viernes, 27 de octubre de 2017

FILOSOFÍA PARA MI, CAP. 8: FILOSOFÍA Y LENGUAJE



Capítulo Ocho:
Filosofía y Lenguaje

Uno de los temas más delicados de toda la historia de la filosofía, pero que tomó un “giro” importante en el s. XX es el tema del lenguaje. Como siempre, estos humildes “estímulos al pensamiento” no pretenden resumir todas las cuestiones y solucionarlas, pero sí especificar lo que en nuestra opinión es el eje central del problema.

1.  Sujeto – idea – palabra – cosa

Si, tal cual. La cosa se complica. Hemos visto que gran parte de la filosofía occidental se metió en el laberinto sujeto – idea – objeto. Hemos visto algunas propuestas, no sobre cómo salir, sino cómo no entrar. En ese sentido tenemos gran parte del terreno ganado. Pero nos había quedado algo pendiente: precisamente, el lenguaje.
Si concebimos a la realidad y al conocimiento como un sujeto enfrente de un objeto, al cual se llega porque una idea representa al objeto, teníamos una serie de problemitas, pero uno adicional. El adicional es que entonces concebimos al lenguaje como una copia, estrictamente como una fotito de la realidad. Yo digo “lámpara”, “mesa”, “silla” y entonces lo que hago es otro tipo de signo para las ideas que me representan esas cosas. Veo una silla, pienso en la silla, “digo” la palabra “silla”. El lenguaje no es el tercero en discordia: es el cuarto en discordia. Más pasos para “llegar” a lo real. Las palabras, con sus significados tan diversos, ¿son verdaderas representaciones de las ideas, que, a su vez, representan a las cosas?
Esto, que se ha llamado concepción especular del lenguaje, tiene un matiz adicional. El lenguaje es concebido esencialmente como información. ¿Cuántas sillas hay en el aula? “Quince”, me contesta alguien. Lacónicamente, respondiendo sólo a la pregunta, “me informan de los he­chos”. Nada más, ninguna cosa más, ninguna pretensión adicional con el len­guaje. Y algunos piensan que ese es el lenguaje de la ciencia y que de­bería ser el de toda la filosofía.
Pero, después de todo el camino recorrido hasta ahora, ¿es así?




2.   Lenguaje y mundo

Si el modo de salir del laberinto era no entrar en él, y, al hacerlo, “des-cubrimos” que “somos en el mundo” ello también implicará otra no­ción del lenguaje.
“Somos en el mundo” implicaba, recordemos, que estamos en nuestras relaciones humanas cotidianas, que constituyen nuestro mundo y desde el cual todas las cosas físicas son “vividas”. Ahora bien, en esas relaciones humanas cotidianas, “hablamos”. Jugamos con el lenguaje todo el tiempo: afirmamos, negamos, prometemos, exhortamos, señalamos, convencemos, pedimos, ordenamos, etc., etc., etc. No somos del todo concientes de la infinita gama de posibilidades que tiene el lenguaje. Pero lo que ahora queremos “decir” precisamente, es que ese lenguaje no es algo que señala o copia un objeto: es parte concomitante y esencial de nuestro mundo. Al estar en un mundo, mundo que es relaciones entre personas, ese mundo es “hablado”, y, de ese modo, ese ser “hablado” es una capa concomitante de las infinitas gamas humanas de nuestro mundo. Decimos “parte”, “capa” porque no estamos reduciendo todo al lenguaje, pero, a la vez, no hay parte del mundo humano, intersubjetivo, que no sea “hablado” por más que a veces nuestro lenguaje consista en el silencio.
Wittgesntein, uno de los más grandes filósofos del s. XX, es quien habló de “juegos de lenguaje”, para referirse precisamente a esa infinita capacidad plástica que tiene nuestro lenguaje. Hay muchas interpretaciones de lo que quiso decir, pero decididamente advirtió a sus contemporáneos que el lenguaje es acción humana, y por eso quienes siguieron sus enseñanzas (filósofos como Austin y Searle) comenzaron a decir que “hacemos cosas” con las palabras.
Mi interpretación es que nuestros mundos de vida atraviesan infinitas posibilidades que podrían llamarse “situaciones vitales” (estar tomando un café con un amigo; asistir a un entierro; estar en una clase, etc...........), y que cada una de esas situaciones vitales implica una serie de funciones lingüísticas infinitamente diferentes y plásticas, modos de hablar muy diversos pero asombrosamente idóneos para la comunicación inter-subjetiva que cada una de esas situaciones requiere. Nuestro modo de hablar va cambiando, girando, según esas situaciones se presenten, con normas muy específicas espontáneamente aprendidas. Todos esos giros son acciones y significaciones. El lenguaje es acción humana: al hablar, tenemos fines, interactuamos con el otro. Nadie intenta meramente informar: no se puede. El que me dice que hay quince sillas en la clase comparte conmigo un sinfín de supuestos. Podríamos ver algunos: que sea relevante que haya 15 sillas en la clase; que comparta conmigo la importancia del tema y la pregunta; que comparta el mismo mundo vital donde hay sillas; que me vea como alguien que tiene derecho a hacer la pregunta, etc., etc., etc.... ¿“Dónde está el baño”? “En este planeta”, podría ser la respuesta. ¿Y no es un hecho, según un positivista? ¿No es acaso real que está en este planeta, según yo creo? Pero, ¿qué pasa entonces con esa “información”? Que no es relevante. Ah! Entonces, ¿qué distingue lo relevante de lo que no lo es? Pues el contexto vital de la situación en la que nos encontramos. Y ello, ¿cómo se sabe? No precisamente porque hicimos un curso. Sino porque “somos en el mundo”, y allí, en ese mundo, vivimos “en” el contexto de personas que hablan, de alguien que dice algo a alguien.............. Y por ende el “algo” es un misterio de significado entre los dos “alguien”.....

