domingo, 26 de julio de 2009

LA NAVE DE LOS LOCOS Y LA BARCA DE CRISTO

En la película La Nave de los Locos (1995; una de las mejores películas nacionales que se han hecho y, por supuesto, de izquierda), una abogada defensora intentaba explicar la “no ridiculez” de las creencias religiosas de su defendido (un indígena mapuche). Y, para ello, tiene una peculiar idea. Interroga al fiscal, quien manifiesta ser “católico”. Le recuerda una parte del credo: “…padeció y fue sepultado, y resucitó al tercer día, según las Escrituras, y subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin….”. Y entonces hace la pregunta fundamental: “¿cree usted?”. El “católico” titubea. “…Son los dogmas de la Fe”, afirma, intentando evadir la pregunta. Pero la pregunta se repite. “¿Cree usted?”. El “católico” termina mintiendo y en voz muy baja, con la mirada hacia el piso, contesta “si”.

La escena siempre me pareció importante. Sobre todo, el Credo, ese “Credo del Pueblo de Dios” que repetimos tantas veces en la Misa. Pensemos realmente en todo lo que decimos, y luego interroguémonos con sinceridad hasta qué punto creemos en todo ello. ¿Si? ¿Seguro que sí?

¿En qué nos cambia la vida si algo fuera diferente? ¿Nos cambia verdaderamente la existencia, se produce alguna consecuencia fundamental, si las Tres Personas fueran cuatro, o dos? ¿Si? ¿Cambia algo? Pensamos ahora en la encarnación. ¿Y si Jesucristo no fuera verdadero Dios y verdadero hombre? ¿Qué nos cambia? ¿Cambia algo importante? ¿Seguro? ¿Y si el pan y el vino no cambiaran verdaderamente en el Cuerpo y la Sangre de Cristo? ¿Nos cambia algo fundamental? Sigamos un poco. ¿Y la Iglesia? ¿Seguro que creemos que es una, que es santa, católica y apostólica? ¿Si? ¿Seguro?
Seamos sinceros con nosotros mismos. Si cambia el presidente, si cae el dólar, si nos triplican el sueldo o nos quedamos sin trabajo, si la enfermedad o la muerte, o un nacimiento, dan vueltas alrededor de nuestra existencia, entonces sí “nos pasa algo”. Pero por lo demás….. Vamos a Misa, si, repetimos el credo, si, pero si fuera de otro modo…… ¿Y qué?

¿Qué nos preocupa “como católicos”? Quién es el arzobispo, qué le dijo o no al presidente, cuál es la última declaración episcopal sobre la situación social, cuáles fueron las últimas declaraciones del pontífice más o menos urticantes…. Nos importa, sí, la acción social, nos preocupan, sí, temas tan importantes como los de la ética sexual o similares, pero, vuelvo a decir: ¿en qué nos cambia la vida si Jesucristo NO fuera verdadero Dios y verdadero hombre? Vale la pena insistir. Vamos, seamos sinceros: creo en un solo Dios todopoderoso, creador….. ¿Y si NO fuera “creador”? Es más, ¿qué significa que lo sea?

¿Y Jesucristo? “Engendrado, no creado….”. ¿Y si el credo dijera “creado, no engendrado? ¿Nos cambia la vida por ello?

“Que por obra del Espíritu Santo…..”, ¿y si NO fuera por obra del Espíritu Santo? Es más, y si el Espíritu Santo NO fuera una persona divina? Pero, ¿y qué con que sea una tercera persona? ¿Qué nos importa que lo sea?

Sé que me estoy poniendo insistente. Pero mi conjetura es que…… Hemos perdido la fe. Esas fórmulas carecen de vida para la mayoría de nosotros. La pregunta que hago es muy simple, y la vuelvo a repetir. En qué nos cambia real y sustancialmente la vida entera si esas fórmulas fueran diferentes. Y si no podemos responder…… Es que hemos perdido la fe. Bueno, puede quedar una llamita, titilante; además, casi con seguridad no somos personalmente responsables de esa pérdida, y casi con seguridad seguimos siendo “buenas personas”. Pero la Fe…… Como el suelo firme de toda nuestra existencia….. Se perdió.

Ni qué hablar de la “Iglesia”. ¿Para nosotros, los autodenominados católicos, la Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo? ¿Si? ¿Seguro que sí? ¿No pensamos más bien en tales o cuales obispos y sacerdotes, en tal o cual pontífice, en el estado del Vaticano, en la declaración episcopal redactada por un perito y votada por varios y callada a regañadientes por otros? Pero nada de eso es la Iglesia. La Iglesia es una realidad sobrenatural, cuya cabeza es Cristo, que está sentado a la derecha del Padre y vendrá a juzgar a vivos y muertos. La sabia de la Iglesia es la Gracia de Dios y sus milagros cotidianos son los sacramentos, cuya eficacia no depende de las virtudes personales de sus ministros legítimos. Y también es su milagro cotidiano la infalibilidad de su cabeza visible, Pedro, en materia de Fe y Costumbres. Oh, pero todo ello parece tenernos sin cuidado. No vemos la Iglesia. Vamos pero no vemos. Y no la vemos por que….. Hemos perdido la Fe.

Ni qué hablar del pecado. Del pecado original, si, por supuesto. Algunos de nosotros pensamos que somos “los buenos”. Hemos sido bautizados, hemos tomado una linda comunión, nos hemos casado por Iglesia y, claro, estamos en contra del divorcio, el aborto y la eutanasia. ¡Y ya está! ¡Somos los santos, los inmaculados! Y, del otro lado, están “los otros”…

¡Pero no! El católico debe mirar al mundo como un preso que ha sido liberado. El enfoque cambia. La redención, como una segunda creación, es recibida, es gratis, no es mérito nuestro, es obra de Dios en diálogo misterioso con una libertad que cuando dice “si” lo hace porque una gracia actual es derramada sobre ella. Por eso hemos sido liberados del pecado, y con la humildad y sencillez de Santa Teresita, debemos agradecer, como ella, si no nos hemos caído hasta ahora de la bicicleta por las manos generosas de Dios (otros vamos con la bicicleta inclinada a 45 grados, y Dios nos sostiene…). Y por eso anunciamos, sí, predicamos, somos exotéricos, pero con la humildad y el asombro del que ha sido liberado sin mérito, y no con la soberbia del privilegiado e iniciado en un mensaje esotérico para unos pocos elegidos. Y debemos por ende mirar al pecador como un igual, con la conciencia de que, después del pecado original, no nos dividimos en buenos y malos, sino que todos somos ladrones, todos le hemos robado a Dios el amor que le debemos: estamos a un lado o al otro de la cruz, y en todo caso debemos agradecer si decimos “acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino”. Esa conciencia de pecado y redención, al mismo tiempo, hace de nuestra vida una secreta y permanente ofrenda de agradecimiento, y es lo que impide que el pecado original pase, de ser Fe, a una culpa neuróticamente patológica.
Fe, Iglesia, Pecado y Redención. Los hemos perdido. Se han ido. Ha quedado sólo la costumbre, la forma vacía, la palabra hueca, los ritos muertos. Y ha quedado, también, la soberbia de los que se creen puros, de los que no viven el pecado original, los nuevos doctores de la ley, los que juzgan, los que condenan, los “superiores”.

¿Y usted?, puede reaccionar alguien. ¿Quién se cree que es? Nada. Yo no soy nada, yo no soy nadie, yo no existo, yo no insisto, sólo resisto. Pero, me pueden decir: ¿tiene acaso usted Fe? Claro, precisamente porque la Fe me es dada como un milagro. Pedimos milagros para tener Fe, pero la Fe misma es el milagro. Yo soy quien soy por la Fe. Sé quién hubiera sido sin la Fe. La Fe, como el ser finito en Santo Tomás, es recibida, no se “es”. No soy yo quien tiene fe, por mí, es Dios quien me la da, gratis, totalmente gratis, sin mérito alguno de mi parte, excepto un misterioso diálogo de la Gracia y la libertad. No es Gabriel, el filósofo, el artífice de su fe, es Dios quien me da la Fe, y a muchos, también, que dicen no tener fe, y un día la descubrirán escondidita como una secreta perla que Dios había depositado en su corazón.

Mientras tanto, algún día, algún Romano Pontífice caminará unos metros por la Plaza San Pedro, extenderá sus brazos en cruz, se dará vuelta, y, desde lo profundo, gritará, a los católicos: “…convertíos…”…

domingo, 19 de julio de 2009

COMENTARIO A LA ENCÍCLICA "CARITAS IN VERITATE"

Ver
www.institutoacton.com.ar

o tambièn:

http://www.institutoacton.com.ar/articulos/gzanotti/artzanotti51.pdf

(marcar todo, puede quedar una letra abajo y por eso no entran).

domingo, 12 de julio de 2009

HONDURAS, HIPOCRESÍAS IDEOLÓGICAS Y LA CRISIS DE LA DEMOCRACIA

Tuve una vez una genial autoridad académica que me hizo una pregunta fascinante. Siendo yo un joven egresado de la carrera de filosofía, despertaba en él y en otro ciertas expectativas que por suerte los años se han encargado de desmentir. Entre ellas, que yo “sabía” Latín. Cada tanto me llamaba y me preguntaba por la traducción de tal o cual texto. Ahora diría “no tengo la más remota idea”, pero entonces, intentando vanamente sacar algo de provecho de los tres años donde traté de estudiar tan noble lenguaje, elaboraba algunas conjeturas. “Bueno, podría ser… Pero también se podría interpretar como… Déjeme confirmar……”. Y entonces mi interlocutor me hizo una pregunta espectacular: “Pero dígame, ¿usted sabe Latín o no sabe Latín?” ¡Impresionante!! Claro, en ese orden como en todos los demás, ¿qué es “saber”?

Pasaron los años y el Latín –del cual lo único que ahora me interesa es utrum Deus sit- cedió paso a la fenomenología de las ciencias sociales, para afirmar, en muy académicos artículos, que en ciencias sociales no puede haber definiciones in abstracto. Se puede, sí, conocer el sentido de cada interacción social en cuestión, pero se debe caracterizar en una definición abierta, enraizada en la complejidad de la historia. Democracia, poder, legitimidad, mercado, precios, sí, admiten una definición, pero nunca una que logre lo imposible e indeseable: salir de la historia, salir de circunstancias complejas que, afortunadamente, nos muestran los límites de nuestro conocimiento y nos dejan abiertos a una sana incertidumbre dentro de razonables certezas.

Qué bien. ¿Suena bonito, no? Pero cuando vienen los apasionamientos ideológicos, todo se acaba. Nacen nuevamente las certezas absolutas, las definiciones tajantes, las condenas totales, la sabiduría total, o expresiones tan abiertas a la comprensión del otro como “no puedo entender cómo se defiende lo indefendible” (Insulza, infalible, dixit).

Ahora todos los “actores” en cuestión han descubierto que no es tan fácil definir qué es un “golpe”, o que sí lo es, y el que no lo entiende es el malo de la película. Fascinantes los debates epistemológicos y fenomenológicos en la OEA o en el Congreso de los EEUU afirmando qué es un golpe y qué no lo es, y acusando de las maldades más impresionantes a la “insólita” opinión contraria. Es que el caso Honduras refleja varias cosas. Una, la hipocresía y crueldad de los discursos ideológicos. Dictadorzuelos y “presidentes” afectos al partido único y, por supuesto, al “democrático” socialismo del s. XXI, se llenan la boca ahora hablando de estado de derecho, democracia constitucional, estabilidad institucional, todos nobles ideales del liberalismo político que desprecian profundamente y eliminan gradual y eficazmente de sus propios países. Hasta el embalsamado Castro salió a decir ayer que los pueblos tienen derecho a elegir sus gobernantes. ¡Autoridad moral en todo su esplendor!!!

Parte de esta hipocresía es la inoperancia, doble moral, doble standard e insulsa banalidad del mal de los organismos internacionales y sus autoridades, y autoridades de países vecinos, que en el fondo de su conciencia moral saben todo esto, pero, claro, no se atreven jamás, en su bucólico y burocrático papel existencial, a condenarlos abiertamente en público, a decirles lo que se merecen (qué solo que ha quedado el genial “por qué no te callas” del honestísimo Rey de España) y además, cuando esos dictadorzuelos y “jefes del poder ejecutivo” violan sistemáticamente el estado de derecho en su propio territorio, a los golpes institucionales y mediáticos (reitero: a los golpes), claro, entonces no hay ninguna condena internacional, nada, sólo un silencio hasta que la situación explota. Qué mundo cruel pero, como dije otra vez, qué vidas insulsas las de todos ellos, sumergidos en la triste existencia de nuevos pilatos menos dignos que el Pilato abiertamente pagano y romano que al menos tuvo el honor de que Jesucristo le hablara.

Y el doble standard, también, de algunos que, ante uno o dos casos de presidentes “de derecha” que también quieren su reelección, retroalimentando con ello la anomia institucional de América Latina, miran para otro lado. Vamos, si es así, ubíquense en la política real, díganlo, pero dejen de hablar de liberalismo político, porque “eso” es otra cosa.

Qué ingenuidad supina, también, que torpeza total, si es verdad que Zelaya violaba la Constitución, armar una película digna de “Bananas” para que toda la comunidad internacional, esa comunidad internacional insulsa e inservible, y esos dictadorzuelos crueles e hipócritas, los condenen. Prácticamente, servirles el plato, armarles el escenario de su gran teatro. ¿No imaginaban lo que iba a pasar?

Ante todo esto, ¡qué interesante debate académico! ¿Qué es un golpe? ¿A alguien verdaderamente le importa?
Pero a quienes realmente les importe, y no traten de sacar provecho para crueles ideologías, para quienes realmente estén preocupados por la democracia, Honduras es a la política lo que la crisis financiera es a la economía. Revela el límite de viejos paradigmas ante realidades sociales que los superan. La democracia constitucional está en crisis pero nadie lee o estudia a aquellos que diagnosticaron la crisis y propusieron salidas institucionales nuevas para renovar el ideal de los padres fundadores de los Estados Unidos. Buchanan y Hayek comenzaron a escribir de todo esto en los 60. Tolle, lege. Allí están. Estudien. Si, tal vez es tarde. Tal vez sea ya muy tarde, pero yo, un profesor que no existe, que no insiste, que sólo resiste, ¿qué voy a proponer?
Mientras tanto, que Dios proteja a los hondureños.
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PD: Sobre la crisis de la democracia, ver http://ideas.repec.org/p/cem/doctra/370.html
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PD 2: Ya escribí un comentario a la última encíclica del Papa. Va a salir en www.institutoacton.com.ar, pero pueden verlo en

http://www.new.facebook.com/note.php?note_id=103394687184&ref=nf

domingo, 5 de julio de 2009

LA RAZÓN Y LA FE EN EL DIÁLOGO DE MARÍA Y GABRIEL

(Escrito en Octubre de 2008).

Benedicto XVI ha insistido mucho en la armonía razón y fe; casi se podría decir que es el lema de su pontificado. En su discurso en Ratisbona, y en su discurso en La Sapienza, (donde no le dejaron asistir) habló de todo ello, marcando el sentido profundo que la razón tiene para la vida de un católico. Sin embargo, muchas veces el sentido de todo ello se nos escapa, o lo vemos reservado para los profesores de Teología o Filosofía.

Hay un modo, sin embargo, muy sencillo de darnos cuenta qué significa que la fe sea “razonable”. ¿Acaso significa que la Fe se demuestra como las matemáticas? Obviamente que no. ¿O que haya una “filosofía”, que por sus solas fuerzas, pueda “demostrar” los misterios de la Fe? Obviamente que tampoco. En ese caso no habría ni fe ni misterio. ¿Entonces? ¿No es verdad entonces que la Fe es una cuestión que no tiene nada que ver con la razón? Tampoco.

Cuando el arcángel Gabriel le anuncia a María que va a tener un hijo, sin haber convivido aún con José, habitualmente se nos destaca el “sí” de María. Perfecto. Pero hay un pequeño detalle que se nos escapa. María hace una pregunta. Que cómo puede ser ello posible, si aún no convivía con José.

Es un detalle fascinante. María tenía Fe. Formaba parte de ese “resto de Israel” que estaba esperando al Mesías. Por lo tanto, su pregunta no significó que le estaba tomando una especie de examen racional a la Fe. Al contrario, tenía Fe y formaba parte de su Fe que su creencia fuera también “humana”. Esto es, razonable. El ser humano puede tener sus malos días, pero no soporta el absurdo, el sin-sentido. Por eso el “si no os hacéis como niños….”. Porque los niños son sobre todo así. Son mejores que los filósofos mayores. Si un padre le dice a su hijo de 7 u 8 años “vamos a ir de vacaciones al mar”, el niño dice “si”. Ningún problema. Es razonable. Vacaciones, mar, sol, alegría, descanso, con papá y mamá, todo encaja. Pero si le dicen “vamos a llegar a Mar del Plata en un minuto” el niño va a confiar en su padre, si, pero le preguntará “cómo”. De igual modo, la santidad de María, su humanidad perfecta, preservada del pecado original, su “niñez evangélica” la lleva a preguntar al Padre, a través de su vocero de prensa, Gabriel, por la humanidad, la “razonabilidad” del anuncio. No pide una demostración filosófica o científica, sino que sencillamente, habla con Dios, preguntando por el sentido del misterio. Y lo interesante es que, contrariamente a muchos “maestros” humanos, la respuesta no es “cállese, no pregunte”. Se le responde con toda naturalidad que el Espíritu descenderá sobre ella y que el poder del Altísimo la cubrirá con su sombra. Observemos la bella poesía de la respuesta, no filosófica (bueno, lo que HOY se llama filosofía….), no científica, profundamente religiosa, profundamente razonable. No elimina el misterio, porque el hijo de María era (es) nada más ni nada menos que Dios…. Pero la respuesta no es “porque los pajaritos son verdes”. No, es una respuesta que manifiesta que lo que está más allá de lo natural, es el lugar de la acción sobrenatural de Dios. Misterio y razonabilidad a la vez, en un matrimonio indisoluble, cuyo divorcio se debe, no a nuestra sencilla humanidad cuando es como niño, sino a nuestras irrazonables complicaciones de lo que sea la razón…

Lo humano no soporta lo absurdo. Es lacerante, es cortante, es hiriente para nuestra naturaleza. Pero lo humano tampoco soporta sólo lo humano. Pedimos más que lo humano. En el misterioso diálogo entre nuestra naturaleza caída y la Gracia de Dios, la Gracia siempre desciende sobre nosotros, no aplastando nuestra naturaleza, no aplastando nuestra razón, sino llevándola a su plenitud. No lo olvidemos. Hablemos con Dios con la Fe de la niñez evangélica y viviremos el impresionante milagro de la luminosidad del Misterio.