viernes, 1 de septiembre de 2017

FILOSOFÍA PARA MI (2006), CAP. 1: FILOSOFÍA DE LA FILOSOFÍA



Capítulo Uno:
Filosofía de la Filosofía

Comencemos sencillamente reflexionando sobre uno de los temas más presentes y a la vez más ausentes de nuestra vida: la filosofía, la tan admirada, por un lado, pero a la vez olvidada filosofía.

Admirada, porque, por un lado, sabemos que la filosofía “está allí”, como una cosa importante, respetable, oculta en libros difíciles, cuyos secretos son develados y “administrados” por los “filósofos”, que despiertan una paradójica imagen cultural de respeto e…. Inutilidad.

Olvidada, precisamente por lo anterior. La filosofía es a veces admirada, pero sigue siendo, sin embargo, algo de la cual podríamos prescindir. Algo que en principio no tiene nada que ver con nuestras vidas, y menos aún cuando escuchamos esos debates filosóficos, llenos de términos, nombre y fechas que no entienden ni siquiera los que hablan de todo ello. Vislumbramos, sí, que si entendiéramos algo de todo ello podríamos ser “más cultos”, o hacer “más ejercicio intelectual”, pero claro, no hay….Tiempo. Tuvimos que elegir una profesión, y no hubo tiempo para lo demás. Si, están aquellos que lograron ser profesores de filosofía y vivir de sus clases, pero hasta ellos mismos saben (demanda subjetiva) que si se quedan sin alumnos……

Uno de nuestros objetivos es no sólo diagnosticar por qué ha ocurrido ello sino, también, dar otra imagen de la filosofía. Una imagen que sea adecuada a nuestras circunstancias culturales actuales. Por ello voy a decir que la filosofía es como nuestro sistema operativo básico, como el DOS de antaño o como los Windows actuales. Encendemos la computadora, usamos los programas que necesitamos, escribimos diversas cosas, nos comunicamos, pero todo ello “presupone” algo que “está ahí”, pero que tendemos a olvidar mientras la computadora funcione bien. Claro, ese es el límite de la analogía, porque las computadoras pueden funcionar mal de vez en cuando –o más que de vez en cuando….- y entonces su sistema operativo se hace paradójicamente más visible, y sus técnicos y expertos también.

No forcemos la analogía. Simplemente, hay “pre”-supuestos, creencias culturales básicas que pre-suponemos sin darnos cuenta. Ellas determinan nuestra “concepción del mundo” e influyen absolutamente en nuestras decisiones más concretas. En todos esos presupuestos, la filosofía tiene un puesto esencial. Tomar conciencia de ellos, ¿es importante? Dejo al lector la respuesta…

¿Pero cuáles son esos presupuestos? No, no voy a dar ejemplos ahora. Los filósofos damos lástima cuando intentamos hacer marketing de ese modo, y además, aunque un ejemplo fuera “bueno”, sería tristemenete incompleto. Dejo al lector la mirada retrospectiva de todo este curso para llegar por sí solo a la respuesta.

Entonces debemos seguir. ¿Por qué hemos llegado a esta situación? ¿Por qué hemos llegado a una circunstancia cultural donde la filosofía ocupa en nuestras vidas el papel de respetables y olvidados anaqueles de biblioteca?

Vamos a ensayar una hipótesis explicativa, falible como todas, pero que por eso mismo nos permitirá debatir y en ese sentido progresar.

Desde el inicio de la filosofía occidental (ver Gadamer) hubo una tradición de pensamiento que, de manera armónica o competitiva con tal o cual pensamiento religioso, se ocupó siempre de temas tales como el alma, la existencia de Dios, la libertad (libre albedrío); la moral. Todo ello recibió diversos nombres, con significados y alcances diversos según cada pensador. Pero ya sea que se llame metafísica, ontología, teología natural, la cuestión es que la filosofía occidental, a trevés de pensadores tales como Parménides, Platón, Aristóteles, Plotino, San Agustín, Santo Tomás, no trató solamente de lo que hoy llamaríamos física (y hay un gran debate instalado sobre si los primeros filósofos presocráticos eran “físicos” o “meta”-físicos).

