sábado, 30 de agosto de 2008

PERDONAR O MORIR

Era una noche peculiar de Mayo de 1972. Era el 12 de Mayo. Mis padres nos habían llevado, a mi hermano y a mí, a escuchar un concierto de F. Gulda al Colón. No era infrecuente escuchar a Gulda, de quien había en casa una buena colección de discos en 33. Lo infrecuente era ir al centro los 4. Viajar de Ituzaingó al centro, en la década del 60, para una familia tranquila de usos conservadores, no era habitual. Pero Gulda valió la pena. Salió el auto de su pequeño garage, cubierto con un toldo, y allí quedo nuestro chalet de tejas con sus 4 habitaciones y un hermoso jardín donde estaban las bicicletas, los árboles y los sueños. Yo tenía 12 años y mi hermano 14.
Cuando volvimos había olor a humo, un coche de la policía y muchos vecinos. “Fue un petardito, fue un petardito”, le dijo uno de los vecinos a papá, intentando tranquilizarlo. No me olvido de esa expresión. El petardito había partido todo el frente delantero por la mitad, que, estoicamente, había caído sobre sí mismo sin derrumbarse. ¿Un símbolo, tal vez? El toldo de metal, retorcido, se mecía sobre los cables de luz. El living y el dormitorio de nuestros padres eran un conjunto indiscernible de vidrios, madera y polvo.
Papá y mamá se quedaron toda la noche sentados en silencio. Psicólogos, podéis haceros un festín. Sentados. Yo no pensaba en casi nada. Tampoco hablaba. Mi hermano, tampoco. Treinta y seis años más tarde sigo preguntándome qué pasaba por esas mentes; no, me corrijo, por esas vidas (la mía incluída, desde luego), en esa noche bisagra de nuestra existencia.
A la mañana siguiente aparecimos en los diarios. Mis amiguitos me felicitaban por haber salido “en el diario”: el ERP se había atribuído el atentado.
¿Qué era el ERP, Montoneros, etc.? Según el marxismo-leninismo argentinizado 101, eran los que legítimamente se defendían contra los explotadores. Ellos no habían comenzado la guerra, la guerra fue iniciada por el capitalismo y los explotadores. Desde el inicio de la humanidad, en sucesivas etapas dialécticas, el capitalismo se había preparado, y en la Argentina habría tenido puntos importantes en el 55, en el 66, etc. Ellos se estaban preparando desde entonces. Las teorías de la dependencia y las teologías de la liberación marxistas de los 70 eran el lenguaje de su ser. Ellos se defendían. Papá era uno de esos explotadores, porque no era marxista. Su lógica de clase estaba con los explotadores. Era el enemigo. Un año más tarde fue sometido a juicio público y oral en la UBA. ¿El jurado? Los estudiantes, parte de la revolución de los explotados. ¿El jurado? Ellos, obviamente, y algunos otros, funcionarios de este gobierno actual, que por caridad no voy a nombrar. El enjuiciado, mi padre, contempló el espectáculo, no pronunció palabra y se retiró por donde entró. Podría haber sido asesinado en ese mismo momento. A partir de allí comenzó un retiro existencial, cada vez más profundo, cada vez más profundo.
