domingo, 30 de marzo de 2008

PASARÁ DE VUELTA LO QUE TENÍA QUE PASAR

En Febrero de 2002, escribí un artículo que entonces titulé “Pasó lo que tenía que pasar”. Fue publicado en Criterio en Abril de ese mismo año. Ante las circunstancias actuales, lo reproduzco, convencido de que dentro de poco voy a tener que escribir otro que tengo in mente desde entonces, y especialmente desde que asumieron los Kirchner: “Pasó lo que tenía que pasar…. De vuelta”. Hoy reproduzco aquel artículo tal cual fue escrito entonces. Simplemente hay una parte que estoy colocando en itálica. Espero que el sentido de ese recordatorio sea descubierto por cada lector.



PASÓ LO QUE TENÍA QUE PASAR

Por Gabriel J. Zanotti

(Febrero de 2002).



Es muy común que, sobre la crisis argentina, una de las primeras cosas que se pregunte es “¿cómo pudo pasar?”. Uno de los objetivos este artículo[1]es desarrollar una tesis tal ese enfoque cambie. En efecto, nuestra tesis es que ciertas circunstancias histórico-culturales de la Argentina condujeron naturalmente al resultado que hoy todo el mundo contempla con asombro, sin caer por ello, desde luego, en ningún tipo de determinismo histórico, sino utilizando conjeturas generales que en ciencias sociales nos hagan pasar del caos absoluto a una hipotética explicación[2].
Ahora bien, ¿a qué “ciertas circunstancias” nos referimos?
La Argentina fue siempre una cultura autoritaria. Como todas las comunidades emergentes de la colonización española. Ninguna novedad al respecto.
Antes de su organización constitucional (1853), y extinto el Virreinato del Río de la Plata, la Argentina era sencillamente una permanente lucha entre diversos amantes del poder absoluto, llamados caudillos, que buscaban ocupar el espacio dejado por la caída del régimen colonial. La mayor parte de ellos heredaban la concepción del poder de monarquías absolutas con cierta orientación religiosa. Pero, desde Buenos Aires, el poder lo disputaban ciertos líderes con formación en el iluminismo francés, de tipo positivista; lo que Hayek llamaría constructivismo.
Así, desde 1853 en adelante, la organización constitucional argentina significó una especie de “empate” entre dos tradiciones, diferentes en cuanto a la impronta cultural del poder (tradiciones “hispano-católicas” por un lado vs. positivismo laicista y pro-“democrático”, al estilo Rousseau, por el otro) pero coincidentes en que la sociedad se “construye” y se planifica desde el poder hacia los gobernados. Casi nadie tenía la noción anglosajona de derechos individuales, de orden espontáneo, de gobierno limitado. El único que intentó “plantar” algo así, en ese terreno culturalmente hostil, fue J. B. Alberdi, el redactor de la Constitución de 1853. Dicha Constitución intentó ser liberal clásica pero la interpretación que le dieron tanto gobernantes como gobernados (desde el principio) fue muy distinta, creo, a la interpretación que le diera el redactor original.
De todos modos, desde 1853 a 1930 la Argentina logra un período sin guerras civiles y con cierta libertad en materia económica. Sólo esos dos factores producen esa Argentina que después de la 1ra guerra mundial compite con Canadá y Australia en cuanto a nivel de desarrollo económico.
Las circunstancias culturales de fondo, sin embargo, están lejos de ser ese supuesta aplicación del liberalismo clásico, al menos como Hayek lo concibe. El país se estructura tal como el constructivismo iluminista lo prescribe. La educación comienza a ser absorbida drásticamente por el estado[3]; la codificación y no el common law es el sistema jurídico; la democracia es sólo una palabra y el fraude y la manipulación electoral es “norma”, al menos hasta 1916, y las culturas indígenas son barridas y aniquiladas brutalmente hacia fines del s. XIX y ppios. del XX.
A pesar de todo eso, ciertos elementos buenos compensan. La inmigración encuentra un gobierno que económicamente los deja hacer y estabilidad de la propiedad y los contratos hace el resto.
