domingo, 11 de septiembre de 2016

Fr. LUIS S. FERRO, O.P., UN REGALO DE DIOS.

Entre los muchos regalos que Dios me ha dado, comenzando por El mismo, están también algunas de sus más asombrosas creaciones. Entre ellas se destaca Fr. Luis S. Ferro.

Por supuesto, Dios comenzó a hacer todo como corresponde cuando El quiere algo. Lo primero que hizo fue una “premoción física”, cuando, a mis 18 años, incapaz yo de distinguir a un dominico de un marciano, incapaz de distinguir al ente de la película homónima, vi el programa de filosofía de la UNSTA Buenos Aires y me dije: “TENGO que estudiar esto o reviento”.

Durante el primer año, en el cual aún no teníamos Metafísica, todo me resultaba fascinante pero oscuro.

Hasta principios de Marzo de 1980, cuando entró –a las 17,45, o 17,50, siempre antes- Fr. Luis Santiago Ferro, O.P.,  a la clase.

Ferro desplegaba sus libros –viejas, vividas, subrayadas y marcadas ediciones Marietti de la obra de Sto Tomás, toda en Latín- y sus papeles con notas y etc. Todo papelito impreso podía ser una nota de estudio en su reverso, que a su vez servía como marcador para los libros. A las 18 en punto comenzaba a hablar. Anunciaba el tema y comenzaba. Su palabra era precisa y calma como el autor que enseñaba, mientras iba desplegando los cuadros sinópticos de todo lo que decía, en Latín, en pizzarón negro y con tiza (yeso). La oscuridad fue desapareciendo. Todo comenzó a aclararse. Cuando vi la distinción esencia-esse, toda la materia se desplegó ante mí, y toda la teología natural se hizo una límpida cascada de lógicas consecuencias. Cuando vi el bonum, toda la ética se desplegó. Cuando vi la composición acto-potencia de la esencia de los entes corpóreos, toda la filosofía de la naturaleza se entendió. El Padre Ferro fue para mí toda la carrera. Todo lo demás fue un continuar, un despliegue, un detalle, una acotación, una subordinada del decir principal.

Y lo tuve tres años. Un año entero en Metafísica, otro entero en Teología natural, otro entero en Temas de Metafísica. Tres años. Tres años escuchándolo, aprendiendo Sto Tomás con él. Aún no termino de agradecer a Dios por eso. Marcó mi vida para siempre, mi comprensión de todo, mi concepción del mundo. Es que Ferro, como decían los frailes, imprime carácter (como los sacramentos). Sí: en mi vida de Fe, yo tuve Bautismo, Comunión, Confirmación, Confesiones, Matrimonio y Ferro.

No sé por qué algunos le tenían miedo. Yo lo amaba. Le preguntaba en clase con toda naturalidad, y sé que él me quería, incluso una vez se le escapó un “Fr. Gabriel” al contestarme, a lo que los reales frailes reaccionaron con un “nooooooooooooooo” :-). Cuando terminaba la clase lo perseguía por los pasillos, y casi siempre le decía “lo que usted quiso decir es esto, no”. A lo cual él contestaba habitualmente “si”, y ese quedaba conformando mi comprensión.

A los tres meses de cursar con él, más o menos, mi Fe se confirmó. Estaba yendo a comulgar. De repente todo encajó. Lo infinito, el bonum, el verum, el ipsum esse, y Cristo en la Cruz. Y me dije “ahora sé qué estoy haciendo aquí”. Por eso tenía que estudiar “esto”. Dios siempre sabe lo que hace.

Al terminar quinto año, le sugerí tímidamente ser su ayudante, pero él declinó con estilo japonés la sugerencia. Sólo cinco años después, misionando con él en Catamarca, él me dijo si quería ayudarlo en Temas de Metafísica. Yo no lo podía creer. ¿Qué había cambiado? Nunca lo sabré. El asunto es que a partir de allí comencé a ayudarlo en Metafísica también. El, con mentalidad militar, me llamaba, delante de otros, “Doctor Zanotti” y me ponía al mando de la tropa, cuyos soldados tenían que perdonarle esa debilidad para conmigo. Pero no tuvieron que preocuparse mucho tiempo. Cuando las fuerzas de Ferro comenzaron a declinar, yo podría haber quedado perfectamente a cargo de la materia. Pero no quise. Yo, que siempre cambiaba todos los planes, programas y etc., yo, que siempre armaba mis propias clases, esta vez no quise. No pude. No me atreví. No sé bien por qué. Hay allí un margen de misterio, pero no me atreví a ser su sucesor en la Unsta Buenos Aires. No quise cambiar nada de lo que él había hecho. Y como nunca pude repetir, dejé.

