domingo, 28 de agosto de 2016

LA IMPORTANCIA DE LA NOCIÓN DE ORDEN EN LA FILOSOFÍA DE LA FÍSICA DE MARIANO ARTIGAS

Advertencia: este trabajo es el borrador de lo que esperemos sea un día un trabajo más largo y más argumentado. No está listo aún para ser presentado en un journal. De todos modos lo publico en el blog como homenaje a Mariano Artigas y para promover el debate entre los interesados en estos temas.

-----------------------------------------------------------------------------


1.      La noción de orden.
En mi último artículo académico dedicado a la filosofía de la ciencia[1], desarrollé la tesis de que la noción de acercamiento a la verdad de Popper sólo podia salvarse con una filosofía de la Fisica donde ciertos valores considerados habitualmente epistémicos (unidad, simplicidad, coherente) fueran a la vez características ontológicas del mundo físico, y para ello recurrí, obviamente, a la filosofia de la Física de Mariano Artigas[2].
La filosofía de la ciencia de Mariano Artigas constituye, para mí, el más importante programa de investigación de armonía entre la filosofía de la naturaleza de Santo Tomás y toda la Física contemporánea. Lo cual no es poca cosa. En ese prpgrama de investigación, la noción de orden ocupa un lugar central.
Orden es una noción relacional, aunque no se reduce a la categoría de relación. Implica siempre una disposición armónica de elementos en torno a un fin. Artigas se preocupa siempre de distinguir el orden de la oganización[3], como un orden de los órdenes, que aparece sobre todo cuando habla de auto-organización de la materia, como veremos más adelante.
En ese sentido la noción de orden aparece como la contraria al ceos absoluto, y por ello el orden también puede endenderse como un cuasi-trascendental[4], como una analogía de proporcionalidad extrínseca entre el ser y la nada: el orden es al ser lo que el caos es a la nada.
Desde el principio del pensamiento griego, justamente la búsqueda del arjé era la búsqueda de una explicación de “por qué el orden y no el caos”.  No creo que los griegos se hayan preguntado “por qué el ser y no la nada”, porque esa es una pregunta típicamente cristiana (aunque Heidegger haya intentado patentarla), cuando la noción de creación hace ver la “novedad” del ser, el asombro ente el ser como “dado”. Antes, más bien, la pregunta era en torno a un principio organizador, un demiurgo de una sopa originaria. Frente a esa pregunta se “organiza”, precisamente, gran parte de la filosofia griega.
Aristóteles daría una respuesta que luego sería sabiamente incorporada al pensamiento cristiano por Santo Tomás. Aristóteles vio la forma sustancial precisamente como el principio ordenante de elementos que de otro modo devendrían hacia el caos.
Desde ese momento, sin embargo, una tensión inevitable surgió entre el atomismo pre-socrático y la teoría de la forma de Aristóteles. En el atomismo el principio unitivo entre los átomos era una forma accidental para Aristóteles, no una forma sustancial. Ese fue el problema. La noción de unidad asociada a la forma sustancial chocaba con la multiplicidad, multiplicada ad infinitum, del atomismo clásico. Pero esa tensión tuvo otro momento importante, cuando el neo-pitagorismo cristiano de los siglos XV y XVI[5] organizó nuevamente al mundo físico como una unidad matemática, geométrica, que podía explicar el orden de las novedosas “fuerzas” que movían a lo corporeo según círculos, parábolas y rectas, pero quedaba nuevamente afuera la noción de forma sustancial del cuerpo, elaborada por Aristóteles.
2.      El tomismo clásico ante ese panorama.
El neo-tomismo de fines del s. XIX y XX no sólo no podía ignorar la nueva ciencia emanada del paradigma copernicano-galileano, sino que tenía el elemento central, que siempre tuvo el aristotelismo cristiano medieval de San Aberto y Santo Tomás, para el diálogo con las ciencias: la noción de un universo ordenado como resultado de la creación[6].
Sin embargo, había que conciliar la forma sustancial con el atomismo de la nueva ciencia. Para ello dieronn un paso fundamental: recurrieron a la conocida fórmula de Santo Tomás para lo que clásicamente se llamarían los cuerpos mixtos[7]. ¿Cómo subsisten los elementos (el mínimo natural) en cuerpos –sobre todo los biológicos- que eran ya una organización de elementos, sin caer en la pluralidad de las formas sustanciales en el compuesto? La respuesta fue recuperar la teoría de la presencia virtual del elemento dentro de la química y física actual. La presencia virtual significa que los elementos se hallan en estado de potencia próxima al acto. Llevado eso a los átomos y moléculas actuales, ello implica dos cosas: una molécula de agua como tal tiene ya sus partículas atómicas y sub-atómicas en estado de potencia próxima al acto del acto de la forma sustancial de agua. Des-organizada esa molécula, los elementos –hidrógeno y oxigeno- vuelven al estado de “acto”, pero organizados por la forma, están en “potencia próxima al acto”. La misma molécula de agua, junto con millones de otras, organizadas en tejidos, aparatos y sistemas, organizados a su vez en la unidad de este mono singular, se encuentran a su vez en estado de potencia próxima al acto en relación al acto de la forma sustancial de mono (sostenido en el ser a su vez por el acto de ser dado por Dios en su causalidad essendi permenente).

3.      El segundo paso: Artigas.
Artigas –junto con Sanguineti en sus primeros libros[8]- representa un segundo e indispensable paso en esta dirección. Dada la quinta vía de Santo Tomás, todo el universo creado tiene un dinamismo[9] intrínseco hacia su fin, que es por un lado mantener el eje centra de su estructura organizativa, y por el otro lado ir hacia el fin último, que en el caso del mundo natural coincide con un principio antrópico fuerte[10]. Por lo tanto, el segundo elemento de todo ente natural es su estructuración[11], porque ese dinamismo tiende a su vez hacia estucturas cada vez más complejas y cada vez más unas. La estructura coincide con la noción de forma unificadora de Aristóteles; la mayor complejidad coincide con la evolución de las especies, y el “cada vez más unas” consiste en que el trascendental unum se va dando cada vez más, analógicamente, en los seres vivos superiores hasta llegar al ser humano, donde hay plenamente una unidad estructural alrededor de la cual se unifican sustancialmente los diversos sistemas, aparatos, tejidos, moléculas y átomos. Esa unidad tiene que ver con sistemas centrales de unificación[12], alrededor del ADN, y en esos sistemas centrales se vuelve a dar la noción de sustancia primera, y NO de organización accidental, pues precisamente muerto el organismo, ese organismo como tal deja de ser (allí se da la noción de trans-formación aristotélica).
