domingo, 3 de septiembre de 2017

TODOS SOMOS PERVERSOS POLIMORFOS :-)



En el 2008 y 2009 hice uno de los cursos más importantes de mi formación teórica: el PROGRAMA DE FORMACIÓN TEÓRICO CLÍNICO EN PSICOANÁLISIS, en CESAMENDE (http://www.cesamende.com/). Había que entregar cuatro trabajos escritos; el 3ro (entregado el 11-7-09)  fue sobre la sexualidad infantil como parte esencial del núcleo central de la teoría psicoanalítica en Freud, con la Lic. Silvia Justo. Nunca lo publiqué, y me parece prudente hacerlo ahora si esto puede aclarar a los demás mis incipientes relaciones que hice en ese momento con mi formación filosófica de base.

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  1. Introducción.
La tesis de este pequeño trabajo está expuesta en el título y, como se desprende del mismo, no pretendemos ningún planteo original, sino poder resumir un punto clave del psicoanálisis. Lo hacemos como un ejercicio de aprendizaje, falible y abierto a las correcciones correspondientes. Nuestros únicos agregados a la teoría ya existente será nuestro propio modo de expresarla y entenderla, más algunas reflexiones finales sobre consecuencias pedagógicas para el adulto y para el infante. Por lo demás, este tema siempre nos pareció importante. Mucho antes de tomar contacto directo con la obra de Freud y con los seminarios del programa en curso, siempre nos había parecido que la sexualidad infantil no era un capítulo más en el psicoanálisis, sino un aspecto esencial de la teoría sin la cual toda ella sería incomprensible. Explica, además, las múltiples resistencias tanto teóricas como prácticas que tiene el psicoanálisis, así como los comprensibles actos de negación que el neurótico adulto (o sea, todos nosotros J) pueda tener sobre el origen de sus conflictos. La peculiar amnesia infantil sobre los episodios que dieron origen a los síntomas explica obviamente la resistencia que el adulto puede ejercer en el tratamiento, y el momento negativo de la transferencia. El adulto se ha “pegoteado” al goce, al beneficio secundario se su neurosis y a su síntoma, y a pesar de que se da cuenta de que algo no anda bien en su vida anímica, el momento de “hacer consciente lo inconsciente”, lo lleva a una delicada visualización de los procesos inconscientes que estaban guardados en el inconsciente reprimido desde su más “tierna” infancia. Nunca es emotivamente agradable tomar conciencia de la debilidad del “pobre yo”[1] y las enormes cantidades de energía que tuvo y tiene que emplear para sostener un delicadísimo equilibrio, siempre quebradizo, ante las exigencias de la libido, el super-yo y el ppio. de realidad. En interesante que la palabra “super-man”, de la cultura folk, no quiso referirse (y esto es muy interesante: inconscientemente) al super-yo freudiano sino precisamente al yo, que de “súper” no tiene nada: una forma interesante de negación y de no aceptación de los propios límites de nuestra delicada psiquis. Análogamente a la toma de conciencia de la propia ignorancia del método mayéutico en Sócrates, la toma de conciencia progresiva de nuestros límites, de la debilidad del yo en el delicado proceso de la formación del sujeto adulto, es una forma de re-eduación del adulto y, paradójicamente, de fortalecer humanamente su yo conciente. Para ello es importantísimo tomar conciencia de que “todo comenzó” cuando el primer impulso de vida comenzó a latir.

  1. Un esquema básico de la etiología de las neurosis.
La etiología de las neurosis, como síntomas que son a su vez “transacciones” entre un impulso libidinal y la censura que la represión le impuso, es una noción clave en toda la obra de Freud. Pero si hay un lugar donde nos ha parecido particularmente claro, a los fines de este trabajo, es en la lección XXIII de sus Lecciones Introductorias al Psicoanálisis[2], de 1915. El síntoma queda explicado allí como un “rodeo” aceptable para el yo, que el impulso libidinal tiene que dar ante la censura de la represión, posibilitando a la libido una satisfacción “disfrazada”, apenas reconocible, del fin original. Ello es el síntoma (que luego revestirá diversas formas: neurosis de angustia, histerias, fobias, obsesiones, etc.).  En un modelo ultra-simple, podríamos representarlo así:




Pero lo interesante –más allá de nuestro resumen- es cómo sigue el mismo Freud el párrafo. Escuchémoslo a él: “…Mas, ¿dónde encuentra la libido las fijaciones de que precisa para abrirse paso a través de las represiones? Indudablemente, en las actividades y los sucesos de la sexualidad infantil, en las tendencias parciales abandonadas y en los primitivos objetos infantiles. A todo esto es a lo que retorna la libido en su marcha regresiva. La época infantil nos muestra aquí una doble importancia. Durante ella manifiesta el niño por vez primera aquellos instintos y tendencias que aporta al mundo a título de disposiciones innatas, y experimenta, además, determinadas influencias exteriores que despiertan la actividad de otros de sus instintos, dualidad que creo perfectamente justificado establecer, dado que la manifestación de las disposiciones innatas es algo por completo evidente y que la hipótesis –fruto de la experiencia psicoanalítica –de que sucesos puramente accidentales, sobrevenidos durante la infancia, son susceptibles de motivar fijaciones de la libido, no tropieza tampoco con dificultad teórica ninguna”[3]. La sexualidad infantil, entonces juega un papel clave. Las disposiciones innatas de la libido, por un lado; los sucesos accidentales, tan importantes en los análisis freudianos de casos infantiles[4], y, agreguemos nosotros, toda la carga cultural que el “pobre yo” tiene que aprender a manejar en poco tiempo (como queda de manifiesto en El malestar de la cultura[5]) explican que la normalidad en este delicado proceso sea tan anormal –permítesenos el eufemismo-; que las neurosis de la vida adulta sean tan frecuentes, y que -ese es el punto que buscábamos- tengan sus primeras manifestaciones ya en la infancia donde toda la carga libininal del sujeto en formación trata de encontrar un “lugar manejable” dentro de las exigencias de toda la vida cultural, por un lado, sus propias disposiciones innatas, por el otro, y los sucesos accidentales que puedan haber complicado aún más el proceso.

