domingo, 25 de enero de 2009

RECORDANDO A SANTO TOMÁS DE AQUINO EN SU SEMANA

El 28 de este mes la Iglesia celebra la santidad de Fr. Tomás de Aquino, o.p. Por eso he decidido, a modo de homenaje y perenne agradecimiento, reproducir dos charlas que expuse sobre él ante la Fraternidad Laical Dominica de Buenos Aires. Téngase en cuenta que fueron charlas preparadas para ese público.

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SANTO TOMÁS DE AQUINO: AYER Y HOY (Primera parte).
Gabriel J. Zanotti, 20-5-2001.

He titulado esta charla sobre Sto Tomás (o Tomás, como me gusta decirle, como si estuviera presente, al lado nuestro) con el aditamento “ayer y hoy” con la expresa intención de destacar lo “perenne” de su pensamiento y de su estilo y, a su vez, lo “histórico” de su pensamiento. Esto es: Tomás no construye en el siglo XIII un castillo de fórmulas teológico-filosóficas desencarnadas de su tiempo, pero tiene la virtud de los clásicos: dice “algo” que trasciende a su tiempo porque de algún modo está presente en todos los tiempos. Algo profundamente agustiniano, cristiano y, por ende, humano: la relación entre Dios y el hombre. Ello trasciende a la época de Tomás no porque no esté enraizado en su época, sino porque tiene raíces en “lo humano”, que se da concretamente en todos los tiempos, en todos y cada uno de los seres humanos cuya conciencia clama, reclama, la pregunta de todos los tiempos: qué sentido tiene la existencia humana.

Pero a fin de entender cuál es la importancia de Tomás en el siglo XIII, hay que repasar, por un momento, cuál fue el significado cultural del cristianismo sobre el mundo antiguo, sin que ello implique, desde luego, la imposible tarea de resumir doce siglos de pensamiento. ¿Por qué ese repaso? Porque, frente a ciertos temas, Tomás los aborda de tal modo que supera disputas anteriores a la vez que les da un enfoque que permite siempre su profundización posterior.

El mundo occidental antiguo, sobre todo en cuando a sus elementos greco-romanos, había reflexionado intensamente sobre una serie de cuestiones cuyas respuestas eran importantes pero, obviamente, dudosas frente a la respuesta que les da el cristianismo. Yo diría que esas cuestiones se presentaban como naturales “oscilaciones” de la razón humana frente a temas fundamentales de la existencia humana. El origen del mundo era concebido fundamentalmente como la ordenación de una especie de materia casi informe que, por otra parte, había existido eternamente. Esa materia, por otra parte, y por influencia de las religiones griegas del siglo VII a.c., era concebida en general como algo negativo. El ser humano es visto en general como una interacción de espíritu, bueno en principio, con el cuerpo, una especie de cárcel de la cual hay que liberarse. Por otro lado, en la medida que el cuerpo sea visto como una dimensión esencial al ser humano, la espiritualidad y la inmortalidad son, naturalmente, dudosas. La libertad inherente al ser humano también era un elemento difícil, dudoso, frente al destino y el determinismo que envolvían a los hombres como juguetes de los dioses o fuerzas naturales. La noción de Dios, por supuesto, “ahí estaba”, ya como la idea de Bien Supremo entre todas las ideas, ya como aquello que “puso” en movimiento al mundo.

Todas estas importantísimas reflexiones del mundo antiguo, quedan por supuesto “pequeñas” frente a la luz de la Revelación que, comenzada en Israel, es consumada con la primera venida redentora de Cristo. Dios crea al mundo de la nada; todo lo creado, materia inclusive, por ser creado, es bueno; el cuerpo del hombre no es su cárcel sino aquello con lo que se va a re-encontrar en el fin de los tiempos; el ser humano es persona, inteligente y libre, dueño de su destino en cuanto a que su libre albedrío juega un papel esencial en su salvación, en ese supremo diálogo con Cristo que a todos ofrece la redención. El hombre es inmortal porque Cristo ha vencido a la muerte y ya no hay destino prefijado, sino providencia divina, que es otra cosa: protección amorosa del Padre, misterio permanente donde toda nuestra libertad forma parte del infalible plan divino.

Todas estas “revolucionarias” nociones forman parte esencial de la Fe y tienen la paradójica claridad de los misterios de la Fe. Estos misterios son sobrenaturales. Están por ello sobre pero no contra la razón. Es por eso que con la misma revelación comienza la aventura del pensamiento cristiano, explicando la “razonabilidad” de todos estos misterios. Ese diálogo razón-fe es esencial a la tradición católica, y es por eso que Tomás ocupa un lugar sencillamente insustituible.

Mucho se había trabajado en todos estos temas hasta principios del siglo XIII. El camino de la escolástica medieval ha sido muy estudiado por brillantes autores y nada puedo hoy añadir a ello en este humilde comentario. Simplemente quiero explicar mi fraternal entusiasmo para con Tomás por su especial tratamiento de estas delicadas cuestiones.

Analicemos brevemente las cuestiones planteadas antes.
La creación divina había sido tratada hasta entonces con la noción clave de participación, tomada de la tradición neoplatónica. Al mismo tiempo la relación entre Dios y el mundo era la de una diferencia esencial: la que hay entre lo finito y lo infinito. Algo no terminaba de encajar, sin embargo. ¿Cómo puede ser el mundo creado una participación en Dios si hay una diferencia esencial entre Dios y el mundo? Tomás toma la noción de participación y la une a la noción de “causa permanente”. O sea que participar es causar o, mejor dicho “estar siendo causado por”. El mundo finito está siendo siempre causado por Dios, que es no finito, y por eso el mundo participa de Dios, sin confundirse con Dios, al modo que –el ejemplo es de Tomás- el aire iluminado es luminoso, participa de la luz del sol, sin confundirse con el sol. Si el sol deja de brillar, el aire deja de estar iluminado; de igual modo, si Dios deja de crear, el mundo deja de existir.

De ahí la bondad del mundo, porque Dios es lo infinitamente bueno, y toda bondad de este mundo es participación en la bondad divina. El pecado en el hombre no está en su espíritu, ni en su cuerpo, sino en el pecado original del cual somos redimidos por Cristo y por lo cual tendremos una resurrección de una “carne” que no sólo no es mala sino que nos pertenece esencialmente. Con esto Tomás explica, también, en un diálogo razón-fe, la dimensión corpórea del hombre como esencial, al mismo tiempo que su inmortalidad personal. ¿Cómo explicar que el alma sea inmortal y al mismo tiempo alma y cuerpo sean una unidad, y no dos cosas distintas? Se explica porque el alma es el principio que organiza al cuerpo, pero, al mismo tiempo, dada la interioridad de la conciencia humana, irreductible a la sola materia, ese principio organizativo “sobrevive” a la muerte, esperando una resurrección que por Fe sabemos que sucederá. Por eso el ser humano es persona: porque esa vida interior habla de un ser corpóreo con inteligencia y voluntad, y por ende con conciencia de sí mismo y con responsabilidad sobre el destino de su existencia. Pero, ¿cuál es el destino de toda existencia humana? Dios, porque sólo Dios puede colmar absolutamente nuestra inteligencia y voluntad, que tienden al ser y al bien, y Dios infinitamente es bien y verdad. Cómo Dios presentará su rostro infinito ante nuestra finitud, lo sabemos por Fe, pero la razón puede llegar a decirnos que Dios es nuestro fin último. Pero, ¿y nuestra libertad? Allí está, como una característica necesaria de nuestra voluntad, por la cual somos capaces de elegir entre diversos bienes. Pero, ¿y la providencia divina? Aquí es cuando el diálogo razón-fe en Tomás llega a sublimes alturas. Somos libres porque la mirada de Dios cubre nuestra existencia como nuestra mirada la ladera de una corta montaña, a la cual podemos ver en toda su extensión. Dios contempla en su eterno presente toda nuestra existencia, quiere nuestras libres virtudes y permite nuestros libres pecados, en función de un plan que sólo permite lo malo en función de un bien mayor (como la cruz de Cristo se permite por un bien mayor que es la redención).

Observemos que con lo todo esto, Tomás no está sólo diciendo otra vez los misterios de la fe, sino que los está exponiendo dentro de un diálogo razón-fe que hasta el momento no había alcanzado esas alturas. He allí por qué Dios nos regaló al hermano Tomás, he allí lo que significó en su época y le da su permanencia para todas las épocas. Pero no se trató sólo de una cuestión de tales o cuales contenidos de doctrina, sino de actitudes que son también perennes y cabe siempre recordar:

a) todo tema es abordado desde el diálogo razón-fe. Tomás no parte de la razón o de la fe, aisladas, sino de su diálogo. Ese es su punto de partida. Por eso este humilde y santo fraile dominico es hoy estudiado –mejor algunas veces, no tan bien otras- en todos los libros de historia de la filosofía.
b) Tomás dialoga con los pensadores de su tiempo y toda la tradición anterior. No sólo toma todo lo bueno que han dicho los cristianos, sino también toma de pensadores y teólogos judíos y árabes, porque toda verdad y todo bien es una participación en Cristo.
c) Tomás tiene métodos de análisis muy específicos y fructíferos. Ante toda cuestión y problema, Tomás distingue, clasifica, sistematiza, define, distingue los puntos de partida (premisas) y los puntos de llegada (conclusiones) de su razonamiento y, muy especialmente, toma en cuenta las posibles objeciones y las contesta. Esa claridad de pensamiento es lo que más ha fascinado a muchos pensadores más allá de acuerdos o desacuerdos con tesis específicas.
d) Finalmente, algo muy importante para nosotros, laicos dominicos. Tomás fue la encarnación casi perfecta del ideal dominico de contemplar y predicar lo contemplado, que supera el enfrentamiento entre oración y acción. Su estudio fue su oración y su enseñanza su acción. Su vida superó, de un modo que aún quizás no hemos advertido, habituales contraposiciones: oración vs. acción; teorético vs. práctico; teológico vs. apologético; teológico vs. pastoral, etc. Su vida encarnó la abundancia de la gracia de la cual surge todo lo demás, la desnudez espiritual de un corazón vacío de sí y lleno de Dios, y lleno, por ende, de lo humano que sólo en Dios es plenitud.
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SANTO TOMÁS DE AQUINO, AYER Y HOY. Segunda parte.
Por Gabriel Zanotti
Junio de 2001.

