viernes, 22 de septiembre de 2017

FILOSOFÍA PARA MÍ, CAP 4: LIBRE ALBEDRÍO Y DETERMINISMO



Capítulo Cuatro:
Libre Albedrío y Determinismo

1.  Introducción

Si un vuelo rasante sobre las ciencias y las ciencias sociales nos ha mostrado que tanto las ciencias sociales como naturales son esencialmente humanas, nada mejor que comencemos haciendo referencia a los problemas filosóficamente clásicos que se refieren al ser humano.
¿Qué “es” el ser humano? ¿La última etapa de la evolución de la materia? ¿Una asombrosa casualidad? ¿Un espíritu “encerrado” en un cuerpo? ¿Un cuerpo y un alma? ¿Un designio de Dios? ¿Un ser esencialmente personal, con inteligencia y voluntad libre? Pero en este último caso, ¿qué es la inteligencia humana? ¿Lo que mide un test? ¿Y qué es su llamada libertad interior o libre albedrío?
Estas preguntas y sus respuestas, anhelantes y vacilantes, conforman gran parte de la filosofía occidental desde Platón, Aristóteles hasta nuestros días. Están necesariamente relacionadas con cosmovisiones religiosas y científicas. Ante semejante panorama, tan vasto, no intentaremos de ningún modo resumir “en pildoritas” esas respuestas, haciendo una mala copia de los libros resumidos de historia de la filosofía. Nuestra metodología, en este tema como en los demás, será ir planteando los problemas, el sentido de esos problemas, comentar algunas posturas filosóficas que nos parezcan relevantes y ofrecer algún “modelo” de respuesta, siempre con el objetivo de que el lector pueda profundizar por sí mismo los autores clásicos, la historia de la filosofía y llegar a sus propias conclusiones. Mi propio planteo condicionará al lector, es verdad, pero siempre que mantenga conmigo un diálogo crítico, ello será una ventaja y no una desventaja para la propia libertad intelectual.
De los temas que tienen que ver con la condición humana, la “inteligencia y voluntad” han preocupado siempre a la filosofía occidental. Es imposible determinar necesariamente por cuál comenzar. Con una opción didáctica y falible, comencemos con la famosa cuestión del libre albedrío.




