domingo, 27 de diciembre de 2015

PREFACIO A MI "COMENTARIO A LA SUMA CONTRA GENTILES, un puente entre el s. XIII y el s. XXI".

http://www.amazon.com/Comentario-Suma-Contra-Gentiles-Biblioteca-ebook/dp/B019JYEXAK/ref=sr_1_1?ie=UTF8&qid=1450622389&sr=8-1&keywords=GABRIEL+ZANOTTI+MARIO 


Hay un uso autónomo de la razón que ha llegado a su fin. No porque cierta interpretación de Heidegger sea correcta: el “no fundamento” que ha dado lugar a los escepticismos posmodernos; no porque no haya problemas filosóficos; no porque se hayan acabado los grandes relatos; no porque la metafísica sea racionalmente imposible; no porque la razón haya entrado en crisis. Es verdad que muchos, al haber confundido la modernidad con el iluminismo, han rechazado la razón o la han reducido al cálculo algorítmico. Es también verdad que hoy la razón humana se diluye en una babel, un sinfin de renuncias a sí misma y un escepticismo generalizado, por el que la filosofía resulta, como mucho, su historia sin pasión y sin sentido: una erudición insípida, un culto florero de nombres y teorías, que se apoya sobre una mesa que no se apoya en ningún lado. Pero nada de eso se debe a la razón en sí misma.

Santo Tomás distinguió entre los argumentos que concluían a partir de premisas reveladas y los que no: a los primeros los llamó Teología o Sacra Doctrina y a los segundos argumentos de razón. Pero la filosofía no era como la consideramos hoy. Es cierto que, comentando a Aristóteles, se refirió a la metafísica, la teología natural, la “física” y las matemáticas, pero estas eran clasificaciones de Aristóteles, pasadas por su interpretación cristiana. “La filosofía” era la filosofía de Aristóteles; la razón era la razón, pero ya en armonía con la fe. La llamada “filosofía medieval” no era filosofía como la entendemos hoy. Los cristianos tuvieron que defenderse de dos acusaciones: la que los calificaba de “subversivos” y la que los calificaba de “absurdos”. Para eso usaron la razón: razón que siempre fue apologética y medio de comunicación con el que no tenía fe. Defendiéndose de lo absurdo, desarrollaron una razón en armonía con la fe: las razones para la fe; o sea, dieron razones de su esperanza, como virtud teologal. La razón fue siempre en ellos “razones para la fe”: la armonía razón-fe; es decir, una fe que busca la razón y una razón que busca la fe; un círculo hermenéutico, perfectamente vivido, como si hubieran leído a Gadamer o, mejor dicho, como si no lo necesitaran. La razón no era condición de posibilidad de la fe; razón y fe se movían juntas, en una misma caminata, como las piernas de una misma persona, el creyente, y por ende de una persona que razonaba su fe.

Al comenzar a escindirse la razón de la fe, al iniciarse su divorcio, todo lo que sucede después es un diálogo de la razón con ella misma, buscándose a sí misma nuevamente. O sea: un monólogo. No, no es Hegel. Es que los pensadores dialogan entre ellos más de lo que parece, y la historia de la filosofía es una película llena de sentido, no una serie de documentales autónomos. La historia de la filosofía siempre fue la búsqueda de Dios. Después de la crisis razón-fe, había que recorrer un camino para volver, que aún no ha terminado. Descartes intenta poner nuevamente las cosas en su lugar, pero algo falla y Hume lo advierte. También Kant intenta poner orden nuevamente, pero se queda sin metafísica racional. Hegel intenta reconstruirla “absolutamente”, pero se olvida de una cosita —nada menos que del ser humano concreto, que sufre— y comienzan las reacciones existencialistas. Pero estas le dejan la razón a una ciencia que, mientras tanto, la había reducido a física y matemática; una ciencia que intenta re-construirse a sí misma nuevamente, de Popper a Feyerabend, señalando sus límites, pero, al sacar a la reina-ciencia de su trono, el hombre contemporáneo se queda sin rey. Los más fuertes resisten la vida sin una metafísica que les proporcione sentido, con una ética neokantiana y una ciencia en sus justos límites; los más escépticos se van al escepticismo posmoderno; los demás vagan y devanean en un sincretismo absurdo de new age, fundamentalismos, abaratamientos del gran pensamiento oriental o religiones sostenidas en nada: o sea, en el solo sentimiento o en la sola costumbre. ¡Un caos! La filosofía queda reducida a historia de la filosofía, tan interesante y desgajada de la vida humana como la historia de los pajaritos verdes, que debe ser, efectivamente, muy compleja.