Esa tradición de pensamiento, que ahora, retrospectivamente, se llama en general metafísica (pero que abarca pensadores y tendencias tan diversas como el espiritualista y casi religioso Platón hasta el casi “científico” Aristóteles) llega a un punto interesante de desarrollo, desde un punto de la sutileza de sus análisis lógicos y lingüísticos, con la escolástica medieval, uno de cuyos ejemplos de “síntesis” es Santo Tomás de Aquino. En esa síntesis, el diálogo entre la razón y la fe no presenta ningún problema: es un matrimonio feliz, y los argumentos racionales a favor de Dios, el alma y la libertad conviven con el cristianismo casi como las dos piernas de una misma persona, donde el andar es sólo uno. Ello “era” considerado “racional” sin ningún problema.

De todos modos, en los siglos inmediátamente posteriores (XIV, XV, XVI) las cosas no fueron tan simples; ese matrimonio feliz comienza a tener algunas “discusiones” hasta que, de algún modo, entra en una gran crisis, sobre todo cuando el paradigma de Ptolomeo cae, ante la emergencia del paradigma de Copérnico y Galielo, y esa caída arrastra consigo a una esa metafísica “cristiana” sistematizada en el medioevo. La filosofía en el s. XVI está, de algún modo, como buscando un nuevo rumbo, y eso, en mi humilde opinión, es llevado adelante por Renato Descartes.

Desde esta perspectiva, es posible entender el famoso “pienso luego existo”, que, fuera de contexto, es una de las frases más famosos de la filosofía pero, a la vez, más extrañar. Uno se queda, valga la redundancia, ¿“y qué con eso”? Pero el “eso” tiene otro color si uno advierte que Descartes simplemente intentaba sacar a la filosofía de un letargo comprensiblemente escéptico y llevarla de vuela al redil de la metafísica. Para ello se necesitaba un “punto de partida indubitable”, para, desde allí, razonar con firmeza nuevamente y demostrar que Dios existe y que el alma es inmortal. Y ese punto de partida es el “si dudo pienso y si pienso existe” que emerge triunfante a partir de la duda utilizada precisamente como recurso retórico para advertir que no podemos dudar de todo.

De todo no, dirán muchos de ustedes, pero que se pueda demostrar lo que Descartes pretendía……….. Pero calma, ya tendremos tiempo de ocuparnos de todo ello. La clave de la cuestión para por “otra” demostración que enciende la mecha de un debate hasta entonces, diría yo, casi inexistente.

Descartes se había quedado con que “yo existo”, pero no con que “el mundo externo”, el “objeto de conocimiento” existe. Tiene que demostrar que el mundo externo a su propio yo existe; él considera que es perfectamente posible hacerlo y por ello algunos lo consideran “realista”, porque considera que puede demostrar que el mundo externo es real, “aunque” su punto de partida (el yo aislado) deja abierta lo que llamo “la pregunta idealista”: ¿cómo sé que el mundo externo existe?

La filosofía occidental, a partir de Descartes, y yo diría que casi hasta hoy, queda “enamorada” de este planteo. ¿Cómo es posible el conocimiento? ¿Cómo es que el sujeto conoce el objeto? ¿Cómo sabemos si el objeto de conocimiento es real o ficticio?

Pero uno de los grandes filósofos en este debate, Hume, adopta una posición  fundamental para la hipótesis que estoy planteando. Dice que no se puede demostrar que el objeto (el mundo externo) exista. O sea, no se puede demostrar “filosóficamente”. Pero lo dice de una manera muy especial. En su vida concreta no es escéptico. Dice claramente que cuando se lavanta de su escritorio de filósofo, vuelve a “creer”, en su vida cotidiana, en todas esas cosas que como “filósofos” no podemos demostrar.

¿Por qué esto es tan importante? Porque a partir de aquí, queda “instalada” en la conciencia de la filosofía occidental una dualidad entre la filosofía, por un lado, con sus demostraciones o sus escepticismos, y la vida cotidiana, por el otro. Esa vida cotidiana, con sus alegrías, penas, certezas e interrogantes, queda fuera, fuera de la vida “académica” de los filósofos. Mis colegas asisten a congresos, escriben sus ponencias, son capaces de negarme que yo tenga certeza de nada, dudan de todo, cuestionan todo, y luego me saludan con un abrazo y envían un saludo a mis amigos. O sea que como como filósofo alguien puede dudar de la existencia, de la realidad y de la naturaleza de mí mismo y de mis amigos, pero luego esa misma persona “me” saluda, sin dudar de que yo o mis amigos existamos ni confundiéndonos con hormigas. ¡Pero esa certeza cotidiana ya no puede ser argumento!

