domingo, 12 de noviembre de 2017

DEL PASADO CULPÓGENO AL PASADO REDENTOR, DEL PASADO REDENTOR AL PRESENTE REPARADOR (Un análisis filosófico y psicológico de Another Wooman de Woody Allen).





En 1991 habíamos hecho ya un análisis de la película Another Wooman de Woody Allen de 1998. De ese análisis mantenemos esta síntesis:

“…El personaje principal es Marion Post. Es profesora de filosofía. Una colega. (Qué interesante!). Ha cumplido sus 50 años. En su profesión ha sido exitosa.. Es una excelente profesional; lo sabe y parece estar conforme con su vida. Está casada con un afamado cardiólogo (Ken). Tiene un hermano, Paul. Y su padre acaba de enviudar.
Marion ha alquilado un departamento para poder dedicarse a escribir un libro, tarea para la cual goza de una licencia.
Comienza a trabajar, normalmente. Pero, en un determinado momento, escucha voces. No, no venían de la calle. Provenían del departamento contiguo; el sonido se filtraba a través de un sistema de ventilación. Y se podían escuchar cómodamente todas las conversaciones.
Claro, el detalle era que se trataba nada menos que del consultorio de un psicoanalista. Marion tapa con determinación -y con almohadones- el sistema de ventilación, diciéndose a sí misma que los detalles íntimos de muchas personas podrían resultar muy interesantes, pero no para ella en su situación.
Un día se queda dormida sobre sus papeles. Pero se despierta extrañada. Los almohadones se habían corrido y Marion podía escuchar claramente la voz de una paciente. Su relato y el tono de su voz eran absolutamente angustiantes. Revelaban un sufrimiento interior profundísimo. Marion se queda profundamente impresionada. Espera a que la sesión termine para observar sigilosamente de quién se trata, desde su puerta. Era una mujer joven. Y embarazada.
Pero no será la última vez que Marion escuche esa voz. Sin advertirlo, se irán despertando dentro suyo ciertas angustias dormidas, en ocasión de escuchar las ajenas. La siguiente vez oye la angustia de esa mujer por su situación matrimonial. Había habido otro hombre, antes. Marion recuerda también a otra persona. Larry Lewis, un amigo de su actual esposo, le había declarado apasionadamente su amor antes de que ella concretara con Ken. Marion había luchado entonces con sentimientos encontrados. En cierto modo, había tratado de convencerse a sí misma de que amaba más a Ken que a Larry. Y a éste le había dicho, refiriéndose al primero: es un hombre maravilloso, y un magnífico médico. Es culto, honorable, y me gusta estar con él. Me encanta leer libros con él.
El período de licencia de Marion sigue transcurriendo. En una determinada oportunidad va a visitar a su padre. En la conversación, Marion le cuenta sobre las dificultades en el matrimonio de Paul. Su padre contesta despectivamente. Paul siempre había sido un problema para él: no había querido seguir la exitosa vida de negocios que le había propuesto. La visita es también ocasión para que Marion actualice viejos recuerdos. Por ejemplo, su amiga Claire, su íntima amiga de juventud, a quien no veía hace muchos años.
Al volver, Marion ve a la misteriosa paciente de su psicoanalista contiguo, saliendo de su casa. Intenta seguirla, caminando, pero la pierde, justo frente a un teatro. Pero allí se encuentra, casualmente, con su amiga Claire -que es actriz- junto a su esposo. Marion no lo puede creer. Está contenta por el reencuentro. Propone ir a tomar un café. Claire duda. El marido acepta.
El reencuentro no concluye del todo bien. Claire termina reprochando amargamente a Marion, con gran resentimiento y rencor, por un amor de juventud que, supuestamente, Marion le había hecho perder. Marion niega la amarga acusación y queda demudada.
En la soledad del departamento que había alquilado, el inconsciente de Marion trabaja de manera intensa. Lentamente recuerdos y angustias guardados por muchos años van aflorando a la conciencia. Todo esto, concomitante a situaciones donde Marion advierte que su matrimonio con Ken ya casi no funciona. No por agresividad, sino por falta de la pasión correspondiente a todo genuino amor entre varón y mujer.
Marion se ve sorpresivamente inundada de estos sentimientos. Lentamente, advierte la fuente de algunos roces con relaciones, parientes y amigos. Se imagina una situación donde la hija de su marido le reprocha juzgar mucho a las personas. Marion va entonces a visitar a su hermano. Le pide que sea franco con ella. Paul le dice entonces que, fundamentalmente, ella lo hacía sentir avergonzado. Marion se asombra. Pero no lo contradice.
Evidentemente, toda una serie de relaciones afectivas, no precisamente bien planteadas, afloran a la conciencia de Marion, que se siente abrumada por esa inesperada angustia. Para colmo, y bien paradójicamente, en una cena con amigos, una persona, desde una mesa contigua, le dice a Marion que había sido su alumna hace 20 años. La elogia intensamente como profesora, y le dice incluso que ella había cambiado su vida. El sentimiento de Marion es comprensible. Ella había podido orientar bien la vida de otros, pero no la propia. Algo más frecuente de lo que suponemos. Pocos somos buenos jueces en causa propia. Pero ese elogio llega en un momento muy particular de su existencia, en el cual resuenan intensamente los instantes finales de una antigua poesía alemana, que Marion leyera en su juventud:
"Desde aquí no hay lugar en el que no te vean; tú debes cambiar tu vida".
Marion vuelve a la soledad de su departamento. Su libro avanzaba poco, contrariamente a la intensidad de su angustia. La veremos con los ojos fijos en el enrejado de la ventilación de la habitación, que parecía conectarla, no ya con el otro cuarto, sino con una parte muy profunda de sí misma. Otra mujer, tal vez.
Es entonces cuando Marion tiene un sueño. Este sueño es clave. Despiadadamente significativo. Tiene varias fases. En la primera, se dirige al departamento de su vecino psicoanalista, y conversa con él sobre la mujer embarazada. Entonces él le pide disculpas, porque tiene otro paciente. Y ante la mirada atónita de Marion, entra su padre.
"Ahora que mi vida llega a su fin -dice- sólo tengo cosas de que arrepentirme. Arrepentirme porque la mujer con quien compartí mi vida, no es la que amé más profundamente. Arrepentirme de que si no hay amor entre mi hijo y yo, es por mi culpa. Arrepentirme de haber sido muy severo con mi hija. Le exigí demasiado y no le di suficiente sentimiento. Pero yo era muy infeliz".
En una segunda fase, entra en un teatro. La mujer embarazada le hace de guía. Su amiga Claire la personifica a ella, y el esposo de Claire dirige. Se representan así diversos episodios de la vida de Marion. Primero, se dramatiza su situación matrimonial. Discute con su marido sobre la falta de relaciones, desde hace mucho. Pero la Marion allí representada es mucho más enérgica y temperamental. Segundo, tiene una conversación con Larry. Este se había casado. Pero la recuerda con afecto. Le dice que ha escrito una novela y la ha representado en uno de sus personajes bajo el nombre de Elenka. Larry era feliz. Marion sigue comprobando que ella no.
Tercero, recuerda el suicidio de su primer esposo, Sam, que había sido su profesor siendo un hombre mayor que ella.
Al día siguiente, Marion se encuentra en una tienda de antiguedades con la mujer embarazada. Esta vez no es un sueño. Marion la invita a almorzar. Su intención es saber más de su peculiar y ocasional vecina, pero el resultado es el contrario. Marion habla de sí misma más de lo que tenía pensado. En esa ocasión, dice que le habría gustado tener un hijo. Y recuerda entonces, para sí misma, que, habiendo quedado embarazada con Sam, había abortado voluntariamente, lo cual produce amargos reproches por parte de Sam y la posterior separación.
Durante ese almuerzo, además, sucede algo importante. Ve a su amiga Lydia almorzando. Pero cuando se acerca, descubre lo está haciendo con Ken. Ambos están tomados de la mano. Y no advierten la presencia de Marion.
Esa tarde, Marion regresa a su departamento, sumida en una gran confusión y angustia. Pero sucede algo más. Vuelve a escuchar a la mujer con la que había almorzado.
"Hoy conocí a una mujer muy triste -escucha Marion a través del famoso tubo de ventilación-. Uno pensaría que ella lo tiene todo. Pero no, no tiene nada. Realmente me asustó. Porque sentí que no podía detenerme. Que los años pasaban y yo terminaría igual. Ella no se permite sentir. Y entonces lleva una vida fría y cerebral. Y enferma a todos los que están a su alrededor. Ya hablamos de esto antes. De cómo sólo oigo y veo lo que quiero. Eso es lo que ella hace. Ella fingió por mucho tiempo que todo está bien. Pero es claro que está perdida. Tuvo un aborto hace años, del cual se arrepiente. Lo racionaliza de muchas maneras. Creo que tenía miedo de lo que podría haber sentido por el bebé. Es una mujer brillante, muy inteligente. Pero no como yo. No lo sé. Las emociones siempre me avergonzaron, Ud. lo sabe. Huyo de los hombres porque la intensidad de sus pasiones me da pánico. Los sentimientos profundos no pueden estar encerrados mucho. No quiero llegar a esa edad y encontrar que mi vida está vacía".
Marion llora amargamente.
Con movimientos pausados y melancólicos llega a su casa y se encuentra con Ken. Este le desea feliz aniversario. Pero Marion le cuenta tranquilamente lo que vio. Ken intenta defenderse diciendo que es algo pasajero. Marion recuerda que de igual modo comenzaron ella y Ken: cometiendo adulterio. Finalmente, Marion dice:
"Siento pena por ti, porque a tu modo, has estado tan solo como yo"
"¿Estuvimos solos?"
"Al menos, yo lo reconozco".
Lentamente, pero con decisión, Marion se decide a levantar las piezas rotas de su vida, habiendo tomado conciencia de que lo estaban. Visita nuevamente a su hermano -quien parece haberse reconciliado con su esposa- y le comunica que se separará de Ken. Y le pide a Paul que la deje estar más tiempo con él. La mirada de Marion es comunicante. Y su hermano la acepta.
Sentada nuevamente en su departamento, sin voces que se escucharan a través de la pared, Marion lee aquella parte de la novela de Larry en la que se habla de ella bajo el nombre de Elenka. Una parte dice así:
Yo ya sabía que ella era capaz de una intensa pasión, si tan sólo se permitía sentir.
Marion se queda mirando a la lejanía. Siente entonces una extraña mezcla de nostalgia y esperanza. Y se dice a sí misma:
"Por primera vez en un largo tiempo, me sentí en paz".