Sin embargo, ese “empate” al que nos hemos referido era una bomba de tiempo a punto de estallar. Los militares de 1930 eran sencillamente pro-nazis que querían barrer incluso con la división formal de poderes que hasta entonces regía. De 1930 a 1945 el “factor militar”, de corte nacionalista, con c o con z, según los matices, comienza a mostrar la inestabilidad política latente hasta entonces dormida. Juan Domingo Perón, un militar admirador de Mussolini, no inventa nada nuevo[4] excepto su especial habilidad para ganarse demagógicamente al electorado más manipulable. Encuentra la alfombra cultural desplegada para todo lo que quiere hacer. Y lo hace.
Nunca serán demasiadas las veces que se intente explicar el drama cultural del peronismo, parte de la crisis actual. Perón instaura, de 1945 a 1955, un régimen mussoliniano en lo político y socialista en lo económico. La afiliación al partido es obligatoria, los que verdaderamente se oponen deben exiliarse y, además, toda los servicios públicos son estatizados, toda la industria es protegida, y comienza la inflación y el déficit financiero del presupuesto. La Universidad argentina, hasta entonces verdadera universidad, comienza un camino sin final de degeneración. La adulación al poder, la prepotencia del poder, la soberbia del poder, llegan con su furia cultural más extrema y no se van nunca de las llamadas clases dirigentes argentinas.
En el 55 Perón pierde el poder porque, extrañamente, comete un error: se pelea con la jerarquía elesiástica. No por otra cosa. Eso hace reaccionar a los militares “católicos” y, con ellos, a todo el antiperonismo restante: miembros del partido radical, socialistas democráticos, comunistas, etc.
Esa coalición sustituye a Perón. A partir de ahí, nadie intenta privatizar, ni desregular, ni nada que se le parezca[5]. Son antiperonistas porque se oponen a Perón como persona, pero heredan y practican su concepción del poder y la economía.
Vuelvo a insistir en que pocas veces se repara en el drama cultural que esto significa. Es como si en Italia existiera aún un partido mussoliniano, en Alemania un partido Nazi o en España un partido franquista, y como si los demás partidos hubieran copiado sus costumbres. Europa sería hoy lo que era en el 30. Así de simple. Que en Argentina exista, con toda su fuerza política, un partido “peronista”; que muchas y cultas personas se digan peronistas, que estudien y digan practicar la “doctrina” del “líder desaparecido”, que aún canten su adulona, grotesca y promarxista cancioncita (la “marcha peronista”) es una muestra del drama al que me estoy refiriendo y parte de la explicación de la “natural” decadencia argentina.
Pero la historia, a partir del 55, no se detuvo en ese letargo nazifascista. Fue peor. En medio de todas las inestabilidades de partiduchos, militarotes y supuestos civiles ilustrados, los comunistas pro-castristras y demás facciones marxistas intentan tomar el poder. A partir de los 70 siembran el terror. Hoy todos se han olvidado. Asesinan inocentes, ponen bombas, violan todos los derechos humanos que hoy dicen defender. Los nenitos de 20 años que entonces levantaron las armas están hoy en la política y en los medios de comunicación diciendo que lo que hicieron, “en esa época”, estaba bien. Casi logran tomar el poder, con los “peronistas” (¡qué casualidad!) en el poder. Hoy todos lo han olvidado.
Una coalición civil-militar toma el poder en el 76. Excepto su anticomunismo, no tienen idea de nada. No planifican una salida democrática. Reprimen bestialmente, sin ningún límite, a la guerrilla, y la exterminan de igual modo que a principios de siglo se hizo con el indígena. Económicamente siguen con el gasto público, el endeudamiento y la inflación.
En el 82, uno de estos militares iluminados invade las islas Malvinas, con todo el apoyo de la población civil, que lo vitorea en la Plaza de Mayo, y de casi todos los supuestos intelectuales argentinos. Pocos se oponen a semejante locura. Hoy todos lo han olvidado también.
Como consecuencia de semejante locura, y la obvia derrota, los militares dejan el poder y en 1983 la socialdemocracia del partido radical, con R. Alfonsín a la cabeza, gana las elecciones. Se vuelve, al menos, a la formalidad constitucional, y la guerra civil entre guerrilla y militares, al menos en las armas, termina. Pero todo el aparato estatista –en economía, educación, salud, seguridad social- sigue sencillamente intacto.