En esa noción de forma se da también la información en el mundo físico, pues las partes y elementos de los sistemas centrales “saben” qué tienen que hacer[13], donde, nuevamente, la quinta vía de Santo Tomás y la conjetura actual del ADN quedan plenamente armonizadas.
En todo esto, la noción de auto-organización juega un papel central[14]. Es una de las nociones básicas de la filosofía de la Física de Artigas y una de las nociones integradoras de todo su sistema. La auto-organización es la contrario de la entropía: es la tendencia, el dinamismo, al orden, donde Artigas integra las teorías del big-bang, el evolucionismo, con el principio antrópico: hay una evolución del universo, desde sus condiciones iniciales contingentes, hasta la aparición de los primeros seres vivos en nuestro planeta, y la evolución de estos últimos hasta el ser humano. Cómo conciliar esto último con el azar no es complejo para Mariano Artigas. Nuestro autor recuerda que en Santo Tomás hay orden pero no un determinismo mecanicista[15]. La noción de per accidens por un lado, y falla por el otro, estaba plenamente incorporada en la filosofía de la física de Santo Tomás[16]. A su vez, este último habla de per accidens, contingencia y fallas en el universo físico precisamente cuando las concilia con la providencia divina[17] (no sólo eso, sino el libre albedrío y el mal[18], aunque eso ya no formaría parte de su filosofia de la Física).  Con esos elementos, Artigas conforma un evolucionismo creacionista. No porque desde la tesis cristiana de la creación se desprenda necesariamente el evolucionismo como hipótesis, sino al revés: porque el evolucionismo como hipótesis NO es incompatible con la tesis cristiana de la creación. ¿Y por qué NO es incompatible? NO porque Dios sea el primer eslabón físico de la cadena, el que “enciende” el big-bang como una causa fiendi[19], sino porque Dios es la causa essendi de toda la cadena física del universo evolutivo (que pudo haber existido siempre o no[20]), y porque el margen de azar necesario para esa evolución es totalmente compatible con la providencia divina: el azar de las causas segundas no es contradictorio con el no-azar de la causa primera.
Por lo tanto, ante la recurrencia de los debates actuales sobre Dios y la creación, o ante la insistencia de un Hawking en que la Física actual “probaría” la no existencia de Dios[21], Artigas se presenta como una instancia superadora del debate entre diseño inteligente y evolucionismo. Ese debate no tiene ningún sentido en la filosofía de la Física de Artigas, donde la creación forma parte de un arte divino que, según la famosa perla reitarada varias veces por Artigas, “…La naturaleza no es más que la razón de un cierto arte, a saber el arte divino, impreso en las cosas, por el cual las cosas se mueven hacia el fin determinado; como si el artífice que hace una nave pudiera otorgar a los leños que se moviesen por sí mismos para formar la estructura de la nave”[22].
Por lo demás, alguien podría decir que Artigas no daría el paso hacia el indeterminismo de la Física actual. No creo que sea así, primero porque el evolucionismo ya es un mundo indeterminisa, por la presencia del azar. Segundo porque varias veces Artigas toca el tema de la física cuántica[23], sin ningún problema, pero con un detalle que puede pasar inadvertido: se coloca en la interpretación realista del indeterminismo de la fisica cuántica, posición sostenida únicamente por Popper. Estas coincidencias –también en epistemolgía- entre Artigas y Popper forman parte de su último período, aunque lamentablemente su muerte impidió que le diera a esta punto un tratamiento específico[24]. Nos preguntamos si la tesis de Artigas no hubiera evolucionado a colocar también a la forma sustancial de los sistemas centrales como el principio del cual surge una “propensión” de algo previo a la dualidad onda-partícula a comportarse, dada una situación específica, ya como onda, ya como partícula, mas allá de la presencia del observador…[25] Me pregunto si este “detalle” tomista no sería –para sorpresa de muchos- lo que daría mayor sustento ontolígico al programa de investigación de Popper de una física cuántica realista y a la vez indeterminista…[26]

4.      Conclusión.
Mariano Artigas constutuye una de las filosofías de la física mejor estructuradas e inter-displinarias de mundo actual. Me pregunto si no son fuertes prejucios anti-religiosos los que hacen que sea menos conocida de lo que debería ser por su valor intrínseco. Artigas supera el debaten entre evolucionismo y creacionismo. Supera el debate entre física moderna y finalismo. Supera el debate entre atomismo y forma sustancial. Sugiere una física cuántica realista e indeterminista. Supera el debate entre realismo tomista y conjeturalismo popperiano[27]Supera el debate entre azar, necesidad y existencia de Dios. Supera el debate entre el big-bang y la Providencia. Supera el debate entre mundo físicamente finito, infinito y existencia de Dios. Y, aunque no ha sido objetivo de este modesto artículo reseñarlo, integra una forma sustancial espiritual con su cuerpo físico[28].
La obra de Artigas, como todos los clásicos, no es para repetir: es un método, un espíritu, una serie de tesis centrales abiertas a su propio progreso. Esa es la tarea que sus discípulos tenemos la enorme responsabilidad de asumir.




[1] “Una argumentación cualitativa a favor del acercamiento de las conjeturas a la realidad”, en Revista de Instituciones, Ideas y Mercados Nº 61 ( 2014)| pp. 135-150.
[2] De Mariano Artigas, ver: Filosofía de la ciencia experimental, Eunsa, 1989; El hombre a la luz de la ciencia, Palabra, Madrid, 1992; Lógica y ética en Karl Popper, Eunsa, 1998; La inteligibilidad de la naturaleza, Eunsa, 1992; La mente del universo, Eunsa, 1999; Filosofía de la naturaleza, Eunsa, 1998; Filosofía de la naturaleza, junto con J.J.Sanguinetiu, Eunsa, 1984; Filosofía de la ciencia, Eunsa, 1999. De todas las obras que hemos citado, La mente del universo es su opus magnus, su síntesis final, su obra maestra.