Pero ahora hemos cambiado el análisis.
Nuestro update se divide en tres partes: diagnóstico, etiología y terapéutica.
1.      Diagnóstico.

1.1. Marion está encerrada en una negación del volcán profundo que se agita en su interior. Aferrada a un ideal de yo que no responde a sus conflictos afectivos, hace como que no existieran, inconscientemente. Aparentemente nada es capaz de despertarla.

1.2. La elección el sujeto sexo-afectivo está marcada por esta problemática. Larry era el sujeto pasional. Ken es un sujeto no pasional que no problematiza a sus volcanes interiores. Opta consiguientemente por Ken.


1.3. Desde la negación inconsciente de sus volcanes interiores, Marion se convierte en la mujer racional que juzga a los demás, que da consejos, que soluciona los problemas de los otros, que cambia la vida de los otros.

2.      Etiología.

2.1. Neurosis de angustia (Freud)
Freud ha explicado muy bien que en la evolución de nuestro aparato psíquico, la pulsión de vida, indiferenciada al principio, se va diferenciando entre el amor de ternura, dirigido a padres, hermanos y amigos, cortado hacia su fin sexual, y el amor sexual hacia la futura pareja exogámica. Por supuesto, puede haber problemas en el proceso de diferenciación, y evidentemente Marion los tuvo. Un neurótico relativamente normal logra no rechazar la pulsión sexual (ahora no sólo de vida) hacia el sujeto sexual exogámico. Pero Marion no lo logra. No puede redireccionar su pulsión sexual hacia su pareja, no puede manejar la intensidad de esa pasión, y al no poderla manejar, la niega. La negación funciona al principio pero le produce una angustia latente que será despertada precisamente por la voz de la habitación contigua, que es de la otra mujer que en realidad es ella misma. Esa negación de su pasión sexual se convierte a su vez en un duelo consigo misma no superado, que es tapado por el beneficio secundario de la enfermedad (el ideal del yo convertido en el imaginario de sí misma).

