domingo, 18 de enero de 2015

DE LA EXISTENCIA ESTRATÉGICA A LA EXISTENCIA “QUE SE LA CREE” (nuevas reflexiones sobre los soviets de la vida académica)


Una mañana, al estar esperando en un giro a la derecha que me lleva a la entrada del Campus de la Universidad Austral, un limpiavidrios hizo un excelente trabajo. Limpió ambos parabrisas con una eficiencia y velocidad asombrosas. No es la primera vez y ya nos conocemos algo.

Yo pensaba (mientras el auto se manejaba solo :-) qué bien que encajaría mi nuevo amigo en las exigencias de la vida académica actual. Podría escribir un magnífico ensayo en un journal especializado. Eso sí, ni una palabra de limpiar un centímetro del techo, porque para eso es necesaria toda otra bibliografía, es otra especialidad y puede aparecer un referee que  la exija.

Las normativas de los journals con referato, indexados, con sistema de doble ciego (ya ser ciego una vez es un problema….) y qué se yo, se han convertido en el nuevo dios de la vida académica. Para colmo las universidades “ranquean” principalmente por el nro. de artículos que sus profesores publican de ese modo, y de ese ranking viene la publicidad, las inscripciones, el dinero……

Yo no tengo un rechazo apocalíptico frente a ello. Ya más de una vez he dicho que esas costumbres se explican bien por las estudios de Kuhn sobre la sociología de la ciencia. Los paradigmas se protegen, se auto-encierran, y ello es comprensible. Ese es el modo en el que se precipita la crisis pero, mientras tanto, larga vida al rey. Por supuesto todo se ha arruinado a la enésima potencia porque los Estados monopolizan y vigilan todo ello, pero, aunque todo fuera privado, la tendencia podría haber sido la misma (aunque habría posibilidades legales de hacer lo contrario y eso ya es mucho).

Hay heroicas personas que, aunque sepan que todo ello es síntoma de la  racionalidad instrumental y de la barbarie del especialista profetizada por Ortega, se adaptan a todo ello y tratan de que tal o cual universidad o revista sobreviva en medio de estos nuevos desiertos, porque saben en el fondo que lo importante es la línea de pensamiento que está detrás. Ante esas personas, ante esas existencias estratégicas, mansas como palomas y astutas como serpientes, no hay más que sacarse el sombrero y agradecer: a muchos de ellos, otros muchos debemos nuestros puestos y nuestros sueldos. Conozco a varias de esas personas.

Pero hay un riesgo, un riesgo terrible: creérsela. Esa expresión es un juego de lenguaje que en estas lastimadas latitudes usamos para aquellos que creen verdadero aquello de lo que deberían haberse distanciado. O sea, en medio de los lobos, los corderos deben ser mansos como palomas y astutos como serpientes. Pero de allí a pasar a creer que todo eso es muy bueno, y actuar en consecuencia, hay un paso terrible, que es nada más ni nada menos que convertirse en un lobo más.

Un lobo que además tiene modales finísimos. Pero por más que el lobo se vista de seda, lobo se queda. Así, se convierte en funcionario de la más cruel racionalidad instrumental, y te encierra como las mandíbulas de un cocodrilo sin darse cuenta, sin culpa, convertido verdaderamente en un psicópata tranquilito. Matará toda creatividad, toda diversidad, te obligará a ser parte de esa máquina de producción de ideas muertas y de pasión sumergida en el fondo de la nada. Eso sí: seguramente alguno de ellos habrá escrito contra la racionalización del mundo de la vida, citando a Habermas, para luego pasar a ser parte de esa misma racionalidad instrumental. O como decía mi padre, será como esos profesores que enseñaban la tesis de Freire sobre la educación bancaria para luego, sí, exigirla de memoria y destrozar al que no la repetía, porque eso sí que se debía “depositar” en el banco intelectual del inmundo capitalista que la criticara.

Hablando de mi padre, toda mi adolescencia fue presenciar el modo de producir la mejor revista de educación de toda América Hispana, la única que tenía un lugar en la biblioteca de la UNESCO, antes de que internet existiera. Era la “Revista del Instituto de Investigaciones Educativas”. No había referato, doble ciego o triple sordo. Estaban simplemente los mejores especialistas en pedagogía y política educacional de todo el país que no habían sido absorbidos por el marxismo. La revista comenzó a salir en 1974, en medio de las bombas del ERP y Montoneros. Cada artículo se analizaba y se decidía por una especie de senado presidido por mi padre que se reunía periódicamente. El nivel de seriedad de la revista fue inapelable, indiscutible, intachable. ¿Ven? Hay otro modo de hacer las cosas. Hubo otros modos. Mi vida siguió, luego, siendo parte del Departamento de Investigaciones de ESEADE, de 1985 a 1991. Su revista “Libertas” procedía del mismo modo. Allí escribí mis primeros artículos académicos; las personas que me juzgaban estaban sencillamente en la oficina de al lado y su autoridad moral e intelectual no era ciega sino muy luminosa.

Hay otros modos de hacer las cosas, pero ahora todo se ha arruinado. No queda sino adaptarse, sin caer en discursos apocalípticos pero, por favor, no se la crean. No se conviertan en funcionarios de una racionalidad robótica. No se conviertan en sepulcros blanqueados. No confundan estrategia con sabiduría, ni rutina con seriedad. Porque, finalmente, ¿qué es serio y qué no? ¿Qué es mejor y qué es peor? ¿Quién es el genio y quién el ignorante de su ignorancia? ¿Quién es el que escribe difícil sobre estupideces o quién es el que escribe, ya denso, ya fácil, sobre lo profundo? ¿Quién es el que luego será un clásico?

¿Alguien tiene un criterio de demarcación claro y distinto?


Mientras tanto, déjate evaluar por los referatos, sé manso como paloma pero, por favor, jamás escribas lo que no salga de tu corazón.


1 comentario:

Anónimo dijo...

"Jamás escribas lo que no salga de tu corazón"...

Se me ocurre cambiar el verbo "escribir" por cualquier otro verbo...




¿Cuánto quedaría de lo escrito si aplicara ese criterio?


¿Cuánto me quedaría de todo lo hecho si aplicase ese criterio?



Bello, dejarse llevar por el ritmo del corazón, por su expandirse...


Gracias por tus palabras,
que sé de donde salen.


Ema López Muro