En la charla anterior habíamos analizado qué significó Sto Tomás para el siglo XIII en relación a las circunstancias culturales anteriores. Habíamos dicho también que en esas circunstancias se encontraba algo perenne. Pues bien, el siglo XX es un buen ejemplo de ello.

No es nuestra intención hacer un diagnóstico de la situación cultural actual. Nos falta, o al menos a mí me falta, la perspectiva necesaria, la distancia histórica para ello. Simplemente quiero destacar algunos síntomas que me parecen importantes, siempre teniendo en cuenta la falibilidad del propio rango de importancia.

Después de Sto Tomás pasaron muchas cosas. El mundo se hizo sanamente más laico, las esferas de la razón y la fe, el estado y la iglesia, se distinguieron más. Todo ello es muy positivo en sí mismo, aunque no siempre es fácil separar ese proceso de movimientos antireligiosos que ven en la fe una mortal oposición a todo lo humano. Pero no es esa la principal dificultad. La principal dificultad consiste en que, en medio de todo ello, la metafísica de Tomás, articulada en una síntesis razón-fe, no fue fácil de transmitir. Hubo un pensamiento metafísico muy importante en los siglos XVII y XVIII, pero tenía un punto débil: una relativa incorrecta comprensión del eje central de lo que significa la creación. Ese problema hizo crisis cuando el gran filósofo alemán I. Kant vio que ese punto débil no podía funcionar como base filosófica para la demostración de la realidad de Dios.

Ese fue un momento decisivo en la cultura occidental. La metafísica llegó a una crisis completa en cuanto a sus posibilidades respecto a la razón humana. En el siglo XIX hay dos grandes reacciones frente a esto. Por un lado el intento de re-elaborar una metafísica omnicomprensiva, total, completa, donde la razón humana todo lo puede. Una especie de efecto rebote contra Kant. Por el otro, el grito de que ello es imposible y que sólo en la ciencia la humanidad tiene su esperanza. Las dos posiciones se retroalimentaron como extremos opuestos produciendo hacia fines del siglo XIX y principios del XX otra reacción: la del individuo humano que sufre, que demanda su individualidad frente a inhumanas abstracciones y frente a una ciencia que no da respuesta a sus anhelos y angustias. Eso es el existencialismo.

En medio de todo ello, la metafísica de Tomás tampoco pudo reaparecer, si bien hay en el siglo XX importantes corrientes filosóficas que tienen mucho que dialogar con Tomás. Pero el caso es que los temas básicos de la existencia humana, como Dios, la inmortalidad del alma y su libre albedrío, siguen apareciendo como fuera de la razón. Tres cosas parecen ser las culturalmente dominantes: una fe sin razón por un lado, la ciencia sin fe por el otro, y un escepticismo que grita la muerte de las dos.
Pero decía un gran santo que el bien no hace ruido y el ruido no hace bien. Así que tratemos de ver qué bien sin gritos puede hacer la síntesis razón-fe de Tomás para el mundo de hoy.
Dios no está ausente del mundo de hoy, pero su presencia cultural es peculiar. Por un lado sigue estando en diversas “fes” cuyo contacto con la razón es casi nulo. Pero una fe sin razón, ¿es una fe humana?
Por el otro lado, algunos científicos dicen que la ciencia muestra que Dios no existe y otros científicos tratan de mostrar a Dios como la base del comienzo del mundo en el big-bang.
Para los tres casos Tomás tiene una respuesta que es actual. Dios no le habla al hombre sin razón, sino al hombre como es, un ser racional, y por ende no se presenta a sí mismo como un absurdo. Que la razón del hombre puede vislumbrar a Dios como lo invisible a partir de lo visible es un mensaje tan viejo como el nuevo Testamento y para el cual Tomás dio las bases metafísicas perennes cuando explica que toda cosa que es, pero que podría no ser, existe porque Dios la está sosteniendo en su ser, como una mano permanente y amorosa que con su caricia creadora mantiene a casa cosa en el milagro de su existencia.
Por ello mismo, la ciencia no puede demostrar que Dios no existe, porque aunque la ciencia muestre la posibilidad de un mundo eterno en el tiempo, ese mundo, que podría no haber sido, necesita el acto creador de Dios para existir. Tomás no base la demostración de la existencia de Dios en el comienzo del mundo, sino en la contingencia del mundo, que es distinto. Por ende las hipótesis actuales físicas sobre el origen del mundo no contradicen en nada al Dios creador.
De igual modo, gran parte de la cultura actual presenta al espíritu humano muy dividido de su cuerpo. O es una cuestión sólo de fe, o es un alma aislada que de tanto en tanto se re-encarna, o es una especie de energía universal, o aparece la ciencia diciendo que todo eso es un absurdo y que el espíritu no existe, y lo único verdadero es un cerebro cuyas funciones neuronales superiores llamamos conciencia.
Tomás tiene mucho que decir frente a toda esa discusión. El espíritu humano no es ninguna cosa espiritual sola y aislada, volando de cuerpo en cuerpo. Es el principio que organiza a cada cuerpo, y por ende es propio de cada cuerpo. Pero en el caso del hombre, su autoconciencia, el conocimiento de sí mismo, base de la vida interior, revela que hay algo allí irreductible a lo material. Una computadora no puede tener conciencia de sí, y no es una cuestión de tiempo. No es que en el siglo XXIII habrá computadoras que sí lo puedan hacer. La existencia del espíritu se prueba por ende porque ese principio organizativo del cuerpo puede hacer algo que ningún cuerpo, biológico o de silicio, puede hacer: decirse a sí mismo “yo soy”. La interioridad de San Agustín alcanza en Tomás su máxima sistematización racional y por eso es fuente de reflexión para los hombres de nuestra época, que buscan al espíritu en el exterior, o que por eso mismo lo niegan, cuando desde siempre la chispa divina se encuentra en el hombre en lo más profundo de sí mismo.
Pero si todo es material, ¿qué queda entonces de la libertad para tomar las propias decisiones? O si todo depende de una energía universal o de nuevos dioses que controlan el destino, de nuevo, ¿dónde quedó la libertad? Es que justamente no todo es material. La inteligencia del hombre, espiritual, es la base para que cada persona decida libremente sobre sí misma, y la convierta así en persona, en sujeto dialogante frente al Dios que la llama. No frente a dioses que la asustan. Puede el hombre estar condicionado por su cuerpo, por circunstancias difíciles frente a la muerte y al dolor, pero el núcleo más íntimo de su conciencia es un templo de libertad donde siempre se puede escuchar el llamado de Dios.

Por ende, vemos qué adecuado es el mensaje de Tomás para los hombres de nuestro tiempo. Un tiempo casi contradictorio, donde parece que en el orden de lo corpóreo la ciencia lo es todo, y en el orden de lo espiritual todo es relativo, ilusorio o se reviven viejas supersticiones absurdas que nada tienen que ver con la digna razón del hombre. Tomás puede perfectamente dialogar con la ciencia de hoy. Sería el primero en entusiasmarse con las hipótesis astronómicas, con las maravillas de la medicina, y diría entusiasmado, ¿no ven aún más a Dios en todo ello?
Pero lo más importante es todo lo que Tomás tiene para decir al hombre frente a su angustia. La vida humana tiene sentido, porque Dios es el origen y el fin último de la existencia. Ese es el fundamento de una moral objetiva pero, además, el la base de la esperanza y alegría de nuestra vida. Sí, parece que fuimos arrojados a un mundo donde nadie nos llamó. Como si nos encontráramos de repente caminando en una ruta sin saber hacia dónde. Pero en ese caso debemos detener la marcha y escuchar nuestro interior. Mirar a los otros caminantes, a sus ojos, y allí lo encontraremos a Dios. Dialogaremos con él. Yo te puse en esa ruta, en ese camino, nos dirá El. Sigue caminando en ese camino de descubrimientos científicos, de computadoras y de avanzada biología, nos seguirá diciendo, y cubre a ese mundo con la luz de Mi misericordia y justicia. Nos dirá eso porque el fin del camino es El. No nos saca del camino. El es el camino que da sentido a la vida, es el camino que da sentido a los caminos humanos.
Pero todo ello es hablar desde una síntesis razón-fe. Todo ello es, por ende, hablar desde Sto Tomás.

domingo, 18 de enero de 2009

EL CUARTITO

Corría Octubre de 1993. Para un filósofo, siglos atrás.

Yo enseñaba (aún lo hago) filosofía de las ciencias en la UNSTA, y tuve como alumnos, ese año, un particularísimo grupo. Varios de ellos eran nacionalistas católicos y, no sé por qué, me toleraron, hasta creo que me quisieron. No sé qué les llamaba la atención, si mi gran nariz, mis ridículos chistes o mi catolicismo, para ellos una contradictoria adherencia precisamente por su ortodoxia... Y mi tomismo. Nunca habían visto un tomista liberal. Nunca.

Había entre ellos dos, Alejandro Altamirano y Alfredo Barros, que con su sentido del humor ponían un poquito de alegría en esta vida difícil. Perdí de vista a Altamirano, pero no de corazón, y con Alfredo, gracias a Dios, me sigo viendo habitualmente.