Pero la razón humana siguió su curso: la modernidad ha sido un despliegue impresionante de filosofía de la física, el lenguaje, las matemáticas, la lógica, la historia, las ciencias sociales, la política, la economía, la psiquis, y muchas otras maravillas más, pero sin un punto de unión, porque la razón sigue buscando su unidad. La fenomenología de Husserl estuvo muy cerca de lograrlo, si no se hubiera quedado (comprensiblemente) enredada en el problema del idealismo trascendental.
Para colmo, gran parte del pensamiento moderno y contemporáneo da al término “demostración” un sentido logicista y cientificista que ya fue abandonado por la misma lógica (Godel) y por la misma ciencia (Popper, Kuhn, Lakatos, Feyerabend). Sin embargo, se le sigue pidiendo a la metafísica, cada vez que esta intenta dar el paso a lo trascendente. El intento de responder a esa demanda en dichos términos fue inútil: nadie se convence de ciertas demostraciones metá-fisicás, porque son presentadas en términos de dar lo que no se puede, excepto que sean  presentadas en términos de una metafísica “minimalista”, con plena conciencia de los límites del lenguaje y de las demostraciones; pero, claro, ello implicaba dar el paso que no se quiere dar: asumir plenamente el círculo hermenéutico entre razón y fe.

El experimento de una razón metafísica que prescinda del círculo hermenéutico entre razón y fe (“creo para entender y entiendo para creer”) no ha dado resultado ni ha sido eficaz como cura de la escisión razón-fe, porque fue parte de esa escisión. O sea: fue parte de un proyecto imposible. Después de Cristo, se piensa a Dios (sobre todo en la filosofía occidental) en términos judeocristianos. Dios es Dios creador, lo cual presupone la revelación como horizonte de pre-comprensión inexorable. El agnóstico dice que no sabe si ese Dios “existe o no”; el ateo dice que está seguro de que ese Dios “no existe”; pero ambos piensan en ese Dios judeocristiano; incluso los pensadores orientales ilustrados, que conocen la filosofía occidental y no tienen más remedio que afirmar o negar a ese Dios judeocristiano. O sea: después de Cristo, todos son cristianos-culturales, porque —ya sea que afirmen, nieguen o duden— están pensando en Dios como Dios personal y creador del universo, que depende de Dios como causa y a la vez es esencialmente distinto a Dios. Incluso el panteísta se enfrenta con la misma disyuntiva.