Los explotados se defendieron, y mucho. Mataron a adultos, a jóvenes, a niños, con la implacable lógica del revolucionario. Asesinaron, asesinaron, asesinaron, en nombre de la revolución, en nombre de los derechos de la revolución. Finalmente vino la reacción. La guerra fue terrible. Los explotadores, según ellos, civiles y militares, comunes y corrientes, según mi pobre lógica no proletaria, reaccionaron y se vengaron de la peor manera posible. Los persiguieron como ratas y a las que lograban encontrar vivas, les hacían sentir que hubiera sido preferible no haber nacido. Y también se consideraban con pleno derecho a hacerlo. Pero como en toda lógica de la venganza, el rencor, el terrible rencor del vencido, se convirtió en su misma esencia. Y allí esperaron, esperaron y esperaron, hasta que las aleatorias ruletas de la historia los pusieron de vuelta en el poder. Hoy son miembros del gobierno, caminan con la frente alta, y dicen que volverían a hacer lo que hicieron. Usando cínicamente mecanismos legales que ellos mismos estaban dispuestos a eliminar, se vengan lentamente, por goteo, de aquellos que los vencieron. Tal es su odio que, se podría decir, todo podría ser peor. Pero, por supuesto, están generando otra reacción. Lentamente, lentamente, parece que no fueron sólo los militares quienes cometieron delitos de lesa humanidad. ¿Cómo será esta reacción? ¿Cómo continuará? Dios lo sabe. Ortega y Gasset decía que las generaciones son tres: las que se encuentran en la vida, las que reconstruyen la vida, las que gobiernan la vida que construyeron. Los argentinos que ahora tienen entre 40 y 50, ¿qué están reconstruyendo? ¿Qué gobernarán en 15 años? Porque ya hay argentinos de 20 y pico que tienen el mismo odio, o mayor, que los que ponían bombas en los 70. Uno de ellos puede ser presidente dentro de 40 años…
Volvamos al chalet de mi infancia, a esa bomba que produjo algunos vidrios rotos en nuestra existencia. No había mucho mimo psicológico en aquellos tiempos, así que los que quedamos, así andamos, con los vidrios rotos pegados con plasticola (¡qué lenguaje del los 60, no!?). ¿Dónde estará el que puso la bomba en casa? ¿Quién será?
Siempre quise encontrármelo. Mirarlo a los ojos, y decirle “te perdono”. La guerra terminó. Ya no estamos en guerra. ¿Utopía? No, lo utópico sería que él pudiera perdonar también, lo cual implicaría el abandono del marxismo argentinoide 101.
Si Ortega tiene razón, hay una generación que se tiene que inmolar perdonando. Y si es muy utópico, entonces el país está condenado a su autodestrucción. Ya lo dije una vez: Alemania se libró de Hitler. Verdaderamente, ya no viven en él. Ya no es su vida. Pero nosotros, creo que no. Pequeños hitleres y stalins viven en nuestro inconsciente reprimido más profundo, y el llamado al dictador gobierna nuestras vidas, nuestras reuniones de consorcio, nuestras discusiones familiares y nuestra política. Como los alumnos que piden al profesor que “ponga orden”, claro, porque ellos no lo tienen. La Argentina está marcada por el fascismo visceral más profundo. En ella el liberal es un marciano, y el que perdona (¿será lo mismo?) un habitante del cuadrante Delta.