Nunca pensamos igual en todo. El era demasiado aristotélico. Yo no. Pero él lo sabía. Una vez alguien se lo señaló, y él dijo, refiriéndose a mi: “él siguió su camino”. Impresionante. El verdadero maestro sólo prepara al discípulo para seguir su propio camino. Y los verdaderos discípulos no fuerzan a su maestro a seguir los suyos.

Recuerdo que en el examen de Metafísica, me hizo la clásica pregunta. Qué fórmula era mi favorita para la distinción esencia-esse. Yo le dije: “Deus, simul dans esse, producit id quod esse recipit” (1). Y él me preguntó con afecto: “Y Dios de dónde salió?”. No sé qué le contesté, pero me la perdonó. Ya se notaba entonces que mi esquema era una via resolutionis completa, sin via inventionis. Pero nunca le preocupó. NO me perdonó, en cambio, cuando en Teología natural me preguntó si podíamos conocer la esencia de Dios, y yo muy suelto de cuerpo le contesté: bueno, Dios es aquel cuya esencia es ser, luego, sí, podemos conocer su esencia. Su rostro se nubló. Luego de un pequeño forcejeo me señaló que eso era sólo por analogía. Me bajó dos puntos. Hoy estoy hecho un Pseudo-Dionisio total...

Pero yo conocía también al sacerdote, al dominico, al servicial, al humilde entre los humildes. Una vez le ordenaron algo, yo tuve la impertinencia de sugerirle que discutiera lo que el provincial le había ordenado. El me miró como Jesús a Pedro. No me dijo “aléjate de mi Satanás”, pero sí me dijo algo que lo define de cuerpo entero y de lo cual no me he olvidado nunca: “yo, ante todo, soy fraile”. De vuelta, por favor, démonos cuenta de lo que dijo: “yo, ante todo, soy fraile”. Desde entonces siempre me he referido a él como Fr. Luis S. Ferro. Era, sí, Fr. Pbro. Dr. Luis etc. Pero ante todo, fraile. Fraile dominico, fiel, leal, servicial, caritativo, docente, obediente, casto, pobre. Un modelo a seguir de vida dominica y de santidad.

Académicamente, su bajo perfil casi impide que sus aportes fueran conocidos. Finalmente la Orden y algunos discípulos laicos lograron que publicara sus dos obras fundamentales de Metafísica y Teología natural, los textos de Sto Tomás con los cuales todos estudiábamos, comentados por él. Muchos que se dedican a Sto. Tomás deberían estudiar en profundidad los aportes de Ferro en temas como trascendentales, predicación predicamental y trascendental, la separatio, la analogía. En los 80 estaba muy influido por Cornelio Fabro en el tema participación. Hacia el final de su vida académica estaba muy conmovido por la encíclica Fides et ratio y él mismo comenzó a dar a su metafísica un giro antropológico. Su enfermedad no le permitió continuar. Pero creo que mi travieso “Deus simil dans esse…” me permitió leer su libro nunca escrito.


El día que murió, sobre todo a la mañana, estuve sumergido en la nostalgia. Sólo mi padre y Francisco Leocata pueden igualar lo que su palabra significó para mí. Ahora debe estar hablando con su querido Santo Tomás. Ahora todo lo que escribió, igual que a Santo Tomás, le debe parecer nada. Pero, por favor, querido Ferro, intercede para que tus nadas sigan alimentando al resto de los mortales y, sobre todo, a los que tanto te amamos y bebimos del cáliz de tu docencia.

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(1) Lo dije de memoria, NO porque "hablara" en Latín. Una traducción sería "Dios, al mismo tiempo que da el ser, produce aquello que recibe el ser".

1 comentario:

AC - Adrián Cervera - Coach Ontológico dijo...

una noble semblanza a la que me sumo a la distancia, con tu permiso. gracias. Adrián Cervera