[3] Filosofía de la naturaleza, 1999, op.cit., cap. IV; La mente del universo op.cit., , cap. 3 punto 1; La inteligibilidad de la naturaleza, op.cit, cap. IV.
[4] Filosofía de la naturaleza, 1999, op.cit. Sobre este tema en Artigas, ver Miroslaw, K.: Orden natural y persona humana, Eunsa, 2000, p. 29. Este libro es una excelente síntesis de toda la filosofía de la naturaleza de Mariano Artigas.
[5] Al respecto, ver Koyré, A. Del universo cerrado al universo infinito, S. XXI, 1979; Estudios de historia del pensamiento científico, S. XXI, 1977; Estudios Galileanos, S. XXI, 1966; Kuhn, T. La revolución copernicana; Orbis, Madrid, 1985; The Road Since Structure; University of Chicago Press, 2000;La tensión esencial; FCE, 1999;  Feyerabend, P.: Tratado contra el método; Tecnos, Madrid, 1981; La conquista de la abundacia; Paidós, Barcelona, 2001.


[6] Tal la tesis clásica, citada en toda la obra de Mariano Artigas, de Jaki, S.: Ciencia, Fe, Cultura; Ed. Palabra, Madrid, 1990; y The Road of Science and the Ways to God; University of Chicago Press, 1978.

[7] Ver Artigas, Filosofía de la naturaleza, 1984, op.cit., p. 126.
[8] Op.cit.
[9] La inteligibilidad de la naturaleza, op.cit. cap. VI y cap. I; La mente del universo, op.cit., cap. IV.
[10] La mente del universo, op.cit., Filosofía de la naturaleza, op.cit., cap. X.
[11] La inteligibilidad de la naturaleza, op.cit cap. I
[12] Op.cit., cap. III, puntos 1 y 2.
[13] La inteligibilidad de la naturaleza, op.cit., p. 141.
[14] Op.cit., cap. IV punto 4; La mente del universo, op.cit., segunda parte; Filosofía de la naturaleza, 1999, op.cit., cap. IV.
[15] La inteligibilidad de la naturaleza, op.cit, cap. VI.
[16] Santo Tomás de Aquino, Suma Contra Gentiles, Libro III, 72 y 74. Hemos comentado extensamente esta cuestión en nuestro Comentario a la Suma Contra Gentiles, Instituto Acton, Buenos Aires, 2015.
[17] Suma Contra Gentiles, op.cit., Libro III, cap. 96; Libro I, caps. 66 y 67.
[18] Op.cit., Libro III, caps. 71 y 73.
[19] El error de suponer que el big ban es un argumento a favor o en contra de la existencia de Dios está muy bien expicado por J. J. Sanguineti en El origen del universo, Educa, Buenos Aires, 1994.
[20] Filosofía de la naturaleza, 1984, pp. 204-205.
[21] Hawking, S.: Historia del tiempo, Crítica, Barcelona, 1988.
[22] Santo Tomás de Aquino, Comentario a la Física, libro III, cap. 8, lectio 14, citado por Artigas en La inteligibilidad de la naturaleza, op.cit. p. 406; y La mente del universo, op.cit., cap. IV, punto 3, p. 219.
[23] Filosofía de la naturaleza, 1984,  op.cit., p. 83; Filosofía de la naturaleza, 1999, op.cit, Primera Parte, cap. 1; Filosofía de la ciencia, 1999, op.cit., p. 56.
[24] El que afortunadamente pudo seguir los pasos de Artigas fue Josep Corcó Juviñá, en Novedades en el universo: la cosmovisión emergentista de Karl R. Popper, Eunsa, 1995, con prólogo de Mariano Artigas, especialmente en el cap. IV.
[25] Hemos sugerido este tema en nuestro Comentario a la Suma Contra Gentiles, op.cit. p. 295.
[26] Ver al respecto Popper, K.: Teoría cuántica y el cisma en Física, Tecnos, Madrid, 2011. La importancia de este libro de Popper, donde concuerda con la visión realista de Einstein de la física cuántica pero SIN coincidir en el determinismo absoluto de Einstein, dándole su propia versión indeterminista, ha sido inadvertida o menospreciada por casi todos excepto precisamente por Mariano Artigas.
[27] Al respecto ver Lógica y ética en Karl Popper, op.cit.
[28] La mente del universo, op.cit., cap, 6; La inteligibilidad de la naturaleza, op.cit., cap. VII; El hombre a la luz de la ciencia, op.cit.; Filosofía de la naturaleza, 1999, op.cit., cap. X.






miércoles, 24 de agosto de 2016

¿POR QUÉ NO DENUNCIAN A TODO EL QUE CREE EN EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA?

Señores del nuevo soviet, Inadi, por qué no denuncian a toda la Iglesia Católica, a todos los que creemos en su catecismo (aunque nos cueste practicarlo), a sus redactores, etc.? (Ver Nro. 2353). ENTRE PARÉNTESIS INDOLENTES OBISPOS, QUÉ SIGNIFICATIVO SU SILENCIO Y LA SOLEDAD EN LA QUE DEJAN A AGUER.................................

TERCERA PARTE
LA VIDA EN CRISTO
SEGUNDA SECCIÓN
LOS DIEZ MANDAMIENTOS
CAPÍTULO SEGUNDO
«AMARÁS A TU PRÓJIMO COMO A TI MISMO»
ARTÍCULO 6
EL SEXTO MANDAMIENTO
«No cometerás adulterio» (Ex 20, 14; Dt 5, 17).
«Habéis oído que se dijo: “No cometerás adulterio”. Pues yo os digo: Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón» (Mt 5, 27-28).
I. “Hombre y mujer los creó...” 
2331 “Dios es amor y vive en sí mismo un misterio de comunión personal de amor. Creándola a su imagen [...] Dios inscribe en la humanidad del hombre y de la mujer lavocación, y consiguientemente la capacidad y la responsabilidad del amor y de la comunión” (FC 11).
“Dios creó el hombre a imagen suya; [...] hombre y mujer los creó” (Gn 1, 27). “Creced y multiplicaos” (Gn 1, 28); “el día en que Dios creó al hombre, le hizo a imagen de Dios. Los creó varón y hembra, los bendijo, y los llamó “Hombre” en el día de su creación” (Gn 5, 1-2).