  1. La noción de “represión” y de figura paterna.
En todo esto, las “censuras de la represión” juegan un papel importantísimo, pero, lamentablemente, muy malinterpretado. Aclararlo es importante para nuestro propio aprendizaje de la teoría, pero también “ad extra” de los ambientes psicoanalíticos, donde habitualmente el no versado en el tema cree que la “represión” es un acto conciente de “control”, al estilo estoico, que el “yo” hace de sus “impulsos”, habitualmente calificados (qué interesante cómo habla el lenguaje) de “bajos”.
En Lo inconsciente[6], de 1915, la represión es tratada por Freud en su no sencilla tópica de división del psiquismo en inconsciente, pre-consciente y conciente. Pero en dos oportunidades anteriores había utilizado dos analogías que, creo, son muy valiosas.
En la 2da. conferencia a la Universidad Clark, en 1909[7], la analogía es la siguiente: “….Quizá pueda presentaros más vivamente el proceso de la represión y su necesaria relación con la resistencia por medio de un sencillo símil, que tomaré de las circunstancias en las que en este mismo momento nos hallamos. Suponed que en esta sala y entre el público que me escucha, cuyo ejemplar silencio y atención nunca elogiaré bastante, se encontrara un individuo que se condujese perturbadoramente y que con sus risas, exclamaciones y movimientos distrajese mi atención del desempeño de mi cometido hasta el punto de verme obligado a manifestar que me era imposible continuar así mi conferencia. Al oírme, pónense en pie varios espectadores, y después de una breve lucha arrojan del salón al perturbador, el cual queda, de este modo, expulsado o «reprimido», pudiendo yo reanudar mi discurso. Mas para que la perturbación no se repita en caso de que el expulsado intente volver a penetrar aquí, varios de los señores que han ejecutado mis deseos quedan montando una guardia junto a la puerta y se constituyen así en una «resistencia» subsiguiente a la represión llevada a cabo. Si denomináis lo «consciente» a esta sala y lo «inconsciente» a lo que tras de sus puertas queda, tendréis una imagen bastante precisa del proceso de la represión”[8]. El símil es muy ilustrativo –demuestra ese especial manejo que tenía Freud para las analogías, que tanto se aprecian en la claridad del discurso filosófico- pero puede quedar la impresión del que el “pobre yo”, representado por el yo que da la conferencia, es “demasiado conciente” del proceso que lleva a la expulsión del molesto asistente a las afueras del salón. Se insinuaba así una instancia “entre” lo conciente y lo inconsciente que aparece luego en, precisamente, su escrito La represión[9], de 1915. Si la idea que representa al impulso inconsciente se acerca a la conciencia, apenas lo es, deja de serlo, en una instancia “pre” conciente, análoga a una ante-sala de nuestro despacho o el umbral de la casa –analogías a las que ayudan las disposiciones de las casas antiguas-. Freud lo dice así: “…Pero antes, quisiéramos decir algo en general, sobre ambos destinos, labor que se nos hace posible en cuanto conseguimos orientarnos un poco. El destino general de la idea que representa al instinto no puede ser sino el de desaparecer de la consciencia, si era consciente, o verse negado el acceso a ella, si estaba en vías de llegarlo a ser. La diferencia entre ambos casos carece de toda importancia. Es, en efecto, lo mismo, que expulsemos de nuestro despacho o de nuestra antesala a un visitante indeseado, o que no le dejemos traspasar el umbral de nuestra casa. El destino del factor cuantitativo de la representación del instinto puede ser triplemente vario. El instinto puede quedar totalmente reprimido y no dejar vestigio alguno observable; puede aparecer bajo la forma de un afecto cualquiera, y puede ser transformado en angustia. Estas dos últimas posibilidades nos fuerzan a considerar la transmutación de las energías psíquicas de los instintos en afectos, y especialmente en angustia, como un nuevo destino de los instintos”[10]. Lo importante es que estas analogías muestran claramente que la represión no es un proceso conciente, pero tampoco es parte del inconsciente reprimido: parece ser la función central del pre-conciente, como si el yo fuera nuestro despacho, el inconsciente, un sótano o un altillo desconocido u olvidado, y el pre-conciente una especie de antesala, donde hemos dejado olvidados los ruidos, olores o elementos del altillo o el sótano, pero transformados, por supuesto, profundamente transformados y presentes en el aparado psíquico, como síntomas, como una “historia viviente” del conflicto que los arrojó a la antesala, ante su insistencia de entrar en nuestro despacho. Es interesante, en ese sentido, otra analogía importantísima que hace Freud en El malestar de la cultura[11], cuando compara a todo nuestro psiquismo con una ciudad que edifica una nueva ciudad sobre aparentes ruinas, pero que no son ruinas sino que aparecen concomitantemente existentes y “vivientes” junto con las construcciones posteriores[12]. Esto explica la amnesia infantil sobre nuestros primeros años, por un lado, y nuestros profundos mecanismos de negación, por el otro.
Pero, por otro lado, nos muestra también que, contrariamente a versiones que “ad extra” se manejan del psicoanálisis, la represión no es algo “malo” que debería ser eliminado de la evolución psíquica del sujeto en formación. No es ni malo ni bueno porque no corresponde a un análisis moral, pero, sobre todo, porque la canalización de los impulsos inconscientes forma parte de la constitución del yo del sujeto. En esa canalización la represión juega un rol fundamental, y en la vida infantil, es el rol paterno el que dice el fundamental “no” ante el incesto, que, por supuesto, implicará diversas evoluciones, más o menos neuróticas, de complejo de Edipo[13]. Una relación edípica madre/hijo, cuando el hijo tiene 3 meses, con padres que le dieron un nombre y lo van constituyendo como sujeto, forma parte de la evolución “normal” del yo, aunque, volvemos a decir, la prospectiva del complejo de Edipo y el complejo de castración[14] pueden implicar neurosis en grados diversos. Pero si el hijo tiene 20 años, no hubo padre que dijera no al incesto y el “sujeto” sigue durmiendo en la cama de la madre, tendremos muy probablemente un psicótico, como vimos en los seminarios. Este rol paterno, por otro lado, tampoco es analizado por Freud en una perspectiva del deber ser, sino como parte de la descripción de las etapas de la vida infantil, donde se va a agregar, posteriormente, la figura del super-yo, que absorbe no solamente el “no” al incesto sino los mandatos culturales y familiares y que también puede formar parte del inconsciente[15]. Pero no era ese el objetivo de este comentario, sino analizar la compleja interacción “conceptual” entre represión y pre-conciente por un lado, y la evolución psíquica del sujeto desde su sexualidad infantil, por el otro, mediante las diversas fases de su libido articuladas con el “famoso” complejo de Edipo.
Si quisiéramos simbolizar lo expresado en un esquema, propongo este, sujeto obviamente a corrección:



  1. El perverso polimorfo.
Cabe destacar que uno de los elementos más interesantes del psicoanálisis en Freud (y que más “resistencias” ha producido) no es sólo la clara afirmación de la libido en la vida del infante, clave, como hemos dicho, para la explicación de las neurosis, sino también su clara afirmación de que el niño tiene una disposición perversa polimorfa. Esto sigue asombrando aún hoy (lamentablemente no lo decimos por bibliografía secundaria sino por sencillas experiencias en conversaciones cotidianas), sobre todo por la afirmación de la “inocencia” del niño, tan extendida, por un lado obvia en cuanto a la inimputabilidad moral del niño, pero, por el otro lado, una obvia negación, vía construcción cultural, de la sexualidad infantil. Pero, ¿por qué habría de causar tanto asombro? La libido “nace” indiferenciada en el cuerpo viviente, hasta que, precisamente después de un largo y delicado camino, donde va incorporando toda la carga cultural, atravesando el complejo de Edipo y etc., que el sujeto logra (a veces) dirigir su pulsión sexual hacia el sujeto adulto de sexo contrario que no sea miembro del “clan” familiar, reservando para estos últimos (y también amigos) lo que Freud llama corriente sensual o de ternura de la vida sexual[16]. Justamente las “desviaciones respecto del objeto” son las “aberraciones” que trata Freud en el cap. 1 de Tres ensayos para una teoría sexual[17]. Claro, tal vez los términos “aberraciones” o “perversiones” suenen luego demasiado fuertes para la carga condenatoria con la cual el marco cultural, comprensiblemente, las recubre, pero nuestro punto aquí es que la negación, ya teorética, ya práctica, del carácter polimorfo de la sexualidad infantil, conduce, no sólo, obviamente, a la incomprensión de la teoría psicoanalítica, sino hacia algo más: una incomprensión y “negación” de lo complejo de la naturaleza humana, de lo difícil que es el camino desde la libido indiferenciada hacia el sujeto que logra orientar su libido hacia el sexo opuesto fuera de su “clan”[18] familiar, un camino difícil en el cual puede haber muchos tropiezos que explican las diversas neurosis, las fijaciones, las perversiones en la vida adulta y hasta las psicosis[19].
Tal vez la clave de la incomprensión de esta cuestión pasa por no ver la importancia que Freud da a la explicación de la libido en comparación con teorías biológicas evolutivas. La distinción entre el impulso de vida e impulso de muerte tiene en Freud una base biológica. El organismo unicelular está destinado, por decirlo de algún modo, biológicamente a su desaparición como individuo (muerte) pero “en el medio” vive para reproducirse, transmitiendo un “plasma germinativo” (en términos de Freud) que como tal parece ser lo cercano a lo inmortal en medio del mortal individuo, para el cual el plasma germinativo es un mero medio de transmisión[20]. Tan es así que Freud nos recuerda que, en determinadas fases de la evolución biológica, sobre todo en insectos, el individuo (especialmente el macho, por obvios motivos) muere después de haber “cumplido” su rol de transmisor de la carga genética. Que ello ocurra sólo en determinadas especies es una ilustración, no una negación, de la importancia y función básica de la libido como impulso de vida en todas las especies: es vida para la reproducción. Y esa carga libidinal está en el individuo humano con toda su fuerza, y precisamente por ello el proceso de “culturalización” es tan complejo y con tantos “accidentes”. Me permito agregar, como una pequeña colaboración desde mi ámbito, que las diversas posiciones filosóficas pueden ayudar en más o en menos a comprender esta cuestión. Las posiciones “dualistas” (que separan alma y cuerpo como dos sustancias totalmente diferentes) encontrarán por supuesto muy difícil de conciliar todo esto con una visión del hombre donde su cuerpo