La razón no puede “partir” de algo como si no fuera necesario el horizonte de Dios creador. Si parto de una hormiguita para llegar a Dios, ¿cómo sé que la hormiguita no es Dios, excepto que habite un horizonte judeocristiano, en el que se me diga desde antes que la hormiguita no es Dios? Antes de Cristo, había efectivamente un horizonte cultural que desconocía a Dios, porque no había habido revelación cristiana que sacara al judaísmo de su esoterismo. Aristóteles desconocía, en efecto, a Dios creador. O sea, a Dios. Pero después de la revelación, la razón humana recibe un impacto del cual nunca más se puede separar. Dios habla a la razón del hombre y la razón debe responder. No responder, o hacer como si Dios no hablara, o creer que no habló, es una respuesta. La razón humana está envuelta en el diálogo con Dios y, cuando lo corta, se desconoce y se busca a sí misma. La razón debe, pues, re-encontrarse. Para ello debe hablar a una razón que crea que es posible una razón sin Dios, con analogías, con preguntas, con un diálogo sereno, sin estrategias. Pero nunca negando la relación razón-fe. El cristiano que dice “yo te hablaré solo desde la razón, no desde la fe”, se engaña a sí mismo y engaña también al otro que, además, se da cuenta de ello. Lo que sí puede hacer es ofrecerle al otro puentes y analogías desde los cuales mostrar, con calma, cuál es la razón de su esperanza y, por ende, qué es la razón. Ello no es fideísmo, porque el fideísmo niega precisamente el diálogo de la fe con la razón, con lo cual es la fe la que se pierde.

Un libro como la Suma contra gentiles, de Santo Tomás, nos ofrece una gran oportunidad para re-encontrar la razón y ofrecérsela a todo el mundo. Está escrito desde su corazón judeocristiano aunque aún se discuta por qué y para quiénes lo escribió. Por suerte, no es nada clasificable en los parámetros de hoy y nos permitirá plantear un diálogo de la razón consigo misma, para que ella se re-descubra nuevamente.

Por consiguiente, los destinatarios de mis comentarios son todos. Cuando escribo, pienso en los que no conocen a Santo Tomás, pero también en quienes lo conocen y lo confunden con un simple comentarista de Aristóteles. Así pretendo guardar la distancia y explicar todo desde la armonía razón-fe en la creación, que es lo que hacía él. Espero que mis explicaciones sean escuchadas por los formados en la filosofía analítica, pero que también despierten el interés de los que piensan que Santo Tomás es responsable de una manera de exponerlo que es un racionalismo más. Para eso he tenido que cruzar ciertas fronteras. Feyerabend nunca dijo que no hubiera método, sino que todas las metodologías, incluso las más obvias, tienen sus límites. Creo que estamos en ese límite. Mi comentario no encajará en las clasificaciones actuales; mis métodos seguramente no encajarán en los journals de hoy, pero tampoco estoy reinventando la rueda: solo trato de echarla a rodar nuevamente. No tengo ninguna estrategia especial. Siempre tuve este libro in mente, desde la primera vez que comencé a leer la Suma contra gentiles, hace más de treinta y ocho años. Este libro es, en pocas palabras, yo mismo: ese yo que se conmovió (¿habrá sido la premoción física de Báñez o la ciencia media de Molina? :-) ) hasta los huesos, cuando vio el plan de estudios de la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino; ese yo que, en sus textos introductorios, siempre puso a Dios por delante, nunca por detrás. Es desde esa providencia escribo y a esa misma providencia me abandono.

Gabriel J. Zanotti.

Julio de 2014

miércoles, 23 de diciembre de 2015

LOS LIBERALES ANTE LA GESTIÓN DE MACRI

Ante la obvia falsedad de que Macri y su equipo son “liberales”, pero obvia sólo para quienes nos formamos en Mises, Hayek, Rothbard, Buchanan, Israel Kirzner, etc., los liberales se han dividido, para usar la expresión de Eco, en apocalípticos e integrados, como dos extremos entre los cuales oscilamos todos hoy sin saber mucho qué hacer.

Definamos los dos extremos como dos modelos mentales de análisis. Para el apocalíptico, hay que denunciar a Macri como antiliberal y estatista, y, obviamente, no se le puede dar ningún apoyo ni colaboración.

Para el integrado, Macri y su equipo es, en el fondo, liberal, pero no les conviene decirlo y, mientras tanto, avanzan a paso firme pero gradual hacia las reformas de fondo para que dentro de unos años estemos viviendo en una Argentina verdaderamente liberal.

Ambas actitudes, en su pureza, presentan ventajas y desventajas políticas.