domingo, 24 de agosto de 2008

¿Quién soy? Una interesante pregunta "ontoteológica"

Si, puede ser que nos olvidemos del ser. Los heideggerianos eran (¿son?) unos insistentes NO olvidados del ser, y los neopositivistas unos felices olvidados del ser. Nosotros somos unos insistentes ontoleológicos en una de las preguntas fundamentales de la existencia humana y, por lo tanto, de la filosofía: ¿quién soy? Esto es: ¿cuál es el sentido de mi existencia?
Para meditar sobre ello, me permito reproducir una de las páginas más bellas de mi padre, Luis Jorge. Es el penúltimo artículo a su obra post-mortem, "La hora de encontrarse a sí mismo", un conjunto de artículos que publicó bajo el pseudónimo "Jorge Lacanna". Espero que sirva para la meditación, y también para el debate sobre el "ser".................
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LA HORA DE ENCONTRARSE A SÍ MISMO

Publicado el 1 de agosto de 1991

Es una verdad conocida –tanto, que ha pasado a ser vulgar– que los seres humanos evolucionan. También es verdad: unos más, otros menos. Desde que nacen, los hombres van cambiando, dejando de ser exactamente lo que eran –o lo que fueron– para comenzar a ser otros. En algunos casos, las diferencias son mínimas, insignificantes: el hombre sigue pareciéndose a sí mismo. En ocasiones, los cambios son grandes, profundos. Aparece un ser casi del todo diferente. Aunque la transformación total no puede darse jamás.
Las etapas
Estudiosos de áreas múltiples –médicos, psicólogos, sociólogos, filósofos, religiosos– han dedicado al tema evolutivo buena parte de sus afanes. Textos y volúmenes de varada calidad y nivel han sido escritos en todos los idiomas y merecido análisis por las mentes más lúcidas, incluyendo poetas y novelistas de primera línea.
Pero, hasta hoy. la mayor parte de los estudios y de los tratados o enfoques sobre la evolución del ser humano se han centrado, de preferencia, sobre las etapas iniciales de la vida.
Por eso, la niñez y la adolescencia –y, en parte, la no bien delimitada juventud– han merecido una suma de estudios y de tratados. Por eso mismo, desde fines del siglo pasado hasta nuestros días, los docentes y los pedagogos han resultado quienes con mayor dedicación se han volcado al tema de la evolución del ser humano aunque en particular –se comprende– a las etapas primeras de la vida, propias, por otra parte, de los ámbitos escolares.
La etapa olvidada
Si bien los períodos ulteriores de la vida no están enteramente dejados de lado, es corriente un prejuicio sobre el cual se asienta la mayor parte de los análisis evolutivos. Es el que supone que la así llamada madurez, la entera madurez, sería una especie de etapa uniforme, que se extendería desde el final de una siempre mal delimitada juventud hasta entrar en la vejez propiamente dicha, que, además, tampoco puede ser definida o delimitada con precisión.
El tema de las muchas etapas que, en cambio, conforman la vida de cada persona a lo largo de sus años –de todos sus años– así como de las múltiples circunstancias que van marcando cambios y transformaciones en su personalidad es apasionante. También largo para considerar, y no es el punto central que ahora queremos considerar.
Lo que importa es hacer presente una etapa que, extrañamente, parecería haber sido olvidada. Y es que la etapa previa a la vejez propiamente dicha –anterior a la senectud, al momento en el cual los achaques físicos se acentúan y trastornan la capacidad espiritual y mental– esa etapa que es difícil nombrar porque toda denominación es riesgosa y chocante, representa nada menos que el momento de la vida en la cual el hombre se encuentra a sí mismo.
Debemos admitirlo
Es necesario admitirlo; es forzoso reconocerlo. A medida que los años avanzan, progresa, también, esa tarea esencial de cada ser humano que consiste en encontrarse a sí mismo, es decir, en identificarse, en descubrir quién es, quién ha llegado a ser.
En esta etapa más o menos final de la vida –final no en un sentido biológico, por cierto– es cuando cada persona comienza a hallar respuesta a unos cuantos interrogantes existenciales que resultan capitales para reconocer su identidad.
Por ejemplo, comienza a cobrar conciencia de un aspecto fundamental: saber quién ha sido. Qué hizo, qué fue, qué logró. Comienza la hora crucial del balance: frente a un plan de vida, frente a ambiciones en cualquier sentido, ahora, en esa etapa, el ser humano comienza lentamente a sacar conclusiones, a elaborar márgenes de éxitos y de fracasos, hasta que, a medida que los años avanzan, el balance se hace integral y, sobre todo, ineludible.
Saber quién es significa para cada persona saber qué quiso ser y quién fue. Y esto, esencialmente, representa la identidad verdadera, la más honda, la más propia.
Importa poco, casi nada, el juicio de valor que cada persona elabore sobre su identidad definitiva, que ha de descubrir en un instante siempre indeterminado pero que alguna vez ha de llegar. Ya no le queda sino asumir esa identidad. Lo cual es una muestra de sagacidad, de cordura, de inteligencia.
Sólo en esta etapa el hombre puede llegar a descubrir su identidad verdadera, a encontrarse a sí mismo. Si es sagaz, si es inteligente, se le abre una gran perspectiva. Es una de las más hermosas tareas existenciales que Dios le pone por delante. Porque –sospecho, con audacia teológica aunque con fe implorante– que en el día del Juicio Último el Señor, antes de preguntar a cada ser humano qué hizo le preguntará, simplemente: ¿Quién eres? Conviene estar preparado para dar una respuesta lo más cercana posible a la verdad.

