domingo, 20 de octubre de 2013

LOS NIÑOS NACEN

He “atendido” a muchos chicos y chicas entre sus 18 y 25 años, como profesor y confidente. Los he visto sufrir al extremo su búsqueda del amor sincero, sus expectativas frustradas, sus problemas vocacionales, sus peleas con sus padres, sus angustias, sus obsesiones, sus fobias, sus corazones abiertos, heridos y anhelantes, y su escepticismo, su desencanto, su rabia, su llanto.


Diez o veinte años después, los veo, a muchos de ellos, felices, radiantes, colocando las fotos de sus hijos en Facebook. Es como si todo hubiera sido curado, redimido, por esos dos ojitos indescriptiblemente bellos. Y no es que nacieran de una primera relación perfecta. Muchos de ellos nacieron cuando no eran deseados, de la pareja odiada o repentina, de la situación difícil, del imbécil con el que no sé cómo me casé, de la loca esa, etc. Otros nacen de una mejor relación, pero después de muchos años de frustración y búsqueda en todo sentido.

Pero nacen.



 La vida se abre paso. Allí, en el medio de todos nosotros, los neuróticos woodyallinescos que lo trajimos al mundo, está él, el divino perverso polimorfo, poli-morfando todo J y mirando divertido a estos locos adultos que constituyen su insólito mundo. Allí, en medio del abuelo con pañales, de la tía soltera e histeroide que dice “suerte que no me casé”, del padre que no entiende nada, de la madre que abraza desesperadamente a su niño, su único hombre confiable; en medio de tíos con cara de poker y sobrinos mirando todo el día a su celular, en medio de todo ellos, en medio de todos nosotros, con nuestro presente pintoresco y nuestro pasado angustioso, está el. El niño. El nació. Y con su vida, con sus llantos, sonrisas y miradas, con el pipí que sale para cualquier lado y su olorosa y adorable caquita, con sus gu-gu, ga-ga, gue-gue, que anuncian el habla que está aprendiendo, con su fiebre que sube y que baja, con su quedarse dormido en nuestros brazos, derritiendo nuestras entrañas, con todo eso, parece decirnos que… Basta. Que la vida sigue, que no hay tiempo para angustias. El bebé parece redimir nuestro aferramiento a la neurosis. El pone las cosas en su lugar y le da a todo su justa importancia. Ya no hay tiempo para nuestros pequeños odios, rencores y pases de factura; algunos parientes que parecían ser una molestia de repente dejarán de serlo y otros se borrarán de golpe, y sabremos apreciar la diferencia entre ayudar y molestar, entre hablar y decir sandeces, entre tomar decisiones o vivir paralizados en duelos no resueltos. No, ya no hay tiempo: ellos mandan y si somos neuróticos normales sabremos obedecer.


Pero cuidado, no es automático, y no es mágico. Si nos distraemos, puede ser un parche que dure un buen tiempo, pero cuando el último pájaro del nido voló, volveremos a lo de siempre. ¿No era un tiempo para recomenzar? Cuando ese bebé tenga 40 y sea igual de tonto que nosotros, ¿no habremos pasado nuestra amargura de una generación a otra? Ese nacimiento, ¿no era un momento para crecer nosotros también? Y de ese crecimiento, ¿no saldrá acaso un diálogo cotidiano, diario, permanente, al principio como canción de cuna y luego como la mirada verdaderamente adulta que el hijo necesita? Y de ese crecimiento, de ese haberse dejado transformar por la vida, ¿no saldrán años con más sabiduría? También he visto amigos de mi edad que han convertido su paternidad en una ofrenda y aunque estén más gordos, J su mirada ha aligerado el peso de sus neurosis juveniles. Y sus hijos, aunque humanos, tienen la mirada hacia adelante.


Los niños nacen. Como la luz del sol en una mañana de verano, ellos limpian y cauterizan las heridas de nuestro corazón: sus ojos limpian los nuestros. Pero no mágicamente. Cuando nazca tu niño, hazte niño y crece con él. Es una segunda vida, una segunda oportunidad, una bendición, una verdadera redención.










domingo, 13 de octubre de 2013

ME VOY A CAMBIAR LOS FAROS DEL AUTO Y LUEGO DE SEXO

La reciente decisión de una madre de luchar por el cambio de identidad sexual de su hijo plantea nuevamente el tema de la homosexualidad, ahora llevado a los menores. Desde luego que se podría decir mucho, desde la psicología, si el menor que es genética y anatómicamente varón tiene la libertad legal, como un adulto, de cambiar a mujer. Pero no es el tema que trataremos hoy. Vayamos directamente a esta cuestión: ¿y qué si fuera adulto?