La primera es la garantía de que dentro de algunos años, si Macri termina igual que Menem, nadie podría endilgarnos nuevamente que traicionamos a nuestros ideales y, especialmente, permite decir, en ese terrible futuro, que de ningún modo se aplicó una política liberal.

La segunda permite colaborar con el equipo actual enfatizando una tendencia, aunque débil, en la buena dirección, corrigiendo errores y señalando lo que debe hacerse desde dentro de la gestión, mientras se toleran las dificultades políticas de implementación.

Pero la primera actitud no permite actuar nunca. La dificultad de los apocalípticos es su problema para la acción concreta en circunstancias concretas. De ese modo se quedan afuera, juegan al partido antisistema y de ese modo sus modos de escribir y de pensar son muy similares –sobre todo los rothbard y hoppe-boys-, aunque estén en las antípodas, a la de varios sectores nacionalistas católicos.
Alguno de esa corriente me dirá que cuál es el problema. El problema es que no es fácil mantenerse fuera del mundo cuando vives en el mundo. Yo puedo estar en contra de los barcos transatlánticos. Pero supongamos que –hipótesis de trabajo- he nacido en el Titanic y no me puedo ir de él. Cuando choque con el famoso iceberg, ¿qué haré, qué diré, qué recomendaré? ¿Que lo que está mal es el barco en sí mismo? Si, ya sabemos. Pero, ¿mientras tanto, y hasta que lleguemos a un puerto, qué?
Yo puedo estar en contra de la violencia y ser un experto en los discursos de Gandhi. Pero un día entran a mi casa e intentan matar a mi familia. ¿Qué hago entonces? Mi doctrina me prohíbe hacer algo. ¿Pero mientras tanto?

La segunda actitud tiene como desventaja que puede perder el norte. Ok, vamos con Macri. Lo importante es hacer algo. Ok, ¿y cuando todo salga para la M? ¿Cómo evitar haber sido cómplice? Puede perder también la sana conciencia crítica. Que haya macristas, ok, pero un liberal jamás puede ser macrista ni lo-que-fuere-ista, debe mantener siempre su juicio crítico independiente, pues tiene un acervo de ideas muy rico como para tirarlo por la borda de cualquier presidente, sea quien fuere.

Hasta aquí, alguien puede decir: ¿entonces qué?

Que, como dijo Maritain, no hay ideales fuera de la historia, sino un ideal “histórico” concreto, esto es, una serie de ideales “pero” que llevan dentro de sí las circunstancias históricas de su tiempo.

Los liberales, para salir de habituales debates entre anarco-capitalistas y conservadores-liberales, deben tener en cuenta esa enseñanza mariteniana. Nosotros tenemos a las libertades individuales, definidas in abstracto, como un ideal regulativo, no como un régimen político concreto y menos aún como un partido determinado. En ese sentido todos somos anarco-capitalistas metódicos: el estado siempre es sospechoso excepto se demuestre lo contrario frente a las libertades individuales, que se basan en que nadie debe atentar contra la esfera de sana autonomía del otro –de donde surgen sus derechos- que está fundada en su dignidad como imago Dei y que, por ende, sólo Dios es su dueño (principio judeo-cristiano de no agresión).

¿Pero cómo se aplica esto ante cada circunstancia histórica concreta? Siempre de manera prudencial, esto es, aplicando lo universal a lo singular, que no es colaborar con el mal sino proponer un bien posible dadas las circunstancias, tolerando lo que no se pueda evitar y que no sea fruto de nuestra acción.

Mises dio el ejemplo, en sus propuestas concretas para la Europa de su tiempo, e incluso cuando propuso una propuesta de reconstrucción económica para México, que por supuesto nunca se aplicó pero que tampoco hubiera pasado el examen de varios que hoy se dicen sus discípulos.