En 1989 Carlos Menem gana las elecciones. Su persona y su gobierno implicarían todo otro análisis. Por lo pronto digamos que los argentinos de ningún modo votaron a un programa transformador. Si Menem pensaba en 1989 en alguna reforma sustancial de la economía, jamás lo dijo. Ganó sobre la base de decir lo que una cultura autoritaria y estatista gustaba oír.
Después de terribles vacilaciones que duraron 2 años, Menem hace sencillamente tres cosas. Una, restaura relaciones con EEUU, con Gran Bretaña y saca a la Argentina del movimiento de naciones del “tercer mundo”. Dos, privatiza las empresas estatales. Mal: con privilegios, monopolios, protecciones. Tres: deja de emitir moneda para el déficit del presupuesto.
Esas tres cosas, un equivalente a 2 más 2 son 3,5, bastan para que esta argentina mussoliniana y estatista tenga un gran progreso. Pero, claro, el estatismo seguía.
Menem no derogó las regulaciones a la economía “privada”. Tampoco derogó ni rebajó impuestos, sino que los aumentó y extendió. Tampoco derogó la legislación mussoliniana de los sindicatos, impuesta desde Perón y no derogada por nadie. El gasto público siguió aumentando pero ahora el que lo financiaba no era la emisión monetaria sino el FMI, con el obvio crecimiento de la deuda externa. Y se fijó la famosa convertibilidad de 1 a 1. El valor del dólar no depende de la voluntad del gobierno, obvio, pero una repentina amnesia del abc de la economía inundó a los asesores de Menem, casi todos con hermosos doctorados en la Universidad de Chicago y un maravilloso inglés.
Que Menem, al lado de otras opciones, pareciera poco menos que un Reagan, no hace más que mostrar la espantosa decadencia cultural argentina en cuanto a las “demás” opciones.
En 1999, radicales y partidos de izquierda forman una coalición para vencer a Menem. Levantan la bandera de la lucha contra la corrupción, pero ellos jamás habían sacado un mínimo de corrupción en sus respectivos gobiernos estatistas. Sencillamente no le perdonan a Menem la privatización de empresas y se presentan ante la opinión pública como una combinación de Gandhi y la Madre Teresa de Calcuta. El electorado argentino, ingenuo a más no poder, los vota.
De la Rúa, un honesto radical y nada más, es sencillamente superado por las circunstancias. Sigue con el 1 a 1, el FMI, la presión impositiva, un gasto público enorme y ese conjunto de absurdos a los cuales ahora se llama “neoliberalismo”. La situación les explota, a él y a su ministro, en las manos, como la bomba H.
Pero el detalle cultural interesante es cómo se les pudo pasar por la cabeza, a estos técnicos de saco, corbata, inglés, Borges y música clásica, hacer lo que hicieron. Ante la obvia corrida bancaria, reaccionan con el paroxismo del estatismo e impiden por ley el retiro de depósitos.
¿Por qué? ¿Cómo se les pudo ocurrir algo así?
Lean todo este ensayo de vuelta, que Dios quiera esté equivocado, y si está acertado tendrán la respuesta: eran y son culturalmente argentinos. Sencillamente autoritarios. Sencillamente drogadictos del poder.
Lo que siguió, ya se sabe. Lo importante es la interpretación de la historia, porque no hay historia sin interpretación.
Claro, el encerramiento legal de los depósitos (“corralito”) fue la primera medida estatista en décadas que tuvo dos catacterísticas: visible e impopular.
Las personas, por primera vez en décadas, se sintieron robadas y ultrajadas. Menem ya había confiscado las cuentas corrientes en la hiperinflación del 89, pero la “bancarización obligatoria” agregó a esto niveles de crueldad insólitas. La inflación y la presión impositiva, armas que Perón dejó en la cultura, siempre fueron robos, pero las gentes no lo advierten. Ahora, en cambio, cuando el gobierno le dice cuánto puede sacar del banco, sí.
Pero es muy dudoso que las personas que ahora protestan tengan idea de las opciones. Su respuesta emocional no es indicadora de que han leído a Mises o Hayek. Son las mismas personas que votaron y apoyaron, una y otra vez, las medidas estatistas que llevaron a esta tragedia, y las incoherencias que barruntan entre medio de gritos comprensibles no son ningún síntoma de esperanza.
Si hay esperanza, no lo sé. Qué va a pasar, tampoco lo sé. Hay sociedades que sufren espantosos procesos de disolución y luego se recuperan. Otras, no. Alemania se libró de Hitler.
Los argentinos, no.