2332 La sexualidad abraza todos los aspectos de la persona humana, en la unidad de su cuerpo y de su alma. Concierne particularmente a la afectividad, a la capacidad de amar y de procrear y, de manera más general, a la aptitud para establecer vínculos de comunión con otro.
2333 Corresponde a cada uno, hombre y mujer, reconocer y aceptar su identidad sexual. Ladiferencia y la complementariedad físicas, morales y espirituales, están orientadas a los bienes del matrimonio y al desarrollo de la vida familiar. La armonía de la pareja humana y de la sociedad depende en parte de la manera en que son vividas entre los sexos la complementariedad, la necesidad y el apoyo mutuos.
2334 «Creando al hombre “varón y mujer”, Dios da la dignidad personal de igual modo al hombre y a la mujer» (FC 22; cf GS 49, 2). “El hombre es una persona, y esto se aplica en la misma medida al hombre y a la mujer, porque los dos fueron creados a imagen y semejanza de un Dios personal” (MD 6).
2335 Cada uno de los dos sexos es, con una dignidad igual, aunque de manera distinta, imagen del poder y de la ternura de Dios. La unión del hombre y de la mujer en el matrimonio es una manera de imitar en la carne la generosidad y la fecundidad del Creador: “El hombre deja a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne” (Gn2, 24). De esta unión proceden todas las generaciones humanas (cf Gn 4, 1-2.25-26; 5, 1).
2336 Jesús vino a restaurar la creación en la pureza de sus orígenes. En el Sermón de la Montaña interpreta de manera rigurosa el plan de Dios: «Habéis oído que se dijo:  “no cometerás adulterio”. Pues yo os digo: “Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón”» (Mt 5, 27-28). El hombre no debe separar lo que Dios ha unido (cf Mt 19, 6).
La Tradición de la Iglesia ha entendido el sexto mandamiento como referido a la globalidad de la sexualidad humana.
II. La vocación a la castidad
2337 La castidad significa la integración lograda de la sexualidad en la persona, y por ello en la unidad interior del hombre en su ser corporal y espiritual. La sexualidad, en la que se expresa la pertenencia del hombre al mundo corporal y biológico, se hace personal y verdaderamente humana cuando está integrada en la relación de persona a persona, en el don mutuo total y temporalmente ilimitado del hombre y de la mujer.
La virtud de la castidad, por tanto, entraña la integridad de la persona y la totalidad del don.
La integridad de la persona
2338 La persona casta mantiene la integridad de las fuerzas de vida y de amor depositadas en ella. Esta integridad asegura la unidad de la persona; se opone a todo comportamiento que la pueda lesionar. No tolera ni la doble vida ni el doble lenguaje (cf Mt 5, 37).
2339 La castidad implica un aprendizaje del dominio de sí, que es una pedagogía de la libertad humana. La alternativa es clara: o el hombre controla sus pasiones y obtiene la paz, o se deja dominar por ellas y se hace desgraciado (cf Si 1, 22). “La dignidad del hombre requiere, en efecto, que actúe según una elección consciente y libre, es decir, movido e inducido personalmente desde dentro y no bajo la presión de un ciego impulso interior o de la mera coacción externa. El hombre logra esta dignidad cuando, liberándose de toda esclavitud de las pasiones, persigue su fin en la libre elección del bien y se procura con eficacia y habilidad los medios adecuados” (GS 17).
2340 El que quiere permanecer fiel a las promesas de su Bautismo y resistir las tentaciones debe poner los medios para ello: el conocimiento de sí, la práctica de una ascesis adaptada a las situaciones encontradas, la obediencia a los mandamientos divinos, la práctica de las virtudes morales y la fidelidad a la oración. “La castidad nos recompone; nos devuelve a la unidad que habíamos perdido dispersándonos” (San Agustín, Confessiones, 10, 29; 40).
2341 La virtud de la castidad forma parte de la virtud cardinal de la templanza, que tiende a impregnar de racionalidad las pasiones y los apetitos de la sensibilidad humana.
2342 El dominio de sí es una obra que dura toda la vida. Nunca se la considerará adquirida de una vez para siempre. Supone un esfuerzo reiterado en todas las edades de la vida (cf Tt 2, 1-6). El esfuerzo requerido puede ser más intenso en ciertas épocas, como cuando se forma la personalidad, durante la infancia y la adolescencia.
2343 La castidad tiene unas leyes de crecimiento; éste pasa por grados marcados por la imperfección y, muy a menudo, por el pecado. “Pero el hombre, llamado a vivir responsablemente el designio sabio y amoroso de Dios, es un ser histórico que se construye día a día con sus opciones numerosas y libres; por esto él conoce, ama y realiza el bien moral según las diversas etapas de crecimiento” (FC 34).
2344 La castidad representa una tarea eminentemente personal; implica también un esfuerzo cultural, pues “el desarrollo de la persona humana y el crecimiento de la sociedad misma están mutuamente condicionados” (GS 25). La castidad supone el respeto de los derechos de la persona, en particular, el de recibir una información y una educación que respeten las dimensiones morales y espirituales de la vida humana.
2345 La castidad es una virtud moral. Es también un don de Dios, una gracia, un fruto del trabajo espiritual (cf Ga 5, 22). El Espíritu Santo concede, al que ha sido regenerado por el agua del bautismo, imitar la pureza de Cristo (cf 1 Jn 3, 3).
La integridad del don de sí
2346 La caridad es la forma de todas las virtudes. Bajo su influencia, la castidad aparece como una escuela de donación de la persona. El dominio de sí está ordenado al don de sí mismo. La castidad conduce al que la practica a ser ante el prójimo un testigo de la fidelidad y de la ternura de Dios.
2347 La virtud de la castidad se desarrolla en la amistad. Indica al discípulo cómo seguir e imitar al que nos eligió como sus amigos (cf Jn 15, 15), a quien se dio totalmente a nosotros y nos hace participar de su condición divina. La castidad es promesa de inmortalidad.
La castidad se expresa especialmente en la amistad con el prójimo. Desarrollada entre personas del mismo sexo o de sexos distintos, la amistad representa un gran bien para todos. Conduce a la comunión espiritual.
Los diversos regímenes de la castidad
2348 Todo bautizado es llamado a la castidad. El cristiano se ha “revestido de Cristo” (Ga 3, 27), modelo de toda castidad. Todos los fieles de Cristo son llamados a una vida casta según su estado de vida particular. En el momento de su Bautismo, el cristiano se compromete a dirigir su afectividad en la castidad.