Pero allí hay que hacer una distinción. NO estamos hablando de una propuesta de un partido concreto para cuatro años u ocho. Estamos hablando de una propuesta política global, general, buena, no perfecta aunque perfectible, esto es, como dijimos, un bien posible dadas las circunstancias.

En ese sentido, un sistema liberal clásico como el que propone Hayek, fuertemente federal y con servicios públicos des-monopolizados, concentrados en el ámbito municipal, es una propuesta global, hoy, como modelo para todo el mundo.

O sea, ese sistema es ya un ideal histórico concreto del ideal regulativo, esto es, las libertades individuales en su pureza.

A su vez, ¿cómo lo aplicamos en cada país?

En Argentina, esto implicaría:
1.      Un fuerte respeto a las instituciones republicanas que sobrevivieron en la Constitución de 1853. Todo ello implica ipso facto una salida de los modos de gobierno autoritarios del kirchnerismo, violatorios de la división de poderes y la autonomía de las provincias.
2.      Privatización real y progresiva de las empresas estatales, fuerte reducción del gasto público y des-endeudamiento externo.
3.      Eliminación de todo impuesto a la renta.
4.      Eliminación de todo monopolio legal, excepto fuerzas armadas y Suprema Corte de Justicia.
5.      Banco central independiente del ejecutivo junto con la eliminación del curso forzoso.
6.      Traspaso de servicios estatales de salud, educación y seguridad social, desmonopolizados, a regiones económicamente auto-sustentables. Eliminación consecuente de la coparticipación federal.
7.      Eliminación del sindicato único por actividad.
8.      Eliminación progresiva de toda protección arancelaria.
9.      Eliminación de toda legislación a priori para el desarrollo de cualquier iniciativa individual. Eliminación consiguiente del título secundario oficial para entrar a cualquier universidad.
10.  Elevación de todo lo anterior a rango constitucional.

Ahora bien: todo ello, en la Argentina post-kirchnerista, con un horizonte cultural peronista –aunque el peronismo lograra ser no-kirchnerista- es casi imposible de aceptar para la opinión pública, e intentar imponerlo por la fuerza –aunque sea la fuerza de un gobierno democráticamente elegido- implicaría una situación política ingobernable –excepto un liderazgo también casi imposible y con riesgos enormemente personalistas-.

Pero mientras que con los Kirchner pro-castristas, pro-Venezuela, pro-Irán, etc., ningún diálogo era posible, el nuevo gobierno abre un espacio para instalar debates y señalar ideas a las cuales acercarse en un relativo mediano plazo. Por lo tanto, es legítimo que un liberal apoye algo en la medida que implique un acercamiento a los puntos anteriores, manteniendo por supuesto su distancia y su juicio crítico si es que no está en el gobierno. Pero también es legítimo que quiera presionar sanamente desde dentro de la gestión, si es su decisión.

Por supuesto, esto último (“……….Pero también es legítimo que quiera presionar sanamente desde dentro de la gestión, si es su decisión”) es riesgoso, por supuesto. Si el actual gobierno NO reduce el gasto público, si NO deja de endeudarse para equilibrar el gasto, entonces se producirá de vuelta lo ya conocido –inflación, suba del dólar, agotamiento de las reservas, etc.- y todo terminará en ocho años en otra dolorosa decepción y el “neoliberalismo” será otra vez  el culpable ante una opinión pública que nada entiende de nuestros debates en los cuales Hayek es acusado de socialista por A. de Jassay.

Pero a nadie puede condenarse por querer correr ese riesgo. Si en este momento Prat Gay (que piensa que el mercado es la ley de la selva) invitara a Juan Liberal, experto en Finanzas, a colaborar con él, ¿why not? ¿No sería una oportunidad para mejorar las cosas desde dentro? Sí, es riesgoso. YO no lo haría, pero no porque no sea experto en finanzas (por suerte soy filósofo y por ende no soy experto en nada :-)) ). Pero no saldría a condenar, como lo harían muchos, a Juan Liberal. Porque creo que él entiende, al correr ese riesgo, que nadie está fuera, nadie está fuera de la historia, así que NO aceptar es también una decisión riesgosa. En todo caso tendré que matarme explicando, dentro de 10 años, que Juan Liberal no era el ideal regulativo del liberalismo, aunque no me lo entiendan.