Hacia el fin de ese cuatrimestre me llevaron a cenar, todos, pizza, a un lugar llamado el cuartito o algo así. Leí entonces un discurso donde contestaba una serie de objeciones al liberalismo. Nos reímos todos un poco de todos nosotros. Si sirve para algo o para alguien, aquí está. Oh nostalgia. Digo algunas cosas en serio, precisamente porque las digo en broma, y puede esto retomar con más calma el tema de las nacionalidades et alia huiusmodi :-)) Es difícil contextualizar algo así, pero lo intenté. El lector verá algunas referencias a la política de entonces...

Un abrazo a todos....

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Planeta Tierra, 1/10/93.
Estimadísimos y queridísimo amigos:
Here I am, talking in the “Cuartitou”... Oh!, sorry, please change to manual control...
Como venía diciendo, cambio a control manual para evitar ser agredido por los que nunca agreden.
Ante todo, me presento. Se supone que soy el famoso, para algunos, y oso, para ninguno (por lo gordo) Gabriel Zanotti, horrible representante de las oligarquías nativas explotadoras, aliadas con la sinarquía internacional, partidario del capitalismo liberal salvaje rousseauniano y con taparrabos, partidario de la explotación del hombre por el hombre, indigno propagador de la injusticia social, máximamente ejemplificada por la libertad de precios para los libros de Chesterton que compra el consumista Alfredo Barros.
Pero, en realidad, voy a confesar mi verdadera identidad. Soy del planeta Orión, del sistema solar 8 de la Galaxia Andrómeda, nacido en el siglo 24 y enviado a esta cordenada espacio-tiempo para conjeturar, conjeturar y conjeturar sobre la naturaleza conjetural de las conjeturas; para difundir la sacra doctrina de que si p entonces q y si q no necesariamente p y si no-q entonces necesariamente no-p y si p entonces p y si p ya no sé y si p qué p y si ppp y q no p y no q y no-no q y qqq, ppp, qq, pp, qué se yo.
Habiéndome enterado de que el terrícola y excelente cantautor -lo cual no es broma- Alejandro Altamirano había escrito una serie de 10 tesis contra el liberalismo o algo así, me dediqué a investigar varias cosas. Primero, al terrícola en cuestión para testear su grado de peligrosidad ligada a su contenido empático. Afortunadamente, los análisis señalaron una peligrosidad casi nula, excepto por una extraña advertencia de mi computadora sobre un posible contagio de amistad aguda mezclada con ciertas dosis de localismo que podría implicar que yo me encontrara tarareando un día curiosas canciones de dudosa reputación para algunos ambientes cogotudos por los que circulo.
En segundo lugar, hube de analizar la cuestión del liberalismo o qué se yo, y tuve que poner en funcionamiento toda mi tecnología para que mi nueva esencia, preocupada por el actus essendi, el Ipsuum Suum Esse y otras menudencias, trajera a mi memoria cuestiones ocurridas hace cuatro siglos, aunque yo, como bien dice que bien me conoce, vivo fuera del espacio y del tiempo. Eso no significa, nullo modo, que yo esté más allá del bien y del mal, sino, simplemente, que siempre quise ser astronauta.
Acostumbrado a leer libros como La Acción Humana de Ludwig von Mises -o, si se prefiere, la acción inhumana, por estar pensado en alemán, escrito en inglés y traducido al español- y la Suma Teológica, de Teología, Theologiae o como se prefierae, y, para colmo, acostumbrado también a combinar ambas cosas -lo cual ha despertado los más bajos instintos asesinos de gentes muy tranquilas- se me ocurrió que podría utilizar el sistema tomista de objeciones, artículo y respuestas a las objeciones, o, si se prefiere, falsadores potenciales, conjetura y corroboración, con analogía de proporcionalidad intrínseca proporcionada a Ferro hoy extrínseco del Cuartito.
Como objeciones, utilizaremos las 10 tesis del terrícola Altamirano. Como cuerpo del artículo, lo siguiente: que la libertad os hará verdaderos y que buscad el reino de Dios y su justicia y lo demás se dará por añadidura, no sin antes aclarar el sed contra -que no es lo mismo que sed contras-: dice Santo Tomás en la Suma: “Deus est maxime liberalis” (I, Q. 44, a. 4 ad 1).
Habiendo cumplimentado las objeciones, el artículo y el sed contra, vayamos a la respuestas.
Ad primun -y por qué no ad sobrinum- que sostiene que las democracias tienden a convertirse en oligarquías, dicendum quod en mi planeta ya no hay democracias ni ningún tipo de cracias -que no es lo mismo que gracias- excepto por algunos jueces que, valga la aclaración, y sin querer poner verde al terrícola Altamirano, fue por mucho tiempo un sistema de gobierno muy bueno entre aquel pueblo llamado judío, hasta que, desoyendo la advertencia divina, pidieron un rey y comenzaron todos los problemas.
Ad secundum -y por qué no ad minutum- que sostiene que el neoliberalismo plantea un determinismo histórico, dicendum quod, efectivamente, Altamiranum rationem habet: hay en el liberalismo un claro determinismo histórico, excepto por Hayek, Mises, Popper y otros tipos evidentemente nada representativos de dicha interesante tendencia política. Eso sí, lo único que se preguntaron en mi planeta es que si nosotros sabemos de esos autores y sus obras en el siglo 24 y a dos millones de años luz de distancia, por qué no lo pueden saber los terricolas en su planeta y en su tiempo.
Ad tertium -y por qué no a qué se yo-, según la cual la partidocracia no existe para el bien político de todos, dicendum quod en mi planeta no tenemos partidos políticos, y que esperamos que los terrícolas pronto se liberen se semejante tontería, fruto de los cerebros partidos de los políticos.
Ad cuartum -y why not ad habitationem-, que establece que el capitalismo hace la guerra a las sociedades intermedias y a la familia en particular, dicendum quod en mi planeta el capitalismo se basa en la empresa familiar (Iglesia doméstica), en las sociedades intermedias y sobre todo en las intersoquetes, que son aún más chiquititas.
Ad quintum -y por qué no ad casam paquetam de fin de semanum- que sostiene que el liberalismo está intelectualmente triunfante en el país, dicendum quod en mi planeta nuestros archivos registran una gran equivocidad entre las diversas escuelas liberales, que son muchas y muy distintas, entre las cuales se destacan nombres tales como Tocqueville, Montesquieu, Suarez, Vitoria, Mariana, Bartolomé de las Casas O.P., Hooker, Locke, Hamilton, Madison, Adams, Jay, Jefferson, Burke, Acton, etc. Con gran esfuerzo encontramos una particularísima escuela, la de Anillaco, respresentada por Menem, Adelina, Mary July, Alvaro y otras yerbas, a quienes no se los conoce por sus escritos sino por una particularísima anécdota: se cuenta que en 1995 tuvieron que pedir asilo en la embajada de Chile, en la cual se llevaron el chasco de su vida al enterarse que Pinochet ya no era gobernante.
Ad sextum -y por qué no al sextum de basuram- que sostiene que la deuda externa constituye un verdadero tributo colonial, dicendum quod, primum, no sé que tiene Altamirano contra los perfumes, and secundum, que en mi planeta todas las deudas son privadas e internas ya que no existen gobiernos que se endeuden entre sí. Entre paréntesis, no sabemos de naciones o cosas así. Empero, un orionita amigo me dijo que un tal Franklin, a quien el terrícola Altamirano asignó con cierta picardía el ser inventor del pararayos y de la frase “time is money” -ahora correctamente pronunciada- también acuñó la frase “mi patria está donde está la libertad”. Yo, empero, me manifesto agnóstico en estas materias y prefiero, si existe algo que sea una nación, plantear una muy modesta conjetura, no tan alta como el pararayos pero sí muy útil y a mi altura: la patria está, tal vez, en la tierra de mis padres, en la tierra donde por primera vez misioné, en la tierra donde esté el amor verdadero y allí donde pueda reunirme con mis amigos en “El Cuartito”.
Ad septimum -y por qué no a ya no sé-, que dice que la democracia es totalitaria, dicendum que el terrícola tiene razón: la democracia roussoniana, triunfante en América Latina, es totalitaria como cualquier sistema de gobierno ilimitado. Me alegra enormemente que Altamirano siga las enseñanzas de Hayek en esta materia. El único problema es la siguiente aporía: si se reconoce la libertad de estar en desacuerdo con estar en desacuerdo, qué debo hacer para estar en desacuerdo? Aunque está aporía ha convertido a mi cerebro en una sociedad cerrada, quiero tranquilizar al terrícola Altamirano diciéndole: la libertad está allí donde hay una mirada de amistad.
Ad octavum -no sin antes recordar el famoso axioma lógico matemático que dice que octavum por octavum me como un biscochum- que sostiene que el N.O.I. considera superada la vigencia de las soberanías nacionales, dicendum quod en mi planeta no existe la soberanía de la nación, ni del Clarín ni del violín, ni tampoco hay nuevos órdenes interplanetarios, sino sólo la amistad y el respeto entre las personas, de lo cual, mediante un desorden espontáneo, han surgido tradiciones locales y una justicia universal que conviven en santo matrimonio -con sus peleítas- como sindéresis y prudencia, en la adversidad y en la prosperidad, en la enfermedad y en la salud, en la UCA y en la UNSTA.
Ad novenum -y por qué no al noescuchanum-, que sostiene que la democracia es imperialista, debo decir que los ejemplos cinófilos altamironienses olvidan que una buena monarquía venció a un tiránico imperio intergaláctico en la Guerra de las Galaxias, que la historia recuperó su libertad en el final de Terminator 2, y que un humilde policía estadual, practicante de Aikido, se enfrentó a los imperialistas de Washington en la película “Nico”. Por otra parte, y aunque sea tan extraño como que Ghandi venció al Imperio Inglés con el common law británico, un auténtico liberal desprecia a quienes con un casco en la cabeza se creen los salvadores del mundo e intentan poner una sistema representativo bicameral en la tribu de los bosquimanos (quienes, entre paréntesis, saben más de la vida que los diputados que engordan en sus sillas). Porque, como bien dijo Alberdi -y ruego a Altamirano y a sus secuaces que la pizza no se les atragante- América se liberará cuando se libere de sus liberadores.
Ad deciman -o deciwoman, como diría una feminista-, que sostiene que el liberalismo es pecado, debo decir que, aunque en algunos planetas no hubo pecado original, yo sí lo tengo, y creo que Altamirano casi me ha convencido dado que mi liberalismo es tan original como mi pecado. Pero, en última instancia, debo decir a mi querido amigo que, habiendo distinguido las infinitas especies de liberalismos y nacionalismos -como los dominicos- todo auténtico liberal sabe que el liberalismo no es pecado y que el no-liberalismo tampoco lo es, y que el nacionalismo no es pecado, ni tampoco el no-nacionalismo. Cómo entender, comprender y vivir que ninguna de las cuatro cosas es pecado? Para ello voy a pedir que escuchen lo que dicta una pluma que no es mía y que, por Gracia, habla en serio.