2349 La castidad “debe calificar a las personas según los diferentes estados de vida: a unas, en la virginidad o en el celibato consagrado, manera eminente de dedicarse más fácilmente a Dios solo con corazón indiviso; a otras, de la manera que determina para ellas la ley moral, según sean casadas o célibes” (Congregación para la Doctrina de la Fe, Decl. Persona humana, 11). Las personas casadas son llamadas a vivir la castidad conyugal; las otras practican la castidad en la continencia.
«Se nos enseña que hay tres formas de la virtud de la castidad: una de los esposos, otra de las viudas, la tercera de la virginidad. No alabamos a una con exclusión de las otras. [...] En esto la disciplina de la Iglesia es rica» (San Ambrosio, De viduis 23).
2350 Los novios están llamados a vivir la castidad en la continencia. En esta prueba han de ver un descubrimiento del mutuo respeto, un aprendizaje de la fidelidad y de la esperanza de recibirse el uno y el otro de Dios. Reservarán para el tiempo del matrimonio las manifestaciones de ternura específicas del amor conyugal. Deben ayudarse mutuamente a crecer en la castidad.
Las ofensas a la castidad
2351 La lujuria es un deseo o un goce desordenados del placer venéreo. El placer sexual es moralmente desordenado cuando es buscado por sí mismo, separado de las finalidades de procreación y de unión.
2352 Por masturbación se ha de entender la excitación voluntaria de los órganos genitales a fin de obtener un placer venéreo. “Tanto el Magisterio de la Iglesia, de acuerdo con una tradición constante, como el sentido moral de los fieles, han afirmado sin ninguna duda que la masturbación es un acto intrínseca y gravemente desordenado”. “El uso deliberado de la facultad sexual fuera de las relaciones conyugales normales contradice a su finalidad, sea cual fuere el motivo que lo determine”. Así, el goce sexual es buscado aquí al margen de “la relación sexual requerida por el orden moral; aquella relación que realiza el sentido íntegro de la mutua entrega y de la procreación humana en el contexto de un amor verdadero” (Congregación para la Doctrina de la Fe, Decl. Persona humana, 9).
Para emitir un juicio justo acerca de la responsabilidad moral de los sujetos y para orientar la acción pastoral, ha de tenerse en cuenta la inmadurez afectiva, la fuerza de los hábitos contraídos, el estado de angustia u otros factores psíquicos o sociales que pueden atenuar o  tal vez reducir al mínimo la culpabilidad moral.
2353 La fornicación es la unión carnal entre un hombre y una mujer fuera del matrimonio. Es gravemente contraria a la dignidad de las personas y de la sexualidad humana, naturalmente ordenada al bien de los esposos, así como a la generación y educación de los hijos. Además, es un escándalo grave cuando hay de por medio corrupción de menores.
2354 La pornografía consiste en sacar de la intimidad de los protagonistas actos sexuales, reales o simulados, para exhibirlos ante terceras personas de manera deliberada. Ofende la castidad porque desnaturaliza la finalidad del acto sexual. Atenta gravemente a la dignidad de quienes se dedican a ella (actores, comerciantes, público), pues cada uno viene a ser para otro objeto de un placer rudimentario y de una ganancia ilícita. Introduce a unos y a otros en la ilusión de un mundo ficticio. Es una falta grave. Las autoridades civiles deben impedir la producción y la distribución de material pornográfico.
2355 La prostitución atenta contra la dignidad de la persona que se prostituye, puesto que queda reducida al placer venéreo que se saca de ella. El que paga peca gravemente contra sí mismo: quebranta la castidad a la que lo comprometió su bautismo y mancha su cuerpo, templo del Espíritu Santo (cf 1 Co 6, 15-20). La prostitución constituye una lacra social. Habitualmente afecta a las mujeres, pero también a los hombres, los niños y los adolescentes (en estos dos últimos casos el pecado entraña también un escándalo). Es siempre gravemente pecaminoso dedicarse a la prostitución, pero la miseria, el chantaje, y la presión social pueden atenuar la imputabilidad de la falta.
2356 La violación es forzar o agredir con violencia la intimidad sexual de una persona. Atenta contra la justicia y la caridad. La violación lesiona profundamente el derecho de cada uno al respeto, a la libertad, a la integridad física y moral. Produce un daño grave que puede marcar a la víctima para toda la vida. Es siempre un acto intrínsecamente malo. Más grave todavía es la violación cometida por parte de los padres (cf. incesto) o de educadores con los niños que les están confiados.
Castidad y homosexualidad
2357 La homosexualidad designa las relaciones entre hombres o mujeres que experimentan una atracción sexual, exclusiva o predominante, hacia personas del mismo sexo. Reviste formas muy variadas a través de los siglos y las culturas. Su origen psíquico permanece en gran medida inexplicado. Apoyándose en la Sagrada Escritura que los presenta como depravaciones graves (cf Gn 19, 1-29; Rm 1, 24-27; 1 Co 6, 10; 1 Tm 1, 10), la Tradición ha declarado siempre que “los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados” (Congregación para la Doctrina de la Fe, Decl. Persona humana, 8). Son contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual. No pueden recibir aprobación en ningún caso.
2358 Un número apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas. Esta inclinación, objetivamente desordenada, constituye para la mayoría de ellos una auténtica prueba. Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta. Estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida, y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición.
2359 Las personas homosexuales están llamadas a la castidad. Mediante virtudes de dominio de sí mismo que eduquen la libertad interior, y a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada, de la oración y la gracia sacramental, pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la perfección cristiana.
III. El amor de los esposos
2360 La sexualidad está ordenada al amor conyugal del hombre y de la mujer. En el matrimonio, la intimidad corporal de los esposos viene a ser un signo y una garantía de comunión espiritual. Entre bautizados, los vínculos del matrimonio están santificados por el sacramento.
2361 “La sexualidad [...] mediante la cual el hombre y la mujer se dan el uno al otro con los actos propios y exclusivos de los esposos, no es algo puramente biológico, sino que afecta al núcleo íntimo de la persona humana en cuanto tal. Ella se realiza de modo verdaderamente humano solamente cuando es parte integral del amor con el que el hombre y la mujer se comprometen totalmente entre sí hasta la muerte” (FC 11).