Otra cosa. Claro que este gobierno es estatista. Cree en el estado como gestor de obras públicas, infraestructura, etc. Si, ok, cero en Rothbard 101. Pero una cosa es ese estatismo, ingenuamente constructivista, y otra cosa es el estatismo ideológico de los Kirchner por el cual te metían a la Cámpora marxista en tu baño si era necesario. En el mundo real, esta distinción es clave. El mundo real no es Rothbard contra todo lo demás. El mundo real es el Titanic que se hunde. Una cosa es el ingeniero que propone un plan que debe ser ejecutado por el capitán, para no hundirse, y otra cosa es el ideólogo que propone subir las tropas de Castro al barco para que no se hunda. Con el segundo no se puede dialogar, al primero le podés decir, en el ínterin, que confíe más en la capacidad de auto-organización del barco. Pero si mientras tanto te pide un destornillador, pasáselo, porque por ahí logra estabilizar el barco hasta que lleguemos a puerto. Ahí sí, insistamos en desmantelar el barco. En fin, no sé si me explico. Las analogías nunca dejan conformes a nadie.


Y esto tampoco. Yo sólo trato de ubicarme en el mundo que me tocó. Quienes me conozcan saben que ello me es más difícil que ir a visitar al pobre nuevo y arrugado Luke Skywalker.

domingo, 20 de diciembre de 2015

DOS PAÍSES……….. DOS PAÍSES………… ¿PODRÁN SER UNO?

Si miramos con atención una foto del equipo de kirchneristas que rodearon a Cristina Kirchner, por un lado, y por el otro una foto de mi padre, podríamos preguntarnos cómo es posible que integraran el mismo país. Sus valores más profundos, sus horizontes intelectuales e ideológicos, su conducta personal, son tan abismalmente diferentes que podríamos decir, tal vez con un poco de desaliento, que son dos países, dos maneras irreconciliables de entender el mundo. Como una unidad, no tiene futuro. Los anarcocapitalistas dirían: mejor, pero yo les diré, como siempre: la secesión es dura y violenta. No es como ustedes la imaginan.

Pero la cuestión viene de mucho antes. Dos tendencias integraron siempre las llamadas Provincias Unidas del Río de la Plata. Una monárquica española y otra iluminista afrancesada. Ninguna de las dos era el ogro que una dice de la otra, y ninguna de las dos era el liberalismo clásico anglosajón que yo defiendo. Pero eran dos países. Finalmente, el único liberal clásico de aquellos tiempos, Alberdi, inspiró una Constitución tal vez liberal clásica que intentó ser un magro empate ante los dos países. Fray Mamerto Esquiú oró para que los monárquicos católicos la aceptaran y…… Bueno, mm, ok. Y allí comenzó la Argentina, ese siempre fallido intento de Nación.

Pero claro, no podía durar. Si, sólo ese tímido ordenamiento institucional produjo la Suiza de América Latina, pero había problemas en el paraíso. El golpe del 30 los pasó de la potencia –que, recuerden, no es una mera nada- al acto. Los halcones eran sencillamente nazis y los moderados, franquistas. Tal vez la corte hizo bien en ratificarlos a los 6 meses porque si no, creo, la tomaban por asalto y la convertían en un museo.