No está mal que construyamos nuestras utopías, que las soñemos y las discutamos con amistad, siempre que no confundamos lo absoluto con lo relativo. Porque toda forma humana de gobierno, aunque buena, tiene la contingencia de lo humano aunque extrañe con nostalgia la perfección de lo eterno. Porque sólo hay un señor, que es Dios; sólo un Reino, que es el Suyo; sólo un símbolo, que es la Cruz; sólo una potestas, que es Su Iglesia, una, santa, católica y apostólica; sólo un argumento de autoridad, que es Su Pontífice; sólo un mandato, que es la Caridad, y sólo un discurso, que comienza diciendo “Creemos en un solo Dios, Padre Todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible e invisible”. Allí, en esas palabras, y en esa cruz desde la cual el amor infinito nos mira con bondad, ponemos todos también nuestra mirada: allí está nuestra unidad, allí nuestra libertad, allí, nuestra sobrenatural amistad.

Gabriel J. Zanotti
Octubre de 1993

domingo, 11 de enero de 2009

LA GUERRA

Muchos me han aconsejado no escribir o colocar en el blog notas largas, y el motivo es obvio. Pero esta vez voy a dar el gusto a M.S., y por eso publico lo que escribí sobre la guerra en 1989. Fue publicado como punto 7 del cap. 4 de mi libro “El humanismo del futuro”. Era 1989, antes de la caída del muro, y obviamente está des-actualizado en muchas cosas concretas. Además, era más optimista en esa época, pero no por la época, sino porque aún habitaba en mí algo de esperanza iluminista. La sobrenatural siempre estuvo, pero esa no es de este mundo…
Para mayor actualización, coloco también el prefacio a la edición del 2002 que me ayudó a publicar el Instituto Acton Argentina.
Había muchos subrayados, muchas negritas, que no tengo fuerzas/tiempo de reproducir en el blog. Tal vez mejor: que cada lector destaque y subraye lo que quiera; total, siempre ocurra aunque uno intente lo contrario. El que quiera ver el texto en su contexto completo puede hacerlo en www.institutoacton.com.ar, publicaciones.
Bien. Quien tenga ánimo y paciencia, avanti. Agradezco a todos la participación en el blog anterior.

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PROLOGO A LA SEGUNDA EDICIÓN (2002)