«Tobías se levantó del lecho y dijo a [...] Sara: “Levántate, hermana, y oremos y pidamos a nuestro Señor que se apiade de nosotros y nos salve”. Ella se levantó y empezaron a suplicar y a pedir el poder quedar a salvo. Comenzó él diciendo: “¡Bendito seas tú, Dios de nuestros padres [...]. Tú creaste a Adán, y para él creaste a Eva, su mujer, para sostén y ayuda, y para que de ambos proviniera la raza de los hombres. Tú mismo dijiste: ‘No es bueno que el hombre se halle solo; hagámosle una ayuda semejante a él’. Yo no tomo a ésta mi hermana con deseo impuro, mas con recta intención. Ten piedad de mí y de ella y podamos llegar juntos a nuestra ancianidad”. Y dijeron a coro: “Amén, amén”. Y se acostaron para pasar la noche» (Tb 8, 4-9).
2362 “Los actos [...] con los que los esposos se unen íntima y castamente entre sí son honestos y dignos, y, realizados de modo verdaderamente humano, significan y fomentan la recíproca donación, con la que se enriquecen mutuamente con alegría y gratitud” (GS 49). La sexualidad es fuente de alegría y de agrado:
«El Creador [...] estableció que en esta función [de generación] los esposos experimentasen un placer y una satisfacción del cuerpo y del espíritu. Por tanto, los esposos no hacen nada malo procurando este placer y gozando de él. Aceptan lo que el Creador les ha destinado. Sin embargo, los esposos deben saber mantenerse en los límites de una justa moderación» (Pío XII, Discurso a los participantes en el Congreso de la Unión Católica Italiana de especialistas en Obstetricia, 29 octubre 1951).
 2363 Por la unión de los esposos se realiza el doble fin del matrimonio: el bien de los esposos y la transmisión de la vida. No se pueden separar estas dos significaciones o valores del matrimonio sin alterar la vida espiritual de los cónyuges ni comprometer los bienes del matrimonio y el porvenir de la familia.
Así, el amor conyugal del hombre y de la mujer queda situado bajo la doble exigencia de la fidelidad y la fecundidad.
La fidelidad conyugal
2364 El matrimonio constituye una “íntima comunidad de vida y amor conyugal, fundada por el Creador y provista de leyes propias”. Esta comunidad “se establece con la alianza del matrimonio, es decir, con un consentimiento personal e irrevocable” (GS 48, 1). Los dos se dan definitiva y totalmente el uno al otro. Ya no son dos, ahora forman una sola carne. La alianza contraída libremente por los esposos les impone la obligación de mantenerla una e indisoluble (cf CIC can. 1056). “Lo que Dios unió [...], no lo separe el hombre” (Mc 10, 9; cfMt 19, 1-12; 1 Co 7, 10-11).
2365 La fidelidad expresa la constancia en el mantenimiento de la palabra dada. Dios es fiel. El sacramento del Matrimonio hace entrar al hombre y la mujer en el misterio de la fidelidad de Cristo para con su Iglesia. Por la castidad conyugal dan testimonio de este misterio ante el mundo.
San Juan Crisóstomo sugiere a los jóvenes esposos hacer este razonamiento a sus esposas: “Te he tomado en mis brazos, te amo y te prefiero a mi vida. Porque la vida presente no es nada, te ruego, te pido y hago todo lo posible para que de tal manera vivamos la vida presente que allá en la otra podamos vivir juntos con plena seguridad. [...] Pongo tu amor por encima de todo, y nada me será más penoso que apartarme alguna vez de ti” (In epistulam ad Ephesios, homilia 20, 8).
La fecundidad del matrimonio
2366 La fecundidad es un don, un fin del matrimonio, pues el amor conyugal tiende naturalmente a ser fecundo. El niño no viene de fuera a añadirse al amor mutuo de los esposos; brota del corazón mismo de ese don recíproco, del que es fruto y cumplimiento. Por eso la Iglesia, que “está en favor de la vida” (FC 30), enseña que todo “acto matrimonial en sí mismo debe quedar abierto a la transmisión de la vida” (HV 11). “Esta doctrina, muchas veces expuesta por el Magisterio, está fundada sobre la inseparable conexión que Dios ha querido y que el hombre no puede romper por propia iniciativa, entre los dos significados del acto conyugal: el significado unitivo y el significado procreador” (HV 12; cf Pío XI, Carta enc. Casti connubii).
2367 Llamados a dar la vida, los esposos participan del poder creador y de la paternidad de Dios (cf Ef 3, 14; Mt 23, 9). “En el deber de transmitir la vida humana y educarla, que han de considerar como su misión propia, los cónyuges saben que son cooperadores del amor de Dios Creador y en cierta manera sus intérpretes. Por ello, cumplirán su tarea con responsabilidad humana y cristiana” (GS 50, 2).
2368 Un aspecto particular de esta responsabilidad se refiere a la regulación de la procreación. Por razones justificadas (GS 50), los esposos pueden querer espaciar los nacimientos de sus hijos. En este caso, deben cerciorarse de que su deseo no nace del egoísmo, sino que es conforme a la justa generosidad de una paternidad responsable. Por otra parte, ordenarán su comportamiento según los criterios objetivos de la moralidad:
«El carácter moral de la conducta [...], cuando se trata de conciliar el amor conyugal con la transmisión responsable de la vida, no depende sólo de la sincera intención y la apreciación de los motivos, sino que debe determinarse a partir de criterios objetivos, tomados de la naturaleza de la persona y de sus actos; criterios que conserven íntegro el sentido de la donación mutua y de la procreación humana en el contexto del amor verdadero; esto es imposible si no se cultiva con sinceridad la virtud de la castidad conyugal» (GS 51).
2369 “Salvaguardando ambos aspectos esenciales, unitivo y procreador, el acto conyugal conserva íntegro el sentido de amor mutuo y verdadero y su ordenación a la altísima vocación del hombre a la paternidad” (HV 12).