2.2.Neurosis noógena (Frankl).
El ideal del yo –la mujer serena, racional- convertida en la imagen de sí misma, la va sumergiendo en una existencia in-auténtica (Hiedegger). NO es que su vocación (la literatura y filosofía alemanas) sea in-auténtica. Lo que es in-auténtico es esa mujer serena y sabia que ella cree que es. Eso la sumerge en un desconocimiento de su yo auténtico (yo, ahora, en el sentido de Frankl) con una angustia latente por la falta de sentido de su existencia, angustia que agregada a la anterior, despertará cuando se escuche a sí misma en la otra mujer.


3.      Terapéutica.

3.1.Situación límite.

Toda esta película (igual que Alice, ya comentada) es un símbolo de lo que sería una terapia dirigida profesionalmente, donde ella debería ir des-cubriendo, no sin dolor, a esa mujer dormida que habitaba en su interior. Pero, como mucha gente, Marion está tan sumergida en el beneficio secundario de su enfermedad,  que sucede lo habitualmente peor: de ninguna manera considera ni se le ocurre hacer terapia. Pero, gracias a Dios, una situación límite (Jaspers) inesperada, la despierta. La voz de la otra mujer.

¿Por qué esa voz le produce una angustia tan intensa, reflejada en la foto que hemos subido? Porque el inconsciente –como hemos dicho- es poderoso. Marion no estaba tan enferma como para no escuchar en otra voz lo que ella no podía escuchar en sí misma.

A partir de allí, todos los recuerdos que la van invadiendo –todo ese volcán tapado que, con sufrimiento de su consciente, va emergiendo y haciéndose visible- son los recuerdos que hubieran aflorado en una terapia. O sea, son ese “dar la palabra al sentir” que hubiera sido manejable en la intimidad de un tratamiento. Ahora, sin embargo, interrumpen su vida, interrumpen la escritura de su libro, alteran –por suerte- la relación falsa con Ken. Larry, Claire, su primer matrimonio con su profesor, su aborto, la relación con su hermano, con su padre –que le graba sus mandatos familiares- todo va emergiendo con la conciencia paulatina de que estuvo mal manejado y rodeado de decisiones inauténticas. Marion se resiste, intenta seguir siendo la que no era, hasta que, nuevamente, por la voz de la otra mujer escucha la lapidaria descripción de sí misma:

“…"Hoy conocí a una mujer muy triste  Uno pensaría que ella lo tiene todo. Pero no, no tiene nada. Realmente me asustó. Porque sentí que no podía detenerme. Que los años pasaban y yo terminaría igual. Ella no se permite sentir. Y entonces lleva una vida fría y cerebral. Y enferma a todos los que están a su alrededor. Ya hablamos de esto antes. De cómo sólo oigo y veo lo que quiero. Eso es lo que ella hace. Ella fingió por mucho tiempo que todo está bien. Pero es claro que está perdida. Tuvo un aborto hace años, del cual se arrepiente. Lo racionaliza de muchas maneras. Creo que tenía miedo de lo que podría haber sentido por el bebé. Es una mujer brillante, muy inteligente. Pero no como yo. No lo sé. Las emociones siempre me avergonzaron, Ud. lo sabe. Huyo de los hombres porque la intensidad de sus pasiones me da pánico. Los sentimientos profundos no pueden estar encerrados mucho. No quiero llegar a esa edad y encontrar que mi vida está vacía".

Y a eso se suma el descubrir que Ken tenía una relación con su conflictiva amiga Claire.

Allí, entonces, Marion se deja vencer. Ya no puede sostenerse. Toma conciencia de sus conflictos. Pero ese momento, que en una terapia es delicado, porque hay que “sostener” al paciente, Marion lo tiene que vivir en su soledad. Eso nos lleva al siguiente punto:

3.2. Manejo del duelo.

Todas esas mal encaradas relaciones de su pasado –su padre, su hermano, Larry, Claire, su primer esposo, su hijo muerto- son ahora duelos que hay que duelar. Esta es la principal razón por la que muchos pacientes y otras terapias no quieren volver al pasado: porque obviamente no se puede cambiar. Pero entonces son como muertes cuyo duelo hay que elaborar. ¿Pero cómo se elaboran esos duelos?