Este libro fue terminado de escribir en Febrero de 1989, cuando todo hacía suponer que el mundo se encaminaba hacia una nueva era de paz y prosperidad. Las posteriores dificultades del tan debatido proceso de globalización, más la situación enfrentada tras el 11 de Septiembre del 2001, parecen haber contradicho ese momento de optimismo.
Sin embargo, quiero resaltar que el libro no obedecía en su momento a ninguna circunstancia concreta ni tampoco a predicciones optimistas. El libro, si bien enmarcado en la esencial historicidad de todo humano relato, no intentaba ser un análisis de coyuntura. Su intención fue, y sigue siendo, lograr una síntesis teorética, una intersección de horizontes incomunicados: cierto liberalismo clásico, por un lado, y una perspectiva ius-naturalista de orientación cristiano-católica, por el otro. Y todo su optimismo fue y sigue siendo haber logrado, al respecto, algunas fórmulas que tengan cierto grado de verdad y permanencia. En ese sentido es verdad que el libro es terriblemente optimista.
Por lo demás, cuando lo escribimos no veíamos tan cercana la caída del muro y ese tema, que constituye tal vez la mayor des-actualización del texto (el análisis de la situación internacional está hecha antes de la caída del muro) tiene, paradójicamente, un triste retroceso, y en ese sentido una lamentable actualidad. Seguimos sosteniendo lo que parece totalmente anticuado: que el marxismo sigue siendo el principal obstáculo. Esa expresión sería decididamente errónea si se refiriera a la ex Unión Soviética o si quisiéramos ignorar con ello otras fuentes del totalitarismo, tanto pasadas como presentes: los nacionalismos y los fundamentalismos religiosos.
Sin embargo, la noción marxista de la escasez, donde ésta es fruto de la explotación del capitalismo a través de la plus-valía, sigue estando presente, como creencia cultural, en gran parte del discurso y del análisis de quienes se dicen no marxistas. En ese sentido, frente al supuesto de que el actual proceso de globalización muestra una vez más las injusticias del capitalismo, hay un repentino revival de la teoría de la dependencia estructural de los 70 . A saber, que la riqueza de los países ricos no es más que el fruto de la explotación que realizan de los países pobres. Se sigue pensando eso cuando se dice que la globalización, que se supone “libre mercado” ha acentuado la brecha entre ricos y pobres. En mi opinión el marxismo clásico nunca pudo entender la escasez como una condición natural del proceso económico que se enfrenta, precisamente, con el ahorro, la inversión y el aumento de los bienes de capital, como explicó E. von Bohn-Bawerk ya en vida de Marx . El aumento de bienes de capital implica mayor demanda de trabajo y por ende un aumento sostenido de los salarios reales, pero la hermenéutica marxista es totalmente al revés, justamente porque no logra “ver” el fenómeno de la escasez, y por ello, allí donde hay pobreza se cree que hay explotación. Por esto, aunque no coincidan con la peculiar afición de Bin Laden de destruir torres con aviones de línea, muchos de nuestros contemporáneos piensan igual que él: que las naciones capitalistas occidentales son la causa de la pobreza y la miseria del Medio Oriente, de América Latina, etc. Por eso digo que esa concepción marxista de las relaciones internacionales, antes pregonada por Fidel Castro y otros fideles de saco, corbata y tarjeta de crédito, ahora es compartida por otras personas más coherentes y por ello, precisamente, más explosivas.
Pero no es sólo el marxismo clásico el que no logra ver el fenómeno de la escasez. Tampoco lo logran ver, creo, los modelos neoclásicos de economía que parten del supuesto de competencia perfecta y luego tratan de ajustar el modelo a los mercados reales. Por más ajustes que intenten hacer, en el supuesto inicial hay una esencial falla, que no se trata del realismo o el no realismo del modelo . Se trata de que al suponer competencia perfecta, el ajuste, la coordinación y el equilibrio entre oferta y demanda es perfecto y, por ende, ab initio, no se ha considerado el fenómeno de la escasez. Tampoco se han considerado, ab initio, los presupuestos jurídicos del proceso de mercado, a saber, propiedad privada y, por ende, libertad de entrada al sistema.
Formados en este paradigma neoclásico de economía, miles de “funcionarios” integran después organismos internacionales como el NAFTA, el MERCOSUR, la Unión Europea, el FMI, el Banco Mundial, y bancos centrales y ministerios de economía de todo el mundo. Con lo cual se produce la otra parte de esta tragedia que retro-alimenta la anterior: creer que todo ello, ahora llamado “globalización” es capitalismo o libre mercado. Los funcionarios del FMI creen verdaderamente que son partidarios del libre mercado, con lo cual no hacen más que dar argumentos al pensamiento neo-marxista y a sus ideólogos. Pero no es esa la concepción de libre comercio internacional propugnada por Mises en 1927, en su obra Liberalismo . Al contrario, es todo un ejemplo perfecto de las características que, en 1949, el mismo L. von Mises atribuía al intervencionismo gubernamental en el mercado, en su tratado de economía, La Acción Humana , donde también había una importante crítica al FMI, y no en una nota a pie de página. Impuestos a la renta, aranceles, trabas migratorias, controles de cambio, de precios, bancos centrales y control de la oferta monetaria más curso forzoso del patrón monetario, confiscaciones, expropiaciones, monopolios legales, privilegios sectoriales, salarios mínimos, corporativismo sindical, estado de bienestar: todas ellas son las políticas criticadas por Mises en la sexta parte de su tratado de economía bajo el título “El mercado intervenido” y todas ellas, oh casualidad, son las características dominantes de las economías occidentales “capitalistas” y, sobre todo, de los acuerdos inter-bloques nombrados al principio, tan bien estimados por los organismos internacionales también arriba nombrados. Fidel Castro y Bin Laden tienen en todos ellos su mejor oficina de prensa.
Pero todo este panorama también implica una curiosa re-actualización del planteo inicial del libro. El capítulo uno habla de los derechos de la persona como su eje central. Es aquí donde a veces pienso si no es demasiado optimista hablar de esa cuestión olvidando el pecado original y las terribles contramarchas de la historia. Frente a las guerras y los odios tan enfrentados, frente a odios ancestrales de origen religioso, mezclados con nacionalismos y neo-marxismos en un sincretismo explosivo, ¿tiene sentido seguir hablando de libertades individuales, de garantías personales, de derecho a la intimidad, de debido proceso, y tomarnos verdaderamente en serio todo ello? Esas instituciones parecen haber sido concebidas y practicadas para sociedades y tiempos “lockianos”, pacíficos, pero parecen ser relegados al olvido, o a la hipocresía de bonitas declamaciones, cuando las sociedades se vuelven más hobbesianas, más bélicas y, por ende, llamamos nuevamente al dictador, dictador al cual, y coherentemente con la aludida hipocresía, todos criticamos en público pero, en nuestro interior, muy en nuestro interior, estamos tranquilos de que él haga el trabajo sucio de olvidarse por un tiempo de la libertad individual.....
En ese sentido, toda el mensaje del libro, a saber, respétense los derechos individuales y, con ello, la libertad y prosperidad que se dan por añadidura, no está escrito sólo con la esperanza de convencer de ello a quienes decididamente los consideran un invento de la alienación capitalista, sino también es un mensaje dirigido a aquellos que dicen defenderlos. En ese sentido creo que la primera parte de este libro es un mensaje no tanto a Bin Laden, obviamente, sino sobre todo a los líderes de las naciones llamadas democráticas. Pero no desde un supuesto pedestal de autocomplacencia filosófica, desdeñando y no comprendiendo las difíciles decisiones que hay que tomar en segundos, desde la complicada posición del político y el militar que no tienen el tiempo que tenemos los que sabemos de la comodidad de un pizarrón. No, no es esa mi actitud. Yo sé que, después del pecado original, la paz perpetua de Kant ha sido tal vez la más noble ilusión de todos los tiempos, tan noble como ilusa por minimizar el papel que el odio, la venganza y las ambiciones territoriales y de poder tendrán siempre en la vida y muerte política de los pueblos. Pero sería también iluso, también no-realista, suponer que paz es sólo una bonita palabra. El libre comercio internacional hace no rentables las guerras. Lo explicó Mises claramente, lo repetí yo en el 89 en este librito y lo sigo afirmando hoy. Ese es el margen de realismo, no utópico, por cierto, de quienes seguimos pregonando el libre mercado internacional. Pero hay algo más, que es lo más importante. Ante un ataque injusto, ante una dramática guerra fruto de un injusto agresor, lo que menos debemos hacer es convertirnos en él. No hablo, precisamente, como experto en seguridad interior. Hablo sencillamente como alguien que sabe que ser uno mismo tiene sus obvios riesgos y que forma parte de un país que ya ha vivido un drama al respecto.
En este sentido, la filosofía política tiene un deber de realismo, porque estas exigencias éticas no pueden ser demandadas, reiteramos, en enfrentamiento dialéctico con la praxis de las medidas concretas. Preocupaciones de autores tan disímiles como Maritain y J. Rawls , sobre la convivencia en paz de personas de religiones y metafísicas diversas, tienen hoy, nuevamente, una rigurosa actualidad. Pero, en ese sentido, los derechos individuales, y libertades tales como religión, enseñanza, expresión, etc., más una constitución federal que las asegure, no son un objeto de colección, sino, sigo insistiendo, el futuro posible. A riesgo de que se me considere insano, yo tengo algo muy concreto que proponerles a árabes y israelíes, paquistaníes e hindúes, etc.: olvídense del esquema del estado-nación , y hagan una organización política conjunta donde simplemente una constitución federal garantice el derecho de cada uno a vivir conforme a su religión, tradiciones y culturas; intercambien sus bienes en paz y libertad y respétense sus ámbitos de pensamiento. ¿Utópico? ¿Seguro? ¿No es más utópico pretender vivir como ahora mueren?
Pero es utópico, también, que los occidentales, con una totalitaria unión entre estado y ciencia denunciada por Feyerabend y por nadie escuchada, sigan intentando establecer un diálogo con otras culturas a partir de la supuesta superioridad de la ciencia occidental. En este sentido, los proyectos asistencialistas, de corte estatista, de las Naciones Unidas, para otros pueblos –que tocan además delicadas cuestiones de salud pública a las cuales también habíamos dedicado nuestra preocupación en el cap. 4- están destinados a un posible fracaso cultural. Los derechos individuales, en ese sentido, si bien enmarcados en la intimidad de la historicidad de Occidente, no son una propuesta que debe ser “extraña” a otro ser humano, como un aparato ortopédico. Son, más bien, el lento descubrimiento de cuál es nuestra piel cuando vivimos sencillamente en libertad. En ese sentido, contrariamente a esquemas neo-conservadores, el humanismo del futuro es una propuesta para todos los pueblos, porque la libertad cultural, contenida en los derechos individuales, implica una adaptación ipso facto a circunstancias culturales diversas.
Ahora bien, una cosa son los derechos del hombre y otra cosa es la democracia constitucional. Esta última es un medio para la custodia jurídica de aquellos. In abstracto, se puede decir que la democracia constitucional, como lo decimos en el cap. 2, es la mejor forma de gobierno hasta ahora descubierta; in concreto, su aplicación dependerá de las circunstancias de lugares y pueblos. Y, entre esas circunstancias, hay una no ajena a Occidente, sino interna a él: la crisis de las democracias constitucionales, no sólo de las frágiles democracias de países “emergentes” sino sobre todo de las naciones desarrolladas. En este sentido nuestro libro tampoco ha perdido actualidad. Los análisis de Hayek y Buchanan sobre la crisis de la democracia constitucional fueron hechos –esto es muy interesante- prácticamente in situ: los EEUU. Sus diagnósticos y sus propuestas fueron hechas para los EEUU, pero se aplican también, haciendo una extrapolación, a otros casos. Cuando la escasez –nuevamente...- se concibe como un juego de suma cero, de modo tal que algo para uno es algo menos para otro; cuando las cámaras legislativas conciben su función como los que reparten esa torta fija que no crece; cuando las asociaciones intermedias se convierten, tal como lo analiza Buchanan en su “rent seeking society” (sociedad en busca de renta) en grupos de presión que luchan por intereses contrapuestos, la combinación de todo ello va llevando a un sobre-dimensionamiento del poder legislativo y ejecutivo que termina de convertir en letra muerta a la libertad individual y a su resultado, la prosperidad y el bienestar. En ese sentido, es más actual que nunca la propuesta de reforma institucional que hacíamos en el cap. 2. Es ir en contra de la corriente, lo sabemos, de un constitucionalismo llamado social que concibe al poder legislativo como el eje central de la equidad mientras que se tolera a un capitalismo “para la producción”. Con lo cual se logra una sociedad más injusta de lo que se pretendía, con más desigualdades sociales y con un estado de bienestar muy parecido al estado tutelar descripto y advertido por Tocqueville y muy parecido, también, al estado científico preconizado por Comte. Esa es realmente la dialéctica del iluminismo: un estado racionalista que, al querer liberar, oprime. La propuesta de democracia constitucional debe, en ese sentido, volver a sus orígenes. Se trata de una constitución federal y, como mucho, un código penal federal. Ninguna legislación más, en principio. Esa constitución federal debe incluir expresas prohibiciones al poder legislativo federal y al ejecutivo: prohibición de monopolios legales, de exclusividad legal para la provisión de cualquier bien o servicio, moneda inclusive; prohibición de partidas presupuestarias adicionales a las atribuciones de los poderes establecidas en la constitución.... Eso no tiene nada que ver con una dialéctica entre estado gendarme y estado subsidiario, pues es un esquema que, atando todo lo posible las manos del gobierno federal, deja libre la acción discrecional de los gobiernos municipales para servicios sociales, siempre que no violen las prohibiciones establecidas a nivel federal, tal cual establece Hayek cuando trata de las funciones del gobierno .
Todo esto es muy importante porque es la misma democracia la que está en juego. Las gentes son muy volátiles y son las primeras en pedir dictaduras cuando una democracia entra en crisis, como sucedió con la Italia y la Alemania de la post-guerra. Esa situación explica, actualmente, en parte, la inestabilidad política endémica de América Latina: ya sean dictaduras o democracias, todas parecen tener un pecado original de origen, un autoritarismo y un corporativismo endémicos que forman el telón de fondo que se manifiesta siempre, sea cual fuere el régimen adoptado. La democracia constitucional que proponemos no es una mera cuestión de formas democráticas pero de fondo autoritarias, sino una verdadera limitación al poder. Y entonces sí, seguimos proponiendo los Estados Unidos de América Latina.
Nunca se debe perder de vista que todo esto tendrá como consecuencia el desarrollo y, en ese sentido, la eliminación progresiva de la pobreza y la miseria. De igual modo que con el tema de la guerra, no ignoro que, dada la condición humana, los focos de pobreza serán una amenaza permanente para el mundo mejor que soñamos, pero, nuevamente, no es ninguna utopía suponer que, con estabilidad política y jurídica, el aumento permanente de bienes de capital llevará a una constante elevación de los niveles de vida y mayores oportunidades para todos. No sólo es una predicción: es lo que verdaderamente ha pasado en las naciones capitalistas democráticas, en la medida que nos saquemos los anteojos marxistas y podamos ver su riqueza como el resultado de libre mercado y no de la explotación de los más débiles. Esto es especialmente importante. Los niños desnutridos, las personas sin hogar, y millones y millones de personas que en todo el mundo vagan por hacinamientos inhumanos, sin otra esperanza humana que la muerte, no son fruto de un terremoto, una inundación, o algún otro desastre natural. Son fruto de un desastre humano: el empecinamiento de persistir en políticas estatistas, corporativas y autoritarias. La economía de mercado, contrariamente a lo que ese marxismo cultural, como creencia de base, hace pensar, no produce la exclusión de los más pobres. Al contrario, esa miseria indignante, que padecen millones de excluidos de todo el mundo, es el fruto de las guerras, de las violaciones de la propiedad y los contratos, de la violación del libre comercio, de la inestabilidad política de esa danza macabra entre dictadorzuelos y demagogos. La pobreza, ese rostro sufriente que nos tiende la mano, es una bofetada a nuestra vagancia intelectual, a no someter a dura crítica los presupuestos corporativistas y marxistas que la producen. El eje central de la crisis de los paradigmas es sobre todo la capacidad de éstos para auto-defenderse y ver en otros planteos los causantes de sus propios problemas.
Todo esto que estamos diciendo tiene, a su vez, una actualidad inusitada para los problemas de la Argentina. Sentados plácidamente en la cubierta de esa titánica combinación de corporativismo y socialismo que la Argentina fue y sigue siendo desde los 40 hasta la actualidad , los argentinos, cual emergentes de un sueño dogmático, parecemos haber descubierto ahora, hace un tiempito, que nuestra democracia está en crisis, que los derechos de propiedad sirven para algo y que hay hambre y desnutrición. El futuro es incierto. Puede haber sido un descubrimiento muy tardío y los hábitos culturales de esas décadas de estatismo no son fáciles de cambiar. Editar nuevamente este libro, en estas circunstancias, es, por cierto, ser fieles a lo que Popper decía del optimismo: éste no deriva de que sepamos de cómo va a ser el futuro, sino de lo que podamos hacer hoy .
Finalmente, mi mayor utopía, quizás. En medio de guerras religiosas, yo no dejo de hablar de Dios. Pero ocurre que, sencillamente, es Dios la fuente de la tolerancia, de la misericordia, del respeto al otro, del amor al que piensa distinto. Es el pecado el que hace decir al hombre que Dios es su aliado en su violenta lucha contra la paz. Yo, como filósofo, poco puedo contra eso, excepto escribir y pensar, pensar para el reino del hombre y confiar, absolutamente, en el Reino de Dios, que no es de este mundo.