2370 La continencia periódica, los métodos de regulación de nacimientos fundados en la autoobservación y el recurso a los períodos infecundos (HV 16) son conformes a los criterios objetivos de la moralidad. Estos métodos respetan el cuerpo de los esposos, fomentan el afecto entre ellos y favorecen la educación de una libertad auténtica. Por el contrario, es intrínsecamente mala “toda acción que, o en previsión del acto conyugal, o en su realización, o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga como fin o como medio, hacer imposible la procreación” (HV 14):
«Al lenguaje natural que expresa la recíproca donación total de los esposos, el anticoncepcionismo impone un lenguaje objetivamente contradictorio, es decir, el de no darse al otro totalmente: se produce no sólo el rechazo positivo de la apertura a la vida, sino también una falsificación de la verdad interior del amor conyugal, llamado a entregarse en plenitud personal. [...] Esta diferencia antropológica y moral entre la anticoncepción y el recurso a los ritmos periódicos implica [...] dos concepciones de la persona y de la sexualidad humana irreconciliables entre sí» (FC 32).
2371 Por otra parte, “sea claro a todos que la vida de los hombres y la tarea de transmitirla no se limita a este mundo sólo y no se puede medir ni entender sólo por él, sino que mira siempre al destino eterno de los hombres” (GS 51).
2372 El Estado es responsable del bienestar de los ciudadanos. Por eso es legítimo que intervenga para orientar la demografía de la población. Puede hacerlo mediante una información objetiva y respetuosa, pero no mediante una decisión autoritaria y coaccionante. No puede legítimamente suplantar la iniciativa de los esposos, primeros responsables de la procreación y educación de sus hijos (cf PP 37; HV 23). El Estado no está autorizado a favorecer medios de regulación demográfica contrarios a la moral.
El don del hijo
2373 La sagrada Escritura y la práctica tradicional de la Iglesia ven en las familias numerosas como un signo de la bendición divina y de la generosidad de los padres (cf GS50).
2374 Grande es el sufrimiento de los esposos que se descubren estériles. Abraham pregunta a Dios: “¿Qué me vas a dar, si me voy sin hijos...?” (Gn 15, 2). Y Raquel dice a su marido Jacob: “Dame hijos, o si no me muero” (Gn 30, 1).
2375 Las investigaciones que intentan reducir la esterilidad humana deben alentarse, a condición de que se pongan “al servicio de la persona humana, de sus derechos inalienables, de su bien verdadero e integral, según el plan y la voluntad de Dios” (Congregación  para la Doctrina de la Fe, Instr. Donum vitae, intr. 2).
2376 Las técnicas que provocan una disociación de la paternidad por intervención de una persona extraña a los cónyuges (donación del esperma o del óvulo, préstamo de útero) son gravemente deshonestas. Estas técnicas (inseminación y fecundación artificiales heterólogas) lesionan el derecho del niño a nacer de un padre y una madre conocidos de él y ligados entre sí por el matrimonio. Quebrantan “su derecho a llegar a ser padre y madre exclusivamente el uno a través del otro” (Congregación  para la Doctrina de la Fe, Instr. Donum vitae, 2, 4).
2377 Practicadas dentro de la pareja, estas técnicas (inseminación y fecundación artificiales homólogas) son quizá menos perjudiciales, pero no dejan de ser moralmente reprobables. Disocian el acto sexual del acto procreador. El acto fundador de la existencia del hijo ya no es un acto por el que dos personas se dan una a otra, sino que “confía la vida y la identidad del embrión al poder de los médicos y de los biólogos, e instaura un dominio de la técnica sobre el origen y sobre el destino de la persona humana. Una tal relación de dominio es en sí contraria a la dignidad e igualdad que debe ser común a padres e hijos” (cf Congregación  para la Doctrina de la Fe, Instr. Donum vitae, 82). “La procreación queda privada de su perfección propia, desde el punto de vista moral, cuando no es querida como el fruto del acto conyugal, es decir, del gesto específico de la unión de los esposos [...] solamente el respeto de la conexión existente entre los significados del acto conyugal y el respeto de la unidad del ser humano, consiente una procreación conforme con la dignidad de la persona” (Congregación  para la Doctrina de la Fe, Instr. Donum vitae, 2, 4).
2378 El hijo no es un derecho sino un don. El “don [...] más excelente [...] del matrimonio” es una persona humana. El hijo no puede ser considerado como un objeto de propiedad, a lo que conduciría el reconocimiento de un pretendido “derecho al hijo”. A este respecto, sólo el hijo posee verdaderos derechos: el de “ser el fruto del acto específico del amor conyugal de sus padres, y tiene también el derecho a ser respetado como persona desde el momento de su concepción” (Congregación  para la Doctrina de la Fe, Instr. Donum vitae, 2, 8).
2379 El Evangelio enseña que la esterilidad física no es un mal absoluto. Los esposos que, tras haber agotado los recursos legítimos de la medicina, sufren por la esterilidad, deben asociarse a la Cruz del Señor, fuente de toda fecundidad espiritual. Pueden manifestar su generosidad adoptando niños abandonados o realizando servicios abnegados en beneficio del prójimo.
IV. Las ofensas a la dignidad del matrimonio
2380 El adulterio. Esta palabra designa la infidelidad conyugal. Cuando un hombre y una mujer, de los cuales al menos uno está casado, establecen una relación sexual, aunque ocasional, cometen un adulterio. Cristo condena incluso el deseo del adulterio (cf Mt 5, 27-28). El sexto mandamiento y el Nuevo Testamento prohíben absolutamente el adulterio (cfMt 5, 32; 19, 6; Mc 10, 11; 1 Co 6, 9-10). Los profetas denuncian su gravedad; ven en el adulterio la imagen del pecado de idolatría (cf Os 2, 7; Jr 5, 7; 13, 27).
2381 El adulterio es una injusticia. El que lo comete falta a sus compromisos. Lesiona el signo de la Alianza que es el vínculo matrimonial. Quebranta el derecho del otro cónyuge y atenta contra la institución del matrimonio, violando el contrato que le da origen. Compromete el bien de la generación humana y de los hijos, que necesitan la unión estable de los padres.
El divorcio
2382 El Señor Jesús insiste en la intención original del Creador que quería un matrimonio indisoluble (cf Mt 5, 31-32; 19, 3-9; Mc 10, 9; Lc 16, 18; 1 Co 7, 10-11), y deroga la tolerancia que se había introducido en la ley antigua (cf Mt 19, 7-9).
Entre bautizados, “el matrimonio rato y consumado no puede ser disuelto por ningún poder humano ni por ninguna causa fuera de la muerte” (CIC can. 1141).