Así estuvimos hasta que un perfecto antiliberal y gran manipulador de masas siguió todos los manuales mussolinianos y, mientras Europa se encarrilaba por primera vez al liberalismo, habiendo aprendido el fracaso de las experiencias fascistas, ese supuesto país llamado Argentina comenzó su largo camino de fascismo marxista, que NO es una contradicción. Era uno de los dos países. Muchos le dieron apoyo intelectual, viendo en él la encarnación de la crítica a las “democracias burguesas”. Podría haber durado tanto o más que Franco, de no haber sido por su única reprobación de Maquiavelo 101: enfrentarse con la Iglesia Católica en los 54-55, iglesia que, en términos humanos, le había dado su apoyo pero, claro, hasta los límites que él mismo traspasó.

Los 60 y los 70, claro, fueron distintos. El marxismo NO fascista, sino sencillamente estalinista, avanzó intelectualmente como reguero de pólvora y, claro, produjo una perplejidad entre los nacionalistas peronistas. Unos se moderaron y se hicieron –tal vez como mal menor- casi conservadores que preferían la Constitución del 53 a la unión con Cuba. Otros, los tal vez más coherentes, se hicieron castristas y comenzaron el proyecto de revolución armada que concluye en Montoneros, más los comunistas no peronistas, el ERP. El otro país. El país que quiso, por la fuerza, ser Cuba.

El otro país, que había vuelto a la Constitución de 1953 por mano de la Revolución Libertadora, no entiende bien lo que pasa, no sabe cómo reaccionar. Los militares de las tres fuerzas aparecen como los “NO-CUBA” y dan golpe tras golpe, sin liderazgo ni visión suficiente como para integrarse a esa Constitución que pisotean cada dos por tres dando casi razón a una dialéctica hegeliana de la historia. Pero esas dos fuerzas en pugna tienen un enfrentamiento militar final y dramático: la guerrilla marxista montonera de los 70 en adelante contra los militares del 76. Ya sabemos cómo terminó todo.

La Argentina que queda, ese maltrecho proyecto de Nación, resurge en el 83 con una sola característica distintiva, que señalé una vez en el Cema, en una conferencia, ante reacciones escépticas: NO cuenta ya con el factor militar y, por ende, tendrá que aprender, o no, el camino de la REPÚBLICA.

Pero, claro, el estatismo era incompatible con ello. Estatismo económico y político, porque Alfonsín, Menem –excepto De la Rúa- violaron las instituciones republicanas cada vez que lo necesitaron y el estatismo de los tres fue sencillamente delirante. En todo este período, sin embargo, cabe destacar que los peronistas, al menos de palabra, querían vivir en la Constitución republicana y no reivindicaban Cuba como modelo.

Pero no. Los peronistas castristas, estalinistas, allí quedaron. Definitivamente, el otro país. Tenían Cuba para irse a vivir pero no, querían Cuba con tango y Callo y Santa Fe. Pero esta vez fueron más inteligentes. Aplicaron la doctrina Hitler: al poder por la democracia, y luego la pateamos. Los Kirchner y los que inmediatamente los rodearon no fueron sólo un fenómeno de corrupción, como creen algunos. Fue un fuerte proyecto ideológico pro-Cuba, pro-Venezuela, que un 54 % de argentinos apoya, de los cuales un 35 %, tal vez, lo hizo por indolencia, ignorancia, idolatría del estado, o lo que fuere, ya no importa. El asunto es que no terminamos siendo un estado satélite de Venezuela, con el ejército venezolano en la casa rosada, no sé aún por qué milagro difícil de explicar.
 
Macri no es Mises ni Hayek, obviamente. Pero es alguien que, nada más, ni nada menos, logró formar un partido que les ganó a los castristas, con la ayuda de Elisa Carrió. Nos salvamos además de un fraude que ya estaba a punto de ser ejecutado. En fin, creo que durante mucho tiempo gran parte de los argentinos no tendrán conciencia de la que se salvaron. Por supuesto hay muchos que están muy tristes, la verdad no sé por qué, se puede emigrar perfectamente a Cuba y Venezuela, pero, tengan cuidado, dentro de 20 años dependerán tal vez de Putín, Trump y los Chinos.