Gabriel J. Zanotti
Noviembre de 2002.


Ver al respecto García Martínez, L.: Teoría de la dependencia, Emecé, Buenos Aires, 1976.
2. Ver Eugen von Bohm-Bawerk, Capital and Interest [1884 1er volúmen], Libertarian Press, 1959.
3 Esto es, frente a lo que estamos diciendo, se desvanece la clásica auto-defensa de Friedman, a saber, que es irrelevante si los supuestos de la competencia perfecta son realistas o no. Aún desde la misma posición epistemológica de Friedman es un error no haber reconocido plenamente la escasez desde el principio. Sobre Friedman, su posición y el debate correspondiente, ver Calwell, B.: Beyond Positivism, Routledge, 1982.
4 Unión Editoria, Madrid, 1973.
5 Ver Human Action, [1949], Henry Regnery, 1966, XVII, 19.
6 Mariatian, J.: El hombre y el estado [1949-1951], Club de Lectores, Buenos Aires, 1984, cap. V.
7 Rawls, J.: Political Liberalism, Columbia University Press, 1993.
8 “...Mirad, las naciones son gotas en un cubo
y valen lo que el polvillo de balanza,
Mirad, las islas pesan lo que un grano,
El Líbano no basta para leña,
Sus fieras no bastan para el holocausto,
En su presencia, las naciones todas,
Como si no existieran,
Son ante él como nada y vacío”.
Is 40, 10-17.
9 Feyerabend, K.P.: Tratado contra el método [1975]; Tecnos, 1981, cap. 18; Adiós a la razón, [1981], Tecnos, 1996, Parte I, cap. 4; La conquista de la abundancia [1999], Paidós, 2001.
10 Hayek, F.A. von: Nuevos Estudios [1967], Eudeba, Buenos Aires, 1981, parte II; Derecho, Legislación y Libertad, vol 3 [1976], Unión Editorial, Madrid, 1979.
11 Buchanan, J.: The Limits of Liberty, University of Chicaco Press, 1975; y The Logical Foundations of Constitutional Liberty, vol. I de The Collected Works of James M. Buchanan, Liberty Fund, 1999.
12 Op.cit.
13 Ver Nuevos Estudios, op.cit., cap. IX.
14 Esto no implica afirmar que los problemas de la Argentina comienzan con Perón, como lo supone una ingenua historia conservadora. Al respecto, ver nuestro artículo “Pasó lo que tenía que pasar”, en Criterio, Nro. 2270, Abril 2002.
15 Popper, K.: All Life is Problem Solving, Routledge, 1999.

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LA GUERRA (Cap. 4, punto 7)

La
guerra*44.