2383 La separación de los esposos con permanencia del vínculo matrimonial puede ser legítima en ciertos casos previstos por el Derecho Canónico (cf CIC can. 1151-1155).
Si el divorcio civil representa la única manera posible de asegurar ciertos derechos legítimos, el cuidado de los hijos o la defensa del patrimonio, puede ser tolerado sin constituir una falta moral.
2384 El divorcio es una ofensa grave a la ley natural. Pretende romper el contrato, aceptado libremente por los esposos, de vivir juntos hasta la muerte. El divorcio atenta contra la Alianza de salvación de la cual el matrimonio sacramental es un signo. El hecho de contraer una nueva unión, aunque reconocida por la ley civil, aumenta la gravedad de la ruptura: el cónyuge casado de nuevo se halla entonces en situación de adulterio público y permanente:
«No es lícito al varón, una vez separado de su esposa, tomar otra; ni a una mujer repudiada por su marido, ser tomada por otro como esposa» (San Basilio Magno,Moralia, regula 73).
2385 El divorcio adquiere también su carácter inmoral a causa del desorden que introduce en la célula familiar y en la sociedad. Este desorden entraña daños graves: para el cónyuge, que se ve abandonado; para los hijos, traumatizados por la separación de los padres, y a menudo viviendo en tensión a causa de sus padres; por su efecto contagioso, que hace de él una verdadera plaga social.
2386 Puede ocurrir que uno de los cónyuges sea la víctima inocente del divorcio dictado en conformidad con la ley civil; entonces no contradice el precepto moral. Existe una diferencia considerable entre el cónyuge que se ha esforzado con sinceridad por ser fiel al sacramento del Matrimonio y se ve injustamente abandonado y el que, por una falta grave de su parte, destruye un matrimonio canónicamente válido (cf FC 84).
Otras ofensas a la dignidad del matrimonio
2387 Es comprensible el drama del que, deseoso de convertirse al Evangelio, se ve obligado a repudiar una o varias mujeres con las que ha compartido años de vida conyugal. Sin embargo, la poligamia no se ajusta a la ley moral, pues contradice radicalmente la comunión conyugal. La poligamia “niega directamente el designio de Dios, tal como es revelado desde los orígenes, porque es contraria a la igual dignidad personal del hombre y de la mujer, que en el matrimonio se dan con un amor total y por lo mismo único y exclusivo” (FC 19; cf GS47, 2). El cristiano que había sido polígamo está gravemente obligado en justicia a cumplir los deberes contraídos respecto a sus antiguas mujeres y sus hijos.
2388 Incesto es la relación carnal entre parientes dentro de los grados en que está prohibido el matrimonio (cf Lv 18, 7-20). San Pablo condena esta falta particularmente grave: “Se oye hablar de que hay inmoralidad entre vosotros [...] hasta el punto de que uno de vosotros vive con la mujer de su padre. [...] En nombre del Señor Jesús [...] sea entregado ese individuo a Satanás para destrucción de la carne...” (1 Co 5, 1.4-5). El incesto corrompe las relaciones familiares y representa una regresión a la animalidad.
2389 Se puede equiparar al incesto los abusos sexuales perpetrados por adultos en niños o adolescentes confiados a su guarda. Entonces esta falta adquiere una mayor gravedad por atentar escandalosamente contra la integridad física y moral de los jóvenes que quedarán así marcados para toda la vida, y por ser una violación de la responsabilidad educativa.
2390 Hay unión libre cuando el hombre y la mujer se niegan a dar forma jurídica y pública a una unión que implica la intimidad sexual.
La expresión en sí misma es engañosa: ¿qué puede significar una unión en la que las personas no se comprometen entre sí y testimonian con ello una falta de confianza en el otro, en sí mismo, o en el porvenir?
Esta expresión abarca situaciones distintas: concubinato, rechazo del matrimonio en cuanto tal, incapacidad de unirse mediante compromisos a largo plazo (cf FC 81). Todas estas situaciones ofenden la dignidad del matrimonio; destruyen la idea misma de la familia; debilitan el sentido de la fidelidad. Son contrarias a la ley moral: el acto sexual debe tener lugar exclusivamente en el matrimonio; fuera de éste constituye siempre un pecado grave y excluye de la comunión sacramental.
2391 No pocos postulan hoy una especie de “unión a prueba” cuando existe intención de casarse. Cualquiera que sea la firmeza del propósito de los que se comprometen en relaciones sexuales prematuras, éstas “no garantizan que la sinceridad y la fidelidad de la relación interpersonal entre un hombre y una mujer queden aseguradas, y sobre todo protegidas, contra los vaivenes y las veleidades de las pasiones” (Congregación para la Doctrina de la Fe, Decl. Persona humana, 7). La unión carnal sólo es moralmente legítima cuando se ha instaurado una comunidad de vida definitiva entre el hombre y la mujer. El amor humano no tolera la “prueba”. Exige un don total y definitivo de las personas entre sí (cf FC 80).
Resumen
2392 “El amor es la vocación fundamental e innata de todo ser humano” (FC 11).
2393 Al crear al ser humano hombre y mujer, Dios confiere la dignidad personal de manera idéntica a uno y a otra. A cada uno, hombre y mujer, corresponde reconocer y aceptar su identidad sexual.
2394 Cristo es el modelo de la castidad. Todo bautizado es llamado a llevar una vida casta, cada uno según su estado de vida.
2395 La castidad significa la integración de la sexualidad en la persona. Entraña el aprendizaje del dominio personal.
2396 Entre los pecados gravemente contrarios a la castidad se deben citar la masturbación, la fornicación, las actividades pornográficas y las prácticas homosexuales.
2397 La alianza que los esposos contraen libremente implica un amor fiel. Les confiere la obligación de guardar indisoluble su matrimonio.
2398 La fecundidad es un bien, un don, un fin del matrimonio. Dando la vida, los esposos participan de la paternidad de Dios.
2399 La regulación de la natalidad representa uno de los aspectos de la paternidad y la maternidad responsables. La legitimidad de las intenciones de los esposos no justifica el recurso a medios moralmente reprobables (p.e., la esterilización directa o la anticoncepción).
2400 El adulterio y el divorcio, la poligamia y la unión libre son ofensas graves a la dignidad del matrimonio.