3.   Lenguaje y sujeto

Pero entonces, ¿todo es lenguaje? ¿No hay una persona “que piensa” independientemente del lenguaje?
Voy a ser irresponsable, J, y voy a aventurar una opinión. Claro que hay sujetos, personas, de carne y hueso: dijimos, precisamente, “alguien que dice algo....”. En capítulos anteriores (cinco y seis) vimos que no hay “algo” dicho si no hay “alguien”. El grabador, la computadora, el DVD, etc, no “hablan”. El messenger no habla, se supone (¡esperemos!) que hay una persona detrás. Y la relación entre esa persona y su “audiencia” implica el “significado”. O sea que si, que hay alguien que piensa, y ese pensamiento no se reduce a reproductores mecánicos de sonidos. ¿Un límite a la inteligencia artificial?
Pero el pensamiento no es una cosa metida dentro de mí mismo. Soy yo mismo, irreductible a lo material, ok, pero yo mismo, sencillamente yo mismo. Puedo estar dormido, despierto, “callado” o hablando, pero siempre, con y sin mis palabras, mi cuerpo, mis manos, mis gestos, mis posturas corporales, todas ellas hablan, y cuidado porque hay otros “hablantes” que pueden leer muy bien ese idioma.
Lo que quiero decir es: hay personas, hay “lo que piensan”, pero ellas y sus relaciones constituyen un mundo “hablado”, concomitante a ellas mismas. Las personas no se reducen al lenguaje pero no hay personas sin lenguaje. Claro que podemos “guardarnos nuestros pensamientos”; claro que podemos, y a veces debemos, no decirle a alguien que su peinado es sencillamente horrible…J. Pero ese “no decir” será parte de nuestro “juego de lenguaje” con él.... O con ella.
Pero ¿podemos pensar sin palabras? Claro que no, somos humanos. Eso no quiere decir que pensar sea igual a hablar o escribir, implica que la lengua materna es parte esencial de nuestro mundo de vida. Ahora bien, ¿todo se puede decir? ¿No hay algo de “la realidad” que “escapa” a nuestro lenguaje? Tal vez sí. Pero a ese tema le vamos a dedicar un poquito más de “lenguaje”.