Entramos ahora en otra cuestión que es clave en nuestro humanismo “del futuro”. Se trata de uno de los horrores más viejos de la humanidad: la guerra.
Moralmente, el derecho a la legítima defensa es lo único que justifica la guerra, que por lo tanto sólo puede ser justa si es defensiva. La guerra, pues, siempre implica que hubo una grave injusticia por parte del que ataca.
Pero, así como la legítima defensa que utiliza violencia es siempre, absolutamente, el último recurso, de ese modo también la guerra debe ser siempre el último recurso de defensa, cuando todos los demás han fallado y se está seguro de que la no defensa armada acarrearía un mal mayor. Porque aun cuando todos los demás recursos hayan fallado, si la defensa armada implica un mal mayor que la injusticia que se trata de reparar, entonces tampoco estará justificada en ese caso la guerra, aunque sea defensiva.
Esta última aclaración es muy importante en las circunstancias actuales, donde cualquier conflicto puede desatar la guerra atómica, obviamente autodestructiva para todo el planeta. Por ello, hoy en día, más que nunca, las guerras ofensivas son máximamente inmorales, no sólo por su intrínseca injusticia sino por su imprudencia manifiesta. A su vez, hoy en día, más que nunca, los reclamos territoriales, especialmente aquellos que provienen de mucho tiempo atrás, no admiten jamás el recurso de la guerra; y quienes crean que un pedazo de territorio secularmente disputado es más valioso que una sola vida humana, manifiestan un evidente desorden valorativo. Es urgente, por tanto, que mundialmente los estados se comprometan a dirimir sus conflictos territoriales mediante el sometimiento del caso a la decisión inapelable de un organismo internacional, que elija a un mediador con autoridad moral para ambas partes, y se deberían instrumentar los mecanismos necesarios para que quedara totalmente aislado de la comunidad internacional el estado que no respete el compromiso asumido y/o tomara la iniciativa de tomar por las armas a un territorio en disputa*45.
Nada hay más criminal, más atentatorio contra el derecho a la vida, que las guerras ofensivas, que conquistan por la fuerza territorios habitados. Antaño, esa era una de las causas más frecuentes de la guerra, en nombre de un imperialismo que hoy, aunque se practique, se oculta por vergüenza. El colonialismo tampoco tiene ningún tipo de justificación moral: ningún grupo de personas, por más “primitivas” que las juzguemos, puede ser obligada coactivamente, por la fuerza, a pertenecer a otro estado; el progreso cultural de los pueblos es por definición libre y no mediante las armas. Pero, actualmente, son las ideologías totalitarias las que han promovido y promueven este tipo de crímenes colectivos. Hoy en día son las ideologías totalitarias las que han activado esta bomba de tiempo sobre la que estamos sentados. Han sido y siguen siendo los nacionalismos xenófobos los que siguen provocando conflictos territoriales; fueron el nazismo, el fascismo y el comunismo los causantes de la Segunda Guerra Mundial, y es el marxismo la ideología que ha causado el armamentismo atómico y financia y sostiene a los diversos terrorismos que causan estragos en diversas naciones*46. Pero el marxismo no sólo promueve la guerra por el carácter ideológicamente expansivo e internacionalista de su “dictadura del proletariado” también fomenta las guerras a través de la teoría de la dependencia, que hace que los pueblos se vean mutuamente como enemigos en su progreso económico.*47 Hemos visto la falsedad total de esa concepción; hemos visto también las ventajas para la paz de la expansión de la libre iniciativa privada por todo el planeta; pero no porque pensemos, como los marxistas, que las estructuras transforman el corazón humano, sino por la muy sencilla evidencia de que los intereses comerciales recíprocos necesitan relaciones pacíficas. Ni los ciudadanos ni los Estados de EE.UU. ni los de Rusia tendrían el más mínimo interés en una guerra si sus ciudadanos estuvieran unidos por negocios comunes bajo un sistema de libre cambio y propiedad privada*48. No sería, en ese caso, el mutuo miedo a las bombas atómicas lo que mantendría la “paz”, sino el mutuo interés en sus relaciones comerciales lo que haría sencillamente inútil y poco rentable cualquier armamento, lo cual sí mantendría la “PAZ”, esta vez con mayúsculas.
Pero lo anterior no basta. La conciencia y la inteligencia humana deben desactivarse de ideologías, como único medio para desactivar el permanente peligro de la guerra. La desactivación de las armas pasa por la desactivación de las mentes, y esto pasa, a su vez, por “desactivar” mentalmente a las ideologías totalitarias. Esto es, a largo plazo, el único modo para lograr el desarme: la prédica del respeto a los derechos del hombre, y el convencimiento de ello por parte de quienes hoy gobiernan las naciones que han caído en el totalitarismo, que es violento por definición.
Lamentablemente, no puede descartarse, hoy por hoy, el legítimo derecho a la defensa a los pueblos que no quieran ser víctimas del totalitarismo, si están presentes las condiciones para la aplicación del último recurso. Tampoco se puede negar su derecho a mostrar que están preparados para la defensa*49. Aún así, es totalmente falsa la teoría de quienes dicen que en la guerra todo está permitido. En primer lugar, la destrucción de poblaciones civiles, como objetivo directo para obtener una ventaja militar o victoria, parcial o final, ha sido, es y será siempre absolutamente inmoral. El fin no justifica los medios, y debemos aplicar este principio tan firmemente como antes lo aplicamos para oponernos a cuestiones como el aborto. No importa que por medio de esa destrucción se termine la guerra; el derecho a la vida de inocentes y civiles es inalienable. En segundo lugar, armas químicas y bacteorológicas, de imprevisibles consecuencias futuras, son también intrínsecamente perversas. En tercer lugar, el ordenamiento constitucional debe prever los mecanismos para preservar los derechos de los civiles en situación de guerra. La matanza de prisioneros y/o agresiones hacia los mismos es, por supuesto, otro crimen, y, desde luego, la tortura es también absolutamente inmoral, sea cual fuere la información que se busque. Todas estas cuestiones son verdaderas pruebas cruciales para ver si el respeto al derecho a la vida es algo fácilmente declamado en situaciones tranquilas o verdaderamente practicado en situaciones menos sencillas. Lo anterior debe ser tenido en cuenta, también, en situaciones de guerras internas producidas por el terrorismo, que es una nueva forma de guerra ofensiva. Los estrategas deben dilucidar cuáles son las mejores técnicas militares para defenderse del terrorismo subversivo, pero nada de lo que digan podrá eliminar principios morales inmutables*50.
Nos preocupa que habitualmente todas las cuestiones anteriores se declamen mientras la situación sea tranquila o se las considere valiosas sólo como adorno de discursos pomposos, mientras en realidad muy pocos están dispuestos a no transigir estos principios cuando llega el momento de tener que aplicarlos. La tortura es uno de los mejores ejemplos. Supongamos que hay una bomba en un estadio de fútbol lleno de personas; supongamos que se encuentra a quien la puso. ¿Está justificada la tortura en ese caso, si el delincuente no quiere decir donde la puso y faltan pocos minutos para el estallido? Nuestra respuesta será terminante: no. Y “no”, sencillamente porque el fin no justifica los medios. Hay cuestiones que son muy graves, que no admiten excepciones, so pena de viciar de nulidad el principio que se sostiene.
¿Cuál es el futuro de las guerras? Algunos dicen que un mundo sin guerras es imposible y utópico. Pablo VI opinaba lo contrario, y estamos de acuerdo con él. La paz mundial es perfectamente posible. En realidad, la verdad es que dado el efecto de autodestrucción total que una guerra mundial puede hoy provocar, lo utópico es pensar que el mundo puede seguir indefinidamente sentado sobre la bomba de tiempo que las ideologías totalitarias han construido. O sea que lo utópico es pensar que el mundo puede seguir “conviviendo” con las guerras. Por supuesto, en la medida que se difundan las religiones que ponen al hombre en contacto sobrenatural con Dios, el fanatismo, el odio y la violencia irán disminuyendo*51; pero también debemos preguntarnos si no es posible la organización mundial de un sistema que frene las guerras; que las haga inútiles, poco rentables, poco atractivas. Como ya hemos sugerido, ese sistema existe: respétese universalmente su derecho a la libre iniciativa y al libre comercio; elimínense las fronteras comerciales y culturales, y las guerras y conflictos internacionales disminuirán sensiblemente. Lamentablemente nunca la humanidad podrá evitar a los asesinos y enfermos mentales que promueven la violencia, pero lo importante es que el sistema político y comercial no los promueva. Con el sistema que proponemos, muchos de los hoy llamados “jefes de estado”, no podrían ser jefes más que de la real banda de delincuentes asesinos que hoy comandan, y como tales aparecerían ante la opinión pública mundial.
En este sentido, pensamos que tal vez se ha puesto el carro antes que los caballos, en cuanto a la creación de organismos internacionales que reúnan a los diversos estados del planeta. Muy noble y loable su creación, pero muy inútil cuando los totalitarismos, nacionalismo xenófobos y fanatismos religiosos intolerantes formen parte de esos organismos, para promover en ellos lo único que saben producir: la guerra, ya en nombre del partido, la clase trabajadora, la patria o, impíamente, en nombre de Dios. Muy inútiles mientras que esos organismos se conviertan en centros mundiales de difusión ideológica marxista en temas como medios de comunicación, salud, educación, etc. Nada de ello conducirá a la paz; al contrario, tenemos todavía mucho camino por recorrer para desactivar mentalmente ese tipo de ideologías. Cuando eso se logre, y la humanidad, progresivamente, se vaya uniendo bajo una común organización de respeto a los derechos del hombre en sus respectivos pueblos; cuando progresivamente se vayan uniendo porque, coherentemente con lo anterior, vayan levantando estos últimos sus barreras comerciales, migratorias, culturales, entonces, sólo entonces, estarán dadas las condiciones para una organización mundial que pueda efectivamente servir a la paz y proteger los derechos del hombre. ¿Una especie de gobierno mundial? Tal vez. Pero no nos pronunciamos ahora al respecto (creemos que, de hecho, se dará alguna vez entre las naciones libres una confederación con organismos que se ocupen de sus problemas comunes; esa confederación, por definición, no anulará, en determinado grado, sus autonomías políticas). Sólo decimos que efectivos y sólidos lazos comunes mundiales, tanto políticos como económicos, presuponen un paso previo: el aludido proceso de integración de los pueblos a través de la común unión de sus ciudadanos en actividades de todo tipo, para lo cual los gobiernos no tienen más que respetar verdaderamente la libre iniciativa y tomar conciencia de que son las personas, y no las burocracias, los protagonistas de la historia.
Los estados, pues, no deben fomentar culturalmente la idea de la guerra; en ese sentido, hay varias cosas que nos preocupan. Los servicios militares obligatorios, por ejemplo, costosos e ineficientes, no tienen razón de existir. Fuerzas armadas bien equipadas, económica y técnicamente, con tropas voluntarias bien pagas –todo lo cual es perfectamente posible allí donde el presupuesto del estado esté destinado a sus funciones propias- no necesitan ese tipo de reclutamiento. Pero no sólo no lo necesitan: desde el punto de vista moral, es muy dudoso que dichas prácticas sean compatibles con las libertades de los ciudadanos en tiempos de paz, y muy difícil, además, que dichas prácticas no degeneren en verdaderos centros de corrupción moral y tortura física y mental de los reclutados. Además, es absolutamente atentatorio de la libertad religiosa y de conciencia no respetar a la “objeción de conciencia” de aquél cuyos principios le impiden empuñar un arma. Es violatorio de los derechos humanos básicos que a personas así, en muchos lugares, se las encarcele, a veces sometiéndolas a todo tipo de burlas y vejaciones, por ser fieles a su conciencia y a su religión. No tienen ningún tipo de justificación moral el conjunto de atropellos y maltratos que sufren las víctimas del servicio militar obligatorio, además de la interrupción de su trabajo y sus estudios; excepto, claro está, que se considere correcta a la antropología filosófica primitiva y pueril que considera el concepto de “hombre” ligado proporcionalmente a la cantidad de gritos y violencia (resabio, esto último, de ceremonias de iniciación a la “adultez” todavía hoy presentes en tribus primitivas).
En segundo lugar, la educación de la persona es clave. Dado que a la persona debe enseñársele la verdad, debe mostrársele la guerra como lo que es: un hecho brutal, sanguinario, lamentable siempre, justo muy pocas veces. Ayuda poco, en este sentido, a los niños se les muestre una imagen idílica de las guerras y las batallas; ayuda poco que las naciones que son ex-colonias no terminen de advertir que no hay por qué ponerse a saltar con alegría exultante por el hecho de que su libertad haya sido ganada con episodios de sangre, por más justos que puedan haber sido en algunos casos esos episodios. No hay entonces por qué llevar en masa a los niños a ver películas que relatan esos episodios de violencia, para que los internalicen como algo bueno y normal. Por supuesto, la cultura es libre y no estamos pidiendo que el estado imponga nada al respecto, pero si que se abstenga de dichas prácticas en su sector.
En este sentido, vamos a decir resueltamente algo que sonará muy extraño, dada, precisamente, la mentalidad imperante: las victorias de una guerra no deben festejarse, aun cuando la guerra en cuestión haya sido justa. Atención al término utilizado: “festejar”; esto es: un episodio bélico no es algo por lo cual alegrarse, o recordar con una sonrisa de satisfacción, por medio de cantos o marchas que sigan impulsando esa creencia. Si en un momento entran ladrones en una casa, e intentan dañar gravemente a los miembros de la familia, y el padre se ve obligado a utilizar el recurso último de la defensa propia violenta y mata a alguno de los asaltantes, ¿qué hay que festejar en ello, por más que la conducta del padre haya sido correcta? ¿Al año siguiente, se pondrán todos a bailar y a reir recordando el episodio? ¿Qué festejarán? ¿Acaso los gritos de los niños? ¿Acaso el llanto y el miedo? ¿Acaso la agonía dolorosa del agresor? ¿Acaso la sangre que salpicó los muebles? ¿Es tan difícil de entender que un episodio de violencia nunca se “festeja”?
Seguimos insistiendo en esto, porque no negamos, por supuesto, un recordatorio que pida a Dios por todos los muertos y/o que destaque el valor de quienes intervinieron en la justa defensa; no pedimos que la gente se ponga a llorar porque fue vencido el injusto agresor; pedimos que se tome conciencia de lo que una guerra es y significa. ¿Qué significa una guerra? ¿Acaso un señor carilindo, de uniforme impecable, cruzando majestuosamente altas montañas en un caballo blanco al cual sólo le faltan las alas? Obviamente, no. Significaba, antaño, miles y millones de hombres, hijos de un mismo Dios, avanzando unos sobre otros, clavándose bayonetas y espadas, desgarrando mutuamente sus entrañas, llenos de odio y furor; significaba, y aún hoy significa, zonas llenas de cadáveres descomponiéndose, agonías interminables tras una herida desgarrante; significa el llanto y la soledad por la pérdida del ser querido; significa la interrupción de una vida para volcarla sin mayores explicaciones a su mutilación o destrucción. Significa todo tipo de latrocinios, atropellos, corrupciones y delitos por parte de tropas a veces no muy fáciles de controlar. Todo ello es la guerra. Hoy significa, además, la imagen de un hongo atómico tras el cual quedan por años las secuelas de las malformaciones y contaminaciones; hoy significa la posibilidad de destruir en segundos a millones y millones de personas. Todo esto significa la guerra. ¿Qué hay que “festejar”sobre ello? ¿De qué hay que reírse? ¿De qué hay que cantar, bailar y batir las palmas? Sólo una actitud cabe frente al recuerdo de las batallas, ganadas o perdidas, justas o no: la oración a Dios, pidiendo por el alma de las víctimas y pidiendo que jamás algo por el estilo vuelva a repetirse. Pero de nada de esto se tomará conciencia mientras desde su niñez se engañe a las personas con una imagen infantil, santurrona y novelesca de la guerra, que oculte totalmente su verdadero rostro de sufrimiento y crueldad.
Son pues, muy loables, y a veces útiles, todas las iniciativas de desarme, así como también lo son los organismos internacionales donde las naciones discuten sus diferencias. Pero la guerra sólo detendrá su mortal carrera el día que los espíritus se desarmen. Para ello hay dos caminos (no contrapuestos, desde luego): uno, religioso, a través del contacto del hombre con Dios, y otro, político, la adopción universal de sistemas políticos que respeten las libertades de los ciudadanos y, consiguientemente, la eliminación de las barreras culturales y económicas, a través de una libre iniciativa en todos los ámbitos y el libre comercio internacional. Lejos de ser utópico, llegar a ello es absolutamente indispensable, pues el día en que el mundo estalle entero en pedazos nos daremos cuenta que estábamos viviendo en la utopía de pensar que vivir sobre una bomba era posible. Si sobrevivimos a esa prueba, es posible que llegue un futuro donde, al mirar para el pasado, no comprenderemos cómo era posible que viviéramos sin la paz.106b