sábado, 16 de agosto de 2008

SOBRE EL POLLO, LA CARRETERA Y LA FILOSOFÍA

Me llega de vuelta el famoso chiste de por qué el pollo cruzó la carretera. En las contestaciones hay filósofos, hay políticos, de todo.
El chiste es ocasión para una cuestión muy densa, muy “de fondo” que, precisamente por ello, estoy esperando para re-elaborar. En este blog ha surgido últimamente el tema de la “sencillez” o no de la filosofía. El debate me muestra que hay muchos malentendidos al respecto pero que, además, aunque no haya malentendidos, hay muchas cosas que replantear.
Lo que voy a hacer ahora es una indirecta total. No estoy en condiciones de otra cosa.
Voy a colocar las respuestas de los filósofos (y parecidos) sobre por qué el pollo cruzó la carretera.
Luego la mía.
(He tenido la tentación de escribir lo que hubieran dicho Heidegger, Carnap o Hegel comentando la respuesta de Neo, pero por caridad, sólo por caridad, no lo hago).

¿Seré excluído ya totalmente de la filosofía “académica”?
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Por qué el pollo cruzó la carretera?...
PLATÓN: 'Por su bien. Al otro lado de la carretera se encuentra la verdad'.
ARISTÓTELES: 'Está en la naturaleza del pollo el cruzar las carreteras' .
KARL MARX: 'Era históricamente inevitable'.
BUDA: 'Preguntarse tal cosa (porqué el pollo cruzó la carretera) es renegar de tu propia naturaleza de pollo'.
GALILEO: 'Y sin embargo, cruza'.
NEO (Matrix): 'El pollo no existe'.
EINSTEIN: 'El hecho de que sea el pollo el que cruce la carretera o que sea la carretera la que se mueve bajo el pollo, depende. Es relativo al referencial'.
ZEN: 'El pollo puede cruzar la carretera en vano, sólo el Maestro conoce el ruido de su sombra detrás de la pared'.
GABRIEL ZANOTTI
Porque es un pollo....

sábado, 9 de agosto de 2008

SOBRE DIOS, LA HISTORIA, Y LA POLÍTICA ARGENTINA

Hay cosas muy malas para la fe, sobre todo, muchas de las cosas de las que dicen los creyentes. Por eso disculpen si me pongo in-sistente y me permito re-editar aquí nuestro último comentario en el Instituto Acton. Dios interviene en la política, pero no del modo en que habitualmente pensamos. Edit Stein lo sabía, cuando, escribiendo la historia de San Juan de la Cruz, los nazis la vinieron a buscar para asesinarla.......................
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SOBRE DIOS Y LA HISTORIA

Por Gabriel J. Zanotti

Para Instituto Acton

Agosto 2008.