2.  El libre albedrío. Opciones filosóficas clásicas

La cuestión del libre albedrío se encuentra condicionada por el siguiente debate. Un trozo de piedra, ¿es libre? Presuponemos que no. Desde la antigüedad, entonces, se presupuso también que “lo espiritual”, sin estar sometido a lo material, sería “libre”: esto es, gozaría de una libertad interior respecto a sus opciones, que lo ubicarían a su vez en un orden “moral”.
Globalmente, se podría decir que autores como Platón, San Agustín, Descartes, Leibniz y hasta en cierta medida Kant hacen esta opción por un reino de “lo espiritual” que, libre de las ataduras de la materia, daría a lo humano la dignidad de una libertad interior que fundamentaría a su vez su ubicación en el un orden moral objetivo.
A su vez, siempre hubo en la filosofía occidental tendencias “materialistas”, que han puesto su acento en la sola existencia de la materia y, por ende, en una negación de aquella dimensión espiritual que era coherente con el libre albedrío. Con el surgimiento de las ciencias modernas, esta tendencia se incrementó, aunque en sí mismo podría considerarse como un “non-sequitur” (no se sigue). Sin embargo, la teoría de la evolución jugó aquí una “conscuencia no intentada”: si la evolución era ya una teoría unificada para la física y para la biología, según la cual el universo entero material habría evolucionado a partir del primer estallido originario (big-bang), con el ser humano incluído, como última etapa del “polvo de las estrellas”, entonces……….Entonces la carga de la prueba la tenían las posiciones “espiritualistas” anteriores, que, a lo sumo, podían considerarse como posturas sólo religiosas…
Sin embargo, en medio de estos dos extremos había posturas más sutiles. Hubo espiritualismos creyentes negadores del libre albedrío. Algo así se dio en el estoicismo, pero fue sobre todo la tentación de cierto cristianismo que vio en la Providencia divina una amenazante negación de la libertad. El punto culminante de esto es Lutero, frente al cual el cristianismo católico romano tiene que re-afirmar el libre albedrío como parte de su dogma, presentado entonces como un misterio de la fe la conciliación entre el libre albedrío, la Gracia de Dios y la Providencia. Los teólogos católicos también discuten mucho entre sí esta cuestión, y en medio de ellos Santo Tomás de Aquino brilla como el conciliador entre tendencias opuestas: no asume la dualidad alma-cuerpo de Platón, sino una teoría más biológica del ser humano, que toma de Aristóteles, y sostiene al mismo tiempo la conciliación del libre albedrío y la infalibilidad de la Providencia Divina. Leibniz, otro gran conciliador, también trató de hacer lo mismo. Los historiadores de la filosofía difieren sobre cuál de los dos merece la nota de aprobación.
Pero, a su vez, hay una tendencia, que podríamos llamar también espiritualista, pero donde el espíritu es sobre todo uno, esto es, lo que llamamos ser humano sería de algún modo una prolongación de un único espíritu universal. Es un espiritualismo monista, a veces estático, a veces evolutivo, que ha generado las metafísicas panteístas más interesantes de Occidente: Plotino, Spinoza, Hegel. Por supuesto, no hay lugar para el libre albedrío en estas doctrinas.
Hacia fines del s. XIX y comienzos del XX, con Hegel por un lado y un cientificismo por el otro, hay ciertas reacciones a favor del libre albedrío. Ciertos existencialistas rescatan la vida humana individual y libre ante su destino (trágico a veces) y la neoescolástica tomista sistematiza los argumentos de Santo Tomás a favor del libre albedrío. Pero el avance de la ciencia y de las neurociencias sigue siendo un duro desafío a estas tendencias (excepto por ciertos tomistas que, herederos de cierto aristotelismo, gustaban de dialogar con las ciencias naturales). Lo curioso es que dentro del evolucionismo hay un autor, ya citado, Karl Popper, que sostiene que la actitud racional, identificada con la crítica, presupone el libre albedrío. Pero es una excepción: para los neurofisiólogos (excepto para J. Eccles) lo que llamamos conciencia es un epifenómeno de los procesos sinápticos. Si en medio de ello hay libre albedrío, sería un tema solo reservado a la fe.
Finalmente, a esto se suman las posiciones que podríamos llamar “si, pero”. Si, el ser humano parece ser libre, pero………… Están los condicionamientos: psicológicos (las pulsiones del inconciente); histórico-culturales (¿hubiéramos sido quienes somos si hubiésemos nacido en….); económica-políticos (mi vida y mis opciones hubieran sido otras si mis oportunidades hubieran sido…). Este último tema merece plenamente la categoría de “último pero no por ello menos importante”. La cuestión de los condicionamientos es uno de los factores que más influyen en la negación y-o duda del libre albedrío, sin necesidad de llegar a las alturas especulativas de las teorías anteriores.
Como pueden ver el panorama no es nada sencillo. Antes de desanimarnos, sistematicemos las posiciones reseñadas:
a)       espiritualismo partidario del libre albedrío. Hay espíritu, el ser humano no es materia, luego hay libre albedrío.
b)      Materialismo: hay sólo materia, luego, no hay espíritu, luego, no hay libre albedrío.
c)       Materialismo evolucionista: el hombre es fruto de la evolución un cosmos material. Luego….
d)      Evolucionismo dualista: la evolución del cosmos implica un “universo abierto” donde emerge la crítica y, luego, el libre albedrío (Popper).
e)       Espiritualismo negador del libre albedrío. Existe Dios, está el plan de su providencia, luego, no hay libre albedrío.
f)        Espiritualismo monista: todo es espíritu, y es sólo un espíritu, y la materia y el hombre no son sino la manifestación necesaria de la vida de ese espíritu. Luego, no hay libre albedrío.
g)       Reacción existencialista: existe cada individuo, y está él, solito consigo mismo, decidiendo su destino.
h)      Neoescolástica tomista: existe el libre albedrío, compatible tanto con un ser humano esecialmente corpóreo como con la providencia divina.
i)         “Si, pero”: el ser humano está condicionado por su psicología, su cultura, su historia, sus condiciones de vida económicas y políticas. Luego, el libre albedrío es dudoso.

¿Y entonces? ¿Aquí nos detenemos y volvemos a esa imagen de la filosofía, que parece una tienda arbitraria donde uno entra y dice, según el buen o mal día que hayamos tenido, “deme un poco de f combinado con i, con una pizca de a”?
No, se podrán imaginar que no es ese el ejercicio que les voy a proponer. Lo que vamos a hacer son dos cosas:
a)       analizaremos un poco la “lógica” de estas argumentaciones;
b)      analizaremos algunas de estas argumentaciones, aquellas que, para mi falible juicio, conducen a un menor escepticismo, para que luego cada uno de ustedes pueda libremente decidir (como diría pícaramente Karl Popper, presuponiendo la libertad en el debate sobre el libre albedrío….).