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*44 Ténganse en cuenta, para esta sección, las aclaraciones hechas en la Introducción para el 2002.
*45 Todo esto que decíamos en el 89 estaba muy condicionado por la experiencia argentina de Malvinas en el 82.
*46 Obviamente, volvemos a decir que, ante la caída del Muro y la aparición de feroces terrorismos de origen religioso, esto parece haber perdido actualidad pero, en otro sentido, la sigue teniendo. Porque los diversos terrorismos, ya religiosos, ya nacionalistas, coinciden en su visión neomarxista del mundo y de la economía al suponer que es el capitalismo el causante de la miseria de los pueblos. Y volvemos a decir que se trata de un neomarxismo como creencia cultural, como horizonte de precomprensión, y no de una teoría explícitamente afirmada (aunque a veces sí).
*47 Es lo que decíamos en la nota anterior.
*48 Hoy agreguemos: ni los ciudadanos de Israel, Palestina, Irak, Irán, Afganistán....
*49 Por supuesto, ya se sabe que las nociones tradicionales de guerra ofensiva y defensiva han cambiado. Habían cambiado ya después de la 2da guerra. Tras la caída del Muro el mundo tuvo un momento de optimismo cuasi-kantiano en una paz perpetua pero evidentemente el sueño duró poco, más aún después del 11-9-2001, fecha que ha cambiado drásticamente el escenario. Pero nos parece que el problema del terrorismo no nace ahí. La defensa contra el terrorismo no admite, como recurso necesario y habitual, acciones armadas determinadas en territorios específicos, sino más bien la acción mancomunada de diversos estados contra un enemigo que es extra-territorial. Sobre los problemas de seguridad, ya nos hemos pronunciado en la introducción. La fundamental derrota consiste en abandonar la noción de derechos individuales y convertirnos verdaderamente en una sociedad hobbesiana. Volvemos a decir, empero, que estas situaciones históricas son muy complejas como para juzgar con tanta certidumbre las acciones específicas de los hombres de estado. Creo que estos casos requieren un liderazgo moral que, obviamente, desde un punto de vista humano, es una circunstancia tan afortunada como aleatoria. Los J.F.Kennedy no abundan.
*50 Dijimos todo esto en 1989 y lo seguimos manteniendo ahora más que nunca.
*51 Soy plenamente consciente de que, frente a los terrorismos de origen religioso, lo que estoy diciendo puede parecer ingenuo, pero no lo es. Yo creo en Dios, esto es, en Quien salva, perdona; en Quien dijo “guarda la espada”. El que mata en nombre de Dios sencillamente no sabe quién es Dios. Dios es Cristo clavado en la cruz.

Alberto Benegas Lynch (h), op. cit., p. 246, cuenta el siguiente caso, sobre un chico asmático que fue incorporado al servicio militar (con expreso conocimiento de su problema): “… sus peticiones no fueron oídas. Fue incorporado. El hecho sucedió durante la segunda semana de su ingreso a las filas del ejército. Una noche, entró súbitamente el capitán a cargo de la compañía en uno de los dormitorios donde diez ‘colimbas’ descansaban sin percatarse del drama que estaba apunto de comenzar. Este capitán, que irrumpió avanzada la medianoche al dormitorio, tenía los ojos inyectados de sangre, gritaba con furia que todos se apostaran a los pies de la cama, como si algo terrible hubiera sucedido. O como si estuviera alcoholizado, o ambas cosas… o vaya a saber qué. A los alaridos ordenó que se abrieran las ventanas del recinto. A pesar de que era verano, la noche era muy fresca. Afuera lloviznaba y soplaba viento. Empezó a hacer preguntas en el mismo tono de histeria irreprimible. Los interrogantes eran ridículos. Preguntaba a sus circunstanciales esclavos cosas sobre sus intimidades, luego los hizo cantar marchitas incoherentes. Alguno se sonrió, lo que enloqueció más al guardia e hizo que todos salieran al patio a practicar el salto de rana con el torso desnudo. El chico asmático advirtió en tono cortés sobre los riesgos que corría. La reacción del capitanejo fue más severa aún con ese pobre desgraciado. Además del salto de rana al que sometió despiadadamente a todos, obligó al chico a subir y bajar en repetidas ocasiones una de las escaleras apostadas en las paredes laterales del patio. Dos de sus compañeros, al ver que el asma prácticamente asfixiaba al chico, intentaron salir en su defensa, lo cual, si cabe, suscitó aún más la ira del bruto capitán, haciendo recaer sobre los defensores los mismos maltratos que habría sufrido el chico. Ya amanecía. El capitán ordenó a todos que se fueran a dormir. Al toque de diana el chico no pudo incorporarse. Deliraba de fiebre. Todos los compañeros hicieron un petitorio pidiendo que se lo trasladara al hospital. El capitán, de común acuerdo con otros oficiales, se negó. Tuvieron al chico una semana en cama sometido a vaya saber que brebajes. A la semana siguiente, lo trasladaron al hospital donde murió de neumonía. El escándalo fue mayúsculo. Pero el hecho sucedió. Desde luego que este drama no revela que en el servicio siempre sucedan episodios de este tenor. Pero el sistema lo hace posible. Este resabio de la trágica contrarrevolución francesa abre las puertas a todo tipo de excesos. A los esclavos se los trata como esclavos. En este drama que hemos relatado, la esclavitud transitoria se convirtió en definitiva” (los destacados son nuestros).

106b Sobre la cuestión de la guerra, véase la Constitución Gaudium Spes, del Concilio Vaticano II, y Alberdi, J.B.: El crimen de la guerra, Sopena, Buenos Aires, 1957.

domingo, 4 de enero de 2009

HAZ EL COMERCIO Y NO LA GUERRA

Nadie tiene un trozo de tierra asignado desde el comienzo de la creación. Lo que Dios nos dio fue, si, la razón, para darnos cuenta de las ventajas de la división del trabajo, la propiedad, el libre comercio, el libre intercambio y movilidad de personas y capitales, el respeto a los contratos y la libertad religiosa.

¿Qué importancia tienen entonces las fronteras? ¿De qué mandato divino ha venido que eres de tal o cual nación? De ninguno. Sólo pueden servir como útiles divisiones del trabajo, administrativas, sobre bienes públicos. Nada más.

¿Qué importa entonces si eres palestino o israelí? Tira las armas y comercia. Intercambien libremente sus bienes y servicios, respeten su libertad religiosa, y no importará en absoluto lo demás. ¿Por qué te matas? ¿Porque la tierra era tuya o del otro? No era de nadie. La propiedad es una invención del ingenio humano, útil para economizar los recursos, y que no haya hambrientos, desocupados o sedientos. No es poca cosa. No mates más. Tira las armas, no rebusques en el pasado, acepta, por un sencillo razonamiento práctico, la distribución de recursos desde hoy, punto cero, y sigue de allí en adelante, en paz, en libre comercio. No enseñes más a tus hijos el odio, la venganza, no les digas más que aquellos mataron a éstos o estos otros. Enséñales a comerciar, a respetar los contratos, a invertir y a respetar la religión del otro. No tendrás un paraíso, pero tampoco el infierno en la Tierra que has construido en nombre de Dios.

¿Qué es lo utópico de lo anterior? No el comercio, precisamente. Mi llamado es más realista que los llamamientos a la paz sin denunciar, al mismo tiempo, al sistema que la destruye.

Lo que hay que tener en cuenta es el corazón humano. Tenemos “razón”, si, para advertir las ventajas del comercio, pero después del pecado original, Caín y Abel parecen destinados a la mutua destrucción. Vino Cristo, sí, a redimirnos del pecado, pero su reino no es de este mundo. Este “pero” no es una mala noticia, al contrario. Por eso el reino de Dios no es ninguna (reitero: ninguna) de las naciones de este mundo. Sobre ellas, sólo nos queda seguir rezando: “Mirad, las naciones son gotas de un cubo
y valen lo que el polvillo de balanza.
Mirad, las islas pesan lo que un grano,
el Líbano no basta para leña,
sus fieras no bastan para el holocausto.
En su presencia, las naciones todas,
como si no existieran,
son ante él como nada y vacío” (Is 40, 10-17). Y también: “De las espadas forjarán arados,
de las lanzas, podaderas,
no alzará la espada pueblo contra pueblo,
no se adiestrarán para la guerra” (Is 2, 2-5).