[1] Estamos escribiendo estas líneas el 11 de Febrero de 2002. Dada la aceleración de los tiempos políticos en la Argentina, es importante aclarar la fecha.
[2] Ver Popper, K.: La miseria del historicismo, Alianza, Madrid, 1973, cap. IV.
[3] No queremos dar la impresión de estar criticando despectivamente a la idea de escolaridad obligatoria del siglo XIX, muy entendible en su momento. Sólo queremos destacar la tradición estatista que con ello se inicia en el ámbito cultural.
[4] Es verdad que Perón, independientemente de sus ideas fascistas mussolinianas, tomó la bandera de la legislación laboral, cuya aplicación había intentado sin éxito, años atrás, Joaquín V. González.
[5] Por supuesto, había en esa coalición algunos liberales clásicos, que se podían contar con los dedos de una mano, literalmente. Obviamente no fueron escuchados en absoluto ni lograron nada.

domingo, 23 de marzo de 2008

SIGAMOS VIAJANDO A VIAJE A LAS ESTRELLAS

Preparando el ambiente para un “viaje a las estrellas” que voy a hacer el fin de semana que viene, :-)), vamos preparando el terreno….
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“No hay mayor amor….. Que el que da su vida por sus amigos”: el Sr. Spock!!! (Final de mi comentario a Viaje a las Estrellas (I yII) de Filosofía para los amantes de cine, JC Ediciones, Rosario, 1996, pp. 114-116).
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“…¿Y el Sr. Spock? El guionista lo hace aparecer como una persona fría porque razona mucho. Error. ¿Qué tiene que ver? Según lo que acabamos de decir, nada. En todo caso, hay personas -razonen mucho o poco- a las cuales les cuesta expresar lo que sienten, aún en el caso de que su razón les señale que esa expresión sería sumamente conveniente.
El Sr. Spock sintió que sus amigos estaban en peligro, y quiso ayudarlos. Por más que entró a la nave hecho un bloque de hielo, esos eran sus sentimientos (aunque en un momento, Kirk y McCoy lo dudaron). Sentimientos sellados por una razón que le decía que eso estaba perfectamente bien.
Curiosamente, en Viaje a las Estrellas II, el Sr. Spock da su vida por la nave y su tripulación. El Enterprise está tratando de tomar velocidad ante la inminente explosión de una nave enemiga muy cercana a su posición. Empero, sus sistemas están dañados y el piloto, el Sr. Zulu, no puede hacer más que esperar que el ingeniero Scott arregle el problema. Pero Scott no puede hacer nada. En minutos, el Enterprise será destruído por la explosión de la otra nave.
Spock se da vuelta en su asiento y su expresión revela la toma de conciencia total de la situación. Lo veremos, con decisión, aunque sin correr, dirigirse hacia la sala de máquinas. Kirk no lo advierte. Spock va a entrar a una zona de radiación de niveles mortales para arreglar manualmente el reactor. McCoy trata de impedírselo. Spock, sin violencia, lo neutraliza. Entra a la sala del reactor y cierra el visor aislante, para que los demás no sean afectados. Arregla el reactor, con la eficiencia acostumbrada. El tablero del Sr. Zulu indica velocidad restaurada. El Enterprise acelera. Y escapa por segundos de la enorme explosión.
En la sala de comandos, Kirk está distendido. Pero entonces lo llaman de la sala de máquinas. Simplemente, le piden que vaya, y nada más, aunque en un tono muy especial. Jim ve el asiento vacío de Spock y su expresión cambia absolutamente. Se dirige como un rayo a la otra sección.
Su amigo de toda la vida, Spock, está tendido junto al reactor. La primera emoción de Jim es la audacia: trata de ayudar a su amigo herido. Scott y McCoy lo atajan y le explican que ya todo es inútil: Spock está agonizando y, además, no puede correrse el visor, so pena de afectar al resto. Ahora Jim siente tristeza, y lo expresa. Llora; una de las cosas más sanas que cualquier humano puede hacer, que una ridícula "sección" de nuestra cultura reserva al sexo femenino.
Spock ve a su amigo y le quedan todavía suficientes fuerzas como para ponerse más o menos de pie y arreglarse en parte su uniforme. Un respeto mandando por su conciencia, hacia su amigo, que él había decidido seguir y obedecer. Una relación de mando y obediencia moralmente correcta.
Almirante y Primer Oficial, amigos ambos, tienen un diálogo final.
- Spock...!
- Jim... La nave, fuera de peligro?
- Si...
- No te apenes, Almirante. Es lógico...
Y, después, agrega:
- Siempre he sido... Y siempre seré... Tu amigo.
En el funeral, el Almte. Jim Kirk dice unas palabras para despedirlo.
"De mi amigo, sólo diré... De todas las almas que encontré en mis viajes, la suya fue la más..., la más...
humana".

sábado, 8 de marzo de 2008

VIAJEMOS A VIAJE A LAS ESTRELLAS

Cambiando un poco de tema, aprovecho para hacer hoy (8 de Marzo) una entrada de uno de mis temas “filosóficos” favoritos, la saga “Star Trek”. Como dentro de poco voy a dar una charlita sobre ello, creo que puede ir preparando el ambiente.
El artículo que publico hoy fue escrito en 1997, no lo pude publicar entonces, y lo presento ahora ligeramente modificado. Mantiene sus ideas y estructura básicas. Espero que presente tantas polémicas como Benedicto XVI, Feyerabend, etc., y, si están atentos, van a ver que hay muchas relaciones… (La alusión a Ratzinger fue hecha en 1997, no ahora).
Live long and prosper!!!!!

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EL PROBLEMA FILOSÓFICO DE ‘STAR TREK’*
Por Gabriel J. Zanotti

Escrito en 1997; reelaborado para el blog.

Al lado de muchos “fans” de la serie -por no decir “fenómeno cultural”- Star Trek, yo soy sólo un aficionado. No he visto todos los capítulos de la serie original, ni todos los de “Next Generation”, ni todos los de “Deep Space Nine”, ni todos los de “Voyager”. Tampoco hablo Klingon...[1].
He visto, sí, todas las películas (ocho hasta ahora) y tengo una peculiar afición: estudiar algunos de sus aspectos filosóficos[2].
En esta ocasión, empero, no me referiré a los múltiples aspectos filosóficos que ya sólo en las películas se pueden observar[3], sino a lo que creo que es “el” problema filosófico básico de toda la serie, y que explica su éxito y su transformación en un “fenómeno cultural” totalmente coherente con este fin de siglo.
Nuestra tesis es que Star Trek representa, frente al post-modernismo filosófico y académico, un nuevo resurgimiento de las tesis más clásicas de la Modernidad: sin más trámite, afirmamos que Star Trek implica un renacer popular y a la vez refinado de los ideales modernos de Igualdad, Libertad y Fraternidad. Lo cual implica el siguiente análisis: si ello es así, ¿qué relación guarda Star Trek con una concepción cristiana de la vida?
Antes que nada, un detalle hermenéutico. Ni los guionistas antiguos ni los actuales son filósofos, ni se plantearon estos problemas. El artista, quiéralo o no, recibe de su cultura parte de su inspiración y, además, la obra terminada tiene una autonomía que ya no depende del artista, sino del intérprete. Ella está de por sí abierta a una multiplicidad de significados que no sólo dependen de la anticipación de sentido del intérprete[4], sino también de la riqueza de la obra misma, que tiene un significado “en potencia” entre el acto de la intentio auctoris y la intentio lectoris.
Así las cosas, nuestro análisis no se basa en un análisis de las intenciones de los guionistas, sino de ese significado potencial que se abre ante nuestros ojos.
Si se leen o se ven los múltiples reportajes que aparecen a los “fans” de Star Trek, ellos responden, a la pregunta clave (¿por qué les atrae?) algo increíble. Adolescentes, profesionales mayores, sectores sociales diversos, niveles educativos diferentes... No importa. Sobre ellos no ha pasado Heidegger, ni Váttimo ni Lipovetsky. Mal que les pese a los postmodernos, los fans de Star Trek nada saben de lo que saben de filosofía y, por ende, se erigen actualmente, sin saberlo, como los nuevos representantes de la modernidad ilustrada, dándonos una pauta, ello, de cómo ciertos elementos perviven más allá de lo que los filósofos “profesionales”, encerrados en nuestro mundillo, pensamos.
Según los guionistas de una de sus mejores películas, “Viaje a las estrellas” nace en realidad cuando, en el siglo XXI, después de la tan temida gran guerra, los terrestres logran superar la velocidad de la luz y una nave vulcana lo advierte. A partir de allí, a partir de ese contacto con esa cultura “superior”, la humanidad entra definitivamente en la superación de su oscuridad. La luz de la ciencia y la conciencia de la paz y la fraternidad universal todo lo iluminan y lo solucionan. En la nueva humanidad ya no hay guerras internas, ni pobreza -ni dinero...-, ni enfermedades atroces. La nueva humanidad es líder de una federación de planetas que, buscando lo desconocido, va expandiendo, bajo las manos audaces y sabias de Kirk y Picard, los beneficios de la ciencia y de la paz a las civilizaciones que así lo desean. No hay guerras de agresión: los guionistas de la Nueva Generación se han cuidado mucho de que Picard retroceda frente a civilizaciones que no quieren su ayuda (sin que ello impida, desde luego, interesantes aporías cuando en ciertos planetas no se respetan los derechos humanos fundamentales...). Sólo hay guerras de defensa: contra el Imperio Klingon, primero (unido a la Federación por obra de Spock en la película 6) y hasta ahora contra el (¿o los?) misterioso/s Borg. Libertad: nadie es esclavo en la Federación. Nadie es obligado a entrar en ella. Igualdad: todos están llamados a ocupar los más altos puestos en la Federación. No importa si es varón o mujer, ni de qué planeta o civilización viene. Nadie sufre pobreza ni humillaciones. Todos reciben una medicina que supera absolutamente a nuestros brutos tratamientos. Fraternidad: todos están llamados a formar parte de esa hermandad universal de buscadores de la paz y el progreso científico. La racionalidad, la racionalidad que sabe apasionarse cuando es necesario, es la ley. La figura noble, sabia, tranquila, inteligente y no violenta del Sr. Spock es el tipo ideal weberiano que más enamora a los fans de la serie.
¿No es innegable que todo esto tiene un atractivo conmovedor? Es que el atractivo de una humanidad en paz y en progreso tiene un valor perenne. Por eso su ideal sobrevive a las más pesimistas elucubraciones de los postmodernos, y tampoco se mezcla con la New Age, donde lo irracional sería severamente “retado” por alguna lógica reflexión del Sr. Spock.
Pero, claro, todo tiene sus “peros”. Pongámonos ahora en el lugar de un creyente anti-modernidad, o un heideggeriano/frankfurtiano apocalíptico, para los cuales la modernidad está lejos de ser un ideal. Desde allí surgiría esta básica objeción. Star Trek es un peligrosísimo mensaje. Es la consumación de la sociedad inmanentista y tecnificada que el iluminismo racionalista y cosmopolita anunciaba. En esa sociedad, Dios no aparece. Tampoco hay conciencia del pecado original. La humanidad nunca va a sufrir una evolución repentina hacia la paz permanente. El pecado original lo impide, e ignorarlo es ingenuo. La salvación no está en la Federación: está en Cristo, en un Cristo absolutamente ignorado en esos viajes interplanetarios. El dogma del pecado original es impíamente presentado por Spock como “mitología terrestre” en “Star Trek 6”. No, no es esa sociedad el ideal. La Federación es una utopía tan innecesaria como peligrosa. Cristo ya ha triunfado. Su triunfo es la Cruz. No las correrías ingenuas de Kirk, Spok, McCoy y Picard.
Después de un “reto” así... ¿Qué tiene para decir un creyente que, como el que escribe, admira los ideales modernos de ciencia, democracia, paz y libertad?
Opinamos que, en primer lugar, lo básico consiste en diferenciar Iluminismo racionalista de Modernidad en sí misma[5]. La Libertad, Igualdad y Fraternidad son ideales cristianos. Que el Iluminismo los haya “sacado” de Cristo es otra cuestión. Pero los tres conceptos tienen un significado sobrenatural con implicancias en la sociedad humana.
La Libertad es fruto de la Redención, con la cual fuimos y somos liberados del pecado. Implicanción temporal: todo ser humano tiene inteligencia y voluntad, y debe ser tratado como tal. Todos los seres humanos tienen los mismos derechos, sean o no creyentes. ¿Rawls o Maritain? Dejo al lector la respuesta.
La Igualdad está dada porque todos somos iguales ante la Redención. Dios quiere que todos los seres humanos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Implicación temporal: todos somos iguales porque todos tenemos los mismos derechos, dada que la naturaleza humana es la misma en todos los seres humanos.
La Fraternidad está dada porque todos somos hermanos de Cristo. Los que estamos bautizados, y los que no lo están también, potencialmente, porque Cristo los está llamando, desde la Cruz, a ser Hijos de Dios. Los que pecan también, porque Dios los llama, desde Su Redención, a recuperar la gracia habitual. Y hay cristianos ignotos en los cuales la Gracia ha descendido con medios extra-ordinarios, porque el Espíritu sopla donde quiere y cuando quiere.
Implicación temporal: todo ser humano es un hermano porque es un igual. Tiene los mismos derechos. Merece el mismo trato. No está por encima mío ni por debajo.
Ahora bien, los cristianos hemos madurado un poquito, a pesar nuestro. Ya sabemos algunas cosas. Entre ellas: no hay una “sociedad cristiana”, pero sí hay implicaciones temporales de la liberación del pecado. Pero: las implicaciones temporales de la liberación del pecado no son inmediatas. Se dan alternativamente, con subas, bajas e intermedios. Tampoco fueron reveladas. Jesucristo no cambió, como fin inmediato, las estructuras temporales. Cambió los corazones. Desde allí, desde cada corazón redimido, nace, a través de la Caridad, el deseo de justicia. Y eso es fermento de la sociedad temporal.
Tampoco son unívocas ni únicas. Se van dando a través de ciertas mediaciones: las circunstancias históricas, la evolución de las ciencias sociales, la prudencia política en la aplicación de principios universales, la tolerancia consiguiente. Y, por ello mismo, todas tienen un gran margen de opinabilidad en relación al Depositum Fidei.
Por eso los cristianos no tenemos una utopía temporal5b. Sabemos, efectivamente, que el pecado original atraviesa toda nuestra vida y toda la historia humana como una flecha hiriente. Por ello una paz permanente es ilusoria. Pero la herida no es mortal. Cristo ha triunfado. Su redención cura al pecado mortal. Por ello siempre es posible una sociedad no perfecta, pero sí mejor. El cristiano sabe que el vínculo de perfección está en la Caridad, y no en un proyecto temporal, pero sabe que, por la misma Caridad, sus propuestas de mejoramiento a la sociedad temporal forman parte de los deseos de Dios. Aunque, si salen mal, el responsable es él; no Dios ni su Iglesia.
Puede hablarse, por ende, de una Modernidad Cristiana, si por ello se entienden ciertos ideales vistos desde la Cruz. Una sociedad donde los derechos básicos de todos los seres humanos se respeten; una sociedad donde la ciencia y la técnica estén al servicio de las necesidades del hombre; una sociedad donde todos estén llamados a colaborar, en la medida de su idoneidad, con la sociedad temporal, (sean o no cristianos), es un ideal cristiano[6]. En qué medida puede darse, no lo sabemos ni lo sabremos nunca. El pecado original siempre está allí, dentro nuestro, tan dentro como la presencia de Cristo que cura sus heridas.
¿Y qué dicen de todo esto los guionistas de Star Trek? La pregunta es ingenua. Star Trek no es el Catecismo; cualquier cristiano maduro lo sabe. Un cristiano con madurez (¿una “¿qué es la ilustración?”… “cristiana”?) puede ver Star Trek en libertad, con la misma libertad que emerge de todo corazón redimido.
De todos modos, hay ciertos elementos en Star Trek que muestran que ciertas cosas también penetran los pensamientos de los guionistas sin que ellos lo adviertan. Star Trek 1 es una alegoría de las relaciones de amor de Creador y criatura. Star Trek 5 es precisamente la muestra de la ilusión ingenua de un planeta perfecto en contraposición a un Dios que habita en nuestros corazones -palabras de Kirk, aunque el lector no lo crea-. Star Trek 8 es la presencia siempre amenazante del mal, del pecado, representado en el misterio de los (¿o el?) Borg, que sólo por Mr. Data no logran “asimilar” totalmente a la raza humana.
Pero estos son elementos contingentes. Lo permanente es que Cristo es la salvación, y esa salvación se ha dado en la Tierra. Las especulaciones teológicas sobre los extraterrestres deben tomarse más en serio. ¿Por qué protestar tanto contra la “industria cultural” de Hollywood? ¿Siempre protestando, los cristianos, contra lo que va corriendo delante de nosotros? Hagamos una película de misioneros cristianos intergalácticos, llena de efectos especiales, y teológicamente irreprochable frente a Ratzinger en persona. ¡E invitémoslo al estreno!
Estoy seguro de que lo tendremos al Papa en primera fila.




* Quiero agradecer a Diego Doval y a Christian Doyle por su asesoramiento técnico en temas y términos de “Star Trek”.
[1] Aunque al lector de esta revista estas cuestiones el parezcan extranas, los “fans” de este fenómeno cultural no sólo ven todos esos capítulos, sino también los ven más de una vez, además de conocer a la perfección toda la serie de películas.
[2] Por ejemplo, en nuestro libro Filosofía para los amantes el cine (JC Ediciones, Rosario, 1996), cap. 7.
[3] Piénsese, por ejemplo, en la relación entre inteligencia humana e inteligencia artificial en la película Nro. 1 y en el personaje del Sr. Data; la relación razón-pasiones en el Sr. Spock; la filosofía política en la actitud de la Federación con otras civilizaciones; la filosofía de la ciencia implícita en un futuro que ha logrado superar la física Einsteniana; la amistad y la relación bien común-bien particular en el sacrificio y rescate del Sr. Spock (películas 2 a 4); las paradojas temporales que se observan en las películas 4, 7 y 8; la unidad y multiplicidad en los (el?) Borg; el problema de Dios y la Trascendencia en la 5... Etc.
[4] Ver Gadamer, H.G.: Verdad y Método, Sígueme, Salamanca, 1991 [1960].
[5] Hemos hecho esa distinción -sin ninguna originalidad de nuestra parte, desde luego- en nuestro artículo “Modernidad e Iluminismo” en Libertas (1989), Nro 11.
5b Ver Spaemann, R.: Crítica de las utopías políticas; Eunsa, Pamplona, 1980, cap. IV.
[6] Ver Constitución Pastoral Gaudium et Spes, y Declaración Dignitatis Humanae, ambas del Concilio Vaticano II. Sobre la no-contradicción de la libertad religiosa con la tradición anterior, ver nuestro art. “Reflexiones sobre la encíclica ‘Libertas’” en El Derecho, Nro. 7090 , 1988.

sábado, 1 de marzo de 2008

FEYERABEND Y LA FALTA DE LIBERTAD "RELIGIOSA" ACTUAL

Para continuar explicando el caso Feyerabend, publico hoy algo que escribí el 10 de Marzo de 2004 (no lo pude publicar entonces). Va a despertar muchas polémicas pero además es dificil de entender lo que intento. Lo explico: sobre la basa de la redacción de una noticia de actualidad, que fue un caso real, voy intercalando lo que un imaginario relator del s. XIII hubiera podido decir por un caso culturalmente "similar", y, de ese modo, vamos descubriendo lo que Feyerabend quiere decir.
Entre paréntesis, si alguien quiere ver un comentario sobre el discurso que Benedicto XVI no pudo pronunciar, vean este lunes 3 la página de www.institutoacton.com.ar
Un abrazo y aquí estoy dispuesto a recibir preguntas y comentarios.



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UN CASO DE INTERTEXTUALIDAD, SOBRE LOS CASCOS Y LA LIBERTAD.
Por Gabriel J. Zanotti

10-3-2004.

Comenzaron a multar a los motociclistas que no llevan casco


Siglo XIII: comenzaron a multar a los caminantes que no llevan la cruz.


Desde esta mañana empezaron en la intersección de la avenida Corrientes y Carlos Pellegrini los operativos de control para los motociclistas que no lleven puesto sus cascos.


Desde esta manana comenzaron en el camino a Nápoles los operativos de control para los caminantes que no lleven puesta la cruz.


Desde las 9, los policías detenían a los motociclistas que no llevaban el casco o que lo portaban de una manera incorrecta, en tanto que el personal de la Dirección de Seguridad Vial se encargaba de dictar las multas y retener el vehículo.


Desde el amanecer, varios caballeros detenían a los caminantes que no llevaban la cruz o que la portaban de modo incorrecto o profano, en tanto que los servidores de los castillos cercanos se encargaban de dictar las multas y retener al caminante.


Algunos de los hombres que recibieron la infracción se quejaron de la medida y atribuyeron la falta del casco por el alto costo que tienen.


Algunos de ellos se quejaron, diciendo que no tenían la cruz por su alto valor en oro y plata.


Una moto retenida y 16 infractores
Un caminante preso en una torre y 16 infractores.


Hasta este mediodía, el primer operativo tuvo como resultado una sola moto retenida por no tener casco y unas 16 infracciones a conductores que lo tenían pero no lo llevaban puesto, informó a esta agencia la funcionaria.


Hasta este mediodía, el primer operativo tuvo como resultado un caminante preso por no tener cruz y 16 advertencias a quienes no la llevaban puesta.
El operativo se trasladó más tarde a la esquina de Corrientes y Florida, y por la tarde los inspectores se instalarán en la intersección de Corrientes y Alem y continuará mañana en otros tres puntos de la Ciudad.


El operativo se trasladó más tarde al camino a París, y por la tarde otros caballeros de trasladarán a otros puntos importantes del sacro imperio.


La directora de Seguridad Vial, Alicia Piris, quien permaneció en el lugar del operativo, informó a la agencia Télam que en esta nueva etapa las personas que reciban la infracción serán sancionados con una multa de 50 pesos, pero además se les retendrá la moto, la que será remitida a un depósito del Gobierno de la Ciudad.


Un servidor del Santo Oficio, quien fue testigo de la medida, informó a este visitante que en esta nueva etapa los infractores serán sancionados con un impuesto a tres cuartas partes de su producción agrícola, pero además se anotará su nombre para que sea informado al Santo Oficio de Roma.


La orden de devolución del vehículo será emitida previo pago de gastos de acarreo (38 pesos) y depósito (2,10 pesos).


Esto sólo se revocará en caso de arrepentimiento público y promesa de participar en las cruzadas.


Además, el infractor deberá presentar la constancia entregada por el controlador de faltas y acreditar su calidad de tenedor o titular de la moto, llevando el casco reglamentario y su documento de identidad.


Además, el infractor deberá presentar constancia de su bautismo y dos testigos de su eucaristía dominical.


"No se trata de una campaña para recaudar"
No se trata de nuevos fondos para el sacro imperio.


Según confirmó hoy el jefe de Gobierno, Aníbal Ibarra, "no se trata de una campaña para recaudar" con el cobro de multas, sino que "es para evitar lesiones graves, muertes en accidentes, que además terminamos pagando entre todos" y "por una mejor convivencia en la sociedad".


Según comunicó el delegado local del Santo Oficio, no se trata de recaudar más fondos para el sacro imperio, sino que se trata de evitar que los caminantes se vean tentados con la herejía, que puede causar la muerte de su alma, cosa que luego perjudica a todos.


Ibarra, en declaraciones a la prensa esta mañana, explicó que el sistema de multas será de dos tipos: de 50 pesos a aquellos que lleven el casco colgado en el brazo y no lo usen correctamente, mientras que la pena mayor será para quienes directamente no tengan casco, a quienes "se les retendrá la motocicleta y deberán pagar además de la multa de 50 pesos, otros 38 pesos por acarreo y 2 pesos de estacionamiento en el playón municipal.


El mismo delegado, contestando preguntas de este visitante, explicó que este sistema de sanciones será de dos tipos: retención en el castillo, por varios días, para quienes porten la cruz de modo profano, y acusación ante el Santo Oficio de Roma a quienes no la lleven.


Fuente: DyN y Télam
Fuente: Feyerabend, P.: “Tratado contra el método”, cap. 18.