Los que presuponen que un adulto tiene derecho a elegir su identidad sexual –luego pasaremos a la parte legal- presuponen un esquema filosóficamente dualista, donde, por un lado, habría una entidad de autonomía absoluta, el yo, que no está atado a nada sino que también puede cambiar todo en lo que se refiere a su cuerpo, como un auto al cual se le cambian las ruedas, los faros, etc., todas las partes si es necesario, y el diseño incluso.

Pero ello implica entonces que el yo es a-sexuado. Habría un yo que elige su sexo, como elige su código moral o dónde va a vivir (no son ejemplos en el mismo nivel, claro). O sea que la esencia del yo sería, en última instancia, elección con base en nada. Y el cuerpo sería una de esas tantas cosas que, merced a la biotecnología, se puede cambiar para lo que fuere y por lo que fuere.

Hay dos problemas filosóficos allí.

Primero, el dualismo yo-cuerpo. El yo sería una cosa y el cuerpo otra. Pero, después de toda la fenomenología actual sobre el cuerpo, ¿se puede volver a ese platonismo de modo tan simple? El viejo chiste “yo no fui, fue mi mano”, implica que, precisamente, somos una unidad: si mi mano te toca, yo te toco. Y si alguien dice “no me toques” ello implica: a) que estás tocando al yo del otro, b) que el otro dice “no me toques” al yo del otro. No somos yo por un lado y un cuerpo por el otro. Somos un cuerpo viviente (leib) consciente de sí mismo, por eso puede decir “yo”, pero no un yo aislado, sino un yo esencialmente corpóreo que está en esencial relación con otros yoes también esencialmente corpóreos, donde todos sus actos comunicativos (el gesto, la palabra, la mirada, las manos) son la misma persona hablando.

El sexo nos pertenece de ese modo. Yo, Gabriel, soy esencialmente varón. Lo vio bien Edith Stein cuando fijo que la forma sustancial es además individual. Una persona es esencialmente femenina o masculina, pero no puede haber una persona que no sea varón o mujer, como no puede haber una persona que no tenga manos, aunque pueda haber un problema de identificación psicológica con las propias manos o aunque pueda haber habido una malformación por la cual nazca con tres manos o con ninguna.

Negar esto no es negar una religión, como habitualmente se supone, sino que es negar toda la fenomenología del cuerpo contemporánea.

Lo que estamos diciendo es ontológico, no psicológico, en este caso. No negamos el drama de los que se sienten de sexo diferente a su sexo genético y anatómico, no estamos minimizando su dolencia. Sólo decimos que desde la unidad ontológica yo-cuerpo, su sexo es uno.

Pero hay otro problema, mucho más aporético. Habitualmente quien está convencido de la autonomía absoluta de su propio yo tiene terror a la palabra “naturaleza” que “limite” lo que su propio yo puede hacer. ¿Por naturaleza no podemos volar, o somos mortales? O no, podemos volar con un avión (y eso no es ninguna objeción contra nuestra naturaleza) o ya venceremos a la muerte, dicen algunos trans-humanistas. Heidegger se quedó corto. El ser ya no es para la muerte.

Pero volvamos. El yo, supuestamente, no tiene naturaleza, y por eso podría decidir absolutamente lo que quiere. Pero entonces su naturaleza es la total elección. Esa es entonces su naturaleza. Por ende el yo debería poder decidir, para ser coherente, no ser absolutamente autónomo. ¡Ah no, eso no! Pero entonces, ¿se está admitiendo un límite “natural” a lo que el yo puede hacer?

Pero entonces, alguien me dirá, ¿está usted llamando a la prohibición legal del cambio de sexo? No, lo que estoy diciendo es que no tiene fundamentaos filosóficos para hacerlo, porque nadie puede dejar de ser quien es. Si Florencio es genética y anatómicamente varón, no es que su cuerpo sea varón y él no: EL es varón. Si tiene un problema de identificación con eso, puede ser psicoanalíticamente tratado, como Freud mismo dijo.

Pero si llevó su problema psicológico al extremo, se pone hormonas femeninas, se viste de mujer y se corta su pene, por un lado tiene toda nuestra comprensión, como con cualquier trastorno psicológico grave, y, por el otro, tiene el art. 19 de la Constitución, que le garantiza su derecho a la intimidad personal. Por ende no tiene de qué preocuparse en cuanto a su libertad civil, y tiene derecho al respeto como todo ser humano, pero no puede demandar jurídicamente a alguien que no estuviera de acuerdo, en público, con su decisión, porque en ese caso el que está violando los derechos individuales es él. 

domingo, 6 de octubre de 2013

EL SABE (reflexiones sobre la francisco/lío/logía).