3.2.1.      El pasado culpógeno.

Uno es el pasado culpógeno. El paciente se deja condenar a sí mismo. Quiere casi matarse, colgarse de los pulgares, por una culpa que lo aplasta y de la cual no sabe cómo salir. Un momento muy peligroso, y una de las principales razones por la que muchos no quieren de ninguna manera reflexionar sobre sí.

3.2.2.      El pasado redentor.

Pero la alternativa realmente terapéutica es saber comprenderse a sí mismo. “Comprender”: un acto de inteligencia sobre sí al que la razón instrumental no nos prepara. Sabemos calcular, planificar, ser eficientes, repetir paradigmas, pero no sabemos comprendernos, ni a nosotros mismos ni a los demás. Comprendernos implica advertir los límites personales, el nivel de conflicto que teníamos cuando tomamos esas decisiones que ahora tanto nos atormentan. Y comprender por ende que ello fue lo que pudimos hacer dada la poca conciencia de lo inconsciente con la cual apenas “decidimos”. Ello implica auto-perdonarnos. No, no éramos un ángel maligno y casi omni-sapiente. Eramos pobres seres humanos sumergidos en conflictos no resueltos, en neurosis desconocidas, en la ignorancia de sí. Calma. Perdónate.

Pero entonces, sí podemos comenzar de vuelta, porque entonces pasamos del pasado redentor al presente reparador.

3.2.3.      El presente reparador implica que, al perdonarnos, podemos ahora tomar a ese pasado como un aprendizaje para la situación presente y “reparar”: o sea, decidir en la situación presente con el saber de nosotros mismos, con el perdón de nosotros mismos y, por ende, con el perdón a los demás. Porque ahora sí que comprendemos a los demás, al verlos como iguales en el dolor y los límites. Entonces “reparamos”. Marion decide aceptar su soledad. Su relación con Ken era inexistente. No era un matrimonio que reparar, era un adulterio sin siquiera la disculpa de una pasión originaria. Lee la novela de Larry y acepta cómo Larry la ve y la recuerda con afecto. Imagina a su padre pidiendo perdón. Y, lo más importante, vuelve al afecto que aún puede continuar: su hermano. Ya no lo juzga. Ya sólo tiene que amarlo y nada más.


4.      Conclusión.

El “caso” Marion Post no es ni ficticio ni fáctico: es un símbolo, magníficamente escrito por la genial pluma de Woody Allen, que nos muestra el final feliz (poco frecuente) de lo que es una situación límite que nos golpea de repente. No queríamos escuchar nuestra voz pero el inconciente escucha: otra voz. Y lo que teníamos sellado por la puerta entra por otra ventana existencial con la fuerza de un huracán imposible de detener.

Nos muestra también la necesidad de una terapia preventiva. Es bueno pasar esta película ante gente joven, que no ha llegado ni a los 25, para que tomen conciencia de que si no se analizan a sí mismos desde ahora, si no van permitiéndose minis-terapias sobre sus por ahora mini-conflictos, pueden terminar como Marion, y a veces la cuestión ya no tiene solución plausible.

Nos muestra también esa relación entre el pasado y el presente. Si, el pasado no se puede cambiar, pero se puede cambiar, sí, de culpógeno a redentor. Y el pasado redentor da pie al presente reparador.

Y nos muestra, finalmente, algo que también hemos dicho varias veces: que la oposición entre Freud y Frankl es falsa. Una terapia psicoanalítica sobre los conflictos sexo-afectivos puede ser condición necesaria aunque no suficiente para
renovar el sentido de la propia existencia. En ese caso hay que diferenciar dos yo: el yo como el malabarista entre el ello y el super-yo, en la segunda tópica freudiana, y el yo como el centro más íntimo del alma, cuyo develamiento progresivo nos hace tomar sentido de nuestra vida.


Porque, finalmente, nuestra vida no debería ser más que las alas desplegadas del yo, de ese yo. “Debería”, sencillamente porque somos ese yo. Desplegar sus alas, ser lo que somos, es el desafío de toda existencia.

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