es algo ajeno a su esencia que es su espíritu. Esta posición ya casi no se encuentra en la filosofía contemporánea pero tiene una tradición importante en la historia de la filosofía (Platón, Descartes, Leibniz, y que está presente aún en Kant con su distinción entre razón pura y razón práctica). Ninguno de esos filósofos discute con Freud, desde luego, pero sus herencias culturales aún habitan en quienes quieran afirmar, culturalmente, posiciones espiritualistas de la vida humana donde todo lo biológico es denigrado o contrapuesto con lo “más humano”. Como dijimos, no son posiciones filosóficamente importantes actualmente, sino supervivencias culturales que asumen diversas formas hoy en día. Al contrario, desde un punto de vista filosófico, los cientificismos del s. XIX han devenido hoy en el impacto de las neurociencias, donde una concepción “monista” del ser humano como “sólo cuerpo” niega, contrariamente a la anterior, alguna dimensión humana que no sea reducible y explicable a sinapsis y neurotransmisores. Curiosamente, Freud, médico de origen, excelente neurólogo y partidario muy elogioso de Darwin, no se hubiera sentido incómodo en esta postura, pero lo paradójico es que estas posturas neurobiológicas actuales han alimentado las más de las veces enfoques organicistas del psiquismo humano donde todo es y debe ser tratable según medicación conforme a neurotransmisores y consideran a Freud como una mera teoría “metafísica”, de alto vuelo literario, como mucho, pero sin valor científico. (Sería muy interesante hacer un paneo de la fecunda filosofía de la ciencia presente en los textos de Freud, que explicaría muchos malentendidos al respecto). Curiosamente, las dos tradiciones filosóficas que integraron “alma y cuerpo en una sola sustancia” (el vocabulario no es freudiano, me estoy refiriendo a dichas tradiciones filosóficas) son Aristóteles y Santo Tomás de Aquino. Allí se puede hablar de una dimensión “espiritual”, si se quiere, de lo humano (explicando con mucho cuidado ese término) en la cual necesariamente todos nuestros elementos biológicos forman parte necesaria de nuestra naturaleza y, por ende, no se podría negar de ningún modo (si queremos ser coherentes) una libido que haga pie en la teoría de la evolución, pero sin caer, a su vez, en un cientificismo que reduzca todo conflicto a la falta de tal o cual neurotransmisor. Creemos que, en ese sentido, podría plantearse perfectamente un diálogo desde la filosofía con Freud desde dicha tradición filosófica, pero sería culturalmente (en cuanto a los paradigmas vigentes) muy, muy difícil. La cantidad enorme de malentendidos que habría que solucionar sería inabarcable, creo que está más allá de nuestra época pero que se puede hacer, seguro.
Perdón por el ex – cursus. Sólo quise afirmar que desde la filosofía, una concepción integral del ser humano debe abarcar lo biológico; que las explicaciones biológicas de Freud sobre la libido son en ese sentido importantes, y que ellas explican esa libido indiferenciada a la cual le cuesta tanto, luego, “encontrar su objeto” en los procesos de inculturación. Saber que todos hemos sido pequeños perversos polimorfos de niños ayuda mucho en la comprensión de nosotros mismos y de los demás, a parte de la comprensión de la teoría psicoanalítica. Pero además, ayuda a comprender la importancia y delicadeza de los procesos educativos informales (nos referimos especialmente al ámbito familiar) mediante los cuales se produce esa in-culturación. Nuestra sexualidad indiferenciada con nuestra madre, hermanita o hermanito (y agreguemos: la típica ambivalencia, los impulsos de agresión, etc.,) en los primeros meses (no me atrevo, por mi inexperiencia clínica, a dar más cifras) de vida puede ser graciosa, manejable, etc., pero a los 20 años es (por decir lo menos….) “otra cosa”. Esto nos lleva al punto siguiente.