3.       Decidamos libremente si somos libres J

Ante todo observen que he subrayado ciertos “luego” que nos pueden ayudar a) comprender la forma de razonar de algunas filosofías; b) ayudar a destrabar algo de la maleza filosófica que nos envuelve.
Vayamos al primer caso. Hay espíritu, no hay materia, ¿luego hay libre albedrío? No necesariamente: hay espiritualismos deterministas como los vistos en e) y f).
Segundo. Hay sólo materia, ¿luego no hay libre albedrío? Aquí se podría decir que la inferencia es casi correcta, excepto tomemos el sutil camino de la posición d).
Tercero, existe Dios, ¿luego no hay libre albedrío? No necesariamente, si la posición h) es correcta.
Cuarto, hay condicionamientos. Luego, ¿el libre albedrío es dudoso? No necesariamente, todo depende de qué se entiende por “condicionamientos”. Las condiciones humanas de la existencia, ¿hacen al libre albedrío inexistente o sencillamente humano?
El libre albedrío tiene una forma muy sutil de encararse, como dijimos, en Karl Popper. Su argumentación en sencilla. Si argumentamos a favor o en contra del libre albedrío, ¿no indica eso que somos internamente libres? ¿No presupone ello que estamos dialogando con un ser humano que medita, que considera las razones, a favor o en contra, y luego “decide”? Si estuviéramos absolutamente determinados por las fuerzas físico-químicas de la sinapsis cerebral, ¿qué sentido tendría todo ello? Si quien escribe estas líneas estuviera necesariamente determinado a escribirlas, y quien las lee estuviera necesariamente determinado a leerlas y a pensar tal cosa o tal otra, ¿Qué sentido tendría el diálogo, la consideración crítica de argumentos? Pero es así que sabemos en nuestro interior que estamos argumentando, que podemos detenernos a pensar. Luego……
¿El viejo camino cartesiano? ¿Pienso luego soy libre? Tal vez. No en vano Popper cita a Descartes y a San Agustín. Pero lo curioso es que también tiene esto algo de parecido con la argumentación de Santo Tomás, quien hablaba del libre albedrío como el “libre juicio de la razón”. Su argumentación giraba más o menos en estos términos. Supongamos (el ejemplo es mío) que quiero aprobar a alguien en un examen cuyos resultados, de acuerdo a mis propios criterios, son por debajo de la nota de aprobación. Tengo razones para desaprobarlo, desde luego, pero también razones para “eximirlo”. Una serie de argumentaciones hay a favor de una y otra acción, ninguna de las cuales es determinante. Ello se debe, a su vez, a que en la realidad ambas opciones son buenas. Esto es, tengo delante dos “bienes” (aprobar, des-aprobar) ninguno de los cuales determina necesariamente mi voluntad. Pero Santo Tomás generaliza: ningún bien “de este mundo” determina necesariamente la voluntad. La voluntad es querer el bien, “el” bien no puede ser ninguno de este mundo, sino sólo Dios. Curioso. El Dios que en otras filosofías es una razón para negar el libre albedrío, aquí aparece para afirmarlo. En el siglo XX, un agnóstico podría decir: ningún bien determina totalmente mi voluntad, excepto, ex hipótesis, el bien total, “que no sé si existe”.
¿Y los condicionamientos? Veamos. Soy humano. Eso lo dice todo. Por ende puedo sentir una enorme pasión que me mueva a aprobar el examen, pero ello no niega los argumentos que tengo para no hacerlo. ¿Y si me puse voluntariamente en situación de que mis sentimientos y pasiones nublen mi razón? Bien, el caso es que me puse voluntariamente. ¿Y si hubiera desayunado con tres litros de wisky, sería libre? Por supuesto que no, pero, ¿estaba necesariamente determinado a desayunarme con tres litros de wisky? Bueno, es que tal vez, alguien pueda decir, toda mi historia social y personal así lo determinaban. Pero ello presupone ya que no hubo nunca opciones tomadas con un mínimo de deliberación en toda esa historia personal.
¿Y si fuera una opción entre algo bueno y algo decididamente malo? ¿Si la opción fuera asesinar o no asesinar al alumno? (Bueno, algún profesor puede tener un muy mal día…. J). Allí no se puede decir que tengo razones para una cosa o razones para otra. No, evidentemente no. Pero igualmente la opción de asesinar, decididamente mala, no determina totalmente mi voluntad. Sin embargo, si tuviera ese terrible día y terminara preso, al abogado defensor y el fiscal me preguntarían “por qué lo hice”. Y en ese caso alegaría yo algunas razones para haberlo hecho. En esas razones descubriríamos algo dicho por Santo Tomás varios siglos atrás: toda acción mala se comete “bajo algún aspecto de bien”; bien que, sin embargo –y aquí la argumentación vuelve- no determinaba totalmente mi voluntad. Y por ello fui responsable…..
Creo que la filosofía tiene buenos argumentos para el libre albedrío, aunque hemos nombrado una palabra densa: responsabilidad. La filosofía no puede determinar a prori el grado de responsabilidad de una persona en un momento concreto, hasta qué punto su conducta estuvo tan condicionada por factores inculpables desde el punto de vista de su historia personal. Allí es donde la filosofía deja el camino abierto a la religión, al perdón, a la misericordia. Pero se puede hacer eso sólo cuando de algún modo nos hemos convencido de que en nuestras acciones hay un “plus”, algo más que una máquina biológica o un tigre corriendo instintivamente a una gacela.
Y ello tiene que ver necesariamente con el tema del capítulo siguiente.

Bibliografía recomendada

w  Popper, K.: El universo abierto, un argumento en favor del indeterminismo; Tecnos, 1984.
w  Marías, J.: Historia de la filosofía; Ed. Revista de Occidente, 1943 (hay nuevas ediciones).
w  Kenny, A.: Aquinas On Mind, Routhledge, 1993.
w  Kenny, A.: Breve historia de la filosofía occidental, Paidós, 2005.
w  Kenny, A.: La metafísica de la mente, Paidós, 2000.
w  Sto. Tomás de Aquino, Suma Teológica, ediciones diversas, I, Q. 83; I-II, Q. 10, a. 2c.

w  Guardini, R.: Libertad, gracia, destino; Lumen, Buenos Aires, 1987.

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