domingo, 15 de octubre de 2017

DE LA DECLARACIÓN DE LA INDEPENDENCIA A LA INDEPENDENCIA DE LOS PEQUEÑOS SOVIETS





Más allá de los extraordinarios intentos de Puigdemont, por superar a la lógica de Aristóteles –ser hegeliano en política tiene sus vueltas- las veleidades independentistas, últimamente –desde los catalanes hasta los mapuches- tienen otro hegeliano inspirador: Marx.

Claro, como siempre, no vaya a ser que pierden al alma leyendo a Mises, ese horrible autor al que sólo leemos los malos católicos y los malos filósofos. Entre sus pecados mortales, una de sus grandes y menos leídas obras es Nation, State en Economy, 1919 (https://mises.org/library/nation-state-and-economy ) donde, ante el desmembramiento de su amado Imperio Austro-Húgaro, Mises propone la distinción entre estado y nación como clave del problema y de la solución. Las naciones son unidades culturales definidas por el lenguaje (antes de Wiitgesntein, sí). Los estados, en cambio, son meras unidades administrativas, con el solo fin de custodiar las libertades individuales y mejorar la administración de los bienes públicos.

Las naciones, por ende, no tienen por qué estar unidas por otra nación. Son, en sí mismas, culturalmente independientes. Pero pueden convivir en un estado liberal clásico, que reconociendo sus autonomías federales, se limite a custodiar las libertades individuales de todos sus habitantes para que, a través de esas libertades, las diversidades culturales se manifiesten y se intercambien libremente.

Por ende, un estado liberal clásico no impone nada a ninguna nacionalidad, porque no es una nación. ¿Quiéres hablar catalán, cantar música country y bailar como los zulúes? ¿Quiénes fundar una institución que tenga su propio sistema educativo, en su propio idioma, etc.? Hazlo, está en tus libertades individuales, el estado liberal clásico no sólo no te lo va a impedir, sino que va a custodiar tus derechos a la libre asociación y propiedad donde esas autonomías pueden funcionar. ¿Quieres tener tu propio parlamento, tu propio sistema de impuestos, y no depender del estado federal? No sólo el estado liberal clásico no te lo va a impedir, sino que esta vez te lo demandará como obligatorio en la organización federal. ¿Quieres que sea una confederación e irte cuando quieras?[1] Hazlo, porque cumplidos esos requisitos constitucionales, nadie se dará cuenta.

Pero ese es el sistema que Mises te propuso. Pero tú, lo que quieres, es otra cosa. Tú lo que quieres es vivir un en soviet y liberarte de él para hacer tu propio soviet. La Unión Europea –perdonen algunos amigos- ya es un soviet, y cualquier región que se quiera independizar será otro, y peor. Ya no existen libertades individuales. Lo que existen son grados diversos de planificación, donde, de vez en cuando, alguno dice “yo voy a planificar mejor” y proclama su independencia.

Pero el asunto no es ese. Moralmente, la clave es que cada persona sea independiente, en el sentido de que le sean reconocidas sus libertades individuales. Esa es la clave y no lo va a lograr porque viva en España, en Cataluña o en Marte: el asunto es que, llamemos como fuere a las naciones y a los estados, sean respepetadas esas libertades individuales sin las cuales las personas son oprimidas en nombre de la nación, el estado, la raza o los pueblos originarios.

Israel, Palestina, Malvinas, Inglaterra y Argentina, Cataluña, España, irlandeses, escoceses y vulcanos, norteamericanos y mexicanos,  todos conflictos inútiles y evitables. Abran las fronteras. Derriben los muros. Eliminen aduanas, pasaportes, tarifas aduaneras, aranceles y sellitos. Intercambien libremente mercancías, lenguajes, concepciones del mundo, discutan libremente si es mejor la jota o el pericón. Y únanse todos en una confederación con un estado cuya única misión será custodiar las libertades individuales bajo las cuales todo ello es posible.

Mm, pero no sé. Tal vez la pulsión de agresión, oh sabio Freud, es más fuerte que cualquier razonamiento:  “…A mi juicio, el destino de la especie humana será decidido por la circunstancia de si -y hasta qué punto- el desarrollo cultural logrará hacer frente a las perturbaciones de la vida colectiva emanadas del instinto de agresión y de autodestrucción. En este sentido, la época actual quizá merezca nuestro particular interés. Nuestros contemporáneos han llegado a tal extremo en el dominio de las fuerzas elementales que con su ayuda les sería fácil exterminarse mutuamente hasta el último hombre. Bien lo saben, y de ahí buena parte de su presente agitación, de su infelicidad y su angustia. Sólo nos queda esperar que la otra de ambas «potencias celestes», el eterno Eros, despliegue sus fuerzas para vencer en la lucha con su no menos inmortal adversario. Mas, ¿quién podría augurar el desenlace final?” (El malestar en la cultura, 1930).




[1] “….Como es evidente, el derecho de autodeterminación al que el liberal alude nada tiene que ver con ese supuesto “derecho de autodeterminación de las naciones”, porque el liberalismo lo que defiende es la autodeterminación de los individuos habitantes de toda zona geográfica suficientemente amplia para formar su propia entidad administrativa. Y esto hasta el punto de que, si fuera posible con - ceder el derecho de autodeterminación a cada individuo, el liberal entiende también habría de serle otorgado. No es posible, desde luego, en la práctica, estructurar tal planteamiento, por razones puramente técnicas, en razón de que a la zona de que se trate por fuerza ha de tener bastante entidad como para ser posible administrativamente gobernarla. La autodeterminación, por eso, no puede ir más allá de los habitantes de aquellas unidades territoriales que tengan cierto peso demográfico» (Liberalismo, 1927). Las itálicas son nuestras.

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