  1. Consecuencias educativas.
A pesar de que sabemos que hay clásicas posturas sobre esta cuestión (M. Klein, A. Freud, etc.[21]), nos permitiremos ahora elaborar hipótesis personales sobre esta cuestión. Aclaremos que no nos estamos refiriendo a la educación formal (la “escolaridad” en todos sus niveles) sino a la educación informal y, sobre todo, la que se pueda lograr en el ámbito familiar.
Creemos que, por un lado, la teoría psicoanalítica lleva a una comprensión de la importancia del rol paterno en cuanto a los “no” que el sujeto tiene que ir incorporando, de manera difícil, obviamente, en su proceso de in-culturación, para que logre la dirección de su libido a su objeto sexual correspondiente. Que en ese proceso pueden producirse todo tipo de conflictos y de posteriores neurosis, es obvio. Lo que ahora debemos destacar es lo siguiente. Que los procesos educativos informales implican el “límite paterno” al incesto y a la conducción de una libido indiferenciada y polimórfica hacia su objeto sexual específico, ya lo sabemos, pero muestran cuán tergiversada es esa visión popular del psicoanálisis como una exhortación a una liberación dionisíaca, de todos nuestros impulsos, en la vida infantil. Pero, ¿cómo hacerlo de manera tal que el “no” no sea tan intenso en la psiquis del niño, de tal modo que puedan impedirse mayores neurosis que, de otro modo, se producirán casi indefectiblemente?
Voy a dar una hipótesis de respuesta que no viene de una experiencia teórica y clínica que obviamente no puedo tener, pero sí de mi formación filosófica.
Una cosa es la razón instrumental, de dominio, denunciada por filósofos como Adorno y Hokheimer[22], donde, para decirlo resumidamente, la razón humana, que pretendió “liberar” tuvo la paradoja de terminar por establecer relaciones de dominio de unos sobre los otros (como una araña que tuviera racionalidad y conciencia de que siempre termina envolviendo a los demás en su propia red). Como reacción, muchos filósofos no post-modernos, no han querido renunciar a la razón pero sí dar el paso hacia una razón dialógica, donde la razón no impone sus razones por la fuerza lingüística sino que trata de comprender al otro y entablar una comunicación en situación de igualdad[23].
Desde un punto de vista psicoanalítico, esto tendría la dificultad de que, al intentar su traducción al ámbito de las relaciones familiares, el padre debería abandonar su obvia situación de dominio para ocupar un rol de amigo o hermano, con todas las obvias dificultades que ello implicaría para la evolución psíquica del sujeto que necesita el “no”. Ello puede pasar y, de hecho, ha pasado culturalmente: desde el modelo “padre = a campo de concentración” hasta el modelo “padre = ser amigo de mi hijo”, sin que al parecer sea posible un modelo superador esa dialéctica cuya tesis y antítesis se alimentan mutuamente.
Y ahora viene el núcleo central de mi hipótesis: el rol paterno puede ser ejercido asumiendo roles maternos donde lo que los filósofos llaman diálogo se traduzca en la praxis como abrazo, empatía, no para “ceder” en el no sino para contener al niño en su a veces muy difícil asimilación de los “no”. Y, como se trata de roles, no se trata de que esto se refiera sólo al padre en cuanto varón: padre y madre pueden intuitivamente ejercer sus “no” de modo maternal, o pueden ser explícitamente educados en ello. Creemos que este maridaje entre psicoanálisis y lo que se llama razón dialógica puede dar una orientación en cuanto a una difícil praxis cotidiana sin entrar en casuística o en un imposible sustitución de la creatividad del adulto (o del analista) en el día a día y caso por caso. La teoría, en este como en todos los casos, no dicta el caso concreto, pero sí lo ilumina con principios generales para que su concreción no sea la total oscuridad o un tanteo a ciegas de ensayo y error.