4.   Lenguaje y metafísica

Hay un primer Wittgenstein que dijo que de lo que no se podía hablar, mejor callar. Algunos neopositivistas (lo vimos en el capítulo 2) pensaron que con ello estaba prohibiendo todo discurso que fuera más allá de la física. Es dudoso que él dijera eso pero, sin embargo, más allá de lo que Wittgenstein quiso decir, vale la pena analizar el problema. En el capítulo dos vimos esta cuestión desde el punto de vista de las respuestas que recibe de los filósofos de la ciencia posteriores (Popper en adelante). Ahora, habiendo transitado un poco más el terreno de la filosofía, ensayemos una reflexión adicional.
En primer lugar, por metafísica podríamos entender filosofía primera, como la entendía Aristóteles. Pero un contemporáneo diría que las categorías que Aristóteles llama “del ser”, son sin embargo del lenguaje. Eso tiene que ver con el giro que Kant da a la filosofía en el s. XVIII, donde no se conoce la cosa en sí misma sino lo que ordenamos de la experiencia según nuestras categorías a priori. Vimos, sin embargo, que el planteo kantiano es uno de los más sutiles intentos para recorrer el camino que va de sujeto a objeto. Con la noción de mundo acuñada en el s. XX el camino ya no debe ser recorrido y por ende todo el “problema” kantiano debe ser re-interpretado.
En segundo lugar, si por metafísica se entiende el estudio de estos tres grandes temas, a saber, Dios, el alma y la libertad, entonces..... Hay tres actitudes básicas:
a)       nada que decir. Si uno intenta decir algo se enrieda en los engaños del lenguaje cotidiano, lo cual conduce a absurdos. Eso implica que el lenguaje se reduce a la lógica de las ciencias. Pero ya hemos visto que esta posición es difícil de sostener desde las mismas ciencias....
b)      Nada que decir en el sentido místico. Sólo una fe silenciosa, interna, pero nada que decir. Esto se combina también con el último Heidegger que habría afirmado que toda metafísica implica un “olvido del ser”, porque siempre que intentamos “definir” al ser, lo disfrazamos de una definición in abstracto. ¿Será así? Creemos que no, pero hay que tener esto siempre en cuenta. No hay que olvidar que podemos olvidar al ser.
c)       Sobre esos tres temas podemos decir...... ¡Algo! En última instancia, al menos sobre los temas del libre albedrío y del alma hemos dicho “algo”, en el sentido de “afirmar”, (capítulos cuatro y cinco). Sobre Dios, esperemos que Dios nos perdone J,  por lo que vamos a decir en el último capítulo. Pero ahora querríamos agregar algo adicional.

Se trata de lo siguiente. Podemos intentar salir de los problemas del lenguaje cotidiano recurriendo a un lenguaje lógico muy preciso. Demos un ejemplo.
“Yo soy”. ¡Engaño del lenguaje!!!!!, grita el positivista. Y lo muestra con lógica matemática. Que el “ser”, en lógica se trata del modo “existe al menos un x tal que....” y que por ende ello implicaría decir “existe al menos un x tal que x es..... Yo”, lo cual es un absurdo porque se supone que el sujeto es x, y no el yo..... Etc.
Ok. Digamos entonces sencillamente: existo. Punto, eso es lo que quiero decir. Entonces vienen los neopositivistas de vuelta. ¡Tampocooooooooooooo!, porque..... (Y todo otro debate al respecto).
Vienen los heideggerianos y dicen: ¡no, eso es un olvido del ser!
Y uno se queda solito con su existencia, diciendo, cual metafísico Galileo: y sin embargo....... Existo. ¡Existo! ¿No?
Aquí es donde uno puede dar un portazo con la filosofía, esa negadora de la sencillez. Pero no. Yo he llegado a la conclusión de que nos enfrentamos aquí con un tema muy del segundo Wittgenstein: los límites del lenguaje. Los juegos de lenguaje son infinitos, pero en cada situación, el lenguaje tiene un límite, un límite tan limitado y llevadero como nuestra misma humanidad. Creo que los grandes esfuerzos de los grandes filósofos en estos temas han logrado decir algo, yo diría bastante, sobre “algo” que supera al lenguaje mismo, que más que la realidad física: la maravilla y misterio de lo insondable de “lo humano”. “Existo”: si, puede tener sus problemas ese “juego del lenguaje”, pero son más bien límites inherentes a nuestro modo humano de hablar. Y no tenemos otro. Existo, si, quiere decir que no estoy muerto. Acércate a un entierro y manifiesta tus dudas sobre si lo que está en el cajón está muerto o no, porque no hemos descubierto un lenguaje “sin problemas” para hablar de “existir” y “ser”. Atrévete.....
Dicen que un famoso neopositivista dijo alguna vez: “lo que el neopositivista le dice al metafísico no es “lo que tú dices es falso”, sino “no te entiendo”.
¿Seguro?
¿Alguna vez te dieron la noticia de que alguien había nacido?
¿Alguna vez te dieron la noticia de que alguien había muerto?
¿Y qué dijiste?
¿Que no entendías?

Bibliografía recomendada

w  Leocata, F.: Persona, lenguaje, realidad; Educa, Buenos Aires, 2003.
w  Wittgenstein, L.: Investigaciones filosóficas; Crítica, Barcelona, 1988.
w  Austin, J.: Cómo hacer cosas con las palabras, Paidós, 1990.
w  Searle, J.: Actos del habla, Cátedra, Madrid, 1990.
w  Nubiola, J., y Conesa, F.: Filosofía del lenguaje, Herder, Barcelona, 1999.
w  Acero, J.J., Bustos, E., Quesada, D.: Introducción a la filosofía del lenguaje; Cátedra, Madrid, 1985.
w  Muñiz Rodríguez, V.: Introducción a la filosofía del lenguaje, problemas ontológicos; Antropos, Barcelona, 1989.

w  Llano, A.: Metafísica y lenguaje, Eunsa, Pamplona, 1989.

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