Una corriente, el existencialismo de fines del s. XIX y ppios.del XX (Kierkegaard, Unamuno) puso como clave de todo a la existencia concreta de cada persona. Pero dejaban “la razón” a las demás corrientes filosóficas, con lo cual cierto racionalismo (ya sea positivista o hegeliano) se fortalecía en su misma posición. La cuestión es: ¿cómo reconciliar nuevamente la razón con la vida? ¿Cómo hacer para que nuevamente la vida concreta sea el piso donde la filosofía se mueve?

Nuestra hipótesis es: hay una noción de racionalidad y de filosofía que quedó “pegada” a un eterno debate sobre si el sujeto puede o no conocer al objeto, y, a su vez, hay una noción de racionalidad que quedó pegada a una racionalidad “científica”. En ambos casos la vida queda fuera de la razón, y lo que es obvio y sencillo en la vida cotidiana, es una infnita amalgama de eruditas discusiones en el terreno filosófico. En el s. XX, la crisis de esto es tan profunda que ha llevado a algunos a hablar de “el fin de la filosofía” (Heidegger o Wittgenstein, por ejemplo).

La conclusión de todo esto no debe ser una escisión entre filosofía y vida, sino al contrario, una filosofía que quede como una reflexión “racional”, “intelectual”, (Husserl la llamaría “actitud teorética”) sobre la vida humana. En ese sentido coincido con M. F. Sciacca: “. .. La filosofía, por tanto, lejos de estar separada de la vida, como un castillo de fórmulas abstractas y de palabras extrañas, como un fútil juego de conceptos o recorrido inútil de soluciones contradictorias. . . compromete hasta las raíces de nuestra vida espiritual y tiene como objeto de investiga­ción lo que de más serio, de verdaderamente serio (que da espanto y gozo a un mismo tiempo), hay en nuestra existencia de hombre”.

En este sentido, propongo al lector una especie de “estímulo al pensamiento” sobre los temas humanos más profundos y, de ese modo, ampliar nuestros horizontes para todas nuestras actividades y nuestras tomas de decisiones complejas. No intentaremos competir con historias de la filosofía, que las hay, y muy buenas, que recomendaremos ya desde el primer capítulo (Julián Marías, Sciacca y Kenny). Tampoco explicaremos los temas como si pudieran “cerrarse” como otro tipo de paradigmas pueden hacerlo. Dejaremos preguntas pendientes, formularemos respuestas provisorias, como invitando al lector a su propio pensamiento. No porque no estemos seguros de nada, no porque no tengamos certezas, sino porque la filosofía es una meditación progresiva, donde el discurso no debe “obligar” a concluir, sino “invitar” a una conclusión (Nozick) donde el lector se sienta llamado a poner de sí su propio pensamiento como parte indispensable del diálogo. Ello es una cuestión clave de la ética de discurso. Y uno de los objetivos de este libro. Si, retrospectivamente, el lector ve a todos estos temas como parte de su reflexión cotidiana, es que ya se ha convertido en filósofo.


Bibliografía recomendada: (de acuerdo al orden de temas):

w  Gadamer, H.G.: El inicio de la filosofía occidental, Paidós, 1999.
w  Kuhn, T.: La revolución copernicana (Orbis, 1985)
w  García Morente, M.: Prólogo a Discurso del método y Meditaciones metafísicas, de Renato Descartes; Espasa-Calpe, 1979.
w  Abbagnano, N.: Historia de la filosofía, Vol. 2, Cap. X. Montaner y Simon, 1978.
w  Marías, J.: Historia de la filosofía; Revista de Occidente (ediciones varias).
w  Sciacca, M.F.: Historia de la filosofía, Luis Miracle Ed., 1954.
w  Kenny, A.: Breve historia de la filosofía occidental, Paidós, 2005.

w  Nozick, R.: Philosophical Explanations, Harvard University Press, 1981. Introduction.

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