  1. Consecuencias generales:
a)      la sexualidad infantil en Freud es parte esencial del núcleo central de su teoría;
b)      debe ser tenida en cuenta necesariamente para la etiología de las neurosis;
c)      debe aclararse para ello cómo es el mecanismo de la represión, la relación con el pre-consciente y la función paterna;
d)     no debe olvidarse la importancia de la disposición perversa polimorfa del niño tanto para la praxis del psicoanálisis, la claridad del psicoanálisis como teoría y la comprensión de la compleja naturaleza humana;
e)      una consecuencia educativa de todo lo anterior es asumir la razón dialógica como una forma maternal de la función paterna del “no”.

Por último, quisiera decir que, como filósofo, no dejo de asombrarme ante la comprensión de la naturaleza humana que todo esto conlleva. Desde la filosofía, tanto en la teoría como en la praxis, muchas veces se parte de modelo ideal de ser humano que luego se trata de “aplicar” al “pobre yo” que resultó mucho más complejo (no en cuanto yo sino en cuanto aparato psíquico) que los modelos teóricos que suponíamos. Paradójicamente, ello no conduce a ningún mejoramiento, sino al incremento de la culpa patológica y mayores desplazamientos de neurosis. Al contrario, comprender nuestros límites y la complejidad de nuestro psiquismo es el paradójico camino para poder mejorar la relación con nosotros mismos y con los demás. Sócrates no ha pasado de moda. Sólo aquel que sea conciente de sus límites, podrá salir de la caverna.



Bibliografía adicional: textos de Freud, no citados en el texto, explícitamente referidos a temas infantiles:
Freud, S.: Obras completas (op.cit).
Tomo II:
- La ilustración sexual del niño
- Teorías sexuales infantiles
- Un recuerdo infantil de Leonardo Da Vinci
- Dos mentiras infantiles
Tomo III:
- Un recuerdo infantil en Goethe en Poesía y verdad
- Pegan a un niño
- La organización sexual infantil. Adición a la teoría sexual.




[1]  Expresión utilizada explícitamente por Freud en Nuevas lecciones introductorias al psicoanálisis [1932], en Freud, S.: Obras completas, Editorial El Ateneo, Buenos Aires, 2008, Tomo III, p. 3144.
[2] Op.cit., tomo II, p. 2124.
[3] Op.cit.., p. 2347. Las itálicas son nuestras. Todas las citas textuales utilizadas fueron sacadas a su vez de Freud Total 2.0, Ediciones Nueva Hélade, 2002.
[4] Nos referimos a los clásicos Análisis de la fobia de un niño de cinco años (caso Juanito), op.cit., Tomo II, e Histora de una neurosis infantil (Caso del “Hombre de los lobos”), tomo II.
[5] Op.cit., tomo III.
[6] Op.cit., tomo II.
[7] Psicoanálisis (cinco conferencias pronunciadas en la Clark University, Estados Unidos), op.cit., tomo II.
[8] op.cit., p. 1543.
[9] Op.cit, tomo II.
[10] op.cit., p. 2057.
[11] Op.cit., pp. 3020-3021.
[12] Idem.
[13] Ver Tres ensayos para una teoría sexual [1905], en op.cit., p. 1170.
[14] Op.cit., p. 1208.
[15] Ver El yo y el ello [1923]. Op.cit., tomo III.
[16] Ver Tres ensayos para una teoría sexual, op.cit., tomo II, p. p. 1211.
[17] Op.cit.
[18] Ver Tótem y tabú [1912], op.cit., tomo II.
[19] Ver Neurosis y psicosis [1923], op.cit., tomo III.
[20] Ver Más allá del principio del placer, [1919], op.cit., tomo III, punto V.
[21] Ver Aberasturi, A.: Teoría y técnica del psicoanálisis de niños, Paidós, 1992.
[22] Ver su clásico libro Dialéctica de la Ilustración (1944, 1947) Trotta, Madrid, 1994 1ra edición.
[23] Con enormes diferencias, podríamos sin embargo poner juntos en esta idea a filósofos como Buber y Levinas, por el lado de la filosofía del diálogo; Gadamer, por el lado de la hermenéutica, Habermas, como actual representante de la “teoría crítica” post-Adorno, y, por el lado de la filosofía de la ciencia, a K. Popper y a P. Feyerabend. 

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