápiz no es Dios. Pero entonces, ¿es verdad que el lápiz NO es Dios? Claro que sí, pero hay que estar filosóficamente preparado para defender al horizonte judeo-cristiano para decir que el lápiz no es Dios. Por ende, ningún problema con la verdad; ningún relativismo ni escepticismo post-moderno, pero no es una verdad escudada en “hechos” sino en la vivencia inter-subjetiva, que es el camino de la verdad.
Pero el lector me dirá: sin embargo, sé que estoy seguro de que no debo asesinar, y eso es un hecho. No, no es un hecho, es una verdad moral, cuyo grado de certeza es obviamente superior que el de las hipótesis científicas. Finalmente, sigue siendo verdad que el cielo estrellado sobre mí, y la ley moral en mí. Mejor que tengamos más certeza de la ley moral en nosotros que la del cielo estrellado sobre nosotros. Pero eso no es un hecho, sino el resultado de una profunda introspección de la naturaleza humana y su carácter co-personal, cosa que dista de ser evidente y menos aún a la existencia in-auténtica, en la cual “no importa” si algo es asesinato o no.
Pero, a su vez, decir que la verdad más profunda está en lo moral y no en la ciencia, es serruchar profundamente el piso del dogma del Sacro Imperio Romano Científico.




[1] Zanotti, G.: Hacia una hermenéutica realista, Austral, Buenos Aires, 2005; y Antes y después de Popper, documento de trabajo del Instituto de Filosofía de la Universidad Austral, 2016 (http://www.austral.edu.ar/filosofia/wp-content/uploads/2016/06/Antes-y-despues-de-Popper.pdf ).

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