La verdad, todo este “lío” impresionante alrededor del Papa Francisco me tiene……. No sé, tal vez perplejo.

Entiendo los enojos de católicos de tendencia más conservadora. Soy consciente de que muchos de sus dichos y famosos “gestos” se pueden interpretar para cualquier lado. Eso es hermenéutica elemental: intención del hablante, horizonte de los destinatarios del mensaje, etc. Pero, ¿acaso Francisco no lo sabe? ¿Acaso NO sabe él que si dice “quien soy yo para juzgar…”, en un avión, a los periodistas, ipso facto, en segundos, saldrá en todos los medios y redes sociales interpretado de todos los millones de modos posibles? ¿NO lo sabe?

Claro que lo sabe. ¿Y entonces? Pues está “haciendo lío”. ¿Y qué es hacer lío? ¡Ah, eso sí que es un lío! Como vemos la mathesis universalis de Leibniz está lejos de poder ayudarnos….. J

Creo que, sencillamente, él sabe por qué, él sabe a dónde va, qué quiere hacer. Y, ¿por qué no confiar en él? Claro que un papa es falible en cuanto a estrategias y prudencias humanas. Pero, ¿por qué no hacer un acto Fe en la Iglesia, en el Espíritu, sabiendo que Dios guía misteriosamente a la Santa Iglesia lastrada por pecadores?

Por lo demás, interpretado desde el Catecismo y todos los documentos del Magisterio eclesiástico, nada de lo que dijo es nuevo y menos aún atenta contra nada de la moral y la fe fundamental de la Iglesia. El lo sabe perfectamente, pero sabe perfectamente que no todos pueden hacer esa interpretación. Aún así, “se larga”, desafía, remueve el árbol, sorprende, se “entrega” a los medios, a la gente, se manda indirectas y juegos de lenguaje que evidentemente están muy lejos de ser los textos en latín finamente pensados y nada azarosos de los discursos de los pontífices de 60 años atrás. Pero, de vuelta, él lo sabe. Tiene 76 años y el guiño de ojo que le da su edad.

Los católicos de diversas corrientes, por lo demás, presentan más o menos 4 reacciones típicas. Primero están los conservadores enojados, desde los lefebvrianos y sedevacantistas que lo quieren quemar como a Giornado Bruno, hasta los que sencillamente siguen fielmente todo el Magisterio y se quedan perplejos cuando Francisco NO aclara lo que “debería” aclarar. Luego están los fieles al Magisterio que no habrían dicho ni hecho nada de lo que él hizo y dijo PERO lo quieren. Estos últimos se dividen sobre todo en dos grupos: los que ingenuamente piensan que todo debería interpretarse como la Iglesia lo interpreta, y están todo el tiempo aclarando lo que Francisco quiso decir, como asombrados ante el malentendido, y los pícaros que piensan para su interior que Francisco NO debería haber dicho tal o cual cosa pero lo explican como si todo estuviera bien y atribuyen el malentendido a los medios, salvando a Francisco de toda responsabilidad. Luego están los católicos fieles al Magisterio que sencillamente siempre han interpretado todo como Francisco y se sienten sencillamente felices y fascinados por él. Y están finalmente aquellos que siempre quieren que la Iglesia cruce el Rubricón, abandone sus doctrinas tradicionales en moral y dogma y ven en Francisco su gran oportunidad.


Yo, la verdad, que me he pasado la vida (la que tengo: si es larga o corta sólo Dios sabe) “aclarando” cosas en otras materias, he decidido jubilarme. No voy a ser parte de la legión de católicos que se pasan la vida aclarando lo que Francisco quiso o quiere decir. Una manera enojosa de hacerlo sería decir “él sabrá”, con lo que ello significa en nuestro juego de lenguaje castellano/argentino. Pero no, no estoy realmente así. Creo, en cambio, que “él sabe”, lo cual es diferente. Es un acto de Fe en la Iglesia. Mientras tanto, seguiré ocupándome de mis tonterías de siempre sin pretender que Francisco las conozca, bendiga o comprenda, esperando sólo que no me queme él como los ultra quieren quemarlo a él, y esperando en el tiempo de la Iglesia, que va más allá de Francisco y de todos nosotros.