Lo que ahora sucede es que, tal vez por primera vez en nuestra historia, tenemos la posibilidad de ser un solo país, identificado sencillamente con una sola cosa: la República. O sea el liberalismo político, pero, shhhh, no lo digamos, a ver si por esa mala palabra todo se arruina. ¿Y el peronismo? Pues bien, allí está la clave: el peronismo NO kirchnerista es la clave, como ya dije, en el proyecto de una Argentina que logre alguna vez ser un solo país. En su capacidad de ejercer una oposición republicana, y no la “resistencia pro-Venezuela” radica la esperanza de Nación (como si yo fuera un defensor de la idea de Nación, pero estoy escribiendo en la cancha de juego que me toca jugar).


En la curva gaussiana de la política, siempre quedarán, en sus extremos, como antisistema, todos los que odiarán for ever (lo digan o no) a la Constitución del 53 barra 94 y etc. Pero en el medio, tenemos una nación. Los kirchneristas han quedado definitivamente afuera, pero, cuidado, pueden volver, y la Argentina como proyecto de país se hundirá definitivamente en el agujero negro de la historia.

domingo, 13 de diciembre de 2015

NO ADMIREMOS TANTO Y COMPRENDAMOS MÁS

Escribí esto una vez en facebook. Quisiera recordarlo de vuelta por aquí:

Muchas veces aparecen en Facebook diversas historias donde alguien ha logrado superar un trauma terrible y el héroe en cuestión aparece por el mundo dando conferencias instando a los demás a hacer lo mismo. No critico eso de ningún modo, y menos aún a los protagonistas de dichas historias, conmovedoras las más de las veces. Pero advierto sobre nuestra mirada. Porque sin darnos cuenta ad-miramos al héroe y exigimos a los demás a ser como él, como si fuera una cosa de simple voluntad. Esa mirada ad-mirante y exigente nos vuelve inmisericordes. Por cada una de esas historias, hay millones de seres humanos que no lograron sobreponerse al sufrimiento, y que mueren en vida en medio de su depresión y su dolor. A ellos no les debemos "exigir", ni pasar de la ad-miración al NO-mirar. Los debemos mirar, de igual a igual, porque en cualquier momento podemos ser como ellos, y comprender, sin exigirles, sin retarlos, sino abrazándolos en su dolor. O sea, debemos mirar y comprender más que admirar y exigir. El sufrimiento, la derrota, la depresión, abundan más que las historias heroicas. Que estas últimas no nos hagan olvidar la misericordia y la comprensión hacia las millones de personas que no han podido sobreponerse al dolor.

sábado, 5 de diciembre de 2015

NO PREGUNTES MÁS, FILÓSOFO, QUÉ ES EL YO CUANDO UN TÚ TE HABLA.

Gran parte de las veces, la didáctica no es para mí un solo recurso de acercamiento a los alumnos. La claridad en el lenguaje es una virtud filosófica y una concepción del mundo. La realidad es mucho más clara de lo que suponen muchos filósofos. Cuando yo rechazo 10000 distinciones de la palabra “cosa” y sencillamente me refiero al otro, al otro que habla conmigo y punto terminado y punto comenzado del filosofar, no es didáctica. Es, sencillamente, así. No he permitido nunca que los filósofos arruinen la realidad. Por eso rechazo todas las escolásticas, con sus distinciones interminables y sus absurdas discusiones intra-escuela. Hay que penetrar los juegos de lenguaje, hay que volver al mundo de la vida para desde allí ver de vuelta la precisión del lenguaje. Cuando Santo Tomás escribía usaba el lenguaje  de su concepción del mundo. Todo era vida en él, no era un manual moderno, y la Suma, que era un texto para estudiantes, fue la suma de su sabiduría filosófica.

No preguntes más, filósofo, qué es el yo cuando un tú te habla. Escúchalo y ten misericordia de él. Después, sólo después, serás filósofo.