Los últimos acontecimientos políticos de Argentina han sido tan singulares que han despertado comentarios de todo tipo, proporcionales en cuanto a su especial singularidad.
Uno de ellos, que compete específicamente a los objetivos de nuestro Instituto Acton, es una interesante analogía que se ha hecho con la liberación del pueblo de Israel y la dominación egipcia. Se ha presentado al pueblo argentino como un nuevo Israel, se ha dicho que Dios interviene directamente en la historia argentina y en cierto modo algunas personas creen honestamente ocupar el lugar de Moisés.
Algunas respuestas no han faltado, pero habitualmente sólo retro-alimentan lo anterior. No es cuestión de acusar a un creyente de delirio místico cuando realmente cree. No se trata de delirio, sino de teología. El asunto no es la Fe (bienvenida sea) sino en qué se cree y cómo se articula teológicamente la historia de la salvación con la historia humana.
Dios interviene en la historia humana. Es así. Suponer lo contrario es pensar como el deísmo, que afirma un gran arquitecto del Universo sin “cuidado” sobre los seres humanos, sin providencia. Ello es anticristiano, y por ende de ningún modo se trata de negar que Dios intervenga en la historia. Dios es Padre y providente, no es un principio supremo indiferente y distante.
Pero Dios interviene en la historia humana de dos maneras. Una, de manera sobrenatural y revelada, en la historia de la salvación. Esto es, en la primera y en la nueva alianza, donde la liberación del pueblo de Israel es figura de la redención del pecado que será alcanzada plenamente por Cristo en la Cruz. Esto no fue entendido por los discípulos de Cristo sino hasta Pentecostés, antes de la cual le preguntaban aún a Jesús: “Señor, ¿cuándo vas a liberar al pueblo de Israel?”, confundiéndolo efectivamente, como los zelotes –del cual Barrabás era un digno representante- con un revolucionario temporal.
Quiero remarcar que esta historia es sobrenatural, porque tiene que ver con la Gracia, con lo sagrado, porque la redención está íntimamente ligada al sacramento de la Eucaristía. Segundo, es Revelada: Antigua Alianza, Segunda Alianza, Primera Venida de Cristo, Segunda Venida (escatológica) de Cristo. Son acontecimientos explícitamente revelados por Dios, de los cuales tenemos certeza y cuyos profetas son explícitamente refrendados por las Sagradas Escrituras, la Tradición y el Magisterio de la Iglesia.
La historia humana, en cambio, no es sobrenatural ni revelada. Depende del libre albedrío de los seres humanos, y la relación entre ese libre albedrío, la voluntad de Dios, su providencia y su Gracia fue suficientemente tratada por Santo Tomás de Aquino (especialmente en el libro III de la Suma Contra Gentiles) como para que nosotros tengamos que agregar algo nuevo al respecto, excepto nuestra sorpresa –en cierto sentido- por tener que recordarlo. Es una historia cuyo futuro es desconocido para nosotros; es una historia donde Dios tolera males terribles dentro del designio misterioso de su providencia; es una historia que no tiene profetas excepto revelaciones privadas que si son verdaderas deben manejarse con suma prudencia y además no forman parte de ningún modo del depósito de la Fe.
Por lo tanto, que Dios pueda tolerar males terribles (¿hace falta ejemplos?) implica obviamente que no se pueda deducir de ningún modo el curso futuro de ningún acontecimiento político humano. Las cosas pueden ir bien, o pueden ir muy mal, y eso sólo Dios lo sabe y no altera en absoluto a la historia de la Salvación donde Jesucristo ya ha triunfado definitivamente sobre el pecado con el misterio de su Cruz.
Claro que todo lo bueno que sucede es “querido” por Dios, pero eso incluye desde el beso que damos a un hijo a la mañana hasta una acción políticamente buena. Pero ambas cosas están mezcladas con nuestra imperfección humana (la historia de la Salvación, en cambio, no) y ninguna de las dos cosas son “sacramentos” (puede llegar a ser un “sacramental”, como mucho) o pertenecen especialmente al orden sobrenatural, y nadie puede arrogarse por ende ser su privilegiado profeta ni hacerlas especialmente en nombre de Dios (o sea como el Arcángel Gabriel).
Lo contrario, esto es, suponer que una transformación política humana es parte de la acción redentora y sobrenatural de Dios, es precisamente el clericalismo y el fundamentalismo, sea de derecha (por ejemplo, aquellos que creían que tal o cual dictadura-monarquía corporativa era el sistema político “católico”) o de izquierda, como lo fue cierta teología de la liberación en su momento. En este caso, la advertencia de la Santa Sede fue clarísima: “La nueva hermenéutica inscrita en las "teologías de la liberación" conduce a una relectura esencialmente política de la Escritura. Por tanto se da mayor importancia al acontecimiento del Exodo en cuanto que es liberación de la esclavitud política. Se propone igualmente una lectura política del Magnificat. El error no está aquí en prestarle atención a una dimensión política de los relatos bíblicos. Está en hacer de esta dimensión la dimensión principal y exclusiva, que conduce a una lectura reductora de la Escritura. Igualmente, se sitúa en la perspectiva de un mesianismo temporal, el cual es un a de las expresiones más radicales de la secularización del Reino de Dios y de su absorción en la inmanencia de la historia humana.”[1]
Por lo tanto, el problema de los dirigentes argentinos que, con toda buena intención, confunden su antikirchnerismo con la historia de la salvación, no es de delirio, sino de formación teológica. Deberían meditar el aludido documento y también meditar las palabras de J. Ratzinger en su último libro sobre Jesucristo, donde pone una especial atención a las tentaciones de Cristo, y especialmente a la primera, que es la tentación de temporalismo[2].
Los cristianos estamos muy mal, muy nerviosos y muy confundidos cuando hemos perdido la fe en todo esto, esto es, cuando hemos perdido la fe. ¿Por qué Dios no nos salva de los tiranos? ¿Por qué? ¿Cuándo, Dios mío, liberarás a tu pueblo? Estamos igual que antes de Pentecostés….
Y si las cosas no fueran como nosotros quisiéramos, ¿qué? ¿Y si Cristina Kirchner triunfara de esta crisis política y gobernara 8 años más? ¿Qué? ¿Dios no existe? ¿O si alguien es kirchnerista deducirá que sí existe?
La confusión teológica produce angustia. Lo cual conduce, en última instancia, a perder la fe. Nos ponemos demasiado nerviosos por nuestras derrotas políticas, o demasiado contentos con nuestros triunfos. Cuando, en el fondo del alma, deberíamos vivir siempre el triunfo definitivo de Cristo. Desde allí, Dios ilumina los corazones, da las gracias que quiere a quien quiere y cuando quiere, y entonces sí, interviene en la Historia, de un modo misterioso, del cual sólo nos enteraremos en la Segunda Venida de Cristo.
Por ahora, ni Cristo ni ningún profeta han venido a la Argentina, ni vendrán, en la figura de ningún político. Ni de un lado, ni del otro. Y, nunca mejor dicho, gracias a Dios.

[1] Instrucción Libertatis nuntius, Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, 1984.
[2] Ratzinger, J.: Jesús de Nazaret, Planeta, 2007, cap. 2.

sábado, 2 de agosto de 2008

LA INTERSUBJETIVIDAD COMO TERCERA ETAPA EN LA HISTORIA DE LA FILOSOFÍA

La relectura del libro Lecciones preliminares de filosofía, de Manuel García Morente, me ha hecho meditar muchas cosas. Las “lecciones preliminares” de preliminares no tienen nada. Durante todo el libro García Morente va preparando su interpretación final de la historia de la filosofía, que aparece sobre todo en sus últimos capítulos. La filosofía antigua y medieval se movieron, de la mano de Aristóteles, en el realismo de la cosa en sí, donde el sujeto puede conocer al objeto. En la filosofía moderna, de la mano de Descartes, se prepara lo que concluye en el idealismo trascendental kantiano, donde el sujeto no puede conocer al objeto: la cosa en sí no es conocida. Pero la filosofía contemporánea tiene, de la mano de la filosofía de la vida (García Morente nombra allí a Ortega y Gasset y a Heidegger) preparada una sorpresa. La vida no es objeto ni sujeto. El ser humano es ser en el mundo, eso es la existencia, y la vida no es un objeto más.
Que la noción de mundo permite re-interpretar la cuestión de la cosa en sí, es una conclusión que en mi opinión –y lo dije algunas veces- se sigue de la noción de mundo de la vida de Husserl. Pero García Morente no nombra Husserl en ese sentido. No es raro. Husserl parece seguir el injusto destino de ser conocido sólo por su libro Ideas I y Meditaciones cartesianas como mucho, libros donde la inter-subjetividad no parece tener el papel especial que tiene en sus lecciones de 1911 en adelante, tardíamente publicadas, o en Ideas II o en La Crisis de las Ciencias Europeas. Esos textos permiten descubrir a un Husserl donde lo esencial es el mundo de la vida, donde la famosa “intuición de la esencia” es una matizada experiencia vital dentro de ese mundo de la vida. Donde por lo tanto ya no hay cosa en sí como objeto sin sujeto, porque el mundo de la vida siempre está presente, ni tampoco cosa en sí que queda “desconocida” cubierta por las categorías del sujeto, porque la realidad del mundo de la vida es ante todo el ser-con los otros sujetos y, a partir de allí, surge el sentido humano de las cosas no humanas, que no niegan su verdad y realidad, sino limitan su conocimiento, cuyo absoluto queda sólo reservado a Dios.
Curiosamente, días después de este rayo de tinieblas con García Morente, me encuentro con una edición castellana del prefacio a Potencia y Acto de la gran Edith Stein, un texto que debe haber sido escrito más o menos entre 1929 y 1931. Curiosamente, allí, Edith, para defender la “objetividad del mundo” (o sea, que sea posible conocer las cosas físicas como cosas en sí) no recurre a la intersubjetividad de su maestro, sino que la critica. “¿Con qué derecho se atribuye un “ser absoluto” a los sujetos pero no a las cosas materiales”?, se pregunta. Reconoce que el sujeto es un “ser en el mundo” pero entonces dice que ese dasein no es absoluto, sino limitado, porque es puesto en la existencia por el verdadero absoluto, Dios (como en el cap. I de El Ser finito y eterno). Esa interpretación cristiana del dasein le permite afirmar que entonces sólo así, sabiéndose creado, el sujeto puede atribuir existencia a las cosas independientemente del dasein…
Pero con este camino, ¿no queda Edith más cartesiana que su maestro? Para Descartes, también la realidad del mundo “no-sujeto” estaba garantizada por la existencia de Dios que había sido inferida de la finitud del sujeto (cogito).
¿Da esto razón a Heidegger, para quien Descartes es la digna conclusión de una escolástica que era realista porque creía en la creación?
¿Está la historia del realismo atravesada por la idea de creación de judeo-cristianismo?
¿Llevó la escolástica al camino cartesiano, al insistir en la teoría de los “signos” (aunque sea formales) como “interfase” ante la cosa?
Por un lado es verdad que los escolásticos presuponían la creación, y que no tenían los problemas filosóficos que tenemos hoy. Santo Tomás por ejemplo no tenía que demostrar la existencia de un mundo externo ni tampoco la existencia de Dios frente a los agnósticos. Su debate era con San Anselmo, no con Kant (que tampoco era agnóstico en materia religiosa).
¿Pero puede Heidegger despachar así de rápido la tesis del signo formal de los escolásticos, incluso en Santo Tomás, como un antecedente incoherente de la coherencia cartesiana?
¿Es así de sencillo?
“La cosa misma en cuanto conocida”, ¿es lo mismo que la representación “copia” de la cosa?
¿Seguro?
¿Y es lo mismo asumir que las cosas existen desde Dios como horizonte de precomprensión, que la limitación existencial de la cosa como punto de partida lógico para remontarse a lo no finito?
Pero volvamos al principio. Me parece que no se ha captado la importancia de la intersubjetividad, no sólo como un replanteo de la famosa “cosa en sí”, del realismo, de la verdad y de todo lo que ello implica, sino como un “agnosticismo metódico” del cual legítimamente partir en la filosofía. Tiene razón Edith en que la intersubjetividad no es el absoluto, el absoluto es Dios. Pero al captar la finitud de nuestra existencia, de nuestra existencia intersubjetiva, la captamos sin suponer que Dios existe como premisa necesaria para esa captación. A partir de allí, por otra parte, la existencia del otro es la existencia del otro en cuanto vivenciada por mí. No es una representación. Llamar a la existencia del otro en cuanto conocida “signo formal” es una mera cuestión de términos, pues en la relación yo-tú el tú es vivenciado por el yo como otro yo “and that´s it”. O sea que: ni signo formal como interfase entre yo y el tú, ni suposición lógica de Dios al captar la finitud de la existencia. No hay petición de principio por ningún lado. Y en ese sentido es verdad que la intersubjetividad husserliana inaugura una tercera etapa en la historia de la filosofía. Tal vez la profundidad ontológica que el segundo Heidegger quiso darle al dasein fue tan profunda que la enterró. La vida humana es más simple. El que me ama es